18 mayo 2010

González Horacio/Una vez más: el Plan de Operaciones atribuido a Mariano Moreno

Una vez más: el Plan de Operaciones atribuido a Mariano Moreno

Por Horacio González
*
(especial para La Tecl@ Eñe)
Moreno escribiendo en la interpetación del pintor chileno Subercasaux , año 1910. ¿Qué está escribiendo? El decreto de Supresión de honores? ¿El Plan de Operaciones? ¿Un artículo de la Gazeta? No lo sabemos. Moreno escribe frente a una posteridad cautiva a interpetaciones que no surgen asociadas a certezas visibles. Moreno escribe sus propias incógnitas políticas y traza el deficultoso plan de las interpretaciones futuras, que en su radical incerteza, nunca desfallecen. Eso no nos hace más vacilantes ni irresolutos, sino que nos pone en la raíz misma de la acción política.
La conmemoración bicentenaria que estamos atravesando trae nuevamente, con su breve espuma, el antiguo debate. ¿Quién escribió el Plan de Operaciones? Es quizás el último gran enigma que resta en la historiografía argentina. El Plan de Operaciones de 1810 es su pieza maestra y a la vez su muro de lamentos. ¿Por qué la historia no nos reservaría más exactitud en materia de autorías? ¿Por qué estamos siempre sometidos a una indócil hermenéutica, que nos hace débiles frente a los documentos y fuertes antes nuestras propias dudas? ¿Por qué todo documento es polémico, incierto o contiene la pócima incómoda de su rechazo a la significación unívoca? ¿Por qué siembre habita en toda historia que se precie, una sobra huérfana, que rechaza interpretaciones consabidas?
Son las preguntas del historiador. Y lo son frente a un documento extraordinario, que lo seguiría siendo aún si fuera la acción falsaria de una cancillería enemiga. Quizás no resta problema más importante que el de la autoría de este Plan. El debate sobre nuestros textos fundadores sigue vivo porque existe el Plan de Operaciones, guardado en el Archivo de Indias de España. ¿Lo escribió Mariano Moreno? El solo hecho de que esta interrogación pueda hacerse ya nos hace historiadores. La pregunta del historiador no es sobre la fidelidad de los hechos sino sobre la facultad de atribuirlos de una manera ambigua o difusa.
Sin serlo, somos historiadores de la pregunta por la cosa en su legitimidad. Y la historia es el proceso de lo legítimo que desea instituirse. Por eso, el Plan de Operaciones, con su dúctil y esquiva materialidad, nos conduce al problema ético de la pregunta del historiador. Este texto nos sigue inquiriendo, nos sigue solicitando una opinión sobre él. ¡Descíframe!
Hoy no podemos disociar el Plan de las interpretaciones que a él se adosan, como un bicho baboso expelido por el alma insatisfecha de los historiadores. La investigación erudita ha dejado su rastro viscosa: Groussac, Piñero, Levene, Ruiz Guiñazú, De Gandía, se inclinaron sobre la letra del Plan. Sin pretender serlo, fueron filólogos, arqueólogos, gramáticos, archiveros científicos. Fueron hombres de una profesión sin profesión, pues meros historiadores que se pretendían, debieron descender al misterio de la letra, de la estructura del significado que se adosa al pulso manuscrito de los documentos penumbrosos de la historia. El Plan muestra que la historia es una clase especial de ciencia, que no evita, y hasta reclama, ser guiada por las visiones que van meciendo profundamente, en la conciencia del historiador, los trozos incómodos de su ideología diaria, soterrada. Llamamos ideología a lo que aparenta ser exterior a las decisiones de una escritura, de un pulso escribiente. Pero la ideología es en verdad la fibra interna de una caligrafía sin origen o de origen perdido. La objetividad histórica quiera conjurar esas penumbras necesarias del espíritu. Por eso, quines rechazaron el jacobinismo, quisieron a Mariano Moreno ajeno a las violencias anunciadas por el Plan. Inmune a los influjos robespierreanos, tan sucintos como pudieran haber ocurrido.
Frente a ello, tenemos los espíritus agitados, de los que realmente participamos como albergue y señuelo de la historia. Los que desearon ver en ese escrito los antecedentes de las formas más enérgicas de los cambios sociales, eligieron en Moreno el precursor atormentado y lúcido, el joven secretario capaz de las palabras más audaces para proteger a la revolución de sus enemigos. Sin embargo, lo que acaso sería el texto perfecto que obedece a una autoría nítida y transparente, se opone a dar rápidos fundamentos a una u otra posición. No existen textos adyacentes como caparazón de tortuga a ningún escrito que sea. Los textos son su propia caparazón, el cuerpo viscoso y su vaguedad esencial, todo unido en simultaneidad irritante.
El Plan de Operaciones ocupa ese lugar: tortuga que aún se arrastra por la historiografía argentina, verdad eminente del texto incierto. Sus nexos reales perdidos en el tiempo, suplicando en tinieblas que el ojo del historiador acabado lo penetre en una jornada de placer de exégeta o del filósofo de las interpretaciones. Por eso se produce el trocadillos: el historiador es más interrogado en su profesión por este texto, que todo lo que en persona hace para interrogarlo.
Son escasas las referencias que el Plan tuvo en el siglo XIX. Había sido encontrado accidentalmente en archivos españoles. El puño que escribió esos papeles encontrados, se sabe, no es el de Moreno. Puesto que no es un original, es el de un copista. Pero sí se sabe de quien era la caligrafía de los papiros hallados. De un espía de la Infanta Carlota: Álvarez de Toledo. ¿Fabulaciones de un operador de cancillerías intrigantes o copia de un original perdido? La pregunta atraviesa el oficio del historiador y se refiere al modo en que está constituída, con sus huecos y puntos en fuga, la estructura misma del pasado. Pero si la letra no es la de Moreno, las jornadas violentas en la época en que fue escrito, le dan veracidad efectiva. Se sabe de la existencia de otros escritos aledaños que lo hacen sin duda verosímil. Sin embargo, una conjetura nada irrelevante puede hacerse: su tono conspirativo es habitual en los ejercicios de imputación que practicaban facciones que querrían desprestigiar a sus rivales atribuyéndole supuestos juegos maquiavelistas. Sobrevuela el Plan la sombra de Maquiavelo y su visión amarga y turbia de las pasiones. ¿Qué policía secreta, que jesuitismo de catacumbas no ha echado mano a este recurso de la imputación apócrifa?
¿Sería esto lo que lo ponga en el gabinete de las grandes simulaciones de la historia universal? Leamos el propio Plan. La intencionada observación sobre espionajes y triquiñuelas que él mismo posee nos permite una conjetura nada ociosa. Es como si un posible autor anómalo haya querido dar una pista “borgeana” a la posteridad sobre su superchería. ¿Pero podemos quedarnos con esta comprobación? Apenas lo hacemos, aparece un signo incomodo que apunta su flecha hacia otros costados de la cuestión. Ciertos climas vibrantes del escrito recomiendan una violencia efectiva contra los contrarrevolucionarios, lo que en efecto ocurriría con Liniers y varios capitostes realistas que caen bajo la fusilería dictaminadora del Ejército auxiliador que se envía al Alto Perú. Aparece entonces otra luz de verdad. El lector puede consentirla en su entusiasmo; desea vibraciones efectivas en la historia.
Pero en el diálogo con el genio maligno de la historia, de nuevo surge otra pequeña duda que aumenta el interés de lo escrito. Duda que se superpone, interés que se acrecienta. Nuestro buen lector comprueba ahora que el Plan es el inverso simétrico del Decreto de Supresión de Honores, donde la firma de Moreno está bien asentada, sólida. Si el Plan recomienda encubrir la acción verdadera, el Decreto dice que hay que transparentarla, si el Plan finge inflar honores para los amigos de la causa, aunque no los merezcan, el Decreto los suprime en favor de un igualitarismo sin pompa futura. Por eso, el Plan de Operaciones, no menos esfumado que la propia figura de Moreno, obliga a muchos más sutiles ejercicios de historiografía de coraje, al punto de convertirnos en historiadores angustiados, o en lectores angustiados que no imaginan que reciben en su conciencia desolada el virus mismo de la tarea del historiador: ¿quién lo habrá hecho? ¿Por qué existe bajo esta forma y no de otra? ¿Qué autoría le responde con fidelidad acabada? ¿Qué podemos saber de un tiempo cancelado que nos llega solo con mendrugos de sentido destrozados? Todo esto nos conduce a un nivel de compromiso con la verdad que no excluye su aureola oscura, indecidible. Al contrario, coloca la preocupación por la historia en el primer plano al margen de sus figuras develadas y en el seno estremecido de un verdadero esfuerzo por la develación. He allí el combate por la historia.
Y todo por estos viejos papales encontrados en el Archivo de Indias de Sevilla por el ingeniero Eduardo Madero. Este hombre interesado en la construcción del puerto de Buenos Aires, su ávido proyectista, buscaba documentación que sirviera para la afirmación jurídico-histórica de semejando esfuerzo empresarial, de hondo simbolismo histórico. Significaba la alusión permanente a la controversia de la historia nacional, al modo en que se había sedimentado la nación argentina misma. Y como colofón inmediato: esa gigantesca construcción portuaria apuntaba el sagitario también a la manera que hay que leer los textos, también al utopismo de la historia que hace que sin esos textos que están siempre en estado de desciframiento, nada o poco sea la tarea del historiador. Este texto, cierto o no, es el Puerto de Buenos Aires, su hipóstasis irreverente y alocada. Es posible que lo haya escrito Moreno. Es posible que haya tenido extrapolaciones posteriores. Es posible que la historia argentina haya querido ser así, como lo demuestran otros Planes de operaciones escritos al promediar el siglo XX, el de John William Cooke al iniciarse los años 60 del siglo siguiente, que también alude al Puerto de Buenos Aires con consignas de sabotaje, clandestinidad y estrago.
Decir Plan de Operaciones es en sí mismo expresión militar y jacobina. Adicionalmente: patriótica. Quisiéramos desde luego tener escritos con autores a la vista, señeros e inviolables. ¿Pero quién escribe esos textos? ¿Qué historiador querría tenerlos exclusivos ante su vista sin espasmo ni mácula? El historiador que sabe del aspecto siempre convulsivo de la verdad, debe agradecerle a Moreno y a este texto. Nos lleva a la gratificación del concepto histórico por la vía de unas cuartillas revolucionarias que siguen presentándose ante nosotros con su doblez irisado. Fueron escritas por el revolucionario o por sus enemigos. En ellas la historia aparece en su objeto descarnado bajo velos que no quitan sino acrecientan interés. No somos frente a este texto-puerto, este texto-naufragio, este texto de textos, más que historiadores a desgano, quizás la manera efectiva de serlo. Se nos obliga a estar permanentemente situados como pobres alumnos ante su verdad, tan deseada como esquiva.
Frente al Plan de Operaciones Groussac fue filólogo, Scalabrini Ortiz estatista, Norberto Galasso es militante del proyecto nacional-popular, el historiador y diplomático Norberto Piñero fue riguroso sin saber que el rigor exigía más ingenuidad respeto a como los hombres dejan sus rastros en la vida colectiva. La expresión “morenismo” es un debate sobre Mayo y sus penumbras. Sitial de la pedagogía histórica, nos conduce a un misterio mayor que el que se denominó, con razón o sin ella, el “misterio” de la máscara de Fernando VII. Es misterio que nos alcanza en los días actuales con su carga entera capaz de astillar las certezas más llanas y concisas y darnos una lección de cómo se relacionan los documentos con la historia.
A esos papeles se les aplicó el carbono 14, la batería consabida de incisivas minucias de gramatología e historiografía contextual, se lo sometió al juego de ideas que caracteriza a toda historia y a sus cultores, sin concluirse otra cosa de que es de esa estopa que están constituidos los sueños historizados de los hombres: saber en todo momento qué relación los une con la violencia, el acecho de lo falso y con la larga y laboriosa empresa de constituir alguna vez un foco de legitimidad para hacer reposar la vida, aunque sea un momento, en las planicies de una historia consagrada, venturosa. El Plan de Operaciones, esa “sobra huérfana”, permite en su irresolución, que prosigamos la búsqueda, es decir, nuestra propia historia.
17 de Mayo de 2010
* Ensayista y sociólogo/Director de la Biblioteca Nacional

Grande Alfredo/ La columna Grande

BICENTENARIO:
SIN FONDO MONETARIO
SIN FRENTE PROLETARIO.


Escribe Alfredo Grande

Especial para LA TECLA Eñe

“proletarios del mundo:, escucháos, mailiaos, chateaos, googleaos, mientras lamentamos que no os habéis uníos”
(aforismo implicado)

Saavedra dijo: “bueno, pero que parezca un accidente”. Hay otra versión: la del agua, que era mucha (claro, se refería al mar) y la del fuego, que era mucho también, pero, según Cornelio, lograron apagarlo. Siempre sostuve que “la derecha siempre tiene razón, aunque es una razón represora” Es importante, más allá de impugnar el pensamiento de Cornelio “Corleone” Saavedra, pensar cuánto de su profecía llegó para quedarse. Los fuegos revolucionarios fundantes serán apagados por océanos genocidas y sus oleajes de sucesivos exterminios. Abrimos entonces la frase del coronel que inaugura la impunidad en la revolución de mayo, para tomarla como potente analizador de otra revolución congelada. Y a unos doscientos años de pronunciada, qué valor de verdad todavía sostiene para intentar entender sobre nuestras penas, nuestros olvidos, y nuestras vaquitas siempre ajenas.[1]
No es lo mismo una foto que una película, y en estos doscientos años, las epopeyas libertarias han sido fuegos que nunca se apagaron del todo. Aunque los hirvientes océanos de las dictaduras, así como los congelados oleajes de las socialdemocracias, una y otra vez aplastaron rebeliones y luchas. Creo que el Bicentenario es apenas una foto. Con técnicas de montaje de última generación, para algunos será la apoteosis de un gobierno defensor de los derechos humanos, para otros el lamentable presente de un capitalismo serio que maquilla la ferocidad de su rostro, para otros la mejor excusa para turistear el fin de semana muy largo, y para los adictos a la orden templaria de Amore y
Stella, los gastadores compulsivos del insoportable banco, una buenísima ocasión para comprar basura en cuotas. Este Bicentenario dará para todo, incluso para el precalentamiento de otra fiesta de todos, por suerte con el gordo José María Muñoz viéndolo desde lejano palco infernal, y el “otro Corleone”, el eterno presidente de la AFA, viéndolo desde el palco celestial de la FIFA. Pero si otorgamos valor de “analizador” a la frase atribuida al Cid Campeador de la burguesía nacional de esos tiempos, el comendatore Cornelius Saavedra, no habrá mas remedio (aunque no adulterado como los del jeque Zanola) que tomar ese brebaje amargo y pestilente. En efecto: “…para apagar tanto fuego” No quiero ceder a la tentación de simplemente negarlo maníacamente. O al estilo de las barras bullangueras: “Moreno no se va, no se va, Moreno no se va”. Este Bicentenario tiene algunas resonancias que deploro: no tiene una marca anti imperialista, no tiene una marca revolucionaria. En esta Argentina del Bicentenario que aspira al Tri Campeonato, la izquierda política sigue nadando en océanos de sectarismo, seguidismo, oportunismo, iluminismo. No sé que es peor: si ahogarse en el mar o en un vaso de agua. Pero que la izquierda, se ahoga. La absoluta falta de expectativas electorales tampoco es buen clima para intentar desacreditar a la democracia representativa. Después de todo, es fácil no venderse cuando nadie te compra. [2] O te vota. Hay mucha queja, poca protesta, casi nada de combate. Incluso la categoría de “enemigo” ha sido clausurada del debate, y el odio que es la energía del oprimido para enfrentar a la clase dominante, ha sido expropiado por la derecha fascista para sostener su mesianismo oligopólico. Los derechos humanos, al no estar sostenidos por las necesidades básicas satisfechas, devienen abstractos. Hay muchísimos más deberes que placeres, y los mandatos del tipo “ahorren agua” no resultan convincentes hasta que por lo menos, las mineras no lo cumplan también. Enfrentamientos como los de la FUBA con el impresentable Hallú (ideal para una saga de “¿Dónde está Wally?”), la lucha de los obreros de la Kraft contra una patronal con bandera y seguridad extranjera, la presencia de los trabajadores del subte construyendo un sindicato propio lejos de la voracidad de la UTA, la ya legendaria lucha de la CTA por su personería gremial, mas allá de las discusiones que podamos tener por su personería política, la persistencia de la Liga Argentina por los derechos del Hombre en los juicios por el asesinato del negrito Avellaneda o contra el genocida Víctor Brusa, los emprendimientos del Colectivo Poder Autónomo, el trabajo incansable de la Fundación Pelota de Trapo, son evidencia necesaria y suficiente que algunos fuegos no se apagarán jamás. Sin embargo, si la revolución es un sueño eterno como enseñara para toda eternidad Andrés Rivera, no deja de ser cierto que las diferentes formas de contra revolución son una pesadilla al menos tan eterna como la anterior. Y por supuesto, no quiero limitarme a las pesadillas de las dictaduras cívico militares, aunque estén en primerísimo lugar en el ranking. Debo incluir a los gobiernos de las democracias formales, que con mayor o menor éxito buscaron los océanos del tercer movimiento histórico, del primer mundo, de los ajustes aliancistas post menemistas, y, en la actualidad del bicentenario, los transversalidades fracasadas. No lo veo a Moreno acusarlo a Saavedra de traidor. El autor del Plan Revolucionario de Operaciones tenía claro que Cornelius era fiel a su clase. Y que la Revolución nunca tendrá el apoyo de ningún converso. Por eso es absurdo etiquetar como si de Facebook se tratara, al “Cara de Piedra” Cobos de traidor. En todo caso, traidor por partida doble, porque ya había traicionado al propio Partido Radical. Y seguramente habrá una tercera, después de todo, los reflejos de clase están intactos en todos los representantes enmascarados del eterno Partido Conservador. Creo que la “traición” de Cobos es insoportable para el Gobierno K, no por traición sino porque golpea duramente la ilusión de hegemonía. Algo que el revolucionario de Mayo nunca tuvo. Y por cierto, 200 años después, podemos decir que lamentablemente apagado el fuego jacobino, otros océanos encontraron a traidores convencidos, corruptos consecuentes, y genocidas entrenados, dispuestos a apagar todos los fuegos que alumbraran sobre la tragedia de nuestra américa nativa. La tarea de que no se apaguen del todo esos fuegos, es una guerra del fuego que mucho le debemos a intelectuales, militantes, estudiantes, obreros. El fuego nunca se apagó, pero al menos para estos tiempos del Bicentenario Oficial, no alcanzan para calentar los sueños de la revolución. La de Mayo de 1810 es otra de las revoluciones congeladas. Y la derrota revolucionaria tiene como marca haber comprado y adoptado los valores del consumismo burgués, incluso como receta para salir de la crisis. Quizá la asignación universal por hijo sea un mecanismo mejor que el PAN, o el de Jefas y Jefes de Hogar. Espero que sea un medio idóneo de llevar necesidades básicas a su completa satisfacción, más allá de que el mate cocido sea cortado con un poco de leche. Pero también me interesa pensar en la catástrofe cultural que implica sostener, después de 200 años de tanta sangre derramada, la imaginaria presencia de otro Estado Benefactor, con el riesgo de que termine siendo un gran “Otro”. Es el gobierno, cualquier gobierno, quien debe agradecer la lucha de organismos de derechos humanos, colectivos revolucionarios, fábricas recuperadas, obreros en lucha, minorías no tan minoritarias en su lucha por la identidad de género y sexual, trabajadoras y trabajadores que no van de su casa al trabajo y del trabajo a su casa, a veces porque no tienen trabajo, a veces porque no tienen casa, y a veces porque además de tener casa y trabajo siguen sosteniendo militancia social y política en barrios y asentamientos. Un gran “Otro” no necesariamente deviene en otro “Amo”. Pero no conviene correr ese riesgo en un país, que al decir de Abelardo Ramos no se animó a ser Nación, porque la tentación de glorificar al líder de turno (el sirraulismo en época de Alfonsín, el hipermenemismo cuando estaba el turco y su neblina del primer mundo, y el actual recontra kirchnerismo donde todo el mundo no K es gorila) transforma al federalismo contrariado en un festín del unitarismo triunfante. Algunos llaman a esto presidencialismo, mayoría automática, decretos de necesidad y urgencia, delirios estadísticos, coparticipación asimétrica, gestión y gobernabilidad. Después de 200 años sabemos todo lo que no podemos festejar en este Bicentenario. No tendremos cientos de miles de banderas rojas en un aluvión zoológico de animales políticos que haga temblar a la burguesía nacional y a la burguesía off shore. Este Bicentenario será otra maldita fiesta de todos porque en la Argentina existe un decreto, éste si de absoluta necesidad y urgencia para el sistema burgués y su nuevo acompañante terapéutico, el capitalismo serio, de abolir la lucha de clases. Consenso, disenso bien informado, negociación, mediación, papá corazón, civilización sin barbarie, que nadie saque los pies del plato, gatillo cada vez más fácil. Castelli, Moreno, Belgrano, incluso San Martín, no estarán presentes en su nivel fundante en los festejos del Bicentenario. Más que fiesta, me temo que sea un carnaval. Al estar anestesiadas las utopías revolucionarias, porque el feudalismo reaccionario sigue impune en la mayoría de las provincias argentinas, y no creo que nadie confunda a la Patria Grande con el Unasur, podemos parafraseando a León Gieco que “otros dos siglos igual”. A lo mejor el festejo del Bicentenario fue por anticipado en el Cordobazo, en la Reforma Universitaria del 18, en el 17 de octubre del 45, en la resistencia obrera a las privatizaciones menemoides. Sin darnos cuenta, al igual que la deuda estafa que se pagó varias veces, nuestro Bicentenario de los Pueblos se festejó muchas veces. Llegamos a mayo de 2010 sin Fondo Monetario, al menos, sin deuda con el Fondo Monetario, porque la argentina sigue estando y votando, críticamente claro está, el ajuste en Grecia. Y también sin Frente Proletario. Tristeza que puede tener fin, cuando saquemos a los héroes de sus tumbas y los llevemos como bandera de lucha.


[1] Homenaje a Osvaldo Soriano y Atahualpa Yupanqui.
[2] En el periódico Enfoques Alternativos, que dirigía Jorge Beinstein, escribí en el apogeo de Autodeterminación y Libertad. “Las lomas de Zamora, o la ilusión del poder apartidario”. Aun sin ser gurú, pronostiqué la caída del zamorismo real.

17 mayo 2010

Drí Rubén/Bicentenario de la revolución latinoamericana

Bicentenario de la revolución latinoamericana

Por Rubén Dri
(para La Tecl@ Eñe)

“La revolución argentina es un detalle de la revolución de América,
Como ésta es un detalle de la de España
Como ésta es un detalle de la revolución francesa y europea”

Así se expresaba el último Alberdi, el del exilio, que se había despegado de la concepción liberal, en el célebre libro “las Bases”. El bicentenario no es sólo de la Argentina o de Colombia, o de México, sino de la Patria Grande Latinoamericana. Efectivamente, los hechos libertarios se fueron produciendo de la manera siguiente:

El 2 de mayo 1808 se produce la invasión napoleónica a España que resiste mediante una verdadera insurrección popular y la formación de diversas juntas que reconocen la dirección de la Junta Central de Sevilla, que convoca los pueblos americanos a constituir juntas populares.

En 1810 se constituyen juntas en nombre de Fernando VII en todos pueblos latinoamericanos. El 19 de abril en Caracas; el 25 de mayo, en Buenos Aires; el 14 de junio, en Cartagena; el 20 de junio, en Bogotá y el 16 de septiembre, en México.

1.- Los dos proyectos en Argentina.

En Argentina las luchas comienzan en 1810 con la denominada “Revolución de Mayo” y se prolongan en todo el transcurso del siglo XIX. Son las luchas que se conocen como luchas entre unitarios y federales. Se trata de dos proyectos antagónicos. Uno, el federal o nacional, centrado en la producción artesanal del interior del país, propugnando por la realización del mercado interno, con el horizonte de la realización de la Patria Grande Latinoamericana.

“La libertad de América es y será siempre el objeto de mi anhelo” (Artigas a French) “Los grandes planes de América en su revolución gloriosa deben sellarse y esta provincia ha ofrecido sus cenizas hasta asegurar su consolidación” (Artigas al gobierno de Buenos Aires)

“Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más agrados derechos […] No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a vuestra excelencia la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha. Firmarla es obra de sostén por intereses recíprocos” (Artigas a Bolívar).

El otro, el unitario, liberal, centrado en la exportación de los productos primarios, dependiente del imperio inglés, con el horizonte de la patria chica conformada por la pampa húmeda y el puerto de Buenos aires.

En 1861, el general Justo José de Urquiza, el máximo caudillo del proyecto federal defecciona, y en la batalla de Pavón deja el poder en manos del general Mitre, que se encontraba al frente del proyecto liberal agroexportador. Con el poder en sus manos, Mitre consuma la tarea de hacer triunfar el proyecto liberal agroexportador, dependiente del imperio británico aliándose con el imperio de Brasil para destruir al Paraguay de Estanislao López, el último bastión del proyecto nacional.

El Chacho Peñaloza, Felipe Varela, Santos Guayama y otros caudillos nacionales presentan una tenaz resistencia, levantando la bandera de la “Unión americana”. Pozo de Vargas (10 de abril de 1867) es la derrota final de la resistencia nacional argentina, y Cerro Corá (1 de marzo de 1870), la derrota final de un proyecto continental, latinoamericano, autocentrado.

En las décadas del 80 y del 90 del siglo XIX se impone en toda Latinoamérica el Estado moderno, oligárquico, liberal, dependiente del imperio británico. En Argentina dura su reinado de 1880 a 1945, fecha en que, con el advenimiento del peronismo se pasa al Estado benefactor en el que es posible detectar aspectos de la eticidad postulada por Hegel.

2.- El Estado peronista

El Estado peronista retoma las banderas nacionales del federalismo, rompiendo las características del Estado oligárquico agroexportador, dependiente del imperio británico, orientándose hacia la expansión del mercado interno, lo que naturalmente lo lleva hacia la industrialización y la consecuente elevación de los sectores obreros y populares.

Postulados fundamentales de la eticidad forman parte del Estado peronista y entre ellos de una manera especial la intersubjetividad popular. El Estado oligárquico liberal era esencialmente un Estado de señores y siervos, de dominadores y dominados. Estos últimos eran todos los sectores populares, trabajadores, peones rurales, empleados, sirvientas y en general todo el espectro que se suele conocer como “clase media”. Ello significa que no eran reconocidos.

Ahora en cambio son reconocidos como sujetos tanto a nivel individual como a nivel colectivo. En el nivel individual, la categoría de “trabajador”, de ser una categoría menospreciada pasa a ser el título de mayor honra. Los individuos pertenecientes a los sectores populares se sienten “reconocidos” en todos los niveles del reconocimiento, el económico, el social, el cultural, el jurídico.

Privilegios que desde la conformación del Estado moderno oligárquico pertenecían sólo a las clases dominantes, pasan a ser compartidas por los sectores populares. Pleno empleo, vacaciones en lugares antes prohibidos, aguinaldo ya no son meros sueños sino realidades tangibles.

En el nivel colectivo aparece la categoría de “pueblo” para designar al sujeto colectivo como protagonista del Estado. El 17 de octubre de 1945 quedará como la primera de las grandes “puebladas” que irán jalonando la historia de ahí en adelante. Con triunfos y derrotas, ya el pueblo como sujeto nunca podrá ser marginado del proceso histórico.


3.- Después de la derrota del peronismo

A pesar de la derrota del Estado peronista, infligida por el golpe militar de 1955, determinadas características del Estado ético no desaparecieron. Es avanzada la década del 60 cuando el capitalismo, que se había revitalizado con la inyección keynesiana, comienza a sentir una aguda crisis que lo llevaría a adoptar la doctrina que habían elaborado los intelectuales en Monte Peregrino.

En Argentina se intenta esa implementación, como era tradicional, mediante un golpe de Estado militar. Es el golpe de Onganía. El sujeto popular, o sea, el pueblo que se había conformado desde 1945 tenía la fuerza suficiente para hacer fracasar el intento. Son memorables las jornadas de luchas populares que obligaron a la dictadura militar a desistir y conceder elecciones generales.

Esta victoria del sujeto popular no duró demasiado. Aleccionado por su anterior derrota, las fuerzas del capital comprendieron que para implementar la doctrina neoliberal era necesario quebrar al sujeto popular, destruir sus organizaciones, torturar y hacer desaparecer a sus militantes. En una palabra, aterrorizar a la población. Para ello era necesario un golpe militar que aplicase los más sofisticados y científicos métodos de terror, aprendidos de las fuerzas represivas de países como Francia y Estados Unidos.

Por ello se produce el golpe militar del 24 de marzo de 1976 que aplica el más feroz terrorismo de Estado. Contemporáneamente Margaret Thatcher (1979) asume el gobierno en Gran Bretaña, Ronald Reagan (1980) lo hace en Estados Unidos y Juan Pablo II[1] (1979) asume el poder en el Vaticano. Son los líderes políticos que impulsan la aplicación de la doctrina liberal de Monte Peregrino.

En la Argentina, luego del fracaso del gobierno de Alfonsín (1984-1989), en 1989 asume Carlos Menem, elegido por una sociedad que había dejado de ser pueblo, en el sentido de sujeto colectivo capaz de oponerse. A la destrucción, encarcelamiento, destierro, tortura, desaparición, en una palabra “terror” que había producido la dictadura militar genocida, se agregaron la falta de un proyecto alternativo del gobierno alfonsinista, su propuesta de una “economía de guerra”, las leyes de impunidad y finalmente una superinflación que dejó a la población en la angustia.

La aparición del caudillo riojano como un mesías suscitó las expectativas de una población sin expectativas. Una vez en el gobierno, Menem aceptó a rajatabla la propuesta neoliberal impulsada por las corporaciones. El neoliberalismo se aplicó de una manera fundamentalista como es difícil que se haya dado en otras partes. Los aspectos político-económicos del proyecto son de sobra conocidos. Obedecen a los nombres de privatizaciones, achicamiento o desaparición del Estado, flexibilización laboral, apertura indiscriminada a la importación de artículos extranjeros, libre circulación de capitales, destrucción de la industria, cierre de los ferrocarriles, desocupación masiva.

Todos estos aspectos han sido objeto de múltiples análisis, pero hay un aspecto que ha sido menos analizado, el que se refiere al ethos, a la eticidad o ámbito de realización intersubjetiva. El capitalismo como sistema está basado en el individuo de la sociedad civil. Es esencialmente individualista. Pero ningún sistema se da en estado puro como sólo se presenta en los “tipos ideales”, construcción epistemológica que ayuda a acercarnos a la realidad.

Ésta se da siempre mezclada y en ese sentido hay formaciones sociales que se encuentran en el capitalismo que presentan notables realizaciones intersubjetivas, lo cual implica que los sujetos tienen espacios de creación. En otras palabras, la eticidad no está ausente de toda sociedad capitalista. De hecho, desde 1945 hasta 1976, nunca faltó en nuestra sociedad. La palabra “compañero”, que caracterizó las relaciones intersubjetivas de los sectores populares, atestigua la vigencia de una eticidad viva y creativa.

4.- La dictadura genocida

Todo cambia a partir del golpe de Estado de 1976. A partir de entonces hay dos momentos fundamentales en la destrucción de la eticidad que deben ser estudiados: la etapa de la dictadura militar (1976-1983) y la correspondiente a la imposición arrasadora del neoliberalismo en la década del 90. La finalidad de la dictadura militar fue la destrucción del sujeto popular y sus múltiples organizaciones, a fin de dejar el campo libre para la imposición del proyecto neoliberal.

Presencia masiva de los aparatos de terror, encarcelamiento, destierro, tortura destinada al aniquilamiento de sujeto y su conversión en delator de sus compañeros, desaparición de personas, desconcierto ante la falsedad de las informaciones, delación que convertía a cada uno como posible delator o delatado, exilio interno y exilio externo. Todo ello puede sintetizarse en la política del terror que penetra hasta la médula de la sociedad.

De esta manera se rompe toda posibilidad de solidaridad, de intersubjetividad. Siempre ha habido resquicios a través de los cuales penetró la solidaridad, pero a nivel general, la dictadura logró su objetivo. El entramado de relaciones intersubjetivas que constituyen la eticidad fue destrozado. Ello significa la muerte del hábitat humano, del ethos, de la casa espiritual en la que es posible la vida humana.

5.- El triunfo neoliberal

El terreno estaba casi completamente preparado para la implantación del neoliberalismo. Faltaba todavía una vuelta de tuerca que se dio con la “hiperinflación” de 1989, que termina con el gobierno de Alfonsín. Con la hiperinflación es la misma posibilidad de vida de la mayor parte de la sociedad la que se encuentra directamente amenazada. Es la sentencia de muerte del sujeto popular. Con éste en la lona el neoliberalismo encuentra el terreno completamente despejado.

Con la implementación del fundamentalismo neoliberal, se malvendió el patrimonio nacional, se privatizó a precio vil todas las empresas rentables del Estado, incluso YPF, verdadero símbolo de la soberanía nacional, se destruyó la industria con su consecuencia lógica, el desempleo masivo. Nació así una nueva “clase”, la de los “trabajadores desocupados”, se dio vía libre a la más desenfrenada especulación, formándose un mundo ficticio que lógicamente debía estallar, como sucedió con la pueblada del 19-20 de diciembre de 2000.

Todo esto tiene que ver con lo que podríamos denominar “condiciones materiales” que se transformaron en “condiciones miserables” para la mayoría de la población conformada por los sectores populares. Sobre esta miserable realidad se han realizado múltiples análisis, por lo cual no vamos a insistir.

Aquí nos interesa apuntar a otro aspecto fundamental de la destrucción que produjo el neoliberalismo. Nos referimos precisamente a la ética, a la eticidad, al ethos. La concepción neoliberal es la concepción acabada del capitalismo, que implica la absoluta individualidad, la competencia feroz, el efecto de la existencia de ganadores y perdedores en la lucha por la competencia. En síntesis, el otro nunca es aquél con quien lucho por reconocimiento, sino aquél a quien debo aplastar.

De esta manera se destruyen todos los valores, las creencias, las claves que hacían de la sociedad el ámbito de realización de los sujetos. La intersubjetividad que implica siempre el mutuo reconocimiento y la posibilidad de trabajar con el otro, desaparece. Lo comunitario es retrógrado. Los medios para triunfar nada tienen que ver con la ética. Todos son buenos si tienen éxito.

Una de las consecuencias es la “inseguridad”, flagelo que habita en toda sociedad donde el sistema neoliberal se ha impuesto. Dentro de la misma lógica neoliberal se lo quiere eliminar mediante la denominada “mano dura” o “tolerancia cero” que no sólo no remedia el mal, sino que lo incrementan al provocar la airada reacción de quienes se sienten doblemente castigados.

8.- La pueblada del 19-20 diciembre 2001 y reconstrucción del Estado.

En el 19-20 de diciembre de 2001 se produce una gran pueblada que produce el quiebre del neoliberalismo que había destruido al país. Como toda gran pueblada, ésta significa la finalización de una etapa, la del neoliberalismo en este caso, y el comienzo de una nueva que será necesario realizar.

En el 2003 Néstor Kirchner asume como presidente con el 22 % de los votos. Haciendo una lectura correcta de lo que había sucedido en la pueblada, rápidamente comienza a tomar medidas que orientan su gobierno hacia la recuperación del proyecto nacional y popular. Política de derechos humanos, renovación de la Suprema Corte, derogación de las leyes de impunidad, política de producción dirigida al mercado interno, reconstrucción del Estado.

En esa etapa nos encontramos. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner siguió la línea trazada, a pesar de la furiosa embestida de los sectores concentrados de la economía y de los medios de comunicación. Las medidas tomadas fueron profundizando el proyecto que no mira sólo a la patria chica, sino fundamentalmente a la Patria Grande Latinoamericana.

Bibliografía

Dri, Rubén (2009) La rosa en la cruz. La filosofía política hegeliana. Editorial Biblos, Buenos Aires.
Galasso, Norberto (1999) Cuadernos para la Otra Historia N° 4. Centro Cultural Discépolo, Buenos Aires.
Galasso, Norberto (1994) Mariano Moreno. Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires.
Rosa, José María (1969) Historia argentina T. 7. Editorial Oriente, Buenos Aires.

Buenos Aires, 26 de abril de 2010

Para La Tecla Eñe


[1] Pablo II da a conocer en 1989, la Encíclica Centesismus annus en la que celebra la caída del denominado “socialismo real” y propone la economía neoliberal como solución para los problemas del Tercer Mundo “Es quizá-el capitalismo- el modelo que es necesario proponer a los Países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’, o simplemente de ‘economía libre’ (Juan Pablo II, 1991, pp. 83-84).

Díaz Claudio/Déjalo ser

Déjalo ser

Por Claudio Díaz
(para La Tecl@ Eñe)

La pucha… 200 años. Parece mucho, aunque pensándolo bien es poco. Al igual que otros vecinos de este suburbio mestizo llamado Sudamérica, seguimos siendo jóvenes. Fíjense, si no, en los barrios de la Zona Norte: está lleno de dinosaurios de aliento apestoso. Es cierto: nos falta crecer un montón y terminar de definir una personalidad. Pero tenemos ilusiones y esperanzas. Y mucho camino por recorrer. Mientras en otras vecindades ya no le encuentran razón a sus vidas, aquí todavía podemos darle vuelo a nuestros sueños.

Historia de contrastes la nuestra. Adentro, peleadísimos como siempre. Viejas diferencias del tronco familiar. Sin embargo, los de afuera nos quieren bien. Aunque nos dan dos tipos de cariño distintos. Hay algunos que se nos acercan para jodernos y aprovecharse de lo desprendidos que somos. En cambio, la simpatía de los auténticos, la de los que son pueblo como nosotros, es sincera y viene por el lado del corazón antes que por lo material.

Una paradoja: entre algunas de las causas por las que se enamoran de nosotros los que viven a 12 mil kilómetros de distancia figuran el tango, la comida, el fútbol… ¡Qué mejor para los argentinos que dorarnos la píldora en esos rubros! El problema es que aquellos amigos tienen hermanos que están codificados para robar. ¡Minga de amistad y sentimiento! Cuando nos vienen a ver con sus modelos económicos y pensamientos científicos nos pegan flor de milonga y se quedan con el pan nuestro de cada día.

Eso sí, todos coinciden en que somos vanidosos, engreídos, fanfarrones. ¿El ombligo del mundo? Es posible… Pero cómo no agrandarse si en este último confín al infinito, aquí donde el viento se pierde para no saberse a dónde va, surgieron en hilera, en un corto período de tiempo, un Perón, una Eva, un Che… Demasiado para el truco, ¿no? Quisiéramos ver las cartas del resto: apenas les da para un envido-envido. Envido de envidia…

Y esto, para no entrar a considerar a los argentos que siempre se las ingenian para estar en algún rincón del mundo dando cátedra: escribas, musiqueros, genios de la experimentación con tubos de ensayo y esas cosas, capos del arte capaces de arrancar sentimientos entre los que están mirando desde las butacas o el palco, goleadores de todos los colores, raqueteros… Hagan juego, señores. ¿Quién da más?

El día que el negocio sea fabricar hombres y mujeres para la buena humanidad (al Mercado todavía no se le ocurrió), el made in Argentina copará la parada mundial como ahora sucede con los chirimbolos producidos en la China.

Igualmente, nos debemos un examen colectivo. Tenemos que interrogarnos a nosotros mismos para entender por qué no podemos salir de esta suerte de “eterna juventud” que nos impide alcanzar la madurez espiritual y el cuerpo de Nación. Porque nunca terminamos de Ser. Algunas veces fuimos. Pero en fragmentos muy cortos. Simples retazos que no alcanzaron para zurcir el cortinado definitivo de lo que es una Patria.

En este punto reaparece nuestro drama familiar. Que es conflicto interno permanente y, hasta hoy, irresoluble: el querer ser de la mayoría contra el complejo de inferioridad de una pandilla sólo dispuesta a evaporarse como sujeto histórico a cambio de revolcarse en el barro del oro y la codicia.

Fuimos rebeldes por naturaleza. Aun antes de pegarle patadas en la panza a nuestra madre (patria), para que nos dejara ver la luz en aquel 1810. ¡Si hasta habíamos debutado contra nuestro histórico rival, Gran Bretaña, haciendo de la grasa aceite hirviendo para rechazar la invasión! Pagamos cara nuestra desobediencia y la pretensión de querer ser. Por eso nos siguen pasando la factura.

Ahora, ¿por qué no somos, definitivamente y para siempre? Es la pregunta que nos hacemos frente al espejo de la historia. Atinamos a respondernos que por un problema de familia. Por unos pocos que, aún nacidos aquí y portadores de su documento nacional de identidad, sienten vergüenza de llevar el apellido. Ellos quieren pertenecer a otra estirpe, tal vez a un tronco más aristocrático. Ser Argentina no les gusta y por eso buscan desde hace tanto tiempo cortar el cordón umbilical que nos une a un pasado en común.

Aceptar un papel subordinado en el tablero mundialista que manejan los poderes no ha sido lo nuestro, más allá del papel de la raza de los cipayos. Dominados y todo, siempre nos caracterizamos por la rebeldía. Y por eso, en varios pasajes de nuestra trayectoria, nos hicimos valer y respetar por la insobornable voluntad de querer ocupar, como tantos otros pueblos, un lugar en el mundo. Más: cuando desaparecimos por largos períodos, en realidad estábamos… Presos, tabicados e incomunicados en nuestro propio hogar, esclavizados a merced de esa élite que se alquiló para servir a extraños. Pero presentes con nuestra memoria, con la identidad y con la compañía de los que abrieron el camino de la lucha desde aquel mismo mayo del ’10.

Los amos del mundo ya están muy viejos. Y nosotros, con 200 años, tenemos mucho hilo en el carretel para hacerlos volar como barriletes. Aquí estamos, aquí seguimos. Con la obstinada manía de patalear cada vez que los vigilantes del Orden Mundial, el de ayer y el de hoy, el de siempre, aparezcan con las cachiporras para recitarnos sus clases de civilización y democracia. Vengan cuando quieran, dinosaurios de aliento apestoso. Aquí los estaremos esperando. Como en 1845, como en 1955, como en 1976… Siempre nos encontrarán dispuestos a dar pelea. Sólo queremos que nos dejen Ser.

Claudio Díaz - Periodista- Autor del libro Diario de Guerra

Blaustein Eduardo/Bicentenario de soledades

Bicentenario de soledades

Por Eduardo Blaustein*
(para La Tecl@ Eñe)

El sol del 25 viene asomando, decía el verso remoto, pero el Bicentenario se insinúa parcialmente nublado y mistongo. No sé si habrá que saltar con esa asociación automática entre 25 de mayo y Bicentenario; es la que sale. Y sale quizá porque desde siempre nos comieron el coco con el otro Centenario, el que sí fue radiante, radiante y excluyente diremos los progres y los nack & pop, pero lleno de bonitos ornamentos en la Buenos Aires del 10 (¿llegó a algún otro punto de la geografía nacional?), y de emprendimientos urbanísticos, y de mil fastos enjaezados con ilustres visitantes. Debe haber sido un Centenario retilingo, un suponer. Lo que hace suponer otra cosa: Marcelo Tinelli bien pudo haber sido el gran productor del Bicentenario de lo que parecemos ser un siglo después, al menos en la superficie. Mediante su saber y sus destrezas estarían entre nosotros: Paris Hilton, el/la último/a cantante surgido de American Idol, el Pulga Messi, algún correcto figurín transnacional que se muestre sensible ante los hambrientos, el medio ambiente global, we are the world y no la Patria.
No quiero ser cínico con el Bicentenario. Para eso tuve al amigo Jorge Lanata, que mientras dirigió el diario Crítica llegó a hacer juegos de palabras tan logrados como Vicente Nario, sólo para que nos regocijemos en la idea de cuán pelotudos y quebrados somos los argentinos, del primero al último.
No me gusta cómo nos agarra el Bicentenario. O me gusta contradictoriamente y de a cachos (qué pícaro, eso podría decirlo cualquiera). Nos agarra abrumados o fatigados por nuestra propia historia. Fragmentados en quichicientos archipiélagos, como sucede con toda sociedad capitalista contemporánea. Pero peor: nos agarra entre rabiosos y autistas. Empobrecidos material y simbólicamente. Embrutecidos, crispados desde mucho antes de que se iniciaran los años kirchneristas. Nos encuentra con algunos avances en términos de recreación del proyecto de país menos malo de lo que hay en el mercado. Pero también con una amenaza de aplausos ante un eventual nuevo retroceso, que, de llegar, vendrá con más derrota, más empobrecimiento, nuevas violencias.
¿Y por qué el Bicentenario debería ser distinto a lo que pinta? Si es por el ideal de Patria, ese ideal quedó lejos y hecho polvo tras las desmesuras patrioteras y genocidas de la dictadura y Malvinas. Me cansé de comprobar en este último cuarto de siglo cómo los tipos que hoy tienen entre 40 y 50 años aprendieron con dolor a desconfiar de la Patria, de los Chalchaleros y las danzas folklóricas en la escuela pública, del Estado como retorcida máscara del ideal de Patria.
Patria –se sabe– como algo más o menos parecido a un ideal de pertenencia, de proyectos y futuros a construir colectivamente.
Revindico en parte ese ideal. Me resulta relativamente fácil porque llegué a vivir en mi infanto adolescencia –con las suficientes dosis de ironía y distanciamiento– esa escuela pública cariñosamente patriotera, porque mamé folklore de chico, porque nos enseñaban que las vaquitas y el trigo, y que en Misiones se cultivaban tres “tes”: té, tártago, tung y tabaco, y que el petróleo en el Sur nos hacía grandes. O porque tenía un juego de mesa que se llamaba Rutas Argentinas. O porque era vagamente consciente de lo que significaban las obras públicas, Chapadmalal, los hoteles sindicales. O porque los pibes apostaban a la Caja de Ahorros Postal. O porque sus viejos compraban la casa en cuotas. O porque leía Patoruzú y los cuentos de Wimpi. O porque bardeábamos en las veredas y potreros, casi como queriéndonos en lugar de temiéndonos, odiándonos. O porque nos íbamos de campamento al Futalaufquen y el anteúltimo día un peón nos carneaba un cordero. O por los últimos almacenes de ramos generales. O porque aquel país de mi infancia era infinitamente más justo y plácido que el de la adolescencia de mis hijas. La Patria es la infancia; ése es el país en que crecí.

Lo colectivo, hoy. ¿Qué es hoy hablar de identidad en Argentina? ¿Cuántas y cuáles son nuestras identidades dominantes? ¿Qué nos une, si es unión, además de la selección y las representaciones mediáticas? Ni pueblo, ni “gente”, somos un archipiélago, islas de sentido, multiplicadas realidades reales y otras cuantas virtuales.
Patrias de Operación triunfo o Gran Hermano, de los Redondos o los Piojos, cumbia y botineras, del chat, del PJ bonaerense, de los mojones en blanco y celeste que hacía pintar el general Bussi en Tucumán, de Palermo Soho y Varela, del arriero y el creativo publicitario y los wichis y el camionero y el gastronómico y el abogado patricio de la multi. Las copleras tucumanas, los dueños del circo, las Trillizas de Oro, los piojos resucitados. ¿Qué tenemos en común?
La Patria de los excluidos que no entran en la representación mediática de lo que somos excepto en tiempos de saqueos, inundaciones y demás crímenes. O en publicidades sensibleras de la política o una privatizada. Adiviná de dónde te estoy llamando.
La publicidad, los medios, Tinelli. Antes que inexistentes proyectos político culturales, son ellos los más eficaces construyendo sentidos de pertenencia, por feos que pinten.
Patria en una Nación-Estado que temió seriamente desaparecer en los años 2001-2002. Algún día sucederá, lo de desaparecer.

Archipiélago de las soledades. Alguna vez hice un programita sobre la Patria en el canal Ciudad Abierta. Había una secuencia ridícula armada con cartoncitos sucesivos, cual poética ridícula. Decían los cartoncitos: de modo que no nos gustan/ Las viejas Patrias de estampitas y cañones/ Aquellas Patrias en conserva/ De modo que los viejos Estados/ Ya no ofrecen calor de hogar/ Y que andamos como perdidos/ como locos a los gritos/ Las penas de nosotros/ Y las Patrias poniéndose ajenas.
Un cartel final decía esto otro:
Calor de hogar se necesita. C/ experiencia.
Presentarse en Ciudad Abierta.
Corrientes 1530. 2º piso.
De 9 a 15hs.

Y alguna otra vez, en marzo de 1995, dedicamos la tapa del mensuario Página/30 a la misma pregunta melancólica: una vieja moneda de un peso con la efigie a la francesa y que dónde se metió la Patria.
Ya que todo esto es a vuelapluma rescato cosas del interior de esa revista.
Una cita de Abel Gilbert acerca de lo inquietantemente profético que resultó esta frase inscripta hace añares en el Colegio Militar de la Nación: “Cuando el clarín de la Patria llama/ hasta el gemido de una madre calla”.
Abundantes referencias acerca de cómo, prudentemente, fue desapareciendo el sustantivo Patria en los discursos políticos y sociales. Me fui como quien se desangra.
Una buena escena imaginada por Guillermo Saccomanno: larga sesión de creativos publicitarios que fracasan en la tarea de hacer vendible el producto Patria. Hasta que llega la noche y con ella un apagón definitivo.
Una frase de Dante Caputo: fue la Patria la que nos desamparó.

Local/ global. Y por el mismo precio la generosa abundancia de procesos culturales intervinientes en la licuación del ideal de Patria, que excede largamente a la Argentina. Resumiendo: ¿con qué Patria tirarle a una sociedad hedonista? ¿Cómo la marca Patria podría competir con tantas marcas globales? ¿Qué de la Patria sigue vigente en épocas de globalización y migraciones masivas? ¿Qué de Patria ante tantas viejas creencias fenecidas o gastadas? ¿Y qué con la agonía del Estado-nación, aún cuando se hable de culturas híbridas y “glocalización”?
Escribió Néstor García Canclini hace añares:
“Agregaré que además la globalización –o más bien las estrategias globales de las corporaciones y de muchos Estados– configuran máquinas segregantes y dispersadoras: producen desafiliación a sindicatos, mercados informales conectados por redes de corrupción y lumpenización. Engendran asalariados empobrecidos que ven sin poder consumir, migrantes temporales que oscilan entre una cultura y otra, indocumentados con derechos restringidos, consumidores y televidentes recluidos en la vida doméstica, sin capacidad de responder en forma colectiva a las políticas hegemónicas”.
Opongámosle este bellísmo sermón de Monseñor Victorio Bonamín, emitido ante Jorge Rafael Videla el 5 de diciembre de 1976:
“Cerros de Tucumán, benditos seáis, porque en vosotros se abrió el año de gloria. La Patria y la religión salieron ganando como para que su año fuera el año de la grandeza y el año de la sobrenaturalidad. La grandeza se salvó en Tucumán por el Ejército Argentino. Los pueblos podrían vivir sin riquezas, sin poder y hasta a veces pueden vivir forzosamente sin libertad. Pero no pueden vivir sin grandeza”.

Incertidumbre y geología. Se sabe: si se trata del presente fugacísimo, vivimos años bizarros, los del kirchnerismo, más parecidos a una extraña carambola de billar que al resultado científico de lo que puedan determinar las leyes de la Historia. No hay en el kirchnerismo –no la hay en el resto de las formaciones políticas, no la hay en el mundo– ni un lenguaje ni un proyecto de Nación generoso en estrategias y sofisticaciones, o claro como el proyecto del primer Centenario. Hay sí recuperaciones valiosas, a veces primitivas, el Estado, un tipo de desarrollismo que no parece particularmente delicado cuando se trata de pensar a la sociedad en su medio ambiente. El kirchnerismo es más una resistencia como se pueda a lo peor del neoliberalismo que otra cosa.
Y sin embargo, con sus viejas lecturas de Jauretche y Hernández Arregui, con sus toscos modos comunicacionales, con su incapacidad de generar mejores articulaciones culturales, hay algo del kirchnerismo que parece que quedará: sedimentos que generarán otros sedimentos nuevos. Un cierto retorno de la idea de autoridad política y de autoridad estatal, ademanes justicieros aunque desmañados y desparejos, interpelación a actores sociales que venían largamente golpeados y mal tratados. Y están, y quedarán, en los sedimentos generados por el kirchnerismo, nuevas militancias, aprendizajes de los movimientos sociales, blogueros libertarios, Carta Abierta, discusión sobre el poder de los medios, disputas de hegemonía cuando hasta hace tan poco todo era aceptación.
Resistencias. ¿Alcanza para un Bicentenario luminoso? No. Pero difícilmente podría ser de otro modo en un país sistemáticamente devastado. El Bicentenario pudo haber sido algún tipo de bisagra, de inflexión, de pausa para pensarnos y acaso reconstituirnos. Pudo, no será. No podría haber sido de otro modo siendo que estamos hechos de archipiélagos furiosos.
*Periodista y escritor- Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona, autor del libro Decíamos Ayer

Franzoia Alberto/Bicentenario: ¿por una cultura de la dependencia o por una cultura de la liberación?

Bicentenario: ¿por una cultura de la dependencia o por una cultura de la liberación?

Por Alberto J. Franzoia
(para La Tecl@ Eñe)

Breve aclaración sobre el concepto cultura

El concepto cultura suele utilizarse con diversos grados de amplitud. En su manifestación más amplia cultura es toda producción material, intelectual y espiritual de la humanidad. Por lo tanto no hay período ni pueblo que carezcan de ella. La Gioconda de Leonardo, Los versos del capitán de Neruda, la Sinfonía 40 de Mozart, la Lógica de Hegel, son cultura; pero también lo son las pinturas rupestres del hombre primitivo, los utensilios de los guaraníes, las obras hidráulicas de los egipcios, o el sistema político de los incas. Mientras que en una acepción más restringida la cultura incluye sólo las producciones simbólicas del espíritu y el intelecto: arte, literatura y filosofía (algunos incluyen a la ciencia). También en esta utilización más acotada del concepto se puede sostener, por lo menos desde una postura alejada de todo elitismo, que no hay pueblo que no geste su propia producción simbólica independientemente de la simplicidad o complejidad que ésta manifieste.

¿Y cuándo una cultura es nacional? Toda cultura es una producción que surge en contacto directo con un medio localizable en el tiempo y en el espacio. Desde la constitución de las nacionalidades se utiliza por lo tanto el concepto cultura nacional para referirse a las manifestaciones materiales, intelectuales y espirituales específicas que adquiere este fenómeno universal a partir de la estrecha relación que se establece entre una comunidad y su contexto específico. Esas producciones materiales y simbólicas consolidadas en el tiempo van siendo transmitidas de generación en generación hasta constituir una verdadera cultura autóctona. Sostiene Hernández Arregui:
"Una cultura nacional, base de la unificación nacional del país, es sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los usos y costumbres, organización económica, territorio, clima composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones; bailes, representaciones folklóricas primordiales, etc., que por ser creaciones colectivas, nacidas en un paisaje y en una asociación de símbolos históricos, condensan las características espirituales de la comunidad entera, sus creencias morales, sistemas de la familia, etc. La cultura de un pueblo deriva de un conjunto de factores materiales y espirituales, más o menos estables y permanentes, aunque en estado de lenta movilidad, íntimamente conexos y en sí mismos indivisibles, o mejor aún configurados de un modo único por el genio creador de la colectividad nacional"(1)).

La cultura nacional tiene componentes relativamente estables pero nunca es inmutable como conjunto, ya que en su seno lleva simultáneamente el cambio, producto de creaciones propias que surgen ante circunstancias históricas nuevas y de la asimilación (en su propia matriz) de aportes útiles de otras culturas aunque siempre adaptados a la realidad nacional.


Punto de partida en Argentina para dos culturas


En el artículo que presentamos privilegiamos la temprana presencia de dos culturas antagónicas (entendidas en este caso sólo como producción simbólica) que van a desplegarse desde 1810 a lo largo de toda nuestra historia: la cultura de la liberación y la cultura de la dependencia. Desde ya cada una de ellas encontrará su propio correlato material, lo cual permite trasladar el antagonismo a un plano más abarcativo. A medida que los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 van avanzando en el Virreinato del Río de La Plata, depuesto el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y constituida la Primera Junta, esas visiones de mundo con sus respectivas prácticas empiezan a manifestarse como visiones y prácticas antagónicas del cambio que queríamos gestar. Como en todo acontecimiento de trascendencia las diversas clases y fuerzas sociales existentes (algunas en evidente estado larvario), con sus respectivos intelectuales, se habían encolumnando primero en torno a la resolución de la contradicción fundamental generada por la invasión napoleónica a la península ibérica. Si bien en 1810 no se declara nuestra independencia política, ya que de ser así cabe preguntarse qué cosa ocurrió un 9 de julio de 1816, sí comienzan a definirse las propuestas que con diversos matices y actores sociales van a recorrer todo ese siglo proyectándose al siglo XX y a la primera década del actual.

La Primera Junta surge como insurrección popular en estrecho vínculo con los sectores internos de España que se levantan contra el invasor francés y contra una España negra definitivamente inviable como proyecto colectivo para la época. Pero ya en el seno de la misma convivían quienes daban los primeros pasos para gestar un proyecto nacional-popular, identificándose realmente con la España democrática y revolucionaria, y los que veían la posibilidad de aprovechar los hechos sólo para establecer vínculos comerciales con el nuevo imperio del siglo XIX. En principio la revolución no se realiza contra toda España, sí contra la España retrógrada, profundamente antidemocrática, antiburguesa, identificada con un oscurantismo medieval que agonizaba en Europa. Pero cuando el rey Fernando VII regresa al poder termina decepcionando tanto a los sectores que habían luchado internamente contra el invasor francés, como a los que en América realizaron la revolución popular aunque sin renegar en principio de su autoridad. La miopía de Fernando VII no hace más que dar el pie necesario para que aquella incipiente contradicción presente ya en la Primera Junta terminara de manifestarse. Por eso dos visiones desplegarán sus contenidos expresando intereses concretos opuestos: por un lado un modelo de desarrollo económico autosostenido y políticamente popular integrado al contexto latinoamericano, por el otro un proyecto balcanizador y elitista que gestaría veinte repúblicas ficticias convertidas en simples eslabones de un sistema capitalista mundial dominado por un nuevo imperio.

En la primera etapa, durante la revolución, fue Mariano Moreno con su Plan de Operaciones quien desarrolló una propuesta de claro contenido nacional , popular y democrática, en la que Estado asumía un rol clave para impulsar un capitalismo autosostenido a falta de una burguesía productiva que pudiese hacerlo como en las principales potencias europeas de la época, o como finalmente ocurriría en EE.UU. cuando el Norte se impuso al Sur. Pero también durante esa primera etapa Saavedra expresó una línea adversa al morenismo, el primer eslabón de un modelo librecambista conservador, y por lo tanto favorecedor de un a nueva dependencia que poco después profundizaría en esas primeras décadas y desde un supuesto progresismo Bernardino Rivadavia.

Moreno y Saavedra
Las figuras de estos dos integrantes de nuestro primer gobierno actuaron como aglutinantes de dos proyectos antagónicos con bases sociales muy distintas. La propuesta de Moreno marca el punto de partida de los intentos más serios por impulsar un capitalismo autóctono, si era posible vinculado a la España revolucionaria, pero siempre liberándonos de la España negra que era esencialmente antiburguesa. El morenismo representaba en 1810 la posibilidad de un desarrollo autocentrado en el Río de La Plata e integrado con el resto de Latinoamérica. Si bien se identificaba con la España revolucionaria por lo que no renunciaba a todo vínculo con ella, simultáneamente consideraba necesario prepararse por si los revolucionarios eran vencidos en la península. Para Moreno y los morenistas estaba claro que las posibilidades de desarrollo económico, libertad, justicia, democracia nada tenían que ver con la España negra de los nobles y la fracción más retrógrada de la Iglesia, aunque tampoco consideraba posible que esos logros se conquistaran mediante una política de puertas abiertas con la librecambista potencia inglesa.

Moreno era partidario de una sustancial modernización de la economía agrícola, ganadera y minera pero simultáneamente consideraba que ningún país que no tuviese industria podía ser independiente, de allí la necesidad de favorecer la industrialización nativa. La falta de una burguesía productiva sin embargo, lo lleva a proponer al Estado como agente necesario para impulsar dicha actividad. La expropiación de fortunas parasitarias (de comerciantes y grandes ganaderos) constituía por otra parte el paso inicial y realmente revolucionario para promover una actividad que garantizaría el desarrollo no sólo económico-social sino también político e ideológico-jurídico. En el plano interno se manifestó respetuoso de las autonomías provinciales, pero simultáneamente consideraba la insurrección como un proceso que debía abarcar al conjunto latinoamericano, poniendo especial énfasis en Brasil para el logro del objetivo principal.

Otros compatriotas suyos creyeron en cambio que podríamos tener instituciones modernas con una economía al servicio de nuevos intereses ajenos a la Patria Grande. Lo curioso es que el que habitualmente ha cargado en nuestra historiografía con el mote de idealista fue Mariano Moreno, cuando no existe mayor idealismo que creer que la superestructura jurídica y política puede gestarse independientemente de las condiciones materiales existentes. Desde dicha postura, si la llevamos a un ejemplo extremo (pero esclarecedor para lo que queremos expresar), se podría sostener que las constituciones liberal-democráticas no fueron concebidas en la etapa primitiva de la humanidad tan sólo porque a nadie se les ocurrieron. Semejante disparate sin embargo está implícito en la lógica idealista que supone que toda realidad no es otra cosa más que la materialización de una idea. Mientras que en el Plan de Operaciones se parte de una clara visión de la realidad material y se pretende modificarla a partir de la intervención del Estado, ya que esa misma realidad es la que le indica a Moreno que por un lado carecíamos de una burguesía nacional pero por otro no era posible ser libres sin un desarrollo económico autocentrado

Lo dicho anteriormente no supone desconocer que las fuerzas sociales con la que contaba Mariano Moreno para impulsar su proyecto material y político eran débiles. Tuvo el apoyo de intelectuales jacobinos como él, entre ellos se destacaba su continuador Bernardo de Monteagudo, sin olvidar que el mismo plan surgió por encargo de Manuel Belgrano. También contaba con el apoyo de sectores militares partidarios de esas ideas y que ya habían luchado en España junto a los sectores revolucionarios. En el caso concreto de San Martín, si bien llegó a Buenos Aires cuando Moreno ya había muerto, no fue ajeno a las ideas de su plan y llevó algunas a la práctica en Perú. Desde ya esa base social concreta no era suficiente; hubiera sido necesario un importante trabajo cultural para difundir dichas ideas entre sus seguros beneficiarios, ya que la estructura económico-social heredada del virreinato favorecía proyectos de continuidad en la dependencia, con escaso desarrollo de las fuerzas productivas y su eje (con cabeza en la ciudad puerto de Buenos Aires) orientado hacia la exportación. Sin embargo esa particularidad simultáneamente volvía inviables las instituciones europeas que en estas tierras pretendía instaurar los partidarios del librecambio.

En cualquier momento de la historia, y este no fue una excepción, los cambios revolucionarios surgen de la convicción de que la realidad no sólo es como es (lo objetivo) sino que además puede ser modificada (conciencia y voluntad para le necesaria transformación). Ambas cuestiones forman parte de un abordaje dialéctico de la realidad, ni idealista ni empirista. Pero para ello se necesita que las ideas de avanzada tengan la posibilidad de ser difundidas entre las clases y sectores que objetivamente se beneficiarán con las mismas, como en este caso el colectivo integrado por las masas del viejo virreinato del Río de La Plata y del conjunto de la Patria Grande. La muerte de Moreno en alta mar fue por lo tanto una excelente noticia, aunque no inesperada, para los continuadores de la cultura de la dependencia

Los partidarios de un proyecto superador del colonialismo impuesto por la España negra, pero no de un nuevo tipo de dependencia generadora de atraso con respecto al capitalismo triunfante en Europa, contaban con una base social mucho más significativa que la del morenismo. Los saavedristas expresaron los intereses de la burguesía comercial que operaba en el puerto de Buenos Aires (antiguos contrabandistas nacionales e ingleses y algunos comerciantes españoles acomodados) y de los ganaderos que producía para la exportación. A estas dos clases se agregan jefes militares de línea de origen oligárquico e intelectuales que mutaron los principios de la revolución francesa por un limitado e inconveniente librecambismo comercial. El predominio de los sectores liberales rápidamente se plasmó en medidas contrarias al desarrollo de un capitalismo nacional. Por un lado los derechos de artículos importados fueron reducidos de un 48% al 12%, por otro se permitió la libre exportación de oro y plata. Mientras que Moreno proponía en su Plan exactamente lo contrario: expropiar la riqueza minera, su explotación a cargo del Estado y prohibir las importaciones de bienes suntuarios.

Con respecto a la cuestionada (por la historia mitrista) autenticidad de Un Plan de Operaciones gestado por la pluma de Mariano Moreno, sostiene el historiador Juan Carlos Jara:
“…no es cierto –y existe suficiente documentación probatoria- que los hombres de la Junta no hayan hecho alusión al Plan en su correspondencia privada. Es más, esas cartas y documentos más o menos secretos, evidencian también la autoría irrefutable de Moreno.
Lo cierto es que a nivel historiográfico la autenticidad el Plan de Operaciones ya no se discute. La disputa se zanjó definitivamente en 1952 cuando Enrique Ruiz Guiñazú (padre de Magdalena y político nacionalista tan simpatizante de Lord Strangford como de Benito Mussolini) destinó las casi 400 páginas de su libro “Epifanía de la libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo” a demostrar, minuciosamente y sin lugar a equívocos, que el Plan de Operaciones fue efectivamente concebido y redactado por Mariano Moreno y entregado a la Junta de Mayo el 30 de agosto de 1810”
(2).
Por su parte Jorge Abelardo Ramos afirma que Ricardo Levene en su Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, al igual que Groussac en sus artículos publicados en “La Biblioteca” desconocen la legitimidad del Plan de Operaciones. Pero agrega:
“El propósito no es erudito, sino político. Disociar a Moreno del Plan es indispensable para despojar a la Revolución de Mayo de su carácter latinoamericano y subordinarla al librecambio británico. Puiggrós en la obra ya citada (Ramos se refiere a La época de Mariano Moreno), deshace por completo la impostura seudocientífica "(3).

El mismo Ramos emite dos juicios que resultan muy significativos en relación a las dos figuras que dividían a nuestro primer gobierno criollo.
1. “La fama que rodea a la Representación de los hacendados” ha servido para sumir en la oscuridad el “Plan de operaciones”. Verdadera síntesis política del genio de Moreno, este último es el elemento decisivo para interpretar la naturaleza de la Revolución de Mayo y la razón de su eclipse. Los modernos apologistas oligárquicos del 25 de Mayo, que no son sino los agentes nativos del imperialismo, los ladinos democráticos que sostienen a la clase ganadera y a las fuerzas retardatarias, insisten en presentarnos el año 10 como la fecha nupcial de la joven argentina con su amigo británico. Prefieren pasar por alto la lucha del partido morenista, no por breve y trágica menos significativa, y glorificar los acontecimientos de Mayo bajo el signo del librecambismo más puro” (4).
2. “La caída de Moreno, por obra de la tendencia saavedrista, cuya ideología liberal conservadora se adaptará perfectamente a las necesidades de la burguesía comercial porteña pro británica, cierra el capítulo auténticamente revolucionario de Mayo”(
5)

Lo que intentamos expresar en definitiva es que ya en 1810 se van perfilando dos culturas distintas: una nacional-popular que se orienta hacia la construcción de lo que realmente era sinónimo de progreso en esa época, un capitalismo nacional, por lo tanto no dependiente; otra dará el primer paso hacia la gestación de un régimen semicolonial, es decir un nuevo tipo de dependencia, ya no como colonia de España, sino como un país formalmente independiente pero transformado en apéndice de la economía británica. Los arquitectos y apologistas de esa segunda cultura nos presentaron (y aún lo siguen haciendo) a la Revolución de Mayo como un proceso contra toda España y a favor del libre comercio probritánico. Norberto Galasso sostiene que hay varios mitos en torno a este proceso histórico:
“El central es decir que la Revolución fue en contra de España. Los pueblos originarios casi no intervienen, si bien después sí lo hacen en las guerras del Norte o con Artigas. Pero entre los hombres de Buenos Aires no hubo participación de los pueblos originarios. Eran criollos, hijos de españoles. La versión oficial pretende vincular la Revolución al comercio libre con los ingleses. Ese mito permite a Mitre levantar la bandera de la Revolución de Mayo con la de la libre importación y crear una semicolonia ganadera primero, y luego agrícola ganadera. Es decir, justifica la subordinación del país a Gran Bretaña. Allí hay varias mentiras juntas” (6).

Otra cuestión fundamental a tener en cuenta es que el carácter latinoamericanista de la revolución que Mariano Moreno defiende en su Plan de Operaciones, definitivamente contrario a la balcanización gestada por la cultura librecambista y dependiente que finalmente se instaló, está presente en el desarrollo concreto de los acontecimientos. Recurramos nuevamente a Galasso:
“La Revolución empieza en 1809, en Chuquisaca y en La Paz; sigue enCaracas, en abril de 1810; después en Buenos Aires, en mayo de 1810; luego, en septiembre, en Chile y en México; y en febrero de 1811 con Artigas. Es un solo proceso. Lo que pasa es que la historia oficial se construyó desde la perspectiva porteña, probritánica. Los historiadores al servicio de la clase dominante, como Levene, han seguido esa línea, que no es más que una fábula” (7))

La historia como proceso

En tanto la historia no es una mera colección de hechos muertos que quedaron en un lejano pasado sin ninguna conexión con la actualidad como pretenden demostrar algunos ideólogos de las clases dominantes, sino un proceso que se manifiesta en el presente y tiene sus proyecciones hacia el futuro, debemos considerar a Mayo de 1810 como un punto de partida para dos tipos de cultura que, desaparecidos de la escena Moreno y Saavedra, han tenido nuevas manifestaciones, cada una adaptada desde ya a un contexto específico, pero continuidades al fin de lo que por aquellos años comenzaba a perfilarse. Un capítulo aparte merecería el abordaje de la etapa anterior a las jornadas de mayo, pero no es el objetivo de este artículo.

Moreno alcanzó con su Plan de Operaciones la formulación teórica más elevada de un proyecto nacional latinoamericanista y popular para el siglo XIX, si bien su caída y muerte marca el fin del “capítulo realmente revolucionario de mayo” como bien señalara Ramos, no es menos cierto que a lo largo de dicho siglo hubo prácticas culturales que mantuvieron en pie la posibilidad de defender una cultura de la liberación como contracara de la cultura de la dependencia. Precisamente eso expresaron federales y unitarios. Sin embargo, en el caso de los federales, hubo por sobre todas las cosas prácticas concretas más que teoría revolucionaria, y esas prácticas tuvieron más que ver con un defensa de lo propio ya existente que con un proyecto revolucionario para el futuro. Seguramente fue José Gervasio Artigas quien levantó con mayor claridad y osadía las banderas para una cultura general de la liberación, sintetizando en su planteo el proteccionismo económico, la reforma agraria y la unidad de la Patria Grande.

En otras prácticas de la época la cultura de la liberación se manifiesta en el federalismo provinciano a través de una política económica proteccionista, que intenta defender la producción nacional de tipo artesanal ante la importación de bienes industrializados por Europa, fundamentalmente por la muy desarrollada industria inglesa. Esas economías provincianas tienen por otra parte un correlato simbólico que se expresa en la música, literatura, pintura y otras artes que constituyen una cultura autóctona más cercana al conjunto de América Latina que a la cultura material y simbólica que propiciaron los unitarios u otras manifestaciones políticas que adoptó el liberalismo oligárquico a lo largo del siglo. Uno de los intelectuales más representativos del mismo fue Sarmiento, quien plasmó en su planteo dicotómico las dos culturas que se enfrentaban. Desde su plena identificación con una de ellas el sanjuanino se refirió a la “civilización” y la “barbarie”.
“Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU. "(8).

Sarmiento proponía entonces reemplazar la cultura latinoamericana, que en realidad era el producto de la fusión entre los pueblos originarios y la colonización ibérica, por aquella que provenía de la Europa más avanzada.
“Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana” (9).

Esas dicotomías formuladas con enorme claridad intelectual, y que con las diferencias propias de contextos distintos no dejan de expresar la continuidad de los proyectos culturales presentes ya en las jornadas de mayo, no fueron exclusividad del siglo XIX. Tanto el siglo XX, como esta primera década del XXI las culturas de la liberación y de la dependencia han encontrado sus respectivas expresiones. Seguramente este festejo del bicentenario tiene un significado bien distinto según el espacio cultural en el que nos ubiquemos. No es exactamente lo mismo levantar la figura de Mariano Moreno y su Plan de Operaciones desde el bloque nacional-popular en este siglo XXI, que adscribir al librecambio y la balcanización latinoamericana que acompañó el proyecto y acción de los intelectuales del bloque oligárquico-imperialista. Desde nuestra perspectiva este mayo de 2010 celebramos un proyecto de liberación, e invertiremos nuestro mayor esfuerzo para materializarlo.

La Plata, mayo de 2010

Bibliografía

(1)Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional, (páginas 47, 48). Editorial Plus Ultra 1973.

(2) Ramos, Jorge Abelardo: Tomo 1 de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina (Las masas y las lanzas), pagina 32 (pie de página), Editorial Plus Ultra, 5º edición, 1973, Buenos Aires.

(3)Jara, Juan Carlos: Plan de Operaciones, el programa de la revolución, publicado en Reconquista Popular el 4 de mayo de 2010

(4)Ramos, Jorge Abelardo: Obra ya citada, página 32

(5)Ramos Jorga Abelardo; obra citada página 36

(6)Galasso, Norberto: Entrevista en La Gaceta Literaria, 2 de mayo de 2010. Tucumán, Argentina. Publicada digitalmente en Reconquista Popular

(7) Galasso, Norberto: entrevista ya citada

(8) Franzoia, Alberto J.: Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo, artículo publicado digitalmente en La Tecl@ Eñe, Septiembre de 2009

(9) Franzoia, Alberto J.; artículo ya citado

Lapolla Alberto/Reflexiones sobre el Bicentenario de la Emancipación Continental

Reflexiones sobre el Bicentenario de la Emancipación Continental *
Por Alberto J. Lapolla*

*Artículo escrito para la revista electrónica la Tecl@ Eñe

¿Qué festejamos?
Entendemos por Bicentenario el festejo de nuestro proceso emancipatorio continental, que si bien inicia esta etapa, el 25 de mayo de 1809 con la Revolución de Chuquisaca en Bolivia, encabezada por nuestro gran tucumano Bernardo de Monteagudo, proceso que continúa también en 1809, con las Revoluciones de La Paz y Quito, las tres brutalmente reprimidas por el poder absolutista español y católico. Represión que no puede sin embargo, repetirse ya en 1810, cuando la noticia del colapso definitivo de España llega a Sud América y estalla la segunda y definitiva etapa de Emancipación con el inicio de las revoluciones de Caracas, Buenos Aires, México, Bogotá, Santiago de Chile, ciudades de la Banda Oriental, Paraguay, Guayaquil, y prácticamente todo el continente, dando inicio al proceso de Liberación continental del dominio del Imperio Español.

El proceso emancipatorio abarcará así, un período histórico de casi dieciséis años pues, la batalla final se librará en diciembre de 1824 en Ayacucho, también en el Alto Perú, y si se quiere ser más precisos, hay una última batalla también en el Alto Perú en Tumusla en febrero de 1825, que completa la derrota definitiva de las tropas españolas en Sur América. El hecho de que el proceso emancipatorio comience y concluya en el Alto Perú (Bolivia) habla a las claras de la importancia que el Perú y el Alto Perú poseían para el infame Imperio español, pues era de allí de donde extraía ingentes riquezas, en base a la explotación masiva de la masa indígena. Baste señalar que sólo en las bocaminas del Cerro de Potosí y de Huancavelica, de donde los españoles nos robaban nuestra plata y nuestro oro, murieron entre 1550 y 1820 ocho millones de hermanos indígenas. Para tener una idea de qué hablamos cuando mencionamos el infame saqueo español, ocultado o disminuido por los hacedores del Primer Centenario, que querían celebrar nuestra ‘herencia hispana’ y comenzaron a hablar de la Madre Patria, palabra que jamás pronunciaría ninguno de nuestros próceres de la emancipación en todo el continente, llegando a reducir nuestro himno para hacerlo menos americano y menos antiespañol. Para saber de que hablamos cuando decimos saqueo, podemos citar la investigación del historiador venezolano Uslar Petri, quien logró saber que, ‘Consta en el Archivo de Indias. Papel sobre papel, recibo sobre recibo, firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a Sanlúcar de Barrameda 185 mil Kg de oro y 16 millones Kg de plata provenientes de América.’ Es lógico suponer que la cifra total robada por España a los pueblos americanos hasta 1824 sea por lo menos el doble de esa cifra fabulosa, proveniente mayoritariamente de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y México.

Es destacar también que la Revolución continental no sólo comienza y termina en el Alto Perú, sino que también hay un hombre que la recorre del principio hasta el final, pues Bernardo de Monteagudo, encabeza la primera revolución chuquisaqueña y termina el ciclo siendo primer ministro de Bolívar en el Perú, a cargo de redactar la Constitución Continental que el Libertador pensaba aprobar en el Congreso Continental de 1826 en Panamá, después de haber sido secretario de Castelli, fue el alma de la Asamblea del año XIII, Plenipotenciario del Ejército de los Andes, Ministro de San Martín en el Perú y finalmente de Bolívar. Monteagudo sería asesinado en 1825, por quienes se oponían a los planes del Libertador como ya lo habían sido con anterioridad quienes lo antecedieron en la tarea: Mariano Moreno, Martín Güemes, siguiendo luego el mismo destino Manuel Dorrego y el glorioso Mariscal Antonio José de Sucre

Siendo así si bien la mayoría de nuestros países festejan el bicentenario o comienzan a festejarlo durante el 2010, hay que reconocer que el proceso comienza antes y termina después.

Un proceso más largo

Sin embargo, a fuerza de ser precisos, el proceso emancipatorio abarca un período histórico aun más largo, que se inicia alrededor de 1780, cuando da comienzo la gran rebelión libertadora de nuestro padre, el Inca Túpac Amaru II. Es a partir de allí que el corazón de América se conmueve al calor de los cambios que venían ocurriendo en el mundo y ya no se aquietará hasta Ayacucho. Pese a que a los historiadores eurocéntricos y de mentalidad colonial o racista, pretendan ocultarlo, la gran rebelión tupamara se inserta exactamente entre las Revoluciones Norteamericana y Francesa. Es decir entre 1774 y 1789, su inserción como efecto directo de la Revolución Norteamericana en la América española (como señala el notable historiador Boleslao Lewin), es algo tan evidente que solo el racismo profundo del eurocentrismo puede intentar tapar. Desgraciadamente este eurocentrismo también abarca a Marx y a Engels, quienes no fueron capaces de advertir, tamaña revolución que involucró a cien mil indios en armas, y se extendió desde El Ecuador hasta Tucumán, un área que deja muy pequeñita a la superficie de Francia o a la de las trece colonias norteamericanas, llegando a sublevar a los pueblos ranqueles y mapuches del sur bonaerense que atacaron y arrasaron a las poblaciones españolas del sur y del oeste hasta Luján. Según señalara Lewin, la rebelión tupamara es la mayor de las revoluciones de los pueblos del Tercer Mundo hasta la llegada de la segunda guerra mundial. Cabe aclarar que el terror español asesinará a doscientos mil indios en represalia por haberlos desafiado. Pero claro, la revolución tupamara era una revolución india, por lo cual se proponía y debía, liberar a todas las clases y capas sometidas de la sociedad. Por ello entraba en conflicto con los criollos ricos, que al igual que los españoles explotaban a la masa india y esclava. Así será Túpac Amaru, el primer hombre en toda la modernidad en proclamar en 1780, la abolición de la esclavitud y la independencia de América. Túpac Amaru propuso la unidad a los criollos pero éstos no la aceptaron, pues si bien querían liberarse de España, no deseaban acabar con el dominio sobre los indios y los negros esclavos y mucho menos devolverles las tierras a los indios.

En esta contradicción se desarrollará la tragedia de nuestra revolución emancipatoria, que quedará inconclusa como Revolución de Independencia de España, pero no resolverá la redención de las masas. Con un agravante: el sujeto de la revolución debían ser las masas indias que constituían los dos tercios de la población. En Buenos Aires vivían 40.000 personas pero entre Buenos Aires y Lima –corazón del Imperio español y de nuestra región- habitaban tres millones de personas: 2.5 millones eran indios. Nadie podía pensar seriamente en liberarse de la principal potencia mundial hasta entonces, sin apelar a la mayoría. Pero claro eso implicaba una marcada tendencia libertaria del proceso revolucionario, que la derecha patriota aliada al partido español (Godo) no estaba dispuesta a aceptar. El sector revolucionario de nuestra burguesía, lo que llamaríamos la ‘izquierda’ del partido Patriota (Miranda, Castelli, Moreno, Belgrano, O’ Higgins, Bolívar, San Martín, Sucre, Dorrego, Hidalgo, Morelos, Monteagudo, Gaspar Rodríguez de Francia, Güemes, Guido y Artigas) querían la liberación de España pero además, promovían la liberación de indios y esclavos y el consiguiente reparto de tierras y devolución de derechos, tal como hizo Castelli en el Alto Perú, Belgrano en las Misiones, Artigas en su Confederación de Pueblos Libres, San Martín en Cuyo y el Perú y Gaspar Rodríguez de Francia en el Paraguay. Pero la ‘derecha’ del partido Patriota (Saavedra, Martín Rodríguez, el Deán Funes, Rivadavia, Viamonte, Sarratea, Rosas, López) querían la independencia de España, pero de ninguna manera aceptaban una revolución social que implicara la redención del indio. Y este conflicto entre la revolución india y la revolución criolla, es decir, entre una revolución de liberación nacional y social y otra sólo de liberación nacional, estalla apenas producida la revolución, y es la razón del derrocamiento y posterior asesinato de Moreno, de la traición a Castelli en Huaqui y de la derrota sucesiva de todos los próceres de la emancipación. Crisis que continua hasta nuestros días en la célebre consigna ‘piquete y cacerola, la lucha es una sola’ o en el conflicto étnico racial que particiona a las sociedades indoamericanas entre su base india, negra y mestiza y sus clases dominantes blancas de origen español, desde 1492. Aristocracias hijas de los encomenderos españoles, que no se consideran iguales a la base social morena. Tal como expresara, por ejemplo, el comodoro Güiraldes, entre muchos otros terratenientes: ‘nosotros somos los descendientes de los conquistadores’. En otras palabras, nada tenemos que ver con ese pueblo moreno y mestizo -la negrada- que nos debe rendir pleitesía y sobre quienes somos superiores. Y lo más grave que allí subyace como mensaje implícito, de la estructura económica indoamericana: las tierras que nuestros abuelos les quitaron, son nuestras y no las repartiremos. Mitre supo expresarlo con mayor crudeza: ‘Nosotros no somos americanos, somos europeos en América.’ Sarmiento lo expresó con su brutalidad habitual: ‘La clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla. (...)Cuando decimos pueblo entendemos los notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara, ni gauchos, ni negro, ni pobres, ... Somos la gente decente, es decir patriota.’ Y respecto de ‘nuestros paisanos los indios’ el ‘Padre del Aula’ fue más brutal aun: ‘¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado.(...) Es permitido entonces quitarles la vida donde se los encuentre.’ En estas palabras atroces de Mitre y Sarmiento, pronunciadas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando las bases de las repúblicas oligárquicas estaban ya consolidadas, y la balcanización de la Patria Grande soñada estaba garantizada, quedaba claro quién ganó finalmente sobre el destino de América y los proyectos de mayorías o de minorías.

El destino de la Revolución

Otro elemento que debe ser incluido en la historia de nuestro proceso emancipatorio es la Revolución negra Haitiana que continúa a la revolución de Túpac Amaru, y abarca una lucha feroz y despiadada contra Inglaterra, Francia y España entre 1790 y 1804, llegando a ser la primera república libre de América, y a su vez sostén y soporte de los revolucionarios del Norte de América del Sur y del Caribe, que buscaban refugio en sus solidarias tierras. El hecho de que la revolución haitiana fuera una revolución de esclavos negros triunfantes sobre los tres ejércitos más poderosos de la tierra –allí fue derrotado el general Moreau enviado por Napoleón para acabar con la rebelión de los negros- sea ocultada como antecedente directo de la revolución continental, muestra también el racismo eurocentrista y de las propias oligarquías americanas. Puede decirse que hay un continiun entre el alzamiento Tupamaro –es bueno recordar que nuestros próceres se llamaban a sí mismos Tupamaros- la gran revolución haitiana y el estallido final en la América española de 1809-1810. Será el propio Libertador Bolívar quien reconozca que sin la ayuda aportada por el presidente haitiano Petión a la causa de la libertad americana, ésta no habría sido posible. Pero claro una república de esclavos negros libres en medio del Caribe, suena aún más insoportable para las oligarquías, que la propia restauración del Inkario propuesta por Túpac Amaru, Miranda o Belgrano. Los Estados Unidos una ‘república esclavista’ si es que ello fuera posible, será la principal enemiga de la revolución haitiana y no cesará de hostigarla, por el mal ejemplo que tenía sobre sus esclavos, hasta aplastarla en la segunda mitad del siglo XIX e invadirla durante un largo ciclo.

El proceso de nuestra revolución se extenderá entonces como proceso revolucionario desde 1809 hasta aproximadamente 1830, cuando las oligarquías terratenientes, mineras y obrajeras, logren hacerse del poder y eliminar a los jefes revolucionarios a lo largo de todo el continente. Se producen entre 1829 y 1830, las muertes y asesinatos decisivos de Bolívar, Sucre y Dorrego, unidas a los destierros y expatriaciones de San Martín, O’ Higgins, Artigas y los asesinatos previos de Monteagudo, Güemes y Moreno y las muertes de Castelli y Belgrano. De tal forma la revolución es derrotada, la Patria Grande es fragmentada en republicas sin destino y los terratenientes hijos de los encomenderos españoles se hacen del poder, comenzando el exterminio y explotación sin fin, de las masas indias restantes. Solo habrá una excepción: El Paraguay, donde el jefe revolucionario Gaspar Rodríguez de Francia –miembro de la Logia Masónica Continental, presidida por Miranda, al igual que el resto de nuestros revolucionarios nombrados. Francia aplicará a rajatabla el Plan de Operaciones de Moreno –el plan de la Logia- y así será el único país americano, donde los ideales de la revolución se aplicarán, constituyendo una nación plural, con el idioma y la cultura guaraní en el centro y con un desarrollo autónomo y soberano sin latifundio y con desarrollo preindustrial propio. Esto será así, hasta el último tramo del siglo XIX, llegando el Paraguay a ser el país más avanzado y desarrollado de la América española, con ferrocarriles y metalurgia propios, hasta que sea devastado en la guerra de la Triple Infamia por Argentina Brasil y Uruguay bajo comando británico, completando así la derrota de la revolución continental.

Objetivos de la revolución

Uno de los temas más controvertidos y falsificados de nuestra historiografía, en ambas versiones, la mitrista liberal probritánica o la revisionista católica-rosista de cuño hispano, es la ubicación de los objetivos de la Revolución. En principio la Revolución es continental americana, es decir a ninguno de los jefes de las distintas revoluciones se le ocurría pensar en crear naciones aisladas dividiendo la gran nación americana, sino que ubicaban una gran confederación del conjunto, integrando una gran nación desde el Río Mississippi (extremo norte de México, por entonces) hasta el Cabo de Hornos, tal cual lo había planteado Miranda y así sería el plan hasta la muerte de Bolívar y si se quiere de San Martín, quien morirá amargado por no hallar la oportunidad de encontrar un resquicio para retomar la unidad continental. Tal vez quien mejor exprese esta situación de objetivos y de realidad contrariada, sea Artigas. Cuando en 1835 el gobierno uruguayo envíe una misión a buscarlo al Paraguay, el gran jefe federal dirá sin ambages, negándose a salir del Paraguay: ‘Yo luché por la Patria Grande Americana y ustedes me traen un paisito. Yo ya no tengo Patria.’ Sería Juan José Castelli quien en 1811, en ocasión del primer aniversario de Mayo, el 25 de mayo de 1811, ante los monumentos sagrados de Tiwanako, exprese con toda claridad el objetivo continental de la revolución: ‘Toda la América española no formará en adelante sino una numerosa familia que por medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas naciones del mundo antiguo.(...) Preveo que allanado el camino de Lima, no hay motivo para que todo el Santa Fe de Bogotá no se una y pretenda que con los tres y Chile, formen una asociación y cortes generales para forjar las normas de su gobierno.’ El mismo Castelli era el jefe de una logia masónica independentista, que se extendía desde Buenos Aires hasta Quito, vinculada directamente a la de Miranda con sede en Londres y Cádiz. A la derrota y muerte de Castelli en octubre de 1812, esta Logia pasará completa a engrosar la Logia Lautaro fundada por Alvear y San Martín, previo derrocamiento del Primer Triunvirato rivadaviano. En esta segunda etapa de la Logia, con el protagonismo decisivo de Bernardo de Monteagudo, Tomás Guido y Nicolás Rodríguez Peña quienes acompañarán al Libertador en toda la campaña continental. Siendo como dijimos que Monteagudo seguirá luchando luego junto a Bolívar.

Otro aspecto a destacar es que la Revolución es desde su inicio de Independencia de España, pese a cierta participación del proceso juntista español entre 1808 y 1809. Será en una de esas reuniones de las Cortes cuando quede claro que los liberales españoles no quieren otorgar libertad a América, que el delegado peruano Dionisio Inca Yupanqui, proponga a las Cortes españolas en diciembre de 1810, que ahora que España conoce lo que es estar ocupada por otra nación, otorgue la independencia a América. La negativa de las Cortes hará decir a Yupanqui una frase que definirá la lucha anticolonial por dos siglos: ‘Un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre.’ Por lo cual ya en 1810, el proceso es marcadamente independista de España sin medias tintas, escondido detrás de la ‘máscara de Fernando’ como propicia Moreno en el Plan de Operaciones, que en su texto por más de siete veces menciona la Independencia de América y su separación de España. Otros lugares de América usan otros ardides, pero todos esconden la idea de la independencia bajo la reivindicación del rey cautivo. Similar es el pensamiento de Miranda, Bolívar, O’ Higgins y Artigas. Pero en todo el continente la revolución, que nace escondida detrás de la prisión de Fernando VII, estalla rápidamente como Revolución de Independencia como reconoce rápidamente el enemigo. En la misma noche del 25 de mayo el depuesto virrey Cisneros, envía un correo urgente a Córdoba pidiendo a Liniers que organice un ejército junto con el asesino Goyeneche, para atacar a Buenos Aires y acabar con la Revolución. La política del terror que propicia Moreno en su Plan, y que algunos, como José Pablo Feinmann objetan, se basa en este saber: el enemigo godo está dispuesto, como ya lo hizo en la Paz y Chuquisaca, a pasar a sangre y fuego a los revolucionarios. En realidad el terror es defensivo frente a esta amenaza real y terrible, pero el meollo del Plan de Operaciones es otra cosa, el Plan es el proyecto político, económico y estratégico de la Revolución y de la nación americana a construir, como lo reconocerán todos quienes lo apliquen, hasta el General Perón. Moreno es muy claro: ‘Son nuestras cabezas o las de ellos. O ellos o nosotros.’ No entender esto es no entender ninguna revolución. Pues bien, la revolución estalla bajo la advocación de Fernando buscando protegerse, asentarse y al mismo tiempo tratando de no ahuyentar aliados, pero ya en julio y agosto del 10, cuando queda claro que el enemigo se prepara para atacar salvajemente, la revolución reacciona como corresponde: Belgrano pide en sesión secreta de la Junta un Plan de Operaciones, Castelli cae con French y sus soldados en casa de Cisneros, el Obispo Lué y los miembros de la Real Audiencia quienes se habían negado a rendir respeto a la Junta y en medio de la noche los embarcan de prepo con destino a España con prohibición de tocar cualquier puerto anterior a las Islas Canarias. Se envía de inmediato una misión militar a Córdoba con la orden de fusilar (arcabucear, escribe Moreno) a Liniers y demás cabecillas contrarrevolucionarios allí donde se los encuentre. La Junta encomienda a Moreno la redacción del Plan, que por supuesto refleja el pensamiento del núcleo de conducción de la Revolución: Castelli, Belgrano, Rodríguez Peña, Julián Álvarez y Moreno. Por último el 24 de agosto de 1810 Castelli fusila a Liniers, cuando la derecha del partido patriota ya aliada con el partido Godo, pretendía traerlo a Buenos Aires para provocar un golpe de estado abortando la Revolución. Está claro que estas acciones descabezan a la contrarrevolución antes de que esta pueda actuar. Y esa será la razón por la cual España no pueda recuperar nunca el territorio comprendido entre Buenos Aires Tucumán y Cuyo, a diferencia del resto de América donde todas las revoluciones estalladas entre 1810 y el 1811 serán subyugadas transitoriamente. España carece de poder propio en el Plata gracias la aplicación a rajatabla del plan de Moreno, Castelli y Belgrano. Es hora que los que acusan a Moreno de ‘cultor del terror’ se enteren de qué se trata. Los posteriores fusilamientos de Castelli en el Alto Perú con el terrateniente y asesino de indios de Paula Sanz a la cabeza, termina de liquidar a los jefes contrarrevolucionarios en territorio del Plata. Ese es el gran mérito histórico del núcleo fundacional de nuestra Revolución, que no pudo seguir adelante con tamaña energía, decisión e inteligencia por la traición y objetivos opuestos del saavedrismo-deanfunismo.

Otro aspecto es el carácter fuertemente indigenista de la Revolución Continental pero sobre todo en el Plata, tal cual se comprueba como señalamos más arriba en el accionar de Castelli, Belgrano, San Martín, Güemes, Juana Azurduy y Artigas.

Otro elemento es que a pesar de buscar el libre comercio para salir del monopolio español, que ahogaba el crecimiento económico, en particular desde que España había dejado de existir como economía marítima, la Revolución, tal cual lo expresa el Plan de Moreno es fuertemente proteccionista y estatista. Al punto que en diciembre de 1810 Moreno prohibirá la salida de metálico de Buenos aires y en 1812 Juan José Paso señalará ‘los daños que el libre comercio sin control estaba produciendo sobre la economía platense’. El tema es que la situación se complicará luego de la pérdida de Potosí siendo que los únicos ingresos corresponden a los de la Aduana. Pero el Plan promueve la idea de un Estado fuerte, autónomo y soberano dada la ausencia de burguesía industrial en nuestras tierras. De allí que Moreno propicie un Estado que desarrolle la industria, la navegación propia (no la tendremos hasta 1944), la agricultura, la minería estatal y hasta una compañía de seguros. Propiciando la expropiación de los mineros más ricos del alto Perú para desarrollar el país. En sus palabras: ‘las medidas a adoptar consistían en expropiar quinientos o seiscientos millones de pesos en poder de cinco o seis mil individuos, expropiación que beneficiaría a ochenta o cien mil habitantes. Esa enorme suma de dinero en manos de una minoría, “no puede dar el fruto ni fomento de un estado, que darían puestos en diferentes giros en el medio de un centro facilitando fábricas, ingenios, aumento de la agricultura, etc.(...) En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan; pero como esta materia no sea de este tratado, paso a exponer los medios que deben adoptarse para el aumento de los fondos públicos’.(..) Moreno encara el problema básico de la Revolución: poner en movimiento y transformar en generadoras de trabajo, bienestar general y riqueza colectiva las cuantiosas fortunas atesoradas por la minoría de monopolistas y usureros. De este modo la agricultura, la manufactura y la navegación podrían desarrollarse y el país se independizaría del comercio extranjero.’ Como vemos Moreno, lejos de alabar el libre comercio en abstracto, plantea un esquema que hoy llamaríamos ‘vivir con lo nuestro’. De manera notable Moreno anticipa casi en un siglo las tareas revolucionarias de los países sin burguesía industrial donde el Estado nacional debe pasar a ocupar su lugar y ser central. Es por esta razón que no se leerá nada parecido al Plan de Operaciones en la historia de las revoluciones del mundo, hasta la llegada de Marx y Engels, y en particular de Lenin y Trotsky, quienes durante la Revolución rusa deberán resolver una situación similar.

Otro rasgo del proyecto revolucionario, que se desprende de lo anterior es su nacionalismo de carácter jacobino, tal cual se planteaban todas las nuevas naciones que estaban surgiendo en el mundo al calor de la revolución burguesa. Esto era así para los Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y Francia. Sólo que ese nacionalismo era americano, es decir para construir la Patria Grande, y no porteño o rioplatense.

En este sentido Moreno advierte que ‘necesitamos de la ayuda británica, pues entraríamos en guerra con España, pero debíamos precavernos de los mecanismos de dominación que Gran Bretaña usaba por medio de las redes e intereses comerciales para dominar a otras naciones’, y ponía como ejemplo el estado en que Gran Bretaña había subsumido a Portugal. Fue tan clara esta advertencia que Raúl Scalabrini Ortiz, señaló: ‘Con la caída de Moreno, una ruta histórica se clausura... La Nación debe constituirse entera en la concepción de Moreno... La ruta de perspectivas que abrió la clarividencia de Moreno estaba definitivamente ocluida... El presintió una grandeza y una manera de lograrla precaviéndose de la artera logrería de Inglaterra. La otra ruta está encarnada en Rivadavia.’

El otro rasgo de la revolución es su claro carácter Liberal, en tanto antiabsolutista, anticatólica y antiinquisitorial, promotora de la Igualdad, la Fraternidad y la Libertad, la libertad de pensamiento, de ideas, de conciencia y religiosa. Este carácter adquirirá su mayor expresión con la Asamblea del Año XIII, (continuadora directa del Proyecto Morenista-Castelliano, ahora con la conducción de la Logia Lautaro) que llegará a quemar públicamente los instrumentos de tortura, suprimirá la Inquisición y la censura del pensamiento, decretará el fin de la explotación de los indios, suprimiendo la servidumbre, la mita el yanaconazgo, el pongueo, y demás gabelas que esclavizaban a la masa indígena, poniendo al Dios Inti (el dios sol de los Inkas) de los pueblos andinos en el centro de la bandera creada por Belgrano que será proclamada como nuestra enseña Patria. También decretará la libertad de vientres, primer paso para abolir la esclavitud. La derrota de Napoleón en 1813-1814, abortará la obra libertaria de la Asamblea, llevando a Alvear a cometer errores políticos gravísimos. Este aspecto se refleja en su claro carácter democrático, antiesclavista, plural en lo religioso y en la libertad de expresión. Tal es así que una de las primeras medidas de Moreno será crear La Gazeta y mandar a imprimir el Contrato Social de Rousseau (libro prohibido si los hubiera), mientras que todos los jefes de la revolución buscarán de crear escuelas por doquier para acabar con el analfabetismo secular de las colonias y de la dominación española.

La cuestión de la Igualdad y la libertad eran esenciales para la sociedad colonial dividida en castas y con millones de indios y negros esclavos sometidos al poder de los españoles y los criollos ricos y sin ninguna forma de libertad de expresión, religiosa o de conciencia. De allí que la cuestión de la Igualdad será la piedra de choque entre ambas alas del partido patriota. En 1810 si no se era liberal o masón, se estaba con la Inquisición y eso es un rasgo que atraviesa a todos los revolucionarios del continente y marca diferencias con la marcha posterior de la misma y sobre todo con la transformación del Liberalismo en el último tramo del siglo XIX, cuando sólo será una herramienta reaccionaria y colonial al servicio de las nuevas potencias imperiales europeas. Pero no era esa la situación en 1810, cuando la masonería y el liberalismo simbolizaban el carácter revolucionario de la burguesía, particularmente en la América Española. Sin embargo a diferencia de las revoluciones norteamericana y francesa la nuestra es mucho más profunda y libertaria, más tupamara que jacobina, en el sentido que en la revolución norteamericana los negros seguían siendo esclavos y los indios objeto de caza. En Francia sus colonias seguían siendo colonias y los esclavos seguían siendo esclavos, cosa que no ocurrió con la nuestra que se proponía suprimir todas las formas de desigualdad liberando indios y esclavos. Tal cual reconoce le historiador canadiense Harry Ferns: ‘La revolución contra España, a diferencia de la revolución norteamericana o de la revolución Francesa o de la cesación de autoridad portuguesa en el Brasil, fue una revolución completa, de carácter social, y económico además de político.’

Por supuesto que estas políticas tendrán varios oponentes de peso: la jerarquía eclesiástica, que no reconocerá la independencia de las naciones americanas hasta finales del siglo XIX y los terratenientes, obrajeros, mineros, los dueños de esclavos y dueños de la economía que no querrán perder sus privilegios y obrarán en consecuencia. La alianza desde finales de 1810 de la derecha patriota con el Partido Godo (Martín Rodríguez y Rosas, por ejemplo) será fatal para la marcha de la Revolución y las clases dominantes lograrán el triunfo sobre el proyecto de nuestros próceres fundantes. Lograremos la independencia, pero al costo de la balcanización territorial y la no redención de las masas indias, mestizas y negras. Pero el proyecto sigue allí y está andando en esta nueva hora americana, donde pareciera que Bolívar ha vuelto a cabalgar.

Una nueva hora americana de la Patria Grande

Para concluir, el Bicentenario nos encuentra a los indoamericanos, en un momento único, en una nueva etapa histórica de unidad continental y lucha contra los modelos coloniales que nos dominaron por doscientos años, regenerando casi completamente el proyecto Emancipatorio original. Procesos como el Venezolano, el Boliviano, el Ecuatoriano, el Argentino, el Nicaragüense, el Salvadoreño, el Uruguayo, el Paraguayo, el propio hecho que Brasil sea parte central de la unidad continental y encabece un proceso de independencia económica y política muy fuerte de la región, abre esperanzas de que los pueblos del Sur del Río Bravo (nuevo límite de México impuesto por los Estados Unidos que robó la mitad del territorio azteca) logremos la unidad y la definitiva Independencia soñada por nuestros maravillosos padres que encendieron la llama de la libertad, la fraternidad y la igualdad, reformulados en los nuevos parámetros revolucionarios actuales.. Desde el tiempo de la primera Emancipación no ha habido otra etapa de nuestros pueblos como ésta, con tantas posibilidades de concretar la unidad de la Patria Grande. La Unasur, el Alba, el Mercosur, la propuesta de una Organización de Naciones de Suramérica y el Caribe, son todas iniciativas que nos llevan a un nuevo tiempo histórico donde conviven distintos proyectos, que van desde los proyectos de capitalismos nacionales como los de Argentina y Brasil, hasta una revolución política cultural tan profunda como la Boliviana que sacude la dominación occidental de quinientos años sobre los pueblos indios de los Andes y que sin duda es la mayor transformación revolucionaria que está viviendo el mundo actual y que en poco tiempo se extenderá al resto de las naciones indias como el Perú, Guatemala y México, influyendo sobre toda la estructura social del continente. Vivimos un tiempo americano de nuevo cuño, donde aprendiendo de las graves derrotas sufridas (sólo entre los ’70 y los ’90, el Imperialismo norteamericano mató 1.5 millones de indoamericanos, bajo la doctrina de la Seguridad Nacional), donde confluyen procesos más o menos radicales, con otros apenas democratizadores y defensores de su soberanía, pero todos esencialmente antineoliberales y populares de defensa de los intereses de sus pueblos. Todo indica que este nuevo tiempo americano permitirá cumplir los sueños abortados de Miranda, Bolívar, San Martín, O’Higgins, Moreno, Castelli, Belgrano, Sucre, Artigas y Martí. Esperemos que así sea.

1-05-2010
*Historiador e Investigador