Por Horacio González
(para La Tecl@ Eñe)
I
Ser culto es un propósito invisible, paradójico y secreto. Lo primero, porque si se hace explícita la cultura, aparecen los incómodos temas clásicos de la vanidad, la capacidad de humillar y un oblicuo afán de gozar simbólicamente con el sometimiento de los otros. Lo segundo, porque cada vez que se afirma un hecho de cultura, puede perderse su consistencia para que se de luz sobre la presencia real de la cultura en los ámbitos en que solía negársela. Ser culto es siempre una forma inversa de la justicia, sabiduría por el revés. Así, la afirmación cultural debe ser tenue y hasta diluida, incluso fingidamente distraída, si no quiere ser devorada por la paradoja de que lo “cultural” se afirma como fatua dominación, pasando lo “inculto” a ser el modo previo de reconstruir la civilización. Por eso, ser culto es una pasión muchas veces oculta, casi secreta, que se basa en estilo cooperativo y espontáneo, que retiene en la antecámara del pensamiento lo que podría ser una vida que a cada paso destila presunción, dictamen y adiestramiento. Ser culto no es dar cátedra sino hacer inmaterial toda enseñanza.
II
Ser culto es no sólo una pretensión de conocimiento sino un recuerdo actual de conocimientos que estaban anegados, sumergidos en el olvido. Vale más la manera en que emerge un retazo perdido de nuestros recuerdos de aprendizaje, que declarar un conocimiento por la vía de una conclusión actual, recién tomada del anaquel. Ningún conocimiento vigente está seguro, no porque sea falso, sino porque pudo no haberse incorporado a nuestra experiencia real y a una convivencia efectiva en nuestra vida. El conocimiento efectivo surge de nuestro pasado de lectores, de alumnos o de sujetos de cualquier experiencia. Se presenta de repente, envuelto en dudas y dolor por no poder recrearlo tal como se habría presentado antes. Pero la hilacha de un conocimiento transcurrido nos deja aptos en un presente para “ser cultos”. Nadie lo habrá observado, pero demostramos con palabras rotas o inesperadas que sabíamos como expresar lo sabido. Y lo sabido era una lucha visible con su propia ausencia. Ser culto no es una frase de cultura sino las frases deshechas de la cultura en nuestra conciencia rememorante. Salen a luz como cultura y vida al mismo tiempo. Solo ahí somos cultos.
Chagall
III
Ser culto no es negar lo que se sabe sino hacer que lo que se sabe sea una recreación de nuestra experiencia por parte de nuestro arte de vivir el presente. Sin embargo, hay un momento especial para el hombre culto, donde puede asombrar al resto de los hombres con una palabra articulada a conocimientos decisivos, y exponerlos por el tiempo que sea necesario. Será escuchado. Pero eso ocurre muy pocas veces en la vida, y quizás, nunca le ocurra a la mayoría de los hombres. Vuelve aquí la paradoja, porque si tal exposición fuera posible, no sería siquiera la del profesor sino la del profeta, que no es la civilización, sino el balanceo entre la civilización y la barbarie. Entonces, será mejor también demorar ese momento, dejar que ocurra –si ocurre- a cuentagotas, en la esquina de un bar y no sobre el púlpito o la colina. Ser culto es dejar la esperanza de que las cosas no acaban, pero de tal manera que nadie sintió la fuerza obligatoria de un educador y sus doctrinas. Se dijo todo al pasar, para no ser tomado en serio, o para que todo suene en su importancia real, en la casualidad de un tiempo futuro.
Diciembre de 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario
comentarios