15 marzo 2010

Forster Ricardo/ El aturdimiento en la sociedad contemporánea

EL ATURDIMIENTO EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

Por RICARDO FORSTER
(para La Tecl@ Eñe)

La filosofía tiene un recurso a través del cual ciertas sociedades intentaron pensar críticamente el horizonte de la verdad, de la libertad, del conocimiento, de los vínculos, de la relación con los otros. El aturdimiento es aquello que opera como un mecanismo de vaciamiento de toda intervención crítica de matriz filosófica.


El Aturdimiento en la sociedad contemporánea

Creo que una de las características centrales de la sociedad contemporánea es esa mezcla o alquimia de adicción, ruido, mercado, consumo, como si viésemos delante nuestro cómo se van transformando las conciencias, cómo se van colonizando a los sujetos, cómo se los va vaciando de contenido, cómo se los va llenando con insustancialidades, se los va empolvando, de alguna manera, con sustancias tóxicas, se les va quitando la posibilidad de crear una reflexión crítica, de tomar distancia, de correrse de la vorágine. Es una sociedad, que en ese sentido, produce una manía espectacular, es decir podríamos encerrarla en esa frase que dominaba los ’90, el “Pum para arriba”, el fervor, la efervescencia, la supuesta fiesta continua; esa sensación de banalidad, de vacío, que se llenaba con ruido, con insustancialidades, y al mismo tiempo, como complemento y corolario, la depresión. Porque una vez que el acto maníaco se llena, se consume. Porque el acto maníaco tiene una duración, una intensidad y después ofrece el rostro de la desesperanza, del vacío, del nihilismo, de la pérdida de sentido, de lo que en la patología psíquica contemporánea ya domina el escenario que es la gran depresión. Es la paradoja de la época, por un lado lo rutilante, las luces multicolores, la fiesta signada por la idea de gozar e inmediatamente el vacío del goce, la pérdida de sentido, la caída en el abismo, la nada que sigue después de esa sensación de haber supuestamente tocado el cielo con las manos. Me parece que mucho de esto está ligado a un dispositivo del sistema, que tiene que ver con la colonización de las conciencias, como vaciamiento, como embrutecimiento, que principalmente se ceba en los cuerpos de los más jóvenes, aquellos que podrían ser sujetos de una crítica, de una protesta, de una búsqueda de otro tipo de vida y que quedan absolutamente adheridos, absorbidos y son manipulados, vaciados o domesticados, por distintas formas propias del sistema del hiperconsumo. Por un lado, la construcción de una industria de la cultura cada vez más banal, cada vez más enajenante, y por el otro lado, también la proliferación de todo tipo de adicciones. Porque una sociedad de hiperconsumo, de hiper-hedonismo, tanto para los que pueden acceder cómo para aquellos que desean estar dentro de ese hiperconsumo, es al mismo tiempo un sistema y una sociedad que promueve la estructura adictiva de los individuos que la integran. Entonces, para que esa estructura se mantenga, se despliegue y sostenga su intensidad, hay que llenar el vacío ha cómo de lugar. Las formas de llenar ese vacío es a través de esta proliferación o esa mezcla de alcohol, de distintas sustancias que tienden a la alucinación o al fervor con el ruido que viene a llenar los silencios de la vida de una forma absolutamente enajenante. Entonces el escenario es la sensación de que, por ejemplo, los fines de semana son ese territorio donde la subjetividad del joven queda plasmada en un engranaje que la va licuando, que la va vaciando, que la va transformando en un lugar sin intensidad, sin rugosidades, sin complejidades. Esto hay que rastrearlo, entre otras cosas, ya en los años ’60; hay que ir a buscar a las matrices de esto, entendiéndolo casi cómo estructura paradojal. Los años ’60 fueron los de la contracultura, la emergencia del sujeto joven como sujeto rebelde que venía a protestar contra una sociedad injusta, que ya se mostraba como hiperconsumista, contra la sociedad de los padres. Al mismo tiempo que protestaba contra esa sociedad, tenemos el escenario de la guerra de Vietnam, que es una de las puertas principales de entrada al consumo de drogas entre los jóvenes de sociedades opulentas. A partir de los años ’60 deja de haber una relación más minoritaria, más localizada, con algunas drogas para literalmente ver cómo invade sobre esas culturas que venían a protestar contra el capitalismo, aquello que las van a ir de a poco vaciando, secando, corroyendo. Entonces, me parece que es importante leer en un sentido más amplio porque incluso la transformación del pasaje de la marihuana a la cocaína marca el pasaje de una droga como la marihuana, ligada a experiencias comunitarias, ligada a la contracultura de los ’60, a una droga como la cocaína y sus derivados prostibularios como el crack, el paco, que son drogas que se corresponden con una sociedad vaciada, de consumo, hiperquinética. Por un lado la cocaína como droga del ejecutivo o de aquel que está en la cresta de la ola o las formas derivadas y pobres que vienen a vaciar y a destruir los cuerpos de los jóvenes más pobres de la sociedad. Es una combinación altamente compleja que tiene que ver con el capitalismo. El capitalismo es un sistema adictivo, es un sistema de vaciamiento de la subjetividad, es un sistema que va aniquilando la capacidad de intervención crítica de los individuos y que sobre todo se ceba en los cuerpos de los más jóvenes que por muchos motivos son vulnerables a estos estímulos, a estas demandas, a estas exigencias, a esta suerte de conglomerado que, como decía antes, por un lado tiene esta dimensión maníaca y por el otro tiene la dimensión depresiva. Entonces ahí vemos los fenómenos destructivos, los fenómenos de violencia que también hay que vincularlos con la desestructuración de las identidades, la fragmentación de la vida social, el estallido de los vínculos intergeneracionales. Todo eso nos va mostrando y nos va ofreciendo un mapa complicado, un mapa peligroso respecto a lo que son nuestras sociedades.

Ruido y aturdimiento: La colonización de la subjetividad

Creo que pasamos de lo que eran las formas de la enajenación en los sistemas industriales - esa imagen de Chaplin en “Tiempos modernos” repitiendo mil veces el mismo gesto mecánico y esa obstrucción de la alienación en el interior del dispositivo económico - a la alienación del tipo “del ocio” ó alienación de la sociedad del espectáculo. Es lo que Guy Debord llamaba el pasaje a la sociedad del espectáculo. Quiero decir, esa sociedad en que la espectacularización de la vida va atrayendo al individuo de tal modo que el individuo entra como en el interior de una caja donde el ruido, el movimiento, la intensidad, el instante la fugacidad, hacen que literalmente quede desprovisto de su propio lenguaje para decir algo distinto a aquello que se le está ofreciendo y que lo está atravesando. Creo que el sistema no es el Pentágono. Es decir, no son tres tipos que están planificando como dominar a los jóvenes o cómo crear mecanismos para someter al otro pero es el sistema por definición, es un sistema de consumo, es un sistema que va literalmente fragmentando, desnutriendo al individuo de capacidad crítica, vaciando las construcciones identitarias, generando formas inéditas de soledad. Y la paradoja también de este tiempo es que los individuos viven en el interior de sociedades de masas pero al mismo tiempo que parecen que están vinculados con los otros, están más solos que nunca. Los sistemas telemáticos, las formas de la comunicación son sucedáneos de aquello que hoy nos muestra una forma extrema de pérdida de comunicabilidad real y efectiva con el otro, incluso la dimensión de lo privado. Lo privado cada vez más deja de ser el lugar donde el individuo puede mirarse a sí mismo y mirar el mundo desde su propia experiencia para convertirse en un lugar saqueado por la industria del espectáculo y los medios de comunicación. Es decir, la experiencia de cada individuo ya no es propia sino que se da a través de una pantalla de televisión. Entonces esto nos va mostrando una forma, una proliferación del sistema que constituye un funcional para su propio sostenimiento y despliegue, aquello que tiene que ver con el sofocamiento de la capacidad reflexiva, la capacidad de escuchar los sonidos del mundo cuando el ruido lo que hace es ensordecer a cualquiera que habita en la ciudad contemporánea. Son elementos que tienen que ver con la enajenación, con la fetichización del consumo; tienen que ver con la masificación de la vida, con los procesos de obturación, tienen que ver con la metamorfosis del individuo en la sociedad de masas, en la sociedad del capitalismo tardío. En fin, tiene que ver con las nuevas tecnologías que van configurando nuevas formas de subjetividad y van construyendo nuevas estructuras de valores porque no es cierto que la sociedad contemporánea no tenga valores. Toda sociedad se instituye en torno a valores, lo que pasa es que esos valores pueden ser valores despreciables, valores sostenidos en base a la lógica del egoísmo, del embrutecimiento o del sometimiento, o de la maximización de las riquezas o de las ganancias. Toda sociedad se estructura en torno a valores, el problema es cuando los valores dominantes no encuentran confrontación con otros valores que tengan la fuerza suficiente cómo para ponerlos en cuestión. Creo que en un punto lo que ha avanzado es la homogeneización de la cultura y esa homogeneización ligada a la lógica del consumo, de la mercancía, a lo propio del despliegue del capitalismo global, va limitando fuertemente la dimensión libre del sujeto en la sociedad contemporánea. Esto no significa por supuesto, que no haya resistencias, que las hay, que no haya intentos de correrse de esa lógica homogeneizante y enajenante, pero la potencia del sistema sigue siendo todavía mayor sobre todo, insisto, sobre los sectores más lábiles de la población, las franjas etáreas que se sienten más interpeladas por la fastuosidad del discurso y de la oferta de la sociedad de consumo y la sociedad del espectáculo.


La homogeneización de la cultura, el aturdimiento y la función de la escuela y la educación


La escuela está en una crisis muy decisiva. Pensemos que en el tiempo clásico o en el tiempo que se construyó el modelo de la educación pública en la Argentina, pero no sólo en la Argentina, lo que predominaba era una sociedad laica y la educación era la retransmisión de los valores de la república. La educación aparecía como el modelo de construcción de ciudadanía, forjaba los ideales de esa sociedad y de alguna manera acompañaba el rol de los padres. Bien, ese modelo hace mucho tiempo que entró en crisis, estalló y se fragmentó porque las instituciones se vaciaron, porque el corpus ideológico o los relatos que instituían la educación o se debilitaron fuertemente ó literalmente se vaciaron de sentido. Los relatos de la Nación, los relatos de la Republica, los relatos de la equidad, estaban en la educación como valor de la construcción de una profesión, del conocimiento. Eran valores fuertes de la sociedad decimonónica, de la sociedad liberal democrática o de la sociedad pensada en tradiciones igualitaristas. Ahí había un intercambio y una coincidencia pero esta concepción entró en crisis brutalmente en correspondencia con el despliegue mayúsculo de la sociedad de consumo, de la sociedad del espectáculo, de la cultura de las seguridades en el interior de nuestras sociedades, cuando los individuos descubrieron que la orfandad, que el peligro de perder lo que uno tenía, que la garantía de entrar en un trabajo y recorrer todo un camino en el interior de ese trabajo se había roto; que las lógicas del trabajo se habían transformado, que el capitalismo pasaba de una forma productiva a una forma especulativo financiera como núcleo central de su despliegue histórico; que una serie de mecanismos de sociabilización mutaban y la educación también entraba en crisis. Y entró en crisis de una manera muy fuerte porque también empezó a ponerse en cuestión el valor de lo público. La educación fue, o es, uno de los últimos referentes de espacio público que permanentemente está puesta en cuestión. Las clases medias ya prácticamente no mandan a sus hijos a la escuela pública y esto indica una profundización del abismo social, de la fragmentación. Entonces estamos frente a un momento complejo donde la educación no ha logrado salir de un paradigma que la dominó durante mucho tiempo. La educación se halla en una especie de tierra de nadie que la licua, que la pone delante de su propio abismo y no termina de construir alternativas reales en un sentido que podríamos llamar de transformación, de mejora y de construcción de un paradigma que esté a la altura de las demandas de la sociedad contemporánea. Algunos piensan que más tecnología, es decir sumar computadoras a las escuelas, va a mejorar como por arte de magia o por arte de la técnica la circunstancia de la situación educativa y el mundo de los jóvenes. Es una falacia tremenda. He escuchado a periodistas decir por qué no hay computadoras por cada chico, argumentar que si se necesitan un millón de computadoras que cuestan 300 dólares finalmente son trescientos millones de dólares y de esa forma se mejoraría el sistema educativo. Esa quimera, esa utopía que ya atrasa el reloj porque es la utopía del maquinismo y de la liberación a través de la técnica del siglo XIX, esa quimera atrasa en cuanto a que el problema es de otro orden. El problema es del orden de la construcción de los sujetos, de la pérdida de legitimidad, de la fragmentación social, de la crisis identificatoria, de la sociedad del capitalismo tardío. Conforman un conjunto de situaciones que no se resuelven llevando computadoras a las escuelas, como implica la quimera que viene del otro lado del Río de La Plata – Se dice: Uruguay es grande y va a ser grande porque el gobierno de Tabaré Vázquez repartió computadoras - cuando de lo que se trata es de discutir, para decirlo metafóricamente, qué hay adentro de la computadora, qué es una computadora en términos de construcción de redes de sociabilización, qué es la información, qué se hace con la información, qué se hace con niños y jóvenes que no pueden decodificar la construcción gramatical de una frase, y que por lo tanto la computadora lejos de ampliarles la decodificación gramatical lo que va a generar es una distancia mayor respecto, en muchos casos, a la capacidad de decodificar críticamente lo que está pasando a su alrededor. Esto no significa que esté en contra de que los chicos tengan computadoras, lo que quiero decir es que es un elemento más, ni siquiera el más significativo. El elemento más importante es reconstruir redes de participación, redes de contención, que la escuela pública vuelva a ser un lugar referencial, que el docente sienta que tiene un lugar simbólicamente importante en la sociedad contemporánea y no sólo alguien que todos los años lo único que está haciendo es ver como logra que su salario aumente. Que la escuela pública no sea el vertedero de los pobres más pobres de la sociedad. Entonces, yo diría, la educación tiene una responsabilidad clave a la hora de revisar la trama de una sociedad pero la educación es deudora de concepciones políticas, económicas, de tramas ideológicas, de circunstancias propias del orden del sistema. Esto conlleva un trabajo urgente, complejo, que implica dar pasos. No se trata de esperar que cambie el mundo para mejorar la situación de nuestros niños o nuestros jóvenes porque si no estaríamos en un gesto de pasividad. Se trata de ir avanzando sobre todo aquello en que se pueda ir avanzando para ir creando condiciones para abrir la dimensión de la participación y la reflexión crítica en todos aquellos que hoy están siendo profundamente absorbidos por un sistema que hace del ruido el único dispositivo.

Política del ruido

La banalización de la política, la despolitización de la sociedad, la reducción de la política al lenguaje televisivo mediático está ligada directamente a la caída de la participación, a la democratización de los vínculos la reflexión crítica. Es decir, el proceso de vaciamiento, de corrosión, de banalización de la política, lo que llamamos la despolitización de las sociedades, es funcional absolutamente a un sistema de desigualdad, a un sistema de opresión, a un sistema de enajenación que lo que quiere hacer es justamente vaciar a la política de su rasgo fundamental que es la búsqueda del bien común, el conflicto por la igualdad, la búsqueda de transformar una escena socialmente injusta y lograr las condiciones para una sociedad más equitativa.
La crisis de la política, que es la crisis de la representación, y también la crisis de las identidades, está vinculada directamente a la crisis del sujeto en la sociedad contemporánea, a la crisis de los grandes relatos de la modernidad, a la crisis de los vínculos sociales, a la crisis de construcción de identidades dentro de nuestras sociedades. Por eso es interesante ver hoy cómo hay un lugar, una región del mundo, que es como una suerte de anomalía, y es América Latina. América Latina es todavía como si fuésemos anacrónicos o estuviéramos recuperando tradiciones, en este caso políticas de raíz popular, emancipatorias en contra de una tendencia mundial del capitalismo global a desasociar la política y convertirla en una mera gestión empresarial. Al leer la conformación del gabinete del millonario presidente de Chile observamos una alquimia de millonarios y jóvenes tecnócratas. El gerente de Falabella, Ministro de relaciones exteriores; el Ministro de salud, el último gerenciador de uno de los sanatorios más finos del barrio más pituco de Chile, más jóvenes tecnócratas, funcionarios “eficientes” que vienen a ofrecer la asepsia técnica. Esto es el modelo de liberalismo en su forma más cruda, más brutal. Es la conjunción de las técnicas vacías de sentido con el mito de la época que es el mito del millonario. Entre nosotros sería más o menos así: De Narváez ó Macri, presidente; Ministro de Salud, el dueño de Swiss Medical Group; y Ministro de Educación, por ejemplo, el decano de Universidad Austral; Ministro de Relaciones Exteriores, el presidente de Kraft; Secretario de Comunicaciones, Marcelo Tinelli. Millonarios más jóvenes tecnócratas que aseguran gestión, que se educaron en las Universidades de EE.UU, que son lindos y buenos frente a los sucios, feos y malos que despliegan las formas de populismo en América Latina.
Pensar desde el comienzo la noción de aturdimiento y los efectos sobre los sujetos en la sociedad contemporánea implica una manera de atravesar toda esta compleja estructura alrededor de la cual se van desplegando las formas actuales de sociabilidad, de construcción política, de orden económico. Esto tiene que ver con la idea de que las cosas se naturalizan, como si lo que pasa es equivalente a la lluvia, y cuando todo es equivalente a la lluvia, cuando todo es natural no hay responsables, no hay construcciones de sentido, no hay ideologías. Es de alguna manera como la inflación. La inflación es un fenómeno natural o la culpa la tiene siempre el gobierno de turno pero nunca hay formadores de precios, nunca hay intereses del capitalismo, nunca hay grandes empresarios, nunca son responsables los humores del mercado, esa especie de eufemismo para no hablar de que las corporaciones económicas son responsables de la formación de precios, de la misma manera que la lucha contra la inflación tiene que ser leída siempre como enfriamiento de la economía, depresión de la base monetaria y por lo tanto caída de los salarios. Todo esto es parte de la misma estructura. Los lenguajes que se van imponiendo vacían al sujeto de la capacidad de interpelar críticamente aquello que está pasando y el ruido es la metáfora máxima de ese vaciamiento.

*Doctor en Filósofía

Febrero 11 de 2010

2 comentarios:

  1. ¿Tenés el coraje de hablar de "homogeneización de la cultura" y del "aturdimiento", cuando sos funcional al régimen más totalitarista que ha existido en la Argentina de los últimos cien años, incluidos los militares? ¡O sos un hijo de pu ta, cipayo de estos feudales, o sos un bol udo marca cañón!!!

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  2. De un anónimo a otro anónimo. ¿Còmo vas a confundir, totalitarismo con democracia....?

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comentarios