03 enero 2008

Informe Especial sobre Cultura/ Juan Carlos Volnovich

Jóvenes cultos: celular, monitor, teclado y mouse

Por Juan Carlos Volnovich
(para La Tecl@ Eñe)

Digámoslo de entrada. El saber digital tiene un lugar protagónico en la cibercultura. De modo tal que el dominio instrumental --los recursos que nos permiten navegar por las nuevas carreteras informáticas— es factor definitivo a la hora de proyectar nuestra inclusión social. Dicho de otra manera: quienes están familiarizados con las máquinas tienen una ventaja comparativa con respecto a aquellos que cultivan una erudición tradicional. Y ocurre que –contra todo sentido común y opinión generalizada (independientemente del concepto de cultura que manejemos)-- son lo jóvenes los más cultos, los mejor posicionados.
Las nuevas tecnologías han llegado para ahondar el abismo que separa a chicos de grandes. Pero, además, aportan un efecto democratizador entre generaciones –todavía está por verse si ocurre lo mismo entre géneros-- basado en el poder de equilibrar las desigualdades tradicionales que se apoyan en la siguiente convicción: los grandes poseen un patrimonio cultural que deben transmitir a los chicos. Pues bien, ocurre que, hoy en día, una multitud de padres y maestros se ven descolocados y desconcertados ante una no menos numerosa población de pibes y de pibas que ya saben –y, muy bien-- lo que los adultos les quienes enseñar.




Ilustración: Adolfo Vásquez Rocca



Con esta afirmación no pretendo contribuir a idealizar el saber digital de las nuevas generaciones. Tampoco, llevar agua para el molino apocalíptico que anuncia el fin de la cultura verdadera –la cultura tradicional-- pero sí, alertar contra la campaña que tiende a satanizar la gramática que circula por el correo electrónico, a denostar el lenguaje de los mensajes de texto, a denigrar la práctica del chateo y, mucho más, a concebir los videojuegos como dispositivos destinados a perjudicar la inteligencia de los pibes y a marginarlos del conocimiento que da el estudio. Los pibes y las pibas de hoy en día son nativos digitales allí donde los adultos somos inmigrantes digitales. De modo tal que todo aquello que pueda decirse sobre el impacto que las nuevas tecnologías tienen en la subjetividad de la época --en la medida que predominantemente es discurso de adultos (lo que quiere decir: discurso de inmigrante)-- está viciado por las relaciones de poder que la pertenencia a distintas generaciones decide y por las desigualdades que las diferencias entre los géneros suponen.
Las nuevas tecnologías tienen esa característica: son de fácil accesibilidad en la infancia, y de muy difícil aprendizaje cuando uno lo intenta de adulto. Allí están esas habilidades que aprendidas cuando uno es chico, resultan fáciles: nadar, andar en bicicleta, hablar una lengua extranjera. Pero de grandes, por más dedicación que uno le preste, todo es más difícil. Lo mismo pasa con las nuevas tecnologías. En el universo cibernético los adultos jugamos de visitantes y de locales, los niños, simplemente por pertenecer a una generación nacida junto a las tecnologías que dibujan su paisaje habitual. Esto es fundamental porque supone una desigualdad en las relaciones de poder de los niños con respecto a los adultos --de dependencia de los adultos respecto de los jóvenes--, que marca casi todas las opiniones sobre el impacto que las nuevas tecnologías tienen en la subjetividad, sobre el legado cultural dignificado y el denigrado producto actual, incluso aquellas que pueden aparecer con sólido sustento teórico.
Otro dato a tener en cuenta: la mayor parte de los trabajos académicos referidos a la transmisión de la cultura a las nuevas generaciones, tienen a las mujeres como autoras; y las mujeres, que desde siempre se han ocupado de la crianza y la educación de los niños y las niñas, circulan por el imaginario social (cargado de prejuicios sexistas) sospechadas de tecnofóbicas. Se supone, entonces, que ellas no han “nacido” para los botones de los aparatos electrónicos, que eso es “cosa de hombres”. De hecho, ante cada avance científico técnico, fuimos los varones quienes cantamos primero. Cuando se introdujo Internet en el mercado, por ejemplo, los usuarios eran fundamentalmente varones. Después, se incorporaron las mujeres. Y, en general, cuando las mujeres se incorporan masivamente a alguna práctica valorizada socialmente, ésta tiende a desvalorizarse.


Gráfica: Aimée Zito Lema

De manera tal que deberíamos reflexionar acerca de algunos prejuicios. A saber: hasta ahora se concebía la relación de los niños con el monitor, en juegos interactivos o en chateos, como pérdida de tiempo, como avance de la cultura de la imagen sobre la cultura textual. Hasta hace muy poco tiempo atrás se auguraba que los niños iban a terminar siendo analfabetos, “chupados” durante largas horas por la pantalla. La potenciación entre la imagen y el texto vino a desmontar esa certeza desde que nunca hubo tantos bestsellers como en la época actual (Harry Potter, El señor de los anillos), nunca como en nuestra época pibes y pibas dedicaron tanto tiempo a la lectoescritura (chateo, correo electrónico, mensajes de texto). Recién ahora empezamos a tomar conciencia que la cantidad de horas que un niño tradicional pasa sentado frente al pizarrón en una escuela de doble turno supera ampliamente la cantidad de horas que pasa un niño cibernético frente al monitor; y que el monitor como fuente de estímulos y como posibilidad interactiva es muchísimo más rico y potencialmente más estimulante para el desarrollo intelectual del niño que el pizarrón. También, recién ahora empieza a desmontarse el prejuicio basado en la caligrafía (escribir con un lápiz sobre papel) buena y el teclado o el mouse, malos. Para glorificar a Piaget y sus teorías sobre la influencia del movimiento de la mano para el desarrollo de la inteligencia, queda claro que escribir con las dos manos –lo que sucede con el teclado– es un proceso más complejo y sofisticado que escribir con una sola mano sobre papel con lápiz. Y, producir mensajes de texto en un teléfono celular con los pulgares moviéndose a toda velocidad, una verdadera revolución en la escritura. No estoy sosteniendo con esto que los niños deberían dejar de usar lápiz y papel para alfabetizarse, pero sí, que no hay razones suficientes para impedirles el contacto inicial con el teclado desde que, todo hace pensar, va a ser la manera habitual de comunicarse en el futuro.
Así es que las pibas cultas y los pibes cultos de la era digital circulan a toda velocidad por las carreteras informáticas. Se desplazan aceleradamente por el ciberespacio y son capaces de prestar atención a varias cosas al mismo tiempo. Chatean con la computadora; estudian en el libro lo que reclama la escuela; por la radio escuchan el relato del partido de fútbol que están viendo en el televisor; envían fotos por el celular al tiempo que hablan por teléfono con la novia. Todo, simultáneamente. Viven hiperconectados con una multitud de “amigos” y de “amigas” a las que tal vez nunca vieron y jamás verán (y a las que, antes que como “amigos” y “amigas” podríamos aludir llamándolos cyborgs) pero a quienes son capaces de contarles intimidades que ni por lejos confiarían a su psicoanalista. Estos nativos digitales --multitasking y multimedia— se saben los infinitos, cambiantes, nombres y los rasgos de parentescos de los Pókemon pero son incapaces de recordar el nombre de las Provincias Argentinas. Combinan como nadie el hipertexto gráfico y textual; nadan como pez en el agua cuando de la red se trata; son maestros en el arte de tomar decisiones con información incompleta, de vencer obstáculos con pocos datos para poder avanzar en la dirección correcta sin saber lo que está pasando. ¿Piensan? No. Seguramente no puede llamarse pensamiento (por lo menos en el sentido convencional que hasta ahora vinimos repitiendo de pensamiento-acción) a la eficacia operatoria que despliegan; acciones que, no sólo hacen caso omiso de la conciencia sino que, en la medida que la reflexión demora la reacción, se torna lastre que interrumpe el juego. Pero, eso que hacen y que no saben explicar como lo hacen, les sirve para resolver problemas complejos. No piensan (en el sentido convencional del término) pero navegan el hipertexto generando operaciones con las que habitan y vuelven habitable la catarata indetenible de la información. Y, además, son capaces de transformar la información en conocimiento.
Lo que quiero decir con esto es que existen dos culturas:


· La tradicional, en toda su diversidad que incluye la lectura, la escritura, las ciencias duras, la historia con las ciencias humanas y hasta, las conjeturales si se quiere; cultura heredada y, en cierto sentido, convencional y necesaria.
· La nueva cultura donde lo viejo --incluso el latín o el sánscrito tienen lugar (pero no hegemonía)— donde las enciclopedias y las fuentes de información textuales, los mapas y la TV educativa persisten como restos atávicos imprescindibles para construir un conocimiento que acepta el desafío de problemas innovadores, presentes para pensar el futuro.

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