Nos/ Otros
El tema del "otro" y del "otro semejante"
interesa en cuanto a las posibles formas
de comunicación y de constitución del yo: ¿qué sería lo que el otro hace sobre
la conciencia de sí mismo? Y a la inversa, ¿puede uno colocarse en el lugar de
otro, en tanto una de las formas de la com-pasión, com-pañía, com-prensión? Las
cuestiones referidas al encuentro con el otro, implican la consideración de una
serie de posibilidades que van desde verlo como objeto del yo: objeto de deseo,
como sea el que sea: conocerlo, sentirlo, entenderlo, tender a la
identificación, o verlo como límite de las propias acciones, concebirlo como
rival o enemigo. Se trata
entonces de analizar tal lógica para mostrar la falacia e hipocresía que
conlleva y para contraponerle una forma de relación interhumana, con el
semejante, con el diferente, sustentada en la posibilidad del encuentro con el
otro en una sociedad fracturada.
Por Susana Cella*
(para La Tecl@ Eñe)
Quisiera comenzar por una escena en un supermercado: entra un hombre
muy lejos de toda traza de señorito, se acerca a la boliviana que vende las
verduras y le pide manzanas, ella le contesta que se habían terminado, el
agreste muchacho le dice: ¡Boliviana de mierda!
Y se va, furioso. Una chica que estaba haciendo la fila, se indigna por
el insulto del tipo, y en solidaridad con su hermana latinoamericana a su vez
le grita: ¡Andate, negro de mierda! Otro
episodio: dice una señora refiriéndose a un funcionario público de poco limpia
trayectoria: ¡A ese negro no lo puedo ver! La hija de la señora, reprocha a su
madre la expresión tan políticamente incorrecta, y la madre responde: Yo no
tengo nada contra la gente negra [sic], que es toda muy buena, nada más
que a ese le digo negro para insultarlo.
En nítidos colores, las anécdotas van hacia algo que anda circulando
entre nosotros, en los discursos de todos los días, en una trama de
vindicaciones pero sobre todo en manifestaciones de odio que pueden no alcanzar
la dimensión del exabrupto pero que más o menos solapadas no dejan de
percibirse, aun en detalles como una expresión facial, una frase en apariencia
inocente pero altamente descalificadora, una ironía “risueña”, o gestos y
dichos que evidencian desprecios y ninguneos. Desde luego nadie está pensando
en un armonioso mundo, imposible por otra parte dada nuestra llamada naturaleza
humana (baste aludir aquí a El malestar en la cultura para saber de qué
hablo. Ni tampoco a esa escena desconflictuada y aséptica como quirófano, que
David Viñas supo describir como “la comunión de los santos”, sin pólemos, sin
debate, anodinamente siniestra.
Sin embargo, en este hoy, en la proliferación de expresiones diversas
que remiten a un imaginario de jerarquías (imaginarias también), se evidencia
un síntoma que remite como huevo de la serpiente, a posicionamientos en las
relaciones sociales, mostradas en su desnudez en ciertos enunciados que sin
tapujos sencillamente proclaman el aniquilamiento del otro. De ahí, ciertas reflexiones
acerca de lo que se denomina "el otro" y que incluye al semejante. El
tema del "otro" y del "otro semejante" interesa en cuanto a las posibles formas de
comunicación y de constitución del yo: ¿qué sería lo que el otro hace sobre la
conciencia del sí mismo, sirve como medio o como obstáculo para capturar mi
imagen, o mi ideal de imagen, y a la inversa, puede uno colocarse en el lugar
de otro, en tanto una de las formas de la com-pasión, com-pañía, com-prensión,
etc.? Las cuestiones referidas al encuentro con el otro, implican la
consideración de una serie de posibilidades que van desde verlo como objeto del
yo: objeto de deseo, sea el que sea: conocerlo, sentirlo, entenderlo, tender a
la identificación, verlo como límite de las propias acciones, concebirlo como
rival, enemigo. Una especie de fractura en el tejido de las relaciones
interhumanas tendría como horizonte máximo las prácticas más aberrantes de la
tortura tendientes a reducir al otro a lo no humano hasta llegar, incluso más
allá de lo genérico, más allá de la animalidad, hasta la bestialidad que sin
embargo se ejerce mediante procedimientos específicamente humanos: la lógica de
la humillación, la tortura psicofísica. Pero más acá y cotidianamente, cuáles
son las prácticas que se realizan cuando se conjugan sin contradicción aparente
fórmulas como proclamación de ética o transparencia con toda clase de trampas y
subterfugios "legales" o "legalizados". Se trata entonces
de analizar tal lógica para mostrar la falacia e hipocresía que conlleva y para
contraponerle una forma de relación interhumana, con el semejante, con el
diferente, sustentada en la posibilidad del encuentro con el otro en una
sociedad fracturada.
Me parece importante encarar la
cuestión de lo que genéricamente podemos denominar "las relaciones con los
demás" y que actúan no sólo en los ámbitos de lo cotidiano sino también en
las prácticas relativas a lo que se vincula con lo político y social en un
aspecto no restringido, sino amplio: en el marco de instituciones de todo tipo,
en el interior de las mismas, en las acciones que se desarrollan, etc. tratando
de ver cuáles son las situaciones intersubjetivas que se establecen en relación
con rupturas de vínculos sociales y
modalidades de relaciones intersubjetivas.
Las reflexiones acerca de la
otredad, ya sea teniendo en cuenta lo que difiere de un yo, como lo que
difiere de un nosotros que nos induce a pensar en las posibles
especulaciones acerca de ese nos-otros y los otros, se vinculan
con lo que atañe a las formas de semejanza y al mismo tiempo nos llevan también
a repensar el concepto de identidad.
Jean Marie Benoist señalaba, en
ocasión del Seminario sobre la identidad convocado por Claude Lévi-Strauss en
1974: “Ya vemos perfilarse los dos
límites de una problemática de la identidad oscilando entre el polo de una
singularidad desconectada y el de una unidad globalizante, poco respetuosa de
las diferencias"
Entre el repliegue en el territorio,
en el espacio aislado de la separación y una unidad de la naturaleza humana,
una Identidad Universal del Hombre, las preguntas de Benoist giraban sobre todo
en torno de la desustancialización del concepto y de la crisis de identidad
como síntoma de condiciones objetivas, crisis de la subjetividad, lugar efímero
del sujeto (del individuo) en el entramado mayor de la historia y la naturaleza
y, podemos agregar, al paso del tiempo, crisis acrecentada por los fenómenos
derivados de la globalización y la ilusión "comunicativa" de los
medios masivos.
Benoist propone el concepto de destotalización
para romper la cerrazón de un mundo compacto y autolimitado. Esta operación no
sólo puede relacionarse con lo que hace a grupos más o menos cerrados -etnias,
migrantes, por ejemplo- sino que también podemos pensarla, desde el punto de
vista ideológico, como una desconstrucción de un imaginario de aquellos grupos
que no sólo no son marginales, sino que se colocan en situaciones de poder, más
o menos importantes, más o menos efectivas o imaginadas. En este sentido se
nota una operación de desideologización, en el sentido de ideología como
veladura de las relaciones reales. La operación de destotalización es posible a
partir de la confrontación con el otro, operación dialéctica, que permite que
la identidad pueda definirse por relaciones de semejanzas y diferencias.
"Aquí se afirman -dice
Benoist- los derechos de un descentramiento como constitutivo del problema de
la identidad antes que toda recaptura, fruto de una lógica parménidea de la
tautología, o de la identidad consigo mismo; hay más elementos y también
separación, diferencias, en los orígenes de lo simbólico, y esta separación
diferencial es el lugar mismo en que se afirma la posibilidad de inserción del
sujeto en el orden de lo simbólico..."
La referencia a ese orden permite
deshacer las formas imaginarias de la identidad grupal, concebida como una
especie de alianza que ignora la ley fundadora de la constitución del sujeto y
del grupo para suplantarla por un sistema de pactos que como tales, menos se
explicitan que subyacen en forma de conflictos latentes. Por otra parte, tener
en cuenta el proceso de identificaciones por el cual se constituye la
personalidad resulta fundamental en las consideraciones acerca de la identidad,
ésta implica en este sentido una construcción diferencial dada por una serie de
identificaciones, en definitiva, un trayecto. Por otra parte, permite
considerar el proceso en cuanto una operación transitiva es decir referida a un
objeto al que se reconoce, se identifica
como perteneciente a un orden, grupo, clase, etc.
Esto implica para el sujeto y
para el grupo la puesta en cuestión de cierta concepción del sujeto, no una
desubjetivización, que también lleva a la crítica de formas psicológicas e
ingenuamente fenomenológicas de la identidad como las que manejan los
empiristas, los funcionalistas y los culturalistas, según observa Benoist.
La postulación de la multiplicidad
de culturas -"listadas por el nivelador pluralismo o multiculturalismo
liberal" según dice Julio Ortega en "La identidad revisitada"- puede
dar cabida a una variada gama de agrupamientos que, muchas veces parecen
padecer de ese carácter de totalización y de la negación a la destotalización,
practicando una suerte de esencialismo.
El carácter relacional es
ineludible cuando se trata de referirse a la otredad tanto en la consideración
del semejante como en los aspectos más ligados con los enfoques antropológicos
del "otro" (como no semejante).
Dieciséis años después del
seminario de Levi-Strauss, se realizó en Nueva York un encuentro que tuvo como
tema central, también, la cuestión de la identidad. Entre los participantes,
Cornel West vinculaba la identidad al deseo primario de protección, de
pertenencia y atendía especialmente a la relación entre ese deseo y la muerte
implicada de diversas formas en él -padecer la muerte a causa del sostenimiento
de una identidad, morir en defensa de una identidad-. ¿Qué sucede cuando en las
prácticas sociales las posibles formas identitarias se ven tanto atacadas desde
el exterior como minadas en su interior? ¿Cuando lo que podría ser un
reconocimiento del semejante en la formación de una entidad solidaria se
destroza por medio de la formación de subidentidades de "incluidos",
"adaptados", “relevantes”, o el nombre que se quieran dar. Pareciera
que ese nivel de lo estructurante se ocluye y en un olvido que alcanza a las
mismas palabras y que se aloja en eufemismos o silencios, no atiende a lo que
Cornel West manifiesta como una especie de advertencia: "dada nuestra
inevitable extinción tenemos que encontrar el modo de constituirnos con la
significancia". Es decir, en la construcción de un sentido coherente con
valores éticos a fin de que no prevalezcan las formas de destrucción del otro
en sus variadas realizaciones, mínimas y máximas.
Siguiendo a Benoist, cabe pensar
en la destotalización en el sentido de tener en cuenta las contradicciones
internas del nos-otros que cuestionan la razón unificante para abrir en campo
de la escisión y diferencia en el seno de lo supuestamente homogéneo. En tal
sentido interesa destacar, cuando advierte la importancia de considerar entre
los factores de cohesión que generan las identidades, el de la clase; lo que
señala Cornel West en el citado congreso
de New York: "La clase todavía está presente aunque no haya sido capaz de
constituir una identidad que tuviera la relevancia y potencia de otras
identidades" ... para pronunciarse en favor de generar orientaciones
"transgenéricas, transraciales, transexuales", que, dice, apelando a
un nosotros que parece referido a quienes comparten un proyecto radical
democrático, "no hemos sido capaces de generar".
Al margen de que se suscriba o no
la idea de la falta de potencia de la clase para construir identidades, resulta
importante la advertencia en el sentido de que, si bien no resulta un factor
cohesivo de la misma pregnancia que tuvo anteriormente, ni tampoco aparece como
el elemento homogeneizador por exclusión de los otros, ni puede conservarse el
mismo esquema de clases, sectores de clases, etc. como si este se mantuviera
invariable: sin embargo, continúa siendo, aunque fuera soterradamente, un
elemento de fundamental importancia en la constitución de las diversas
prácticas identitarias.
¿Quién es el semejante de un
sujeto de clase media -alta, media, baja-, de letrado, de un no letrado, de un
semiocupado o desocupado, de un obrero, de un cuentapropista, de un campesino y
así siguiendo? ¿Y cómo actúan esas diferencias y esas semejanzas en la
recepción de las imágenes "unificantes" propuestas por los media? ¿Qué resulta del procesamiento de
esas imágenes, obviamente distinto en los variados casos citados respecto de
los otros pero también en el interior de cada agrupamiento?
Estos aspectos en lo referente a
la construcción de identidades y en la relación con la cultura popular y la
cultura de masas son de primordial importancia puesto que al poner en cuestión
los aspectos internos y externos, sociales y subjetivos de las relaciones
semejantes/ semejantes; semejantes/ diferentes, permiten una mirada crítica
sobre un populismo complaciente o sobre las cerrazones grupales de “pares”.
En la consideración de lo
semejante, no sólo es importante destacar la semejanza que no se confunde con
lo idéntico, es decir una fórmula como A igual a A, que nos llevaría a una
suerte de tautología, sino que también vale pensar en lo distinto como aquello
que tiene otra coloratura, la nitidez de lo distinto enfatiza la singularidad.
Lo diferente, como aquello que va hacia otra parte, que lleva hacia otra cosa
permite ver, recortándose sobre el fondo de la semejanza, lo que difiere,
justamente, en los términos comparados. Y cabe subrayar, en el fondo de la
semejanza, a fin de preservar la idea de la copresencia de matices,
variaciones, modalidades que pueden, en un marco común, coexistir y hasta
potenciarse, mientras lo contrario, la práctica que tratamos de criticar en la
alienación que produce la adaptación a ciertas creencias y concepciones de la
superioridad y desigualdad naturalizadas, sería soslayar dicha coexistencia
mediante las formas abiertas o encubiertas de la supresión el otro, semejante o
no, y la implantación del otricidio en el plano real pero también en el simbólico.
Lo diverso implica otra
dirección, el lugar en que el camino se bifurca, lo que podríamos llamar las
singularidades y la multiplicidad de escenarios en que tales problemáticas
tienen lugar, involucra lo espacial, y a propósito de esto quisiera evocar el excelente trabajo de
Michel Serres, quien en el marco de sus
reflexiones sobre Hermes o la comunicación, señalaba en el
congreso de Levy Strauss: “…mi cuerpo no está inmerso en un espacio único, sino
en la difícil intersección de esta numerosa familia, en el conjunto de las
conexiones y transmisiones a practicar entre estas variedades. Esto no está
dado, o, como suele decirse, no está allí desde siempre. Esta intersección,
estas conexiones siempre han de ser construidas. Mi cuerpo habita, una vez más,
tantos espacios como ha conformado la sociedad, el grupo o la colectividad...
los espacios del lenguaje, de la fábrica, de la familia, del partido político,
etc. Una cultura en general, construye, en su historia y a través de ella, una
intersección original entre tales variedades, un nudo de conexiones muy preciso
y particular...Lo que diferencia las culturas es la forma del conjunto de los
enlaces, su funcionamiento, y también, sus cambios de estado, sus
fluctuaciones. Pero lo que tienen en común y que las instituye como tales, es
la operación misma de ligar, de conectar.”
Pensando un álgebra combinatoria
según la cual se traman los relatos -los mitos- y teniendo en cuenta los
accidentes del camino y las formas de conexión, los puentes, Serres encuentra la relación conflictiva entre el
espacio euclídeo y la topología salvaje, y la crisis de la razón y el resurgir
del habla de los mitos como la nueva situación en cuyo espacio, ha de pensarse,
como constructo, la identidad. Como lo que nos construye mutuamente, y en la
búsqueda del otro como la de sí en el conjunto de operaciones identificatorias
y de diferenciación, la búsqueda de lo mismo y de lo otro se vincula con la
búsqueda de sí mismo, que no se define por el alcance de la meta -el supuesto
encuentro consigo mismo- sino que halla su sentido en el trayecto. El
sentimiento de existencia -la relativa autonomía, la insersión en el orden
simbólico, las formas dialógicas, el acercamiento a lo real- radican en el
trayecto. En el mismo sentido, Michel de Certau (La toma de la palabra y
otros discursos, Historia y Psicoanálisis) se pronuncia no sólo contra una
idea esencialista de identidad, sino también contra lo que ella tiene de
estereotipo. Desde luego esto no implica su negación y la aceptación de
entidades cuyo interés es deshacer esos lazos e identificaciones que
constituyen una identidad en favor de modularla sobre una matriz
prevalentemente económica, en favor de esa construcción de lo “común” (sentido
común) para modularla en el achatamiento de especificidades y rasgos
diferenciales en matriz globalizante...
Tanto desde una perspectiva más
vinculada con la topología (Serres), como desde la inserta en reflexiones sobre
subjetividad e historia (de Certeau), podemos concluir que la referencia al
campo de lo semejante y lo otro debe dejar de ser un "objeto de
estudio" para pasar a ser una manera de hacer, para la búsqueda de un estilo –con lo que de marca particular
inscripta alude- en la zona en que cada individuo se desarrolla. De otro modo,
nos encontramos con ciertas manifestaciones esquizofrénicas entre un discurso
supuestamente democrático y aun de izquierda o defensor de las llamadas
tradiciones emancipadoras, que encubre mediante la utilización perversa de los
valores históricos de estos, la justificación de políticas y aun de privados
intereses individuales.
Porque en tales prácticas de la
constitución de un nosotros, se deja ver algo así como la corrosión de lo
homogéneo de estas agrupaciones supuestamente identitarias, y no precisamente
en favor del logro de la construcción de una identidad que tuviera en
perspectiva la preservación, comunicación, interacción, diálogo, desde un lugar
específico, la aparición de nuevos mitos
como nuevos relatos que nos provean sentidos (en relación a los planteos de
Frank Kermode), y sentido en tanto vector, es decir dirección a nuestros
trayectos, sino de lo que podríamos llamar el aspecto negativo de esa supuesta
homogeneidad: la apelación a esos nosotros en un sentido que evoca el "entre nous" de las élites.

Así las formas de exclusión se
verificarían desde sus modos más fuertes (los que quedan fuera de la sociedad
administrada) hasta las que aparecen en los ámbitos de lo supuestamente
incorporado al sistema disimuladas bajo las prácticas supuestamente
democráticas, pero tendientes en el fondo a favorecer las desigualdades. Podría
aducirse que tales prácticas no son nada novedoso en lo que a los
comportamientos humanos e institucionales se refieren, sin embargo, lo que
queremos destacar, en la generalización de estas conductas, es la prevalencia
de los intereses individuales (por minúsculos que estos sean) por sobre las
actividades de conjunto, dando como resultado -en muchos ámbitos- una virtual
imposibilidad de establecer y proponer relaciones solidarias firmes de amplio
alcance.
La competitividad, no vista en el
sesgo positivo que se le quiere dar sino analizada como instancia que opone a
unos contra otros, en pos de una "ganancia" diferencial y que tendría
que ver menos con una gratificación (el premio a un esfuerzo, por ejemplo) que
a un acceso a una instancia de poder mayor sobre los otros, se relaciona
directamente con la cuestión del semejante. Las situaciones de competencia
ocurren entre los que poseen semejantes cualidades que los hacen aptos para
confrontar. En estos casos ya no es la otredad, la diferencia, lo que
prevalece, sino lo que puede caber en el dominio de las analogías. El otro
semejante se convierte en mi enemigo, el cual debe ser sacado del medio,
destruido, aniquilado. Devenida en valor absoluto, la competencia se convierte
en guerra de exterminio simbólico, pero exterminio al fin.
Si se promueve o atesora, aun
secretamente, una individualidad a ultranza librada de toda pauta ética, una
libertad que por otra parte no es sino la contracara de la sujeción a un poder
único (al que el sujeto supuesto dominador obedece), quedan los humanos
librados a su identidad narcisística como rechazo de la alteridad. No hace
falta hacer demasiados comentarios acerca del culto del yo autónomo, sujeto del
consumo y esclavo, casi a la manera de Sade, de la procura del propio placer y
beneficio (imaginario).
Ante la pérdida de las
prohibiciones fundamentales capaces de regular las relaciones interhumanas -el
genocidio por ejemplo- la engañosa libertad del sujeto devenido autónomo y
monarca implica su propio aislamiento sin otro límite que el poder narcisístico
y según esta condición se realizarían los intercambios fundamentales con
nuestros prójimos, nuestros semejantes negando la posibilidad de volver
críticamente sobre ellos para recorrerlos –conocerlos, interrogarlos, verlos,
entrar en relaciones dialógicas- según esa idea de trayectos antes señalada.
¿Cuáles son las formas de lo que
podría denominarse un encuentro con el otro?
Podemos pensar en aquellas
relaciones como el amor o la amistad, propiciatorias del encuentro. Pero, hasta
dónde llega el conocimiento del otro, amado o amigo. Y, por el contrario, en
los encuentros en que lo prevalente es el odio, el desprecio, la envidia e
incluso el deseo -reprimido o actuado- de aniquilar al semejante, hasta dónde
llegaría ese conocimiento, y más, hasta dónde en un último intento no se
trataría justamente de destruir esa relación de semejanza para convertir al
otro en algo radicalmente diferente que perdiendo su semblante tendiera a
devenir mero instrumento.
En resumen, y con toda la
complejidad que aquí apenas si llega a esbozarse, la reflexión sobre todas
estas cuestiones, y más, las prácticas relacionadas con estos conflictos son más
que necesarias en el caso en que querramos sobrepasar el declarativismo para un
hacer que nos hace; prácticas que demandan mirar al prójimo (al que está próximo, al lado) para verlo/vernos, mirarlo/mirarse,
en doble reflexión. Reflexión y refracción, la del turbulento espejo que bien
puede ser una superficie de agua refractante.
* Poeta y novelista. Profesora titular
de la carrera de Letras, UBA. Colabora habitualmente en la sección libros
de Radar. Tiene a su cargo una sección en la revista Caras y
Caretas y dirige el Departamento de Literatura y Sociedad del Centro
Cultural de la Cooperación.
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