01 noviembre 2012

Política y Sociedad/El Discurso del Amo, recitado como propio de boca del Esclavo/ Por Carlos Raimundi


EL DISCURSO DEL AMO, RECITADO COMO PROPIO DE BOCA DEL ESCLAVO

La derecha no se aboca a la construcción de sentido a través de la política, sino mediante  otros canales de poder que están dados por su posibilidad –muchas veces de origen económico- para incidir en el curso de las cosas, en el modo de interpretar ese devenir. Posibilidad o poder que proviene de lo que Antonio Gramsci llama “los aparatos ideológicos de las clases dominantes”. Aquellos que, en la mayoría de los procesos históricos latinoamericanos (y en una suerte de “internacional” del poder), la derecha ha manejado desde el dominio o bien la cooptación del Estado, con excepción de los cortos interregnos de flujo popular. Procesos éstos, a los que la derecha supo, también, cooptar o destituir, en la medida que viera lesionados sus intereses con alguna seriedad.

Por Carlos Raimundi*
(para La Tecl@ Eñe)      



  
  1. La derecha ideológica y oligárquica

Ese  sujeto lábil, escurridizo, de fronteras difusas, que da lugar al espacio ideológico cotidiano de “la derecha” o de “las ideas de derecha”, o de “el pensamiento de la derecha” -a que se refiere Ricardo Forster en su trabajo “La derecha y su metamorfosis” publicado en esta misma página- no se dedica a “construir ideología”, esto es, a delinear un conjunto de valores y creencias que moldeen una visión a largo plazo del mundo y de la sociedad. No destinan a ello demasiado tiempo. Es más, hasta podría decirse que muchos de sus integrantes deben pensar para sí, o darlo por supuesto en todo caso, que no les hace falta “perder tiempo” en eso. No porque no necesiten una ideología para vivir, sino porque se encuentran con que esa “Ideología” que necesitan para vivir, está predeterminada, premoldeada, por toda ese despliegue previo de sentido que el poder construye astutamente , con el fin de justificarse, sostenerse, consolidarse y auto-reproducirse.
La derecha no se aboca a esa construcción de sentido a través de la política, sino de otros canales de poder, que están dados por su posibilidad –muchas veces de origen económico- para incidir en el curso de las cosas, en el modo de interpretar ese devenir. Posibilidad o poder que proviene, entre otros caminos, de aquellos medios de comunicación surgidos al amparo de los intereses empresarios y corporativos dominantes, o de las instituciones del sistema educativo privado ligado a las más altas elites, de la cúpula de la Iglesia Católica. En definitiva, a través de lo que Antonio Gramsci llama “los aparatos ideológicos de las clases dominantes”. Aquellos que, en la mayoría de los procesos históricos latinoamericanos (y en una suerte de “internacional” del poder), la derecha ha manejado desde el dominio o bien la cooptación del Estado, con excepción de los cortos interregnos de flujo popular. Procesos éstos, a los que la derecha supo, también, cooptar o destituir, en la medida que viera lesionados sus intereses con alguna seriedad.

  1. Las verdaderas causas de su irritación

Esta derecha nunca temió demasiado a las conquistas parciales del campo popular. Es más, fueron estas conquistas parciales las que le posibilitaron justificar su “tolerancia” democrática. A lo que esta derecha teme es a la disputa de los paradigmas ordenadores de las relaciones de poder. Y a eso se debe su reacción destemplada frente a este presente de Sudamérica. No es que les tema tanto a los miles de médicos cubanos que prestigian los flamantes centros de salud en medio de las comunidades indígenas de Bolivia. Lo que no están dispuestos a tolerar es que esos indígenas que fueron sometidos durante siglos, estén hoy día tan saludables como para sostener en el tiempo la profundización de un proceso revolucionario democrático encarnado en “uno de ellos” como lo es Evo Morales, y ocupándose, ellos mismos, de las cuestiones del Estado. No le temen tanto a un aumento de salarios, como a la autonomía del Estado para tomar decisiones económicas. No se molestan tanto con que los graffities afeen el paredón de una de sus mansiones, sino que estallan de indignación, hasta llegar al paroxismo, cuando comprueban el desarrollo de nuevas estructuras políticas populares capaces de inundar las calles y sostener con solidez el debate público desde una mirada alternativa. En definitiva, su grado de indignación es directamente proporcional a la profundidad de los intereses y las cuotas de poder que sea capaz de afectar un proyecto popular.    
De aquí, que, sus voceros de clase como Beatriz Sarlo, Magalena Ruiz Guiñazú o el diario La Nación, elogiaran los “buenos modales” de la última campaña presidencial de Chile. ¿Qué nivel de conflicto profundo podía acarrear una campaña en la que sus intervinientes no se proponían alterar ninguno de los pilares fundamentales del status quo?
En la Argentina, el poder estaba acostumbrado a que una amenaza de corrida de depósitos armada por el poder financiero lograba torcerle el brazo a los sucesivos gobiernos. En cambio, la presencia de una Presidenta que no se amedrenta los mueve de ese lugar hegemónico, y, por lo tanto, los encoleriza de manera reveladora. La disputa por la orientación de  la autoridad monetaria que ejerce el Banco Central, la directiva de destinar fondos para asistir a las pymes o para la inversión financiera, la obligación de liquidar divisas en el país, son medidas conducentes a establecer, progresivamente, regulaciones al mundo financiero a las que éste no se muestra dispuesto a disciplinarse. Y lo mismo podría decirse con la negativa a devaluar la moneda nacional, y con las restricciones a la liberalidad absoluta que reinó durante décadas respecto de las transacciones con moneda extranjera. Desde luego que, si esperaban recibir siete pesos (en realidad no son siete, sino lo que “ellos” fijaran luego de ganar la disputa) por cada dólar proveniente de las exportaciones de soja y el Estado sólo está dispuesto a reconocerles menos de cinco, estamos ante una derrota en el pleito por ese excedente económico que los grupos concentrados no están dispuestos a aceptar en silencio. Inentendible sería si ocurriera lo contrario. ¿Cómo no van a reaccionar los grandes estudios de abogados y contadores, que, primero, arreglaron el endeudamiento usurario del país, y una vez que se hizo imposible su pago, se enriquecieron litigando contra el Estado Nacional en nombre de los acreedores? ¿Cómo no van a reaccionar –decía- si hoy el Estado, por la vía del desendeudamiento, ha logrado sortear las condiciones extorsivas que le imponían los organismos internacionales de crédito, de los que ellos cobraban ingentes comisiones? ¿Cómo no va a reaccionar el mayor oligopolio mediático de habla hispana ante un modelo nuevo de país, que, no sólo lo desplaza del ficticio pedestal de la imparcialidad informativa, sino que, al obligarlo a transferir la mayor parte de sus licencias, afecta seriamente la cotización de sus acciones en las plazas financieras del exterior? Por último, ¿podemos desligar el clima de agresividad que invade a una parte considerable de nuestra sociedad, de aquellas grandes líneas de interpretación real y simbólica de los hechos, que estos factores de poder han desplegado históricamente para sostener sus intereses? 

  1. La derecha capilar, los sectores en disputa

Dejemos de lado a esa oligarquía rancia, no tanto referenciada en su abolengo –lo que sería un prejuicio- sino en sus prácticas. Esa que se ha enriquecido haciendo trampas al país, la que ascendió al precio de la ruina del Estado y de las mayorías populares, la cómplice del saqueo, la de los grandes estudios jurídicos y contables dedicados a legalizar la elusión de impuestos, la que humilló y denigró históricamente a miles de trabajadoras y trabajadores.
Me refiero, ahora, a esos sectores medios que en muchos aspectos cultivan la rectitud en sus comportamientos (aunque muchas veces pacatos), que no roban, que han conseguido un buen pasar por razones de herencia, de movilidad social ascendente o de mérito personal, que pagan impuestos y tienen en blanco a su personal. Y que, incluso, a la hora de constatar los valores en base a los cuales educan a sus hijas e hijos, se trata de valores similares a los de quien escribe esta columna. Y que, sin embargo, a la hora de analizar la coyuntura política, lo hacen desde la perspectiva que le inculcan los medios dominantes. Sectores a los cuales, aunque muchas veces les resulte objetivamente perjudicial a sus intereses, esa Ideología prestablecida del y por el poder les resulta cómoda para que puedan vivir inmersos en ella. Sectores medios, medios bajos y hasta pobres, dispuestos a plegarse a las cacerolas del poder, en una especie de trasversalidad destituyente policlasista. Sin reparar algo tan elemental, como lo es responder a la pregunta: ¿quién hegemoiza a quién en el diseño del proyecto de país? Van a ser esos grupos medios y medios bajos los que impondrán un modelo productivo y mercadointernista a las grandes corporaciones mediáticas que difunden la convocatoria, o será el modelo financiero y de ajuste social funcional a estas últimas el que los llevará de las narices, y luego les destrozará nuevamente sus vidas cotidianas. En definitiva, el discurso del amo, recitado como propio de boca del esclavo.


La pregunta que surge a esta altura es: ¿Podrían los procesos totalitarios, de proscripción, de ajuste, haberse prolongado en el tiempo por fuera del consentimiento de una parte muy importante de la sociedad en cuyo seno esos procesos acaecen? Y, al decir “parte muy importante de la sociedad”, la expresión bien puede justificarse por su condición mayoritaria en cuanto al número, o bien en términos cualitativos, es decir, a partir de su capacidad para imprimirle a la etapa su modo de interpretar y significar esos acontecimientos. Modo, que, como he tratado de explicar, surgen de los laboratorios de los poderes fácticos permanentes.

  1. Pasar de la anécdota a la historia

Mi planteo es que deberíamos edificar defensas para que esa historia no se repita. No podemos regalar a esos sectores, sino que debemos asumir como central el desafío de desplazarlos del campo de la anécdota al amplio universo de la historia. El campo de la anécdota es el que intenta circunscribir el rumbo de un proyecto político a la declaración patrimonial de un funcionario –información la más de las veces manipulada- en lugar de analizar las grandes tendencias del modelo y la fuerza transformadora del sujeto que lo sustenta. Desde la perspectiva de cierto discurso, y su potencia para penetrar en ciertos sectores sociales permeables a ello, pareciera ser que una sentencia de primera instancia o una columna periodística constituyen el centro de una etapa histórica, y haberle dicho que no al ALCA en conjunto con América del Sur, es un mero detalle. Haber recuperado los fondos previsionales es menos importante que la reasignación de una partida menor del presupuesto, y restituirle al país la soberanía sobre sus hidrocarburos es insignificante si se lo compara con un rumor adverso impreso en el zócalo de un programa periodístico o con la marca de una cartera. ¿Cuántos sectores sociales se arrepienten hoy de no haber estado en el lugar correcto cuando la oligarquía plasmó el golpe de 1955, y justificó proscripciones y fusilamientos? ¿Cuántos sectores se dejaron llevar por el clima de la prensa que elevó las condiciones para el derrocamiento de Arturo Illia en 1966? ¿Cuántos sectores terminaron siendo condescendientes, sin tener plena conciencia de ello en el momento preciso, con el planteo de “vacío de poder” que justificó el golpe de 1976? Finalmente, cabría preguntarse cuán intensamente debemos trabajar para que esa parte oscura de nuestra historia no se repita.

  1. Desplegar la dimensión pedagógica de la política

Es precisamente en este terreno, el de bregar por la construcción de un mensaje alternativo al de los poderes dominantes, donde el gobierno popular y las organizaciones políticas y sociales en que se sustenta debemos desplegar toda la batería de herramientas disponibles en pos de ese objetivo. Reconocer las razones históricas que la clase media tiene para no confiar en el peso como moneda de ahorro, pero al mismo tiempo explicar las diferencias estructurales que hoy existen respecto de ese pasado. Hoy estamos en presencia de un Estado, que, gracias al desendeudamiento, ya no sufre el estrangulamiento del sector externo, y merced al crecimiento con superávit, se ha convertido en tenedor mayoritario de divisas, lo que le ha permitido sostenerse en pie no obstante los reiterados intentos de corrida financiera operados por los grandes conglomerados de poder. Y que es justamente esa cualidad de controlar las principales variables macroeconómicas, lo que torna inviable que se desmadre la evolución de los precios. Y esto, no obstante el aumento que los mismos han tenido a consecuencia de la cartelización que rige la formación de los mismos, y la puja distributiva que hizo que las empresas trasladaran a los precios la recuperación salarial operada, de modo de mantener su tasa histórica de ganancia. Y lo mismo cabe decir de la necesidad de explicar las ventajas que apareja a los sectores medios la protección de nuestras industrias por vía del modelo de sustitución de importaciones, aun cuando deben repararse sus efectos no deseados y explicarse las razones por las cuales ellos se producen. Y así también habría que explicar las ventajas de ir reconvirtiendo a pesos el mercado inmobiliario y la importante tasa de ahorro de la que hoy pueden gozar vastos sectores medios de nuestra sociedad. Reitero: así como el Canal Encuentro, Paka Paka, el canal y la radio públicas, las radios comunitarias y los cientos de nuevas experiencias de comunicación alternativa, han desarrollado un papel extraordinario durante la última década, debe aprovecharse en esta dirección el abanico de nuevas ofertas de comunicación audiovisual que se abre de la mano de la plena aplicación de la llamada Ley de Medios. 

  1. Construir nuevos paradigmas culturales

En definitiva, por primera vez, en muchos años, estamos en presencia de un gobierno que cuenta con algunas condiciones esenciales, que son favorables a un proceso de profundos cambios de paradigmas. La primera es el contexto latinoamericano, que cuenta con gobiernos populares de una densidad y fortaleza sin precedentes. La segunda es la férrea conducción política de la Presidenta de la República. La tercera es lo ya mencionado respecto al control político de las variables macroeconómicas fundamentales. Y la cuarta es la gran capacidad de las organizaciones políticas y sociales afines al gobierno, de ocupar la calle y protagonizar el debate público.
A todo esto podría agregar una última conclusión. A corto plazo, hay que trabajar sobre esa franja de sectores medios en disputa. Y conste, una vez más, que no me refiero a la derecha oligárquica, de intereses irreconciliables a vencer, sino a esa otra franja social en disputa. Aun cuando se pueda ganar una elección sin ella, se trata de la ampliación de un bloque social capaz de garantizar una gobernabilidad más pacífica, y apoyar la profundización del proceso. Eso, a corto plazo.
Pero, a mediano plazo, esos sectores cada vez más vastos que se incorporan al espacio democrático en términos políticos, económicos y culturales por vía del plan Conectar Igualdad, de la educación cooperativa, de las primeras generaciones de universitarios, y tantas otras vías de inclusión, conformarán una nueva franja social ascendente, con niveles de consumo propios de las capas medias tradicionales, pero con otra estructura o matriz ideológica y cultural. Un nuevo paradigma cultural, despojado del perverso mensaje impuesto sutil e inteligentemente por el poder, aunque no menos perverso, durante las cuatro décadas precedentes al corte que se inició en nuestro país, en 2003.  

* Diputado Nacional del Frente Nuevo Encuentro. Abogado


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