Nunca digas nunca. Notas de urgencia sobre la conclusividad política
Es importante pensar, en estos momentos, sobre una idea de
conclusividad que retorna una y otra vez sobre el tiempo histórico argentino:
la idea de nunca, que va, sin cesura, del “nunca más” al “nunca menos”.
Esas consignas, que son fundamentalmente desiderativas, obturan en su potencia
de consigna, los procesos que se mantienen a lo largo del tiempo, incluso de
los diferentes ciclos políticos.
Por Alejandro Boverio*
(para La Tecl@ Eñe)
Parece necesario, en este momento
político, volver otra vez sobre el tiempo de la política. Y,
quizás, más en general, sobre la cuestión de la temporalidad. Cualquier
pensamiento sobre un tiempo político en concreto, que pretenda una apertura
radical que implique pensar en un grado cero de la historia, o bien, en una
clausura absoluta del tiempo anterior, se encuentra sobre la base de un error
de concepto. Supone el mismo error que Marx marcaba sobre la narración que Víctor
Hugo hacía del golpe de Estado en Francia en 1851: lo mostraba como un rayo
caído de un cielo sereno. Pues bien, esos acontecimientos tenían unas
condiciones políticas concretas y unas circunstancias materiales que
fueron desarrollándose en el tiempo para que el golpe tuviera
lugar.
La crítica frente a una idea
acontecimentalista que parece provenir ex nihilo, debe ir
acompañada junto a una crítica de los pensamientos que establecen momentos
conclusivos de todo tiempo. Ya hemos escuchado, en retóricas de ocasión, sobre
los pronósticos de un supuesto fin de la historia, y hemos vivido años más
tarde, con entusiasmo, el reflujo patente de la historicidad en la política.
Por eso es importante pensar, en estos momentos, sobre una idea de
conclusividad que retorna una y otra vez sobre el tiempo histórico argentino:
la idea de nunca, que va, sin cesura, del “nunca más” al “nunca
menos”. Esas consignas, que son fundamentalmente desiderativas, obturan en su
potencia de consigna, los procesos que se mantienen a lo largo del tiempo,
incluso de los diferentes ciclos políticos.
El “nunca más”, que fue
acompañado, es necesario decirlo, con el inédito y necesario Juicio a las
Juntas, corrió el riesgo de trazar un límite definitivo que cortaba el pasado
como un estadio completamente ajeno al que existía cuando se pronunciaba,
justamente, el “nunca más”. Y se prueba que es artificial desde el momento en
que años después se dictaron las leyes de obediencia debida y punto final, y
los indultos posteriores durante el menemismo, que no hicieron sino mostrar la
fragilidad de ese límite. ¿En qué medida el “nunca más” no obturó durante largo
tiempo la capacidad de pensar los setentas en su verdadera dimensión? ¿No fue
el “nunca más” un límite para que se desarrollara una dimensión reflexiva al
nivel de la memoria y de la palabra, tan necesaria en la construcción de una
conciencia histórica?
Tuvo que pasar tiempo para que,
desde el arte, por ejemplo, pudiera trabajarse en la dimensión de la memoria de
esa época. Y, sin embargo, el “nunca más” caló hondo, al punto de que muchos de
los que hoy se pueden manifestar libremente en contra del gobierno actual, a
pocos meses de las elecciones, y amparando su conciencia republicana en la
inoculación de esa consigna (para la que “nunca más” se pondría en cuestión el
orden democrático), sin saberlo son funcionales a fuerzas antidemocráticas que
siguen operando en la sociedad más allá de cualquier tiempo histórico. Muchos
de los que se manifiestan pueden hacerlo desde la buena fe, por supuesto,
porque piensan que “nunca más” acontecerá un golpe. Sin embargo, el “nunca más”
no será amparo alguno si llega a producirse algo así, con lo que ello
conllevaría para la democracia argentina.
El “nunca menos”, necesariamente
subsidiario del “nunca más”, que se establece como un principio desiderativo en
donde se propugna que las conquistas de derechos y las mejoras sociales
acontecidas en esta última década son el piso fundamental desde el que se
partirá siempre, corre el riesgo de confundirse con una dimensión de hecho, que
es que no pueda volverse regresivamente sobre esas conquistas. Es por ello que
es preciso desandar esas expresiones para mostrar que, antes que nada, la
historia siempre está abierta. Está en nosotros desbrozar, en cada momento,
cuáles son las alternativas de la hora para asegurar las conquistas progresivas
logradas hasta la fecha y ampliar el espectro en las apuestas inclusivas, tanto
económicas como políticas. Porque la historia está abierta, y también para lo
peor.
*Filósofo y sociólogo. Editor de la revista El ojo mocho.
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