29 noviembre 2006

El Damero

Terrorismo de Estado-Sociedad Civil

Ilustración: La serpiente gigante de Australia, Adolf Wolfi
¿Un modo de ser?

Introducción


El terrorismo de estado del 24 de marzo de 1976 tiene algunas particularidades. La principal, y no la menor a mi entender, es que quienes se hicieron del poder implementaron un plan organizado para matar, torturar y apropiarse de bienes y niños ajenos acuñando un significante nuevo: desaparición (de esas personas, niños o bienes.
Estrictamente hablando la palabra “desaparecido” se circunscribía a personas puestas a disposición del Poder Ejecutivo que no volvían a la vida civil ni de las que tampoco se sabía su paradero. La explicación de Jorge Rafael Videla acerca del alcance del término no deja lugar a dudas: “no está, ni vivo ni muerto, no tiene entidad”.[1]
Para lo que no se acuñaron nuevas palabras fueron para los robos sistemáticos de los que eran objeto aquellos a quienes se los secuestraba. Así, de la forma más vulgar saqueaban, destruían o se llevaban lo que consideraban de valor. Además pedían dinero para (no) dar información a los familiares de los detenidos. Y grandes sumas.
En cuanto a la apropiación de menores la excusa explicaba la buena voluntad de dejar a esos niños en manos de gente que los podía educar mejor, negándoles a los familiares directos su guarda y su cuidado a los que la ley los obligaba.
Esto se complementó con un plan económico que destruyó lo poco que quedaba de una industrialización nacional pergeñada en años anteriores y en los que la sociedad civil tuvo algunas responsabilidades. No así con lo ocurrido durante el Proceso porque es sabido que cualquier régimen de terror cuyos instrumentos son el secuestro, la tortura y la muerte paraliza la acción organizada de quienes están bajo su dominio.
Pero la historia argentina no comienza ese nefasto 24 de marzo. Y nos conviene tratar de analizar las causas conjuntas que determinaron la aparición de esos “años de plomo”.

Análisis de la situación

El Gobierno peronista determina el “aniquilamiento” de la subversión.
Los grupos armados que actuaban hacía ya varios años habían sido un elemento más de presión para el retorno de un líder que, desde el exilio, fomentaba en cada uno la ilusión de ser el elegido. La habilidad política de Perón y la pregnancia que tuvo como líder para varias generaciones de argentinos, posibilitaron una identificación entre los seguidores.
Todos peronistas.
Pero, apenas se identificaba a uno de ellos con el proceder de López Rega, por ejemplo, rápidamente se defendía diciendo que ese no lo era. Así, fragmentados individualmente hasta el desconcierto (todos eran de la primera hora pero ninguno quería reconocerse en el otro) la agrupación guerrillera Montoneros (en su nombre está implícita la política de masas, ya que incluye el montón) trató de diferenciarse y en un acto casi suicida, aceptó sin cuestionar su expulsión pública del peronismo por parte de su líder.
Era, más bien el momento de hacer un corte histórico. Reclamarle públicamente que defina para su querido pueblo la estrategia: Sí o no a la lucha armada. Develar aquello que Perón había manejado a su antojo durante sus años de poder: la ambivalencia.
Pero se fueron para pasar a la clandestinidad. Duro error que muchos pagaron con su vida.
Por otra parte, el peronismo de Eva Perón incluía entre sus proyectos las milicias obreras. Proyecto, obviamente, truncado cuando sobreviene su enfermedad y su muerte.
De modo que la violencia estaba implícita en un peronismo que, en su primera época no fue ajeno a muertes y torturas de los llamados, en aquel momento, contreras.
En realidad el movimiento político más importante del siglo XX no era ajeno a la historia de la Argentina.
¿Qué decir de la llamada sociedad Civil?
Si se entiende el “no te metás” se puede decir poco.
Pero todas estas instancias de militancia y de poder también forman parte de la Sociedad Civil.
El pueblo, en sus comienzos, no sabía nada y algunos historiadores creyeron interpretar que “quería saber”.
Yo lo dudo.
Las imágenes infantiles de un pueblo reunido en la Plaza queriendo “saber de qué se trata” se me superponen con las de las Madres de Plaza de Mayo. Creo que en este último caso sabían de qué se trataba y querían saber otra cosa. De hecho abrieron la brecha para que otros podamos preguntar (nos) también de qué se trató este despropósito de alentar una lucha para la cual no estábamos preparados.
Lo de las Malvinas fue una repetición. Ya los jóvenes militantes de los años 60 y 70 se aferraban a la idea de que podían combatir y ¡ganar! en una lucha cuerpo a cuerpo con militares mejor preparados y pertrechados que ellos.
Hay quienes pensaron que esto era un signo de soberbia, como Pablo Giussanni en su libro Montoneros. La soberbia armada.
Pienso más bien que responde a un fenómeno de masas. Freud en su texto Psicología de las Masas advierte como se conjugan dos identificaciones: una al ideal (en los años 70 era el ideal guerrillero), identificación simbólica y otra, imaginaria, al semejante.
El slogan “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” responde a esta última forma de la identificación.
Lo complejo, para la sociedad Civil en su conjunto, es saber, finalmente, a qué Ideal respondía la simbólica. Porque los ideales sociales tienen buena prensa.
De hecho hay un film que se titula Cazadores de Utopías, como si el ideal de conquistar el poder por las armas fuera una utopía justificable.
Claro, todo puede ser justificable comparado con lo que pasó después.
Pero estamos aquí para analizar, empezar a comprender (y puede llevar mucho tiempo) como se generaron las condiciones para que ese ideal calara en un sector de la juventud y produjera actos cuyas consecuencias no se contemplaron. ,
Justamente la acción guerrillera tenía el rasgo de lo impensado.
Líderes guerrilleros reunidos entre sí concluían en acciones violentas para, luego, pretender que aquí no ha pasado nada. O, como algunos decían, para profundizar las contradicciones y provocar a la reacción. Lástima que no quisieron saber nada de cómo podían actuar las Fuerzas armadas en su conjunto, organizadamente.
Y organizaron el país en un campo de matanza dentro del cual, para el 78, ya estábamos todos bajo estricto control.
¿Se podía saber qué iba a pasar?
Imposible predecir el futuro.
Pero podemos hacernos cargos de las consecuencias de nuestros actos, individual y colectivamente.
Gran parte de la sociedad civil no queríamos la lucha armada, pensábamos que no era la forma civilizada de cambiar las condiciones de vida de la gente, trabajábamos y estudiábamos para darnos la oportunidad de hacerlo de otra forma.
No pudo ser.
La pulsión de muerte busca su satisfacción y en la Argentina del pasado reciente ciertos grupos armados crearon las condiciones para que la represión fuera brutal.
Más allá de la culpa de todos los que operaron desde la represión creando el terror y cuyas consecuencias aún estamos pagando, los que deben ahora hacer una autocrítica es lo que resta de dichas organizaciones y de los militantes que avalaban políticamente a esos grupos.
Para terminar, un recuerdo infantil. Durante un paseo vi el Jockey Club destruido. Cuando les pregunté al matrimonio que me llevaba de paseo qué había pasado me dieron una respuesta apta para un niño: unos señores, pobres, enojados porque los ricos no los dejaban entrar, lo habían incendiado.
Supe muchos años después (demasiados) que en ese acto fatal se perdieron, entre otras cosas, obras de arte valiosas. Supe también que la orden vino del Líder bajo la forma ¿“Quieren leña? Den leña Uds.”.
La sociedad civil, de la que formo parte, tiene que saber hacer más allá del duelo por la sangre derramada (esa que, decían, no sería negociada) un análisis del discurso que causó tanto daño.
Mientras no pensemos, en conjunto, acerca de nuestra historia sólo nos queda la repetición.
Hoy escucho grupos que reivindican a algunos pero están peleados con los otros. No hay debate, hay enfrentamiento permanente. A veces pienso que es nuestro modo de ser.

Mirta Vazquez de Teitelbaum
Lic. En Psicología
Psicoanalista miembro de la EOL




[1] Respuesta a un periodista por televisión. 1978.

1 comentario:

  1. PARAGUAY: VIDELA SÍ, CHÁVEZ NO
    (Publicado en Kaosenlared x Luis Agüero Wagner)
    Mientras en los países de la región los Derechos Humanos y la libertad de pensamiento van ganando terreno e incluso sirven de plataforma a los políticos para captar votos, los émulos del senador Mc Carthy en Paraguay, capitaneados por el propietario del diario ABC color Aldo Zucolillo, han retrocedido medio siglo en el tiempo que mide el contexto internacional, en un país en el que sólo basta alejarse unos 15 kilómetros de la capital para volver del mundo contemporáneo a la prehistoria, pasando por el modernismo, la edad media y el mundo antiguo. Es lo que se deduce del desmesurado espacio que vienen dedicando a satanizar a Hugo Chávez y a su política exterior, llegando al extremo de escrachar con fotos e infografías a supuestos simpatizantes paraguayos de la revolución bolivariana.
    Nada más natural en un medio donde los políticos que hablan de derechos humanos pierden intención de voto entre el electorado, y la popularidad sube cuando más mano dura prometan.
    Para honrar la memoria, debemos puntualizar que no siempre la prensa paraguaya se mostró tan susceptible a las amenazas a las libertades públicas de la región, sobre todo en tiempos en que los dictadores se asemejaban más al prototipo promovido desde el norte que a sus propios pueblos. Nadie se escandalizó en el periodismo libre cuando el General Alfredo Stroessner visitó Venezuela en junio de 1957 para estrechar vínculos con el dictador militar del país caribeño, General Marcos Pérez Jiménez, en tiempos en que ambos subproductos de la política exterior estadounidense concedían graciosamente tajadas del espectro radioeléctrico a sus adulones. Para que no queden dudas sobre el carácter marcial de su visita, Stroessner se alojó en el local del Círculo de las Fuerzas Armadas de Venezuela, en Caracas.
    Un par de décadas más tarde, un 20 de abril de 1977, era recibido por Stroessner con los honores correspondientes, el Teniente General Jorge Rafael Videla, quien llegaba al Paraguay acompañado de su esposa Alicia Raquel Hartidge. A la noche se llevó a cabo una recepción de gala en el Palacio de Gobierno de Asunción, donde no faltaron los pundonorosos y austeros luchadores por la libertad de expresión, que aún no habían sido seleccionados por la embajada norteamericana como propagandistas de la democracia tutelada. Es conocido que la National Endowment for Democracy , la USAID y la CIA se abocarían a fabricar entre ellos a bien remunerados disidentes y “luchadores por la democracia” en el crepúsculo del régimen militar paraguayo.
    Al conocerse a principios de marzo en Asunción la próxima visita de Videla, ABC color publicaba su recordado editorial donde criticaba al presidente Jimmy Carter por su énfasis en la promoción de los Derechos Humanos y defendía al proceso argentino sentenciando que al presidente norteamericano le era muy fácil pontificar lejos del problema. Por las mismas fechas eran apresados en Asunción Alejandro José Logoluso y Marta Landi, entregados a los sicarios de Videla por las fuerzas represivas paraguayas. Los grupos de tareas de Pastor Coronel tampoco se apiadarían de José Nell, paralítico desde que recibió una bala en los disturbios desatados en Ezeiza por el retorno de Perón.
    El 28 de enero de 1999 Hebe de Bonafini pidió a Baltasar Garzón que solicite la extradición del dictador Stroessner, presentando documentos tales como una ficha policial de la Dirección de Registro de Extranjeros paraguayos de la desaparecida argentina Dora Marta Landi Gil, que está fechada en Asunción en marzo de 1977; una tarjeta del Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social de Marta Landi, que está registrada en Asunción el 10 de marzo de 1997; y un informe de la policía de Asunción, donde se notifica que Marta Landi (argentina), Alejandro José Logolusso (argentino), José Nell (argentino) y otros han sido expulsados del país. Este informe policial está fechado el 16 de mayo de 1977. Entre los documentos, también destacan un registro de vuelo en el que se acredita que, el 16 de mayo de 1977, el capitán de corbeta José Abdalá, (alias Turco) trasladó a Landi Gil y a su compañero, Alejandro José Logolusso, de Asunción a Buenos Aires.
    El destino de todas estas personas, embarcadas en el vuelo del que jamás regresarían, con seguridad poco importan a Zucolillo y otros paladines de la democracia sin chavismo, ayer tan ocupados en recibir las mieles de la proximidad al poder dictatorial, como hoy en sostener su autocomplaciente y fantasmática reputación democrática, aún al precio de buscar sombras en el cuarto oscuro de su conciencia. LUIS AGÜERO WAGNER.

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