05 julio 2007

Editorial

El eterno regreso del Pasado

El pasado en la Argentina constituye el permanente retorno del presente malogrado y el futuro en acechanza. Los ’90, con su ola privatizadora, y el regreso a economías de mercado donde el salvajismo financiero profundizó las desigualdades sociales y económicas, desembocaron en un nuevo siglo teñido de violencia, muerte y más exclusión social. Tsunami institucional, económico y social. Último círculo en el infierno del Dante, sólo que arropado con vestimenta democrática. En 2003, iniciamos el camino de ascenso lento, lentísimo, hacia peldaños superiores del infierno, pero con la retórica y la liturgia del regreso de los ’70. Y hoy, 2007, nos encontramos en la reedición de la trampa política que nos acecha por izquierda y por derecha. El matrimonio presidencial buscando su alternancia en el poder que promete profundizar el cambio que hasta ahora no sé bien hacia dónde nos conduce. El nuevo progresismo argentino que no redistribuye la renta, que acumula superávit mientras la brecha entre ricos y pobres ya no es brecha sino un abismo de desigualdades y falta de oportunidades. La nueva derecha que se disfraza de centro, que descubre la retórica de lo positivo, de la generación de buena onda, intentado presentarse como la gran propuesta de gestión y cambio, alejada de las incómodas discusiones ideológicas. Una suerte de festilindo hedonista que esconde una manada de lobos hambrientos de poder. Y en el medio toda la gama de hienas que hacen su partida tanto por derechas como por izquierdas.
Este es nuestro presente anclado al pasado: la imposibilidad de realizar una síntesis dialéctica superadora. Esta es la trampa política que no hemos sido capaces de desarticular. La discusión política está colmada por el ejercicio lingüístico de la chicana gorila. El gobierno no puede ser criticado - sin que el crítico sea bautizado como conspirador de derechas - entre otras cosas, por haber priorizado la defensa de la política de derechos humanos. Y éste es un aspecto muy ponderable del gobierno, siempre y cuando no se produzca una apropiación y de ella derive un uso político de los derechos humanos, que obstaculice la mirada crítica sobre otras políticas de Estado.
Y la defensa de estos derechos básicos en cualquier sociedad democrática moderna, no puede ser discutida desde la perspectiva de un abandono de las políticas de seguridad, ya que ésta es la espiral de salida no dialéctica que producen las miradas más cercanas a la derecha identificada con la seguridad y el orden. No es cierto que para que exista seguridad y orden debe regir la ley de una edulcorada mano dura. No es cierto. Siempre será el camino más difícil pero el único posible, el de la educación y el trabajo.
Ese anclaje al que me refiero tiene que ver también con cierta percepción de ciclos que se repiten y que revelan un anacronismo intolerable. Por ejemplo, la crisis de la energía. Es ya imposible de entender, si no es a través de la desidia únicamente, que a 18 años de la crisis energética de 1989, la situación se repita casi con pasmosa igualdad – casi porque en 1989 se decidió el corte de luz domiciliario para favorecer a la industria -. Sólo que hoy tenemos una imagen del país que difiere en la ilusión de aquel de la post-primavera alfonsinista. ¿Es imaginable para los porteños y para los más privilegiados habitantes del conurbano bonaerense, pensar sus hogares, sus calles y hasta sus shopings, sumidos en una triste oscuridad? ¿Puede visualizarse un país que se jacta de haber incorporado a sus vidas cotidianas las nuevas tecnologías, programando cortes de luz para ahorrar energía?. ¿No es volver un poco a 1989 pero rodeados de cadenas de electrodomésticos que ofrecen sus plasmas, Pcs, y notebooks de última generación?. Pero también esto es pensar la realidad desde un centrismo que no tiene su correlato en los sectores más relegados del conurbano y en algunas provincias, donde el corte de luz es ya domiciliario.
El presente, anclado atávicamente al pasado, condiciona fuertemente las posibilidades de real desarrollo a futuro. No son errores, no son tampoco inclemencias del tiempo en sus manifestaciones corriente del niño/niña. Es una falta de planeamiento estratégico de políticas de desarrollo. Es no pensar a largo plazo, teniendo sí en cuenta los errores del pasado, el futuro del país. Es la miopía cortoplacista de una clase dirigente que sólo piensa en cómo acumular dinero y poder a través de la función pública. Es como siempre, como hace casi veinte años; es como cuando el país era Estatal y obsoleto, es como cuando el país fue moderno y Privado, pero ciego e insensible.
Es, en definitiva, una lástima. Seguimos derrochando presente y futuro sin tener conciencia de que las oportunidades son escasas, limitadas. Y es una lástima por la Argentina latente que todos los días trabaja, piensa, crea, educa, sueña, vive y muere, pensando que existe un futuro mejor. Ojalá pudiera reprimir las ganas de cerrar el editorial con la frase – ya varias veces usada, no soy nada original ni pretendo serlo - de Patricio Rey y sus redondos: el futuro llegó hace rato/ todo un palo, ya lo ves... Pero, lo siento, el pasado me traiciona, y no encuentro nada mejor.
Conrado Yasenza, Julio 2007.

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