31 agosto 2007

Zona Literaria/ Ensayo


Arlt, Política y Locura

Sonámbulos y Periodistas*


La crueldad tiene un Corazón Humano
William Blake
Por Horacio González

Ilustración: Clovis Trouville

Es la fuerza inagotable del equívoco lo que permite que Arlt siga siendo un personaje de nuestras lecturas. Leerlo va a ser siempre un oficio incierto. Labor de quien acompaña la aventura arltiana con la incesante pregunta: ¿qué habrá querido decir?
Por un lado, Arlt se complace en ofrecerle al lector los signos más visibles de una rabiosa contemporaneidad, hallazgos siempre fechados. Una nota del comentador en Los Lanzallamas, dice: “obsérvese que esta novela transcurre a mediados del año 1929”. Es una nota a pie de página destinada a justificar una línea insignificante de la urdimbre, donde un tenedor de libros español está leyendo en el diario los festejos de Su Majestad el Rey en su paso por Cataluña. ¿A qué corresponde esta ilusión del tiempo, donde la novela parece ligada a un absoluto presente y sin embargo la precisión puntillosa del comentador la aparta para siempre de nosotros? El tiempo se convierte en un juego brutal, un sueño truculento donde conviven heterogéneos elementos. En Arlt, no podemos dejar de ver, que los abstracto planes de dominio político y las alucinaciones despiadadas, son siempre foráneas al almanaque de la historia. Pero de inmediato se nos presentan las alusiones al “ escritor y su época”, ese año 1929, que, como un meteoro o una batalla, exige una identificación bien datada. Al fin, quedamos sin saber qué partido tomar para juzgar la temporalidad de la novela. O se nos impone una recurrente impiedad que busca la salvación a través del poder, o surgen los nombres históricos con que los acontecimientos nos remiten a una alarmante profecía sobre el presente.. O una antropología negativa o un alerta sobre la historia; o los visos de una moral escéptica o el refuerzo político a una radicalizada energía épica.
Porque si Arlt nos ofrece copiosamente la idea de un sonambulismo político, donde la materia a considerar es la eterna brutalidad de las decisiones de los poderes históricos, también nos tropezamos con una legión de nombres emanados de la crónica de actualidad, que pueblan la novela con un Mussolini o un Lenin, noticias periodísticas de un presente espumoso y vivo. Sonambulismo y periodismo son las dos fronteras de la historia en la novelística arltiana. Con esto se circunscribe el territorio de una neurosis. Ambos términos, sonámbulos y periodistas, combaten entre sí en las escarpadas moralidades arltianas. Cada locución se deroga con la otra. El sonámbulo lleva una carga de secreta frustación que lanza sobre el héroe político, como un sanguinolento vómito de pesadilla. Pero el héroe político puede frustar el doblez onírico de los individuos, prohibiendo la experiencia de unción sagrada al recordar todo lo que hay de guerra en la historia. Y por un encadenamiento de equívocos – que la lectura arltiana favorece como pocas – lo que consigue permanecer, es la fugacidad amenazadora de los sonámbulos. Y del mundo histórico fugaz, lo que descuelle será siempre la eternidad de la violencia.
Por otro lado, hay otro ángulo por el cual debemos que Arlt introduce una gran crisis en el juicio valorativo sobre el mal. Un malestar, que no es ligero, es lo que siente todo lector arltiano, cuando debe reconocer en sí lo que habitualmente se describe como “una mezcla de sentimientos contradictorios”. Recorrer la filiación interna de esos sentimientos, nos debe llevar a una investigación sobre la condición espiritual del lector contemporáneo. Angustia por ver el crimen en un discurso destapado, alaridos de placer remoto por las evidencias de que tenemos a la vista el material crudo con que está hecho el mal, contento íntimo por sabernos en posesión del arcano moral sobre el que las sociedades se fundamentan: todos estos barrocos trompicones entre emociones distintas, forjan la maraña anímica que, como se sabe, es el barro de la criatura arltiana. El problema que nos entrega este laberinto emocional es de orden ético, de la ética que subyace al que escribe y a lo escrito, la ética que al fin es la verdadera antropología de la escritura. ¿ Era Arlt un “cínico”, en el caso que empleemos esta expresión a la manera de la filosofía antigua? ¿Era Arlt un moralista desdoblado en el “cinismo” moderno de sus personajes a fin de mostrar lo insoportable de un mundo de Tartufos? Son preguntas del crítico arltiano – si tales clanes existen – pero son también preguntas que siempre puede abrir la literatura cuando admite, en su último sueño nocturno, que puede ser el facsímil secreto de las filosofías de la ética.
Un volumen, obrita o librejo – este ensayo – sobre Arlt, es una cuenta más que se suma a una larga hilera. Todo corpúsculo que pretenda un lugar en esa extensa fila debe buscar una buena excusa para incorporarse a ella. Quisiéramos imaginar que el pretexto que encontramos se refiere a una modalidad de la crítica que debe pegarse a la obra, que la cita en trechos muy amplios y que la siente adherida a sí misma, al punto que apenas se contiene culposamente para declarar su innecesariedad. Toda crítica es innecesaria, pero si realmente fuera descubierta en su inanidad, siempre puede esgrimir en su pálida defensa el hecho de haber sido, de todos modos, un vehículo para que hablara la voz de la obra tomada por objeto. Que el objeto pase nuevamente a ser sujeto, es el motivo final e inconfeso de la crítica. Doy lectura loca, no locura, decía Macedonio Fernández. No estaba la locura en el loco realista de la literatura, que no consigue evocar en la verosimilitud de su realismo lo realmente inconexo de la locura, sino en las consecuencias abismales de una literatura que enloquece en la abolición literaria de sí misma.
Creemos que la experiencia de la locura en Arlt, no sólo podría referirse a las características ostensibles de sus espantajos literarios, sino a algo más indefinible que vagabundea en el temor insidioso que aún causa su lectura. Temor: un temor inaudible, no un temor asumido. Un temor invisible y más imponente en la medida que se halla emancipado de la voluntad del lector, que aún cree que leer es dominar una materia, y no como sucede a diario, ser señoreado por ella.

*Prólogo del libro Arlt. Política y Locura. Horacio González, Colección Puñaladas, Ensayos de punta, Editorial Colihue, Buenos Aires, 1996.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios