(para La Tecl@ Eñe)
En 1981, en el exilio mexicano, una de mis alumnas, entusiasta lectora de Borges, me expresaba su pesar porque no se le concedía a Borges el premio Nóbel de literatura. Se extrañó mucho de que yo no estuviera de acuerdo con ella. Ambos teníamos una concepción política que puede llamarse de izquierda, y acordábamos plenamente en cuanto a los valores literarios de Borges.
¿Dónde se encontraba pues el desacuerdo? Por una parte, en la naturaleza de tal distinción, y por otra, y ésta era la razón principal, en el contexto de la dictadura militar genocida en que se planteaba. Ambos sabíamos que Sartre lo había rechazado.
En primer lugar, la naturaleza de los premios Nobel. A nadie puede escapar que la designación de quien recibirá un premio Nobel constituye un acto político. No creo que haya muchos que no estén de acuerdo en que Jorge Luis Borges merecía largamente recibir el premio Nobel, pero nunca lo recibió. ¿Cuál es el motivo de que fuera discriminado? Evidentemente era por sus juicios favorables a la dictadura militar. Suecia era una de las naciones que recibía a los refugiados que huían de dicha dictadura.
El otorgamiento del premio Nobel de Literatura es una decisión política, pero se trata de política cultural, lo cual implica que debe ajustarse a la lógica que tal política implica. Es evidente que no se otorgará el premio a quien no haya mostrado cualidades literarias sobresalientes.
En segundo lugar, el contexto. Precisamente éste era el de la dictadura militar. El Nobel a Borges en ese contexto, me parecía un apoyo a la dictadura. El prestigio intelectual de Borges no podía menos de ser utilizado por la dictadura y esto era lo que, a mi modo de ver, hacía que el premio no debía ser otorgado a Borges.
El contexto actual es diferente tanto en Europa como en América Latina. Allá soplan nuevamente vientos neoliberales, pro mercado, proyectos de ajuste, avances de la derecha. Aquí, por el contrario, son vientos populares, o populistas, liberadores. La Patria Grande Latinoamericana ha dejado de ser un mero slogan o una mera utopía para transformarse en un proyecto concreto que avanza en realizaciones económicas, políticas, culturales.
Si la política que dirige actualmente el otorgamiento de los Nobel estuviese de acuerdo con las políticas populares Eduardo Galeano sería uno de los candidatos seguros. Para una política neoliberal, en cambio, que es la que se propicia desde los grandes centros de poder, Vargas Llosa viene como anillo al dedo. De ninguna manera pongo en dudas las cualidades literarias del citado Vargas Llosa que lo hacen acreedor al premio. El problema no es literario sino político.
Y ahora viene lo de la Feria del Libro en Buenos Aires. ¿Qué es una Feria? Vayamos al diccionario: “Instalación temporal, en un recinto cerrado o al aire libre, de ganado, mercancías u otros objetos de comercio, para su exhibición y venta”. En el “recinto cerrado” en que se realizará la Feria del Librose hizo antes la Feria de la Rural, o sea, la del ganado. Ahora se hará la de Libros “para su exhibición y venta”.
Nadie se escandalice. No estoy negando el gran acontecimiento cultural que es una Feria del Libro. Allí se nos ofrece la mejor producción cultural que enriquece nuestro espíritu y se realizan conferencias de especialistas en diversos temas que atañen a la realidad económica, política, social, cultural y religiosa. Pero todo ello no quita que esos textos sean también mercancías. ¿Puede ser de otra manera? Tal vez sí, pero no en una sociedad capitalista y en ella nos encontramos.
La Feria del Libro es, pues, un acontecimiento cultural con profundas implicaciones políticas y comerciales. Un militante de la derecha neoliberal como Vargas Llosa no puede no aprovechar el ofrecimiento que se le hizo de abrirla para hacer política. Está bien que lo haya aclarado, aunque lo haya hecho como una especie de imposición a la que se vio obligado a responder, debido al supuesto “veto” que ha recibido de gran parte de la intelectualidad argentina.
Creo que no se le debe dar ya demasiadas vueltas al asunto. La sociedad argentina ha madurado lo suficiente como para que los argumentos pro-neoliberalismo de un literato puedan incidir en su visión política. Lo que sí es necesario es seguir profundizando en el debate de las relaciones existentes, ineliminables, entre la literatura y la política, entre la filosofía y la política, entre el periodismo y la política, entre la religión y la política, pues ésta siempre está presente, aunque no de la misma manera.
Menester es tener presente que en esas relaciones es la política la que está al mando. No por nada Aristóteles a la política la denomina “la ciencia soberana” y “arquitectónica”, pues determina “cuáles son las ciencias necesarias en las ciudades, y cuáles las que cada ciudadano debe aprender y hasta dónde”.
Dos figuras de la Fenomenología del espíritu vienen al caso, la del alma bella y la de la conciencia desgraciada. El alma bella cree que puede seguir esperando que el ser “le dirija la palabra” mientras a su lado se comete un genocidio. No puede escapar al destino de ser conciencia desgraciada, con el único escape de enviar la desgracia al trasfondo de la inconciencia. Allí agazapada no dejará de atormentarlo.
Vargas Llosa no corre el peligro ni de ser alma bella, ni de transformarse en una conciencia desgraciada, porque tiene claro, y lo asume, que no puede fingirse como un literato libre de toda contaminación política. Todo lo contrario, asume su compromiso político sin falsos escrúpulos. Ello no es criticable. En todo caso lo que es criticable es el tipo de compromiso político asumido.
En 1981, en el exilio mexicano, una de mis alumnas, entusiasta lectora de Borges, me expresaba su pesar porque no se le concedía a Borges el premio Nóbel de literatura. Se extrañó mucho de que yo no estuviera de acuerdo con ella. Ambos teníamos una concepción política que puede llamarse de izquierda, y acordábamos plenamente en cuanto a los valores literarios de Borges.
¿Dónde se encontraba pues el desacuerdo? Por una parte, en la naturaleza de tal distinción, y por otra, y ésta era la razón principal, en el contexto de la dictadura militar genocida en que se planteaba. Ambos sabíamos que Sartre lo había rechazado.
En primer lugar, la naturaleza de los premios Nobel. A nadie puede escapar que la designación de quien recibirá un premio Nobel constituye un acto político. No creo que haya muchos que no estén de acuerdo en que Jorge Luis Borges merecía largamente recibir el premio Nobel, pero nunca lo recibió. ¿Cuál es el motivo de que fuera discriminado? Evidentemente era por sus juicios favorables a la dictadura militar. Suecia era una de las naciones que recibía a los refugiados que huían de dicha dictadura.
El otorgamiento del premio Nobel de Literatura es una decisión política, pero se trata de política cultural, lo cual implica que debe ajustarse a la lógica que tal política implica. Es evidente que no se otorgará el premio a quien no haya mostrado cualidades literarias sobresalientes.
En segundo lugar, el contexto. Precisamente éste era el de la dictadura militar. El Nobel a Borges en ese contexto, me parecía un apoyo a la dictadura. El prestigio intelectual de Borges no podía menos de ser utilizado por la dictadura y esto era lo que, a mi modo de ver, hacía que el premio no debía ser otorgado a Borges.
El contexto actual es diferente tanto en Europa como en América Latina. Allá soplan nuevamente vientos neoliberales, pro mercado, proyectos de ajuste, avances de la derecha. Aquí, por el contrario, son vientos populares, o populistas, liberadores. La Patria Grande Latinoamericana ha dejado de ser un mero slogan o una mera utopía para transformarse en un proyecto concreto que avanza en realizaciones económicas, políticas, culturales.
Si la política que dirige actualmente el otorgamiento de los Nobel estuviese de acuerdo con las políticas populares Eduardo Galeano sería uno de los candidatos seguros. Para una política neoliberal, en cambio, que es la que se propicia desde los grandes centros de poder, Vargas Llosa viene como anillo al dedo. De ninguna manera pongo en dudas las cualidades literarias del citado Vargas Llosa que lo hacen acreedor al premio. El problema no es literario sino político.
Y ahora viene lo de la Feria del Libro en Buenos Aires. ¿Qué es una Feria? Vayamos al diccionario: “Instalación temporal, en un recinto cerrado o al aire libre, de ganado, mercancías u otros objetos de comercio, para su exhibición y venta”. En el “recinto cerrado” en que se realizará la Feria del Librose hizo antes la Feria de la Rural, o sea, la del ganado. Ahora se hará la de Libros “para su exhibición y venta”.
Nadie se escandalice. No estoy negando el gran acontecimiento cultural que es una Feria del Libro. Allí se nos ofrece la mejor producción cultural que enriquece nuestro espíritu y se realizan conferencias de especialistas en diversos temas que atañen a la realidad económica, política, social, cultural y religiosa. Pero todo ello no quita que esos textos sean también mercancías. ¿Puede ser de otra manera? Tal vez sí, pero no en una sociedad capitalista y en ella nos encontramos.
La Feria del Libro es, pues, un acontecimiento cultural con profundas implicaciones políticas y comerciales. Un militante de la derecha neoliberal como Vargas Llosa no puede no aprovechar el ofrecimiento que se le hizo de abrirla para hacer política. Está bien que lo haya aclarado, aunque lo haya hecho como una especie de imposición a la que se vio obligado a responder, debido al supuesto “veto” que ha recibido de gran parte de la intelectualidad argentina.
Creo que no se le debe dar ya demasiadas vueltas al asunto. La sociedad argentina ha madurado lo suficiente como para que los argumentos pro-neoliberalismo de un literato puedan incidir en su visión política. Lo que sí es necesario es seguir profundizando en el debate de las relaciones existentes, ineliminables, entre la literatura y la política, entre la filosofía y la política, entre el periodismo y la política, entre la religión y la política, pues ésta siempre está presente, aunque no de la misma manera.
Menester es tener presente que en esas relaciones es la política la que está al mando. No por nada Aristóteles a la política la denomina “la ciencia soberana” y “arquitectónica”, pues determina “cuáles son las ciencias necesarias en las ciudades, y cuáles las que cada ciudadano debe aprender y hasta dónde”.
Dos figuras de la Fenomenología del espíritu vienen al caso, la del alma bella y la de la conciencia desgraciada. El alma bella cree que puede seguir esperando que el ser “le dirija la palabra” mientras a su lado se comete un genocidio. No puede escapar al destino de ser conciencia desgraciada, con el único escape de enviar la desgracia al trasfondo de la inconciencia. Allí agazapada no dejará de atormentarlo.
Vargas Llosa no corre el peligro ni de ser alma bella, ni de transformarse en una conciencia desgraciada, porque tiene claro, y lo asume, que no puede fingirse como un literato libre de toda contaminación política. Todo lo contrario, asume su compromiso político sin falsos escrúpulos. Ello no es criticable. En todo caso lo que es criticable es el tipo de compromiso político asumido.
Buenos Aires, 9 de marzo de 2011
*Filósofo y teólogo. Docente Universitario (UBA)
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