31 octubre 2012

Política y Sociedad/Todos somos estudiantes/Por Hernán Invernizzi


Todos somos estudiantes


A partir del encuentro de la Presidenta con un grupo de jóvenes que concurren a la John F. Kennedy School of Government (Universidad de Harvard), numerosa militancia K batió el bombo de la indignación. Los anti-K, por el contrario, agitaron las trompetas de la satisfacción. Otros se colocaron en el medio: ni coléricos ni dichosos, trataron de analizar la situación “objetivamente”. A veces, sólo a veces, es mejor la desmesura de los que están a favor o en contra, que el presunto equilibrio de quienes pretenden mirar las cosas con “objetividad”.


Por Hernán Invernizzi*
(para La Tecl@ Eñe)




A partir del encuentro de la Presidenta con un grupo de jóvenes que concurren a la John F. Kennedy School of Government (Universidad de Harvard), numerosa militancia K batió el bombo de la indignación. Los anti-K, por el contrario, agitaron las trompetas de la satisfacción. Otros se colocaron en el medio: ni coléricos ni dichosos, trataron de analizar la situación “objetivamente”. A veces, sólo a veces, es mejor la desmesura de los que están a favor o en contra, que el presunto equilibrio de quienes pretenden mirar las cosas con “objetividad”.

El bando de los equilibrados dijo que estos jóvenes eran “los chicos”; a veces eran “los estudiantes”- y cuando se trató de analizar si eran o no militantes del Pro, blandieron el argumento re-progre según el cual ser un joven militante no tiene nada de malo sino todo lo contrario (y que por lo tanto no importa dónde militan sino que es bueno ser un militante joven, de cualquier signo).

Se trata de la escuela de gobierno de Harvard, donde se dictan carreras de postgrado: maestrías y doctorados en políticas públicas. O sea, una escuela top de cuadros políticos. Los “chicos que le preguntaron a la Presidenta” no son chicos sino jóvenes profesionales o casi que concurren a carreras de especialización. Las exigencias curriculares para acceder a las mismas son menos severas que en nuestras universidades: para el Master in Public Policy (dos años) o el Master in Public Administration/ International Development (también de dos años) no es imprescindible haber titulado una licenciatura de 5 años. Alcanza con haber aprobado los tres primeros años de una licenciatura (incluyendo materias de economía), haber trabajado por lo menos dos años en asuntos afines, “preferentemente en países en desarrollo”, y pagar la cuota. Las exigencias son mayores cuando se trata de un doctorado.

O sea: terminaron la escuela secundaria, aprobaron al menos tres años de una carrera universitaria (supongamos que tardaron tres años en aprobar los tres primeros años) y tienen por lo menos dos años de experiencia laboral en asuntos de políticas públicas – que pudieron ser simultáneos a sus estudios. ¿De qué “chicos” están hablando? Si estos jóvenes profesionales son “los chicos”, ¿cómo llamar a los muchachos de 14 o 15 años que arrebatan carteras, consumen paco y duermen en los zaguanes? ¿Cómo definir a los adolescentes que protestan contra la política educativa de la CABA? 

Decir que estos embriones de cuadros político-técnicos son “los chicos que le preguntaron a la Presidenta” no es apenas una cuestión de énfasis, sino una manipulación. Dicen con simpática neutralidad progre que son “los chicos”, para no decir que son futuros dirigentes haciendo cursos - y también para descolocar a la Presidenta, que no habría sido capaz de manejar como una maestra jardinera a un grupito de párvulos haciendo travesuras.

Y dicen también que se trata de un grupo de “estudiantes”. Como vimos, estudiantes son: estudian. Pero la palabra “estudiante” es de connotaciones múltiples. Comunicadores con experiencia internacional y estudios universitarios insistían equidistantemente con que se trataba de “estudiantes”. Saben que existen las categorías de maestrando (el que está haciendo un master) y doctorando (que cursa un doctorado), pero no las usan cuando se trata de estudiantes que preguntan a la Presidenta – porque no es lo mismo una abogada que conversa con un “estudiante” que una que conversa con un doctorando... Al decir “estudiantes” desde el valor agregado de la neutralidad equidistante, implican que es lo mismo cursar una maestría en Harvard que la escuela primaria, la secundaria, un terciario, una carrera universitaria o un curso on-line de corte y confección. ¡Todos somos estudiantes! Y si bien se podría decir que uno se ha puesto quisquilloso con el uso de las palabras, es que se trata de eso: del uso de las palabras cuando se tiene un micrófono ante la boca.

Hace poco tuvimos un buen ejemplo parecido. En nombre de impecables valores progresistas, desde hace décadas distintas organizaciones colaboran con la llamada “reintegración” de las personas privadas de su libertad ambulatoria. Presos, detenidos, encarcelados, penados, presidiarios, tumberos... El baterista de Callejeros asesinó a su esposa en 2010 y la justicia lo condenó a 18 años de prisión. Poco después de la condena el músico participó de una actividad de “reintegración”. Cuando se supo que un femicida notorio o mediático o mediatizado había salido de la cárcel para participar de una actividad cultural, se desató el escándalo. Se dijeron muchas cosas y todo era lo mismo. La muerte de los matices. El fin de las diferencias.

Se habló hasta el cansancio de la “reintegración” de las personas privadas de su libertad. Pero la “re-integración” supone la “integración” previa. Grandes esfuerzos estéticos para no usar la palabra “preso” pero nadie señalaba que la mayoría de los detenidos en las cárceles argentinas nunca estuvieron integrados a nada: son jóvenes, pobres, marginales, ladrones y son muchos. El baterista de Callejeros no los representa. Las cárceles argentinas están llenas de miles de jóvenes encarcelados por robo, y no por violencia de género, tráfico de drogas o estafa. De manera semejante, aquellos “jóvenes estudiantes” de Harvard no representan a los “jóvenes estudiantes” de nuestro país. Hay tanta distancia entre ellos y el resto de los jóvenes estudiantes argentinos como la que hay entre aquel músico y el resto de los jóvenes privados de su libertad. Todos estudian. Todos están presos. Todo es lo mismo.

Y sostuvieron los equidistantes comunicadores el argumento re-progre según el cual los jóvenes politizados son una buena noticia. Es cierto, pero esta buena noticia no se la debemos ni al menemismo ni a la Alianza. Tampoco a la presidencia de Alfonsín, cuyos dirigentes entonces jóvenes (la generación de la Coordinadora), una vez que llegaron a diputados, ministros u hombres de negocios, se ocuparon concienzudamente de pulverizar a los jóvenes militantes radicales que a mediados de los ’80 tenían alrededor de 20 años (la generación de Hernán Lombardi y Darío Loperfido). Tampoco le debemos la buena noticia de los jóvenes politizados a los devastados partidos políticos, que durante los últimos 30 años hicieron todo lo posible para espantar a los jóvenes de la política. Más bien le debemos la buena noticia al movimiento piquetero (hoy movimientos sociales), al sindicalismo alternativo (tanto ATE/CTA como el ex MTA de Moyano), al movimiento de Derechos Humanos y a la inesperada irrupción de Néstor Kirchner en la política argentina. Suena paradojal, pero en última instancia los jóvenes militantes del PRO se explican antes por los recién mencionados que por la presencia de Mauricio Macri.

Las múltiples causas convergentes a partir de las cuales se puede analizar la politización de los jóvenes dieron resultados en la coyuntura actual. Por eso sería un ejercicio de política-ficción tratar de imaginarse a los jóvenes de Harvard intercambiando preguntas y opiniones con Menem o de la Rúa. Considerando las relaciones carnales de uno y el corralito del otro, probablemente habría sido una charla larga pero aburrida. Una de las buenas características de este encuentro real, en cambio, es que pudo haber sido interesante. Pero el potencial interés de la charla no es sólo un mérito de quienes podrían hacer preguntas críticas, sino también de quienes fueron críticos cuando la clase dirigente soñaba con un futuro de jóvenes indiferentes.

Por supuesto, entonces, que es bueno que haya militancia joven. Pero en nombre de eso no se justifica negar o minimizar las diferencias. ¿Por qué descartar que se trata de jóvenes militantes que estudian cuál sería la mejor manera de volver a lo mismo y convertirnos en España o Grecia? Después de todo, Mauricio Macri, referente político del joven PRO que preguntó, poco después viajó a la floreciente España para entrevistarse con Mariano Rajoy. Y así es como el mismo comunicador que coincide con la necesidad de aplicar políticas heterodoxas de raíz keynesiana, o el mismo que prefiere un Estado regulador a un Estado ausente, en nombre de sus diferencias con el gobierno K elude que estos jóvenes son el up-grade liberal, que quiere terminar con el Estado regulador y recolocar a la Argentina en el cuadro de honor del FMI.

Ricardo López Murphy hizo su post grado en la Universidad de Chicago, Martín Redrado obtuvo un master en Harvard, Cavallo un doctorado en la misma universidad y Alfonso Prat Gay un master en la de Pennsylvania. Hoy, como las generaciones inmediatamente anteriores, los futuros cuadros de la derecha liberal se especializan en algunas universidades norteamericanas, como la School of Government de Harvard.

Su decano es David Ellwood y representa al sector liberal del Partido Demócrata: se especializó en temas de pobreza e integración social y fue funcionario de Bill Clinton en el área salud. Lo acompañan en la tarea académica un numeroso equipo de profesores de varias nacionalidades, de currículums imponentes, y en varios casos con experiencia de gobierno en países como México, Brasil y Venezuela. Su objetivo es contribuir a la producción de una nueva clase dirigente profesional ("new professional governing class”), para lo cual ofrece 15 centros de investigación y más de 30 programas educativos, en los cuales, aseguran, tratan de relacionar la excelencia académica con la vida real. Ya tuvo más de 46.000 alumnos repartidos entre más de 200 países. Para los parámetros de la cultura política norteamericana, la John F. Kennedy School of Government es un espacio progresista en el cual puede ser titular de cátedra un ministro del segundo gobierno de Lula, si bien es cierto que Roberto Unger no es un cuadro del PT sino uno de los fundadores del PMDB. Los límites del progresismo imperial son perfectamente claros y por eso un joven liberal argentino se siente cómodo en esa escuela, aunque alguno de sus profesores lo corra por izquierda: es parte de su entrenamiento como deportista de alto rendimiento.

Cuestionarlos por ser jóvenes y militantes es reaccionario por definición. Pero además, por decirlo de manera generosa, es poco práctico: quien participa en la lucha política necesita interlocutores, requiere diferencia – porque la diferencia es constitutiva de la identidad. Pero, en la actual coyuntura, hay por lo menos un problema: el panorama de la derecha liberal argentina es desolador. No sólo no tiene nada interesante para proponer, encima tampoco tiene quien lo haga. Agotado Domingo Cavallo (audaz, creativo y de sólida formación intelectual) sus referentes actuales carecen de los atributos necesarios para liderar la vanguardia reaccionaria.



A diferencia de muchos de sus seguidores – que eluden cuanto pueden los espacios mediáticos opositores – la Presidenta afrontó un ambiente crítico, de visibilidad internacional, en vivo y en directo. Una vez que pasó lo lógico (los estudiantes de Harvard preguntaron según su ideología) estalló la cólera de mucha militancia K: la Presidenta había sido víctima de una maniobra opositora. Pero, digo yo: ¿y qué esperaban? ¿que se encontrara con militantes piqueteros haciendo un post-grado en Harvard?


*Periodista. En los últimos 20 años realizó numerosos trabajos de investigación sobre la Dictadura 1976-1983


4 comentarios:

  1. asi es hernan, son estudiantes de harvard y lo sabiamos aquellos que los sabiamos desde los 70. te mando saludos en el tiempo, creo que nos vimos por ultima vez en la redaccion de el porteño. Una eternidad¡¡ alberto ferrari

    ResponderEliminar
  2. Muy interesantes, ilustrativas y oportunas las observaciones críticas acerca de la condición e idiosincracia de los distintos intervinienentes. Me hubiera gustado alguna reflexión acerca los párrafos más polémicos y mediatizados del discurso presidencial, tan manipulados e hiperbolizados.

    ResponderEliminar
  3. "Acá tenés los pibes para la liberación", le cantan a la preso los ya recibidos y casi cuarentones (o ya cuarentones) Larroque, Ottavis y otros.

    ResponderEliminar
  4. Perdón, quise decir la "Presi" (las teclas "i" y "o" están al lado, que no cunda el pánico)

    ResponderEliminar

comentarios