31 octubre 2012

Sociedad y Arte/Memorias de/con fantasmas De inmigraciones, museos, memoria y Nación/Por Sebastián Russo


Memorias de/con fantasmas
De inmigraciones, museos, memoria y Nación
Apuntes sobre Migrantes de Christian Boltanski[1]


El Hotel de los Inmigrantes es hoy un museo, el Museo del Inmigrante. Un siglo después, las retóricas estatales explicitan tanto un cambio de época (de la matriz productiva a la espectacularizada –el Dock vuelto Faena, y así-), como un adocenado lenguaje progresista, que musealiza incluso aquello que intenta abjurar: inimaginable resulta una glorificación colectiva de la inmigración latinoamericana reciente.


Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)


El Hotel de los Inmigrantes es hoy un museo, el Museo del Inmigrante. Un siglo después, las retóricas estatales explicitan tanto un cambio de época (de la matriz productiva a la espectacularizada –el Dock vuelto Faena, y así-), como un adocenado lenguaje progresista, que musealiza incluso –sobretodo- aquello que intenta abjurar: inimaginable resulta una glorificación colectiva de la inmigración latinoamericana reciente.

El enclaustramiento del sentido, que el concepto de Museo evoca y convoca, aquí ligado a otra acepción político-conceptual, la de “inmigrante”, que alude tanto al encierro (simbólico, pero de materialidad y carnalidad vibrante), como a la esperanza, la ilusión de haber arribado a tierra prometida. Pero qué nos dicen éstas configuraciones terminológicas, a qué tipo de sociedad (imaginada) refieren. La mirada estatal sobre el inmigrante fue mutando. De qué modo estas modulaciones (del higienismo al Indoamericano) son asimiladas, reconvertidas. En cuánto y de qué forma el arte contribuye en este proceso.  En definitiva, y siendo que estamos condenados a vivir con y entre fantasmas, qué y cómo conmueve nuestro presente lidiar con aquellos espectros, con aquellas fantasmagorías: de un “hacer la América”, a la xenófoba ley de inmigración de Miguel Cané.

En este marco museístico, de incisiva y pregnante evocación de un pasado (una época) pura potencia (productiva-esperanzadora/atemorizante-reprimible), se presenta una de las obras que el artista francés Christian Boltanski montó en Buenos Aires.

Horadando las solidificaciones de aquellos conceptos, y monumental, más por su puesta en escena que por su invocación monumentalista, esta instalación permite tensionar el doble (cuanto menos) registro de aquella gesta migrante (esbozando tal vez una reflexión sobre toda gesta migratoria) Doble registro dijimos: la aventura del que lo arriesga todo, y hace de su voluntad rito iniciático, apuesta esperanzada; y el temor ante una tierra que lo convoca pero que a su vez lo repele, ante la sospecha y la aprensión por la mezcla, la peste, el virus (menos biológico que social), que lo convierte de visitante anhelado a peligro inminente. Esta tensión que se expresa ya en un edificio de estilo, que pareciera no haber esperando a los gérmenes de la Europa hambreada con los que terminó lidiando, se actualiza en la instalación de Boltanski, en una puesta en escena fantasmagórica, excesiva, perturbadora.

Un murmullo agobiante, entremezclado, de voces que se embadurnan en sus idiomas disímiles, se oye en y desde todas las salas. Un murmullo continuo y heteróclito, insoportable para una lógica estatal de afán a la vez homogenizador y distinguidor, aglutinador y catalogador del diferente, con las técnicas heredadas de la criminalística lombrosiana y el higienismo: enclaustrándolo a una cuarentena preventiva –a eso también se llamaba “hotel”-. La mezcla y la multitud que este murmullo perpetuo presentifica, evoca los males que una serie de disciplinas se encargó  de controlar (nacieron para ello –la sociología, entre ellas-), hacerlos esclavizantemente productivos, absorbiendo y neutralizando sus pústulas disruptivas.  

Lamparitas de tungsteno colgando de un cable, desde el interrogatorio, a la precariedad habitacional, elementos altamente connotados constituyendo no solo un escenificación de la pobreza y la interrogación, sino una puesta en escena dada a la evocación de un tiempo detenido. Las salas, los pasillos están bañados, abrazados por una tenue neblina. Conformando una (la) experiencia fantasmagórica (por antonomasia). Lo que retornan como espectros, son ecos, lamentos, sueños, represiones de un época, de una epopeya, de varias, la mayoría truncadas, incluso la de una Nación blanca e ilustrada imaginada por la elite gobernante.

¿Cómo no oír en esos murmullos, los esbozos de una semana trágica, de una Patagonia rebelde? ¿Cómo no oír el tenue lamento ahogado en una almohada de un niño añorando a su madre, y el sollozo contenido de su padre, con la incertidumbre fatal de –no- darle a aquel algo de sosiego, de futuro? ¿Y cómo no oír en ese murmullo la necesidad controladora, represiva, administrativa, de lo que se ve cúmulo indistinguido y se desea regimiento homogéneo –he ahí, las camas iguales y geométricamente dispuestas, los sacos iguales, las lámparas iguales todas salvo las que convocan a un sentir patrio: este país los acogió, a este país se rendirán-? ¿Cómo no oír en ese murmullo, así todo, lo que escapa al control, lo que permite la modulación de una lengua que se expresa por fuera de lo comprendido y así dado a la administración? La lengua, como último e inexpropiable sitio de la propia identidad, de los rastros de experiencia, y a la vez, reducto de una conspiración siempre en ciernes, anhelada.

¿Y qué nos dicen esos murmullos de nuestro presente, forjado en esas hablas tenues que añoraban, y que –también- maceraban revueltas libertarias? ¿Oímos allí las voces del Indoamericano, de sus muertos? ¿Los de una “conquista del desierto” aun vigente en la extensión sojera del norte? ¿Oímos allí a nuestros ancestros, a nuestra propia extranjería? ¿Qué vuelve, cuando vuelven aquellas voces?

Hay así en la propuesta representacional de Boltanski, la inquietante posibilidad y necesariedad de dialogar con fantasmas. Y desde la performática intención de circular “dentro de la obra”, entrometerse entre camastros, entre esos viejos sacos colgados, entre parapetos higienistas, y con las voces que se entremezclan, superponen, y que al caminar, circular, unas van imponiéndose sobre otras. Generando en ese movimiento un propio relato, un singular dialogo con esos (nuestros) espectros, que agobian los vetustos salones, así como agobian en nuestras cabezas nuestros muertos (familiares, ancestrales, libertarios, indoamericanos, quom) Una Nación en ciernes, en perpetua conformación, con y desde estos (y futuros) fantasmas. He ahí el arte (en este caso, el de Boltanski), en su potencialidad de expresar lo subrepticio, lo apenas visible, de convocar los mundos espectrales que nos acosan, y condicionan nuestra experiencia cotidiana.


*Sebastián Russo es sociólogo, coordinador de la revista Tierra En Trance y Director Editorial de la revista En Ciernes. Epistolarias



[1] La instalación Migrantes de Christian Boltanski es una de las cuatro muestras del proyecto Boltanski Buenos Aires, organizado por la Universidad Nacional Tres de Febrero (Untref) con curaduría de Diana Wechsler.

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