América Latina: un pueblo que espera sin exigir.
Por Mery Castillo Amigo*
Por Mery Castillo Amigo*
Observar esta Europa que se inicia en el invierno, recorrer con la mirada y experimentar la cotidianeidad de sus gentes, provoca sentimientos encontrados. Por ejemplo, el tema de discusión en Francia, centrado en París por estos días, es el de los SDF (personas Sin Domicilio Fijo), eufemismo usado para hablar de los sin techo, y la protesta de la gente llegada de todo el país, que acampa en la ribera del Sena, en solidaridad con los antiguos clochards. Todo esto por supuesto ha producido sus efectos, y los candidatos presidenciales han empezada a alinearse en torno al tema.
Por esto, cuando uno piensa en América Latina y en la situación en que vive la mayoría de su gente, el problema francés puede hasta resultar anecdótico. Por estos lados la mayor parte de la gente vive con las manos extendidas; los pueblos han sido acostumbrados a recibir lo mínimo para sobrevivir, sin participar; la política ha terminado creando clientes en vez de ciudadanos, pueblos que esperan en vez de exigir.
Si alguna vez se dijo que éramos un mendigo, sentados en un banco de oro, ahora podríamos decir que América Latina cojea, incapaz de correr hacia delante. Por un lado están las barreras con las que se enfrentan los pobres, los innovadores, los que no pueden acceder al crédito. Existen demasiados muros creados contra la movilidad social y la equidad en la política y en la economía.
Si ahora se habla de un renacimiento de la democracia en América Latina, ésta resulta ser nominal. Es cierto, que la gente puede votar, pero no puede entrar a competir en un mundo globalizado. Hay algo preocupante, aparte de que los niveles de vida han bajado y los ingresos están estancados, y es que la gente ha perdido la fe; la fe en la posibilidad de un cambio real, y creo que cuando eso pasa, es posible aferrarse a cualquier cosa.
América Latina parece más democrática, pero también más desigual que hace 10 años. Si el voto une, la pobreza divide a los latinoamericanos. La economía de la región se mantiene organizada de modo que concentra la riqueza en unos pocos y con una serie de exenciones a los impuestos, que despoja a los gobiernos de recursos necesarios para invertir en capital humano. Son excepciones los gobiernos que han invertido en esto. La motivación detrás de la cantidad de obras públicas, de seguro necesarias para el desarrollo, es casi siempre, la necesidad de crear apoyo político a corto plazo.
Debido a la distorsión de las prioridades esta democracia no es capaz de derribar los vínculos clientelistas y sus conocidos acuerdos para cogobernar. Mientras tanto, los pobres siguen desprotegidos y engrosando las filas de mano de obra barata. Como sabemos, por falta de educación, y la falta de oportunidades a que esto conlleva, las personas no llegan a convertirse en ciudadanos con pleno ejercicio de sus derechos en sus países y en el resto del mundo.
Con una democracia que funciona aparentemente bien, en términos de elecciones. Hay algo que no funciona, y no tiene que ver necesariamente con determinados presidentes, de menos o más populismo en algunos casos, de conservadores o moderados, en otros. Detrás hay una realidad histórica, estructural.
Esta disfuncional democracia latinoamericana es el resultado de un tergiversado modelo de actitudes políticas y económicas, que lleva al estancamiento, al margen de quién sea el gobernante de turno. Se origina en una seguidilla de reformas estructurales postergadas o hechas a medias, seguida de una ola privaticionista que beneficia a los poderosos pero perjudica a los consumidores.
Sin basarse en la ciudadanía y apelando al clientelismo los gobiernos no tienen ante quien responder. De allí se producen democracias superfluas, donde se ejerce el voto pero no se participa en las decisiones.
Lo más trágico de esto es que dichos gobiernos, ya sea autoritarios o de denominación democrática, terminan convirtiendo a sus ciudadanos en receptores de obsequios, sin que sean participes de sus procesos y potencialmente reformadores. Gente que pide incapaz de exigir.
Pienso entonces en lo que han logrado los grupos de apoyo a los SDF: conseguir soluciones a quienes carecen de una vivienda digna. Gente que exige.
Por esto, cuando uno piensa en América Latina y en la situación en que vive la mayoría de su gente, el problema francés puede hasta resultar anecdótico. Por estos lados la mayor parte de la gente vive con las manos extendidas; los pueblos han sido acostumbrados a recibir lo mínimo para sobrevivir, sin participar; la política ha terminado creando clientes en vez de ciudadanos, pueblos que esperan en vez de exigir.
Si alguna vez se dijo que éramos un mendigo, sentados en un banco de oro, ahora podríamos decir que América Latina cojea, incapaz de correr hacia delante. Por un lado están las barreras con las que se enfrentan los pobres, los innovadores, los que no pueden acceder al crédito. Existen demasiados muros creados contra la movilidad social y la equidad en la política y en la economía.
Si ahora se habla de un renacimiento de la democracia en América Latina, ésta resulta ser nominal. Es cierto, que la gente puede votar, pero no puede entrar a competir en un mundo globalizado. Hay algo preocupante, aparte de que los niveles de vida han bajado y los ingresos están estancados, y es que la gente ha perdido la fe; la fe en la posibilidad de un cambio real, y creo que cuando eso pasa, es posible aferrarse a cualquier cosa.
América Latina parece más democrática, pero también más desigual que hace 10 años. Si el voto une, la pobreza divide a los latinoamericanos. La economía de la región se mantiene organizada de modo que concentra la riqueza en unos pocos y con una serie de exenciones a los impuestos, que despoja a los gobiernos de recursos necesarios para invertir en capital humano. Son excepciones los gobiernos que han invertido en esto. La motivación detrás de la cantidad de obras públicas, de seguro necesarias para el desarrollo, es casi siempre, la necesidad de crear apoyo político a corto plazo.
Debido a la distorsión de las prioridades esta democracia no es capaz de derribar los vínculos clientelistas y sus conocidos acuerdos para cogobernar. Mientras tanto, los pobres siguen desprotegidos y engrosando las filas de mano de obra barata. Como sabemos, por falta de educación, y la falta de oportunidades a que esto conlleva, las personas no llegan a convertirse en ciudadanos con pleno ejercicio de sus derechos en sus países y en el resto del mundo.
Con una democracia que funciona aparentemente bien, en términos de elecciones. Hay algo que no funciona, y no tiene que ver necesariamente con determinados presidentes, de menos o más populismo en algunos casos, de conservadores o moderados, en otros. Detrás hay una realidad histórica, estructural.
Esta disfuncional democracia latinoamericana es el resultado de un tergiversado modelo de actitudes políticas y económicas, que lleva al estancamiento, al margen de quién sea el gobernante de turno. Se origina en una seguidilla de reformas estructurales postergadas o hechas a medias, seguida de una ola privaticionista que beneficia a los poderosos pero perjudica a los consumidores.
Sin basarse en la ciudadanía y apelando al clientelismo los gobiernos no tienen ante quien responder. De allí se producen democracias superfluas, donde se ejerce el voto pero no se participa en las decisiones.
Lo más trágico de esto es que dichos gobiernos, ya sea autoritarios o de denominación democrática, terminan convirtiendo a sus ciudadanos en receptores de obsequios, sin que sean participes de sus procesos y potencialmente reformadores. Gente que pide incapaz de exigir.
Pienso entonces en lo que han logrado los grupos de apoyo a los SDF: conseguir soluciones a quienes carecen de una vivienda digna. Gente que exige.
* Filósofa y analista social.
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