17 enero 2007

Zona Literaria/Poesía


Carlos de la Púa “El Malevo Muñoz”
El vate erudito


Producción Conrado Yasenza*




Palabras de Horacio Salas, de su libro El Tango

Año 1928 Carlos Muñoz y Pérez, el Malevo Muñoz, o más sencillamente Carlos de la Púa como él mismo prefirió rebautizarse en la tapa del libro, publicó La crencha engrasada, la obra mayor que produjo el lunfardo; en sus páginas lo dialectal es tan sólo un escollo deliberado que puso el mismo escritor en el camino poético. Carlos de la Púa demostró en esas páginas que los límites de un género o un vocabulario se pueden superar sobre la base de ramalazos de talento, y al Malevo Muñoz le sobraba el talento hasta para inventar las palabras que calzaran en la forma perfecta de sus versos y que fueron tan justas que pasarán del texto al habla coloquial. La crencha engrasada no fue solamente una travesura lingüística o la transcripción rimada de una jerga esotérica: fue una honda visión de la ética, de la ideología más profunda y de la metafísica de los estratos marginales de Buenos Aires.

Poemas de Carlos de la Púa

Farfala Volatriche
(Inédito)



No te queda ni un pucho del pasado florido,
Que alumbró la alegría de tu pinta shusheta.

Hoy por la vida vas al puro pido y pido.

Y sos una tarasca coleadora... pebeta.
Ya no tiran la daga por vos los mosqueteros
Ni los grandes bacanes te pagan los caprichos!
Hoy sos una farfala de rantes entreveros
Y los giles te aguantan ...solo los gustos chicos.

Del cotorro bacán
Que te amuebló Nordiska
Ya no queda ni diome...
Ya no queda ni pizca.

Fue toda una ilusión.
Un momento feliz
Que duró como la permanente de Mussión
Y el copetín de la París.

Lentas... como en un bondi, tus paradas
De niña bien y de Marlen Dietriche,
Se fueron gambeteando hacia la nada
¡Y sonastes, Farfala Volatriche!
Hoy en cana tal vez con tu destino.

Vivís sacando punta a los recuerdos
Frente a la realidad (frappé!!) de un capuchino.





Lucio El Anarquista.


Nacido entre curdelas, nunca tomó una copa.
Viviendo entre ladrones, siempre la trabajó.
Comprende y ama a aquella que con hambre y sin ropa
a las aguas servidas del vicio se arrojó.

En una pieza inmunda tiene una madre, vieja
a fuerza de miseria y fregar en la tina.
Por ella fue su grito inicial, la gran queja
que prolonga doliente de cantina en cantina...



La Cortada de Carabelas.



Reñidero mistongo de curdas y cafañas,
de viviyos de grupo y de vivos de veras,
la cortada es el último refugio de los cañas
y la cueva obligada de las barras nocheras.

Barajada en el naipe de las calles centrales,
Carabelas es la carta más brava del asfalto.
Su abolengo ranero lo tiene por cabales
y a pesar del ambiente lo conserva bien alto.

El mejor elemento de vida cadenera
pasó por sus boliches tranquila y respetada,
desde la mina aquella de reloj de pulsera
a la grela oriyera de la crencha engrasada.

En sus rantes bulines han truqueado, broncosas,
las barras más temibles de los tiempos pasados
y sus viejas paredes presenciaron famosas
peleas que dejaban cuatro o cinco tajeados

La clásica encordada de los grandes cantores
deschavaron sus penas en sus piringundines,
volcando la milonga como un ramo de flores
en medio de las broncas y de los copetines.

Hoy la vieja Cortada tiene nueva la pinta,
pero flota en su ambiente esa vida pasada
como flota en el cuello de la viola la cinta
que pusiera prolija la mano enamorada.


Fidelidad

Ciudad,
te digo la frase guaranga del caló
para hacerte más mía, para hacerte más íntima...
Para que no perciben su porteño sabor
Los que llevan la mugre del espíritu gringo.



De Los poemas bajos.


Cuando la avalancha químicamente rea parecía definitivamente derrotada por la idiotez cosmopolita de la urbe y la falta absoluta de cultura orillera, nos llega, entre las flores rantifusas de un libro de versos, el refuerzo necesario que la mersa precisaba y cuyas lejanas resonancias el corazón nos advertía.
La luna del bajo fondo, que firma Enrique Cadícamo, viene a gritarnos al oído en el idioma feral del suburbio, que la luna de la barriada sigue jugando al sapo con los puntos habituales del baldío, y que su luz cien por cien rea, que no tiene más kilowatt que la del viejo farolito a kerosén, sólo ilumina en los charcos de Pompeya la plata barata de las latas vacías.
En todas las estrofas musicales donde la filosa garlopa del ingenio le saca enruladas virutas a la “ Musa de Lopa”, se tocan, mejor dicho, se palpan, las inquietudes profundas del sabalaje porteño, que le pone grasa a la mota para tratar de deshacer la comba original de esa crencha que está gritando su cercana prosapia candombera.
Pero mejor hablemos con sus propias palabras y gustemos el fuerte sabor de caña añeja en este poema dedicado al querido negro Flores.


CELE FLORES.

Te hincha la retórica por merengue y por fatua,
te fascina la verba del hampa prepotente
y presentís, negrón, el frío de la estatua
y el mistongo laurel que ha de ceñir tu frente.

Eras de Villa Crespo y copaste el asfalto,
tus versos fueron fruto de tus propias recetas,
tus poemas lunfardos picaron siempre alto;
muchos fueron después cachorros de tus tetas.

Vos, batiste la faya de Margot, a los reos,
y el convoy rechiflado la expulsó, cuando un día
la rante Margarita tirando sus trofeos
llorando arrepentida a su barrio volvía.

Y así en esta hermosa acuarela del personaje clásico de Celedonio Flores, en todo el resto del nutrido prontuario lírico que se cobija bajo la sombra rea de La luna del bajo fondo se percibe el perfume penetrante del suburbio porteño, en sus más típicas emanaciones.
En esta valija de “ poemas rantes”, se alinean en una misma tarima emocional poemas auténticamente reos, algunos de los cuales habrán de perdurar mucho más que lo que el mismo autor se imaginó al crearlos, ya que tienen el sabor y la graduación necesarios para permanecer inalterables en el tiempo.
Con este libro reo se refuerza la banca brillante del suburbio porteño, cuya literatura por virtud de la censura oficial había sufrido una especie de crisis letárgica, pero que ahora ha vuelto a renacer con más bríos y con más fuerza entre las rejas oxidadas de la Difunta Academia de Letras, que pretendió piantarle el pañuelo al cogote curtido del arrabal de Buenos Aires, para calzarle una bufanda gaita.
Cadícamo arrimó también su tacuara a esa montonera brava que encabezaron Felipe H. Fernández, Pascual Contursi, Celedonio Flores y una cantidad de poetas anónimos que tiraron sus versos a la marchanta sobre el estaño de la admiración ciudadana.
La Musa Mistonga, que tuvo su paisaje, su viola y su daga maleva, ahora también tiene su luna, una luna que sabe transformarse en chirolita para que toquen viejos tangos del recuerdo los pianos a manija de Rinaldi Hnos., que hoy apenas sí se ganan la diaria por el deslinde taura de la ciudad grandota.
Bienvenida esa luna cabrera y grata que alumbra el advenimiento rante de la poesía de arrabal que no podrá morir nunca, mientras quede en los barrios, como un mate curado, el ingenio fértil de sus personajes centrales y el clima pintoresco o bravío de su rayuela desdibujada en la leyenda del tiempo.
Carlos de la Púa
Crítica, Mayo 1940

* Material extraído del libro La crencha engrasada, Ediciones Corregidor, 1995

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