10 marzo 2007

Zona de Clivaje/Sociedad - Carpintero Enrique


El presente texto pertenece al libro Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70 , de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer.


La década del ´60: los Psicoanalistas son públicos
Por Enrique Carpintero y Alejandro Vainer

La modernidad de los ‘60 llegó a Buenos Aires para transformar un imaginario social tradicional. Y con ella surgieron también las contradicciones y desencuentros entre la vanguardia artística y la política. En el campo de la Salud Mental y el psicoanálisis esas tensiones también se pusieron de manifiesto.


1 - La modernidad de los ‘60 llegó a la Argentina

La modernidad de los ‘60 llegó a Buenos Aires para transformar un imaginario social tradicional. Aunque los sectores que participaron no fueron la mayoría de la población tuvieron una significación importante para generar un modelo de subjetividad de ese período. Sin embargo no estamos en París, Londres o California. Mientras el país se debatía entre dictaduras militares y gobiernos civiles poco representativos la rebeldía creativa intentaba encontrar diferentes formas de expresión para dar cuenta de las necesidades de la época. La consigna Sexo, drogas y rock and roll tenía las características propias de nuestro país: la sexualidad estaba censurada; la marihuana era muy poco consumida ya que estaba muy cara. En su reemplazo se tomaban pastillas de anfetaminas; el rock en castellano no era impulsado por las grandes compañías discográficas, lentamente fue ganando un espacio gracias al empuje de diferentes grupos.
El Instituto Di Tella fue el gran centro de la vanguardia artística de los ‘60. Sus principales campos de actividad fueron la investigación en ciencias sociales y el arte contemporáneo. Fue este último el que tuvo mayor resonancia por la actitud vanguardista de las obras que se presentaban. Un público de clase media interesado en un arte que anunciaba la llegada de la modernidad colmaba permanentemente sus instalaciones ubicadas en un local de la Galería del Este en la calle Florida. El programa de arte contemporáneo estaba organizado en tres centros: el de Experimentación Audiovisual más próximo al teatro y al espectáculo en general; el de Artes Visuales que funcionaba como un museo de arte contemporáneo y el de Altos Estudios Musicales cuya tarea consistía en formar jóvenes compositores latinoamericanos.1
En muy poco tiempo la zona del Di Tella comenzó a ser el centro cultural de Buenos Aires. A pocas cuadras estaba la Facultad de Filosofía y Letras con sus bares “Coto” y “El Florida”. Sobre la calle Florida había muchas galerías de arte y frente al Instituto Di Tella el bar Moderno donde se encontraban artistas de vanguardia, intelectuales y rockeros.
La gente concurría a la llamada “manzana loca” para observar las experiencias de los nuevos pintores figurativos como Luis Felipe Noé, Ernesto Deira y Romulo Macció, participar del arte cinético que proponía Julio Le Parc y de los happenings realizados por Marta Minujin. Las salas se llenaban para ver los espectáculos de Alfredo Araiz, Iris Scaccheri y Susana Zimmerman y la puesta en escena de obras como “Ubu encadenado” de Alfred Jarry dirigida por Roberto Villanueva y “Libertad y otras intoxicaciones” de Mario Trejo. También la “nueva canción” encontró un espacio para que iniciaran su carrera profesional Les Luthiers, Nacha Guevara y Jorge Schusseheim.
En esta apretada síntesis queremos mostrar como el entrecruzamiento de diferentes formas creativas permitió producir un hecho cultural sin precedentes en nuestro país. Pero, como dice uno de los directores del Instituto: “Al recordar la experiencia del Di Tella, como actor institucional en la compleja dinámica de la vanguardia artística, aparece claramente que no era la institución la que producía los artistas. Ellos emergían numerosos, con potencia creadora, como resultado de procesos culturales complejos que se habían dado en Buenos Aires y en otras partes del país y naturalmente en el mundo.”2
También otros actores sociales contribuian a producir transformaciones simbólicas e imaginarias en el conjunto social. En 1967 hicieron su presentación en sociedad los “hippies a la criolla”. Más de 200 jóvenes con pelos largos y vistiendo ropas de colores se congregaron en Plaza San Martín para ser fotografiados por el periodismo. Con el lema “libertad, paz y amor” querían romper las convenciones sociales de horarios, saco y corbata. La dictadura de Onganía comenzó a detenerlos por un edicto municipal de “vagancia y mendicidad”.3 La televisión comenzó a ocupar un lugar de gran importancia ya que a finales de la década, el 90% de la población tenía un televisor. Los jóvenes encontraron un protagonismo social antes reservado solamente para los adultos.4 El rock cantado en castellano reflejaba en sus letras a diferentes sectores juveniles: el tema “Muchacha (ojos de papel)” se enfrentaba a “Avellaneda Blues”. Es decir, el grupo Almendra se oponía a Manal como el norte al sur. Los rockeros suburbanos o de clase obrera apodados “firestones” acusaban a Almendra de blandos y burgueses. Cada uno se disputaba interpretar las vivencias de la juventud.5 En el cine un grupo de realizadores que se llamó “la generación del ‘60” realizaron una serie de películas con una estética innovadora. Una de ellas fue “Los jóvenes viejos” dirigida por Rodolfo Kuhn. Su argumento relataba los problemas existenciales de tres parejas mientras veranean en el balneario de Villa Gessell. Fue así como esta playa se transformó en el lugar de encuentro del verano para las jóvenes generaciones. Las vacaciones en Villa Gessell debían tener características diferentes al “ocio represivo” -como lo llamaba Juan José Sebreli- que caracterizaba el veraneo de la clase media en las playas de Mar del Plata. Las mujeres lograban una autonomía sexual que se reflejaba en la moda de minifaldas, bikinis y pantalones pescadores muy ajustados. Además las estadísticas indicaban que se había producido un ingreso masivo de mujeres en la universidad. Como dice Ana María Fernández: “Esto marcó no sólo un modo de organización del capital simbólico hasta ese momento reservado a los varones de clase alta y media, sino que creó algunas condiciones en la institución de un nuevo modo de subjetivación de las mujeres”. Ellas no sólo estudiaban en la universidad sino que también ingresaban en la vida política, estudiantil, artística e intelectual. No fueron todas las mujeres de esa época, ni siquiera la mayoría. “Su importancia no estuvo en el número, sino en una particular potencia de sus prácticas... Algunas cuestiones parecían haber quedado atrás para siempre. Él no era el novio, ni el marido. Se llamaba compañero. Se compartió la militancia, el erotismo, los sueños, las tareas domésticas y la crianza de los bebés que no tardaron en llegar. Los gastos se pagaban -con orgullo- fifty-fifty… Irse a vivir solas, trabajar y mantenerse eran cuestiones prioritarias. Casarse por iglesia era algo impensable. Por civil, casi de mal gusto, sólo cuando la presión familiar era demasiado fuerte. Todos los rituales de la vida cotidiana quedaron cuestionados… Sentimientos como el miedo o la culpa no debían existir. Había que ser valiente, tanto en la vida privada como en la vida pública. La revolución estaba por llegar y había que entrenar tanto el cuerpo para la pelea como el alma para la solidaridad.”6
De esta manera se iniciaron tiempos en que apareció una generación que ya no creía más en el poder de la clase dominante. Tiempos en los que se inicia una ruptura generacional donde las llamadas condiciones de la época determinaron que importantes sectores de jóvenes de la clase media y obrera iniciaran su militancia política. Su práctica comenzó en la calle, la fábrica, la escuela y la universidad. La imagen del héroe colectivo y el militante revolucionario constituyeron un factor simbólico en las relaciones sociales. Esto llevó a posiciones sectarias que provocaron un desencuentro con otros grupos culturales. Es que las “urgencias revolucionarias” requerían dedicación y sacrificio, no se podía perder el tiempo en supuestas banalidades. Se creía firmemente que la revolución estaba “a la vuelta de la esquina” y todo lo que se desviara de ese objetivo tenía que ser rechazado por “burgués” o “contrarevolucionario”. La vida se vivía en blanco y negro sin tener en cuenta diferentes tonalidades. Por ello a los hippies se los veía como “una avanzada del neocapitalismo”. El Instituto Di Tella era criticado por promover una cultura pasatista. El músico Pipo Lernoud recordaba que para los intelectuales de izquierda “en ese momento todo era ‘el opio de los pueblos’: la música, la religión, la paz, la marihuana, todo”. Para el artista y crítico de Arte Roberto Jacoby, esto significó una pérdida: “(Artistas, militantes, universitarios) se movían en una misma zona de la ciudad… la mayoría se desdeñaba recíprocamente sin aprender unos de otros, sin escucharse demasiado. En la librería de Jorge Álvarez podían cruzarse Rodolfo Walsh con los músicos de Manal, sin que eso modificara a ninguno de ellos.”7
A fines de esta década las grandes contradicciones de los ‘70 comenzaron a anunciarse. La dictadura de Onganía y los sectores conservadores que lo apoyaban limitaron cada vez más las libertades democráticas. Las autoridades del Instituto Di Tella luego de varios atentados de grupos fascistas y censuras a diferentes actividades por parte del gobierno decidieron cerrar sus puertas. La mayoría de los hippies, cansados de persecuciones policiales, se fueron de la ciudad y formaron comunidades en el interior del país. En cambio los grupos de rock continuaron su protagonismo entre la juventud en medio de ese clima de intolerancia y represión por parte del poder.
Es en este momento cuando un grupo numeroso de artistas plásticos porteños, rosarinos y santafesinos realizaron, durante el año 1968, una serie de acciones artístico-políticas que culminó en la obra colectiva denominada “Tucumán Arde”. Este hecho condujo al distanciamiento de muchos artistas de las instituciones de arte, tanto en sus instancias tradicionales como modernizadoras. Para ellos defender la obra de arte colectiva implicaba adoptar como procedimiento artístico formas de operar propias de las acciones políticas radicalizadas: sabotear la presentación de un premio cortando la luz de la sala, leer una proclama-manifiesto, gritar a coro consignas contra la dictadura en medio de una exposición.8 Convencidos de la necesidad de actuar políticamente sin dejar de hacer arte de vanguardia, los artistas se ubicaban “en una posición difícil de sostener, al margen de museos, becas, premios y galerías, buscan conscientemente un nuevo ámbito institucional, un nuevo soporte (material, social, político, teórico, y utópico) para una nueva forma de hacer arte.”9 El mismo Oscar Masotta planteaba la posibilidad de que confluyera la vanguardia artística con la plástica: “… Las obras de comunicación masivas son susceptibles -y esto a raíz de su propio concepto y de su propia estructura- de recibir contenidos políticos, quiero decir, de izquierda, realmente convulsivos, capaces de fundir la ‘praxis revolucionaria’ con la ‘praxis estética’.”10
Un grupo de artistas decidió viajar a Tucumán para denunciar la pobreza y desocupación en esa provincia a partir del cierre de muchos ingenios azucareros. Cuando volvieron a Rosario, en la sede de la CGT de los Argentinos, inauguraron una muestra con carteles, textos, fotografías y películas con el nombre de “Tucumán Arde”. Pocos días después tuvo lugar otra muestra en la sede central de la CGT de los Argentinos, en Buenos Aires. Duró solamente un día ante la amenaza de cierre por parte del gobierno pero también ante las luchas políticas entre los que participaban de la muestra, ocasionadas por la aparición de un cartel donde se decía: “Libertad a los patriotas de Taco Ralo”. Algunos cuestionaban la “peronización” de la muestra al defender a un grupo guerrillero que se reivindicaba como peronista. Otros aludían a que el término “patriota” no pertenecía a una tradición de izquierda. Los rosarinos acusaban a los de Buenos Aires de haber introducido el cartel sin consultarlos. Es decir, si “Tucumán Arde” fue la culminación hacia fines de los años ‘60 del encuentro entre vanguardia política y estética, también “puede entenderse que en esa misma obra está ya insinuada (inscripta, en cierto forma, en el cartel) la marca del desencuentro que los tiempos inminentes acarrearía, y la fragmentación y el enfrentamiento entre los sectores políticos, sindicales y culturales que hasta entonces habían actuado en un frente común contra la dictadura de Onganía.”11
Como no podía ser de otra manera vamos a encontrar también esta situación en el campo de la Salud Mental y el psicoanálisis.

2- Cuando los psicoanalistas comienzan a estar en Primera Plana

La Revista Primera Plana fue fundada el 13 de noviembre de 1962 por Jacobo Timerman. Era una revista semanal de política, actualidad y cultura. Inauguró una nueva concepción periodística dirigida a un “lector moderno”. Para ello cuestionaba a los políticos tradicionales y criticaba a los sectores de izquierda. Esto la llevó, inclusive, a apoyar algunos golpes militares, como el de Onganía, defendiendo su política económica desarrollista.
El mundo cultural encontró en ella una forma de divulgación de las innovaciones en el psicoanálisis, el estructuralismo y las investigaciones antropológicas denominadas “historias de vida”. Como plantea Horacio González: “precisamente, en Primera Plana comienza el proceso periodístico cultural en el que se consagra como concepto enfático la figura del lector. Por primera vez se piensa en un lector que está simultáneamente situado en el campo de la historia, la política, el consumo de publicaciones y el consumo de bienes, que coincide con el que estaba siendo detectado al unísono por las flamantes sociologías que procuraban indagar las identidades culturales del mercado y por las semiologías publicitarias que convertían el enunciado propagandístico en un complejo acto de identificación simbólica... Las agencias de publicidad, los servicios para el consumidor, el comentario de obras culturales y la crítica de espectáculos comienzan a manifestarse en términos de una elaboración que en sí misma moviliza un lenguaje que busca complicidades con el lector, que lo imagina como militante de un mundo de significaciones y de prestigios que se están construyendo colectivamente.”12 Por lo tanto, no nos debe extrañar que se transformara, desde el primer número, en el principal difusor del psicoanálisis en la Argentina.
El análisis del primer número es significativo.13 En la tapa apareció J. F. Kennedy, con un subtítulo, que fue un guiño a la clase media psicoanalizada: “no tiene complejos”. Luego, en el editorial, Jacobo Timerman escribía sobre una investigación titulada “¿somos todos neuróticos?”, donde planteaba que “…un grupo de redactores de Primera Plana ha intentado una estadística de nuevo tipo: determinar el nivel de neurosis o equilibrio que existe en la personalidad del ciudadano medio argentino. Ha entrevistado a numerosos especialistas, prácticamente a todos los que con alguna seriedad se dedican al problema de las enfermedades nerviosas”. El trabajo comenzaba con una reflexión de un “psicólogo argentino” que observaba los rostros de los automovilistas diciendo que constituian “la mejor radiografía del estado anímico de nuestra población: los gritos, las furias expresadas en las miradas, el abatimiento de los que no podían avanzar a su gusto, las ironías punzantes.” Luego, se concentraba en revisar el grado de enfermedad mental que podía padecer la ciudad y el país, “trabado por una especie de parálisis que nos impide asumir nuestras responsabilidades y al mismo tiempo nos obliga a volcarnos hacia los ‘pequeños gustos’ rápidos y cotidianos”. Para esto resumía y definía los tipos de rasgos de carácter de un individuo: obsesivo, fóbico, paranoico e histérico. Pero al consultar estadísticas oficiales se encontraban con el problema de que no existían datos actualizados en las diversas instituciones oficiales. Por lo tanto recurrieron como fuentes centrales a investigaciones de especialistas, tales como el trabajo de Floreal Ferrara y Milcíades Peña de 1959.14
Por todos estos datos, uno de los ejes fue analizar un fenómeno del momento. Es decir, la “moda” del psicoanálisis: “La neurosis es la enfermedad del momento. Es lícito sospechar que no todos los que se psicoanalizan lo necesiten tanto, que hay mucho de moda y esnobismo en el asunto.” Los periodistas relatan cómo se iba extendiendo esta “moda” entre familiares y amigos de quienes consultaban. A la vez afirmaban que los psicoanalistas trabajaban un mínimo de 66 horas semanales y que por sus honorarios tenían un muy buen nivel de ingresos. Entre los mencionados figuraban en el texto y en fotos los dos pioneros de la APA: Enrique Pichon Rivière y Arnaldo Rascovsky.
Para continuar el estudio revisaban temáticas como el autoritarismo, los prejuicios, la ironía y la depresión. Inclusive consultaban a Mauricio Goldenberg sobre el incremento de la neurosis en los jóvenes, fruto de su experiencia en el Servicio de Psiquiatría del Policlínico de Lanús, que ya comenzaba a tener prestigio. Pero también de las dificultades de los padres. Afirmaba que “los adultos experimentan una gran traba para comunicarse, y los medios tecnológicos de comunicación la impiden”. El final del artículo ironizaba acerca de las interpretaciones psicoanalíticas salvajes de la vida social argentina, tales como que “la caída de Perón fue el asesinato del padre”. Y en boca de un sociólogo se referían a que todas ellas eran “pavadas”. Era un reconocimiento pero a la vez una crítica del psicoanálisis.
En los diferentes números regularmente aparecieron referencias a la relación del psicoanálisis con la cultura. Esto llevó a que durante los años 1966 y 1967 Enrique Pichon Rivière tuviera semanalmente una columna escrita en colaboración con Ana Pampliega de Quiroga. En la misma Pichon desarrollaba sus ideas de la Psicología Social desde el Psicoanálisis, y realizaba divulgación manteniendo la rigurosidad de sus concepciones. Podemos encontrar títulos como “La moda, barómetro social”; “Fútbol y política, Fútbol y filosofía”; “El jugador y su contorno”. Pichón también fue un adelantado al reflexionar sobre la computación en “Psicología y Cibernética”; “La conspiración de los Robots”; “Caos y Creación”. En este último texto desarrolló su perspectiva acerca del acto creativo. Afirmaba que “El descubrimiento, el acto creador, responde a un mecanismo por el cual el sujeto evita el caos interior, resultante de una situación básica de depresión. Se patentiza así la relación entre creación y locura, ya que el creador, acosado por un mundo interno fragmentado en vías de desintegración, busca en su obra la reaparición de sus vínculos positivos con la realidad. La creación es un constante juego de muerte y resurrección del objeto... El enfrentar el objeto estético o de conocimiento configura siempre una situación triangular, a la que hemos caracterizado como bipersonal y tripersonal. Es un drama que tiene como protagonistas al investigador, el objeto y como tercer término, el miedo del investigador o creador de quedar atrapado en el objeto... Sólo una distancia óptima entre el investigador y su objeto puede permitir una comunicación positiva. En cambio, si la ansiedad es demasiado grande, comienza a escapar del objeto, que siente como perseguidor. Por eso el descubrimiento, la develación del objeto es un acto de coraje que implica vencer el miedo a lo insólito, lo nuevo o lo siniestro que puede ocultarse en el objeto... El arte creador tiene en Norbert Wiener, padre de la cibernética, su paradigma. Wiener, depositario y portavoz de un universo desintegrado, inventó la ‘ciencia del control’ para no enloquecer. El testamento científico de este hombre, muerto hace dos años, aporta al psicoanalista un material tan arcaico, tan primitivo, como el que puede observarse en un salvaje o en un psicótico.”
También los artículos giraban en relación a la problemática social y política que sucedían en la época: “El lugar del miedo”; “La opinión pública”; “Más sobre el rumor”; “Aislamiento, poder e información”; “Censor y censurado”; “La violencia”; “El agitador” y “Afiliación y pertenencia”, entre otras tantas cuestiones.
La importancia de estas columnas se reflejó en que años después serán compiladas en el libro Psicología de la Vida cotidiana de Enrique Pichon Rivière y Ana P. de Quiroga.
El peso del psicoanálisis era tan fuerte que en un número siguiente a un extenso artículo sobre el psicoanálisis “Verdad y mentira del psicoanálisis”, se recibieron dos cartas de lectores. En la primera, Emilio Rodrigué alababa el artículo pero se quejaba de un chiste que develaba los altos ingresos de los psicoanalistas. Por otro lado, Cecilia Hopen y Carlos Morini de la Escuela de Psiquiatría Psicoanalítica Gestáltica, dirigida por Fernando Taragano, afirmaban en una carta de lectores que en el artículo de la revista anterior se desconocían otros grupos de formación psicoanalítica diferentes de la APA, que monopolizaba al psicoanálisis. Consideraban que el enfoque de Taragano “elimina la contradicción señalada en el artículo, entre la psiquiatría y el psicoanálisis”. Finalmente insistían en la forma de abordaje postulada por ellos haciendo hincapié en la integración de diferentes estudios para la mejor atención de pacientes.
En el número del 20 de agosto de 1968, la revista realizó una extensa investigación sobre las diferentes corrientes psicoanalíticas de la época. Dada su importancia para entender las perspectivas teóricas y clínicas predominantes nos extenderemos en ella. El título de tapa fue, por primera vez en la historia del periodismo argentino, anunciado con anterioridad: “La muerte del psicoanálisis”. En el editorial se destacaba esta situación planteando que a partir de este hecho “sucedieron dos cosas: una cadena de llamados telefónicos que solicitaban precisiones acerca de tal extraña frase -lo que tal vez pruebe la vasta cantidad de analizados que hay en Buenos Aires- y la puesta en marcha por parte de dos publicaciones colegas, de un artículo sobre el mismo asunto.” Este informe especial realizado por los periodistas Oscar Caballero, Félix Samoilovich y Martín Cullen, se basó en entrevistas a quince psicoterapeutas que debieron responder a 547 preguntas, las cuales intentaban elucidar las diferentes escuelas, tendencias y procedimientos del psicoanálisis en el país. La perspectiva de los periodistas se reflejó en la conclusión, donde señalaban que: “el psicoanálisis es cuestionable como ciencia y dudosamente efectivo como terapia; hasta es posible que, juzgado desde tales miras, no exista. Es su costado de investigación, el que está más vivo que nunca”.
El informe comenzaba diciendo: “que Herbert Marcuse lo culpe de ‘denunciar una sociedad enferma para después adaptar a los individuos a esa sociedad’, no es tan grave como que la propia hija de Sigmund Freud, Anna, haya reconocido, en abril de este año, que ‘los jóvenes no se interesan, ahora, en la lucha del hombre consigo mismo, sino, en la lucha del hombre contra la sociedad. Ven en el psicoanálisis un medio que puede adaptarlos a la sociedad: justamente, lo único que ellos no desean’. Para la hija ‘el desencanto de la juventud es apenas uno de los problemas; otro, el avance de los procedimientos de la psiquiatría estrictamente médica: muchos de esos métodos no existían en los comienzos del psicoanálisis.’” Luego continuaban desarrollando las críticas al psicoanálisis realizadas por el epistemólogo Karl Popper, y también las del psicólogo H. J. Eysenck, para luego señalar que con el psicoanálisis sucedió lo mismo que con otras doctrinas como el liberalismo, el marxismo y el cristianismo. Sus principios fundamentales se difundieron tanto que ya formaban parte del patrimonio de la cultura moderna. Posteriormente destacaban la importancia que tenían en la Argentina las ideas de Freud, ya que se utilizaban cada vez que se quería analizar la conducta de un político, educar a un niño, redactar un aviso publicitario o evaluar una novela. En este sentido el psicoanálisis no había muerto, sino que por el contrario, había triunfado por completo.
Luego de exponer las ideas de psicoanalistas de diferentes escuelas, establecían cuáles eran las orientaciones que coexistían para los autores en ese momento. Desde allí describían y clasificaban las orientaciones en psicoanalíticas y no psicoanalíticas.
Comenzaban con los Psiquiatras:
Psiquiatras clásicos: quienes desconfiaban del psicoanálisis.
Psiquiatras pavlovianos: no le daban a la psicoterapia el alcance de la interpretación del inconsciente y podían o no aceptar el nombre de reflexólogos. Entre ellos estaban también los que a la psicoterapia pavloviana le añadían alguna comprensión del inconsciente y le otorgaban enfoques extraídos de la Psicología Concreta del psicólogo marxista Georges Pollitzer.
Psiquiatras Existencialistas: se inspiraban en una perspectiva extraída de la Psiquiatría Fenomenológica. Algunos desde la de Sartre; otros desde la de Binswanger, “discípulo de Heiddeger”; otros desde Karl Jaspers; y otros desde Viktor Frankl, discípulo católico de Jung que creó la logoterapia.
Agrupaban a los psicoanalistas dentro de la APA en:
Freudianos ortodoxos: eran definidos como aquellos que aplicaban rígidamente a Freud, eran individualistas y su cosmovisión no respetaba nada más que al sexo y los traumas originarios.
Dinámicos: agrupaba la escuela de Enrique Pichon Rivière. Tenían terminología propia, eran abiertos a lo social y hacían terapia de grupo. Su concepción consistía en que el enfermo era el grupo y el individuo asumía la enfermedad grupal.
Kleinianos: Como los ortodoxos creían en los instintos, pero no sólo en los eróticos, sino también en los de muerte. De ahí el basamento de los impulsos de agresión primarios en las primeras etapas de la vida. En muchos de los seguidores argentinos las teorías kleinianas se mezclaban con las del freudismo ortodoxo y las aperturas a lo social: una síntesis que aún estaba lejos de la coherencia. Destacaban que tal vez por solidaridad de sexo, “abundan las kleinianas entre las egresadas de la Carrera de Psicología que, al no ser médicas, no integran la APA”.
Psicoanalistas fuera de la APA:
Técnicas Experimentales: los que usaban el ácido lisérgico, la hipnosis o la sofrología, el psicodrama y hasta la Terapia Celular.
Psicoanalistas católicos: Sin escuela propia. Eran existencialistas como Jorge Saurí o intentaban combinar a Freud con Dios, como Raúl Usandivaras y Alberto Zuloaga Palencia.
Jungianos: no se dedicaban a la psicoterapia sino, como Enrique Butelman, a la pedagogía y a la psicología social. Creían en el inconsciente colectivo y otorgaban un nuevo valor científico a la vivencia mística.
Neofreudianos: pertenecían a las escuelas predominantes en EEUU de Abraham Kardiner, Karen Horney, Erich Fromm, Harry Stack Sullivan. Estaba poco desarrollada en el país y su ideólogo principal era León Pérez. Compartían muchas tesis y enfoques con la escuela dinámica de Pichon Rivière.
Gestálticos: contaban con una Clínica de Psiquiatría Psicoanalítica Gestáltica cuyo director era Fernando Taragano.
En el final del informe destacaban que el precio de la entrevista individual oscilaba entre los 2000 y 9000 pesos. El promedio era de 4000 pesos. Si lo llevamos a la actualidad, las entrevistas individuales oscilaban entre 50 y 200 pesos y el promedio alrededor de 100 pesos.
Luego el informe continúa con algunas respuestas de los cuestionarios entregados a diferentes terapeutas.15 Las preguntas se dividieron en temas. Transcribiremos algunas de ellas.
El primer tema se refería a la Terapia de Grupo.
“¿La Terapia de Grupo es igual a la individual, pero más barata? ¿qué le parece la costumbre de considerar que cuando el paciente no tiene plata como para pagar un tratamiento individual apela al grupo como sucedáneo?”
“Alberto Fontana: Una concepción de malos terapeutas de grupo. En mi clínica, como se trabaja en equipo, se altera la típica actitud de pago, lo que evita ingresar a grupo por razones económicas. Si es necesario, se reducen los precios de la individual.
“Hernán Kesselman: La posibilidad de hacer grupo abarata el costo respecto de la individual, lo que no implica que sea peor, sino de otra clase.
“¿Considera que del grupo emergen cualidades nuevas que no existían a nivel de individuo; comparte la teoría de ‘transferencia grupal’?”
“Alberto Fontana: Sí, se potencializa la comprensión de que existen otros sujetos y problemas comunes a todos.
“Hernán Kesselman: Creo que la idea de Pichon Rivière -la unidad de la enfermedad es grupal, el proceso corrector puede encararse a través de dicha unidad- es acertada. Yo trabajo con la idea de ‘transferencia grupal’.
Otro de los temas era sobre las Técnicas psiquiátricas:
“¿Qué piensa usted del coma insulínico?”
“Omar Ipar: Es un método en vigencia con indicaciones precisas: melancolías involutivas, formas clínicas de la esquizofrenia. Es decir, es siempre parte de un tratamiento general.
“¿Qué piensa del electroshock? ¿Qué piensa de sus riesgos?”
“Omar Ipar: Económico, rápido, efectivo en casos como el de confusiones mentales que no evolucionan favorablemente o depresiones melancólicas. Tratamiento sintomático, no cura lesiones orgánicas. Con las técnicas actuales, prácticamente no hay riesgos.
Otro tema fue el de los Procedimientos:
“¿Cree vigentes las barreras convencionales a la libre comunicación entre terapeuta y paciente? ¿Qué opina del diván? ¿Cree usted imprescindible que el terapeuta y el paciente no se miren cara a cara durante la sesión?”
“Marie Langer: En psicoterapia breve utilizo el frente a frente. En un encuadre típico de psicoanálisis (sesiones cuatro veces por semana) utilizo el diván.
“Isaac Gubel: Ni el diván ni el cara a cara son catalizadores de psicoterapia. Estas posiciones tienen carácter de rituales. Lo importante es que el paciente sienta que el terapeuta lo entiende y quiere ayudarlo y que éste comprenda a su enfermo y se interese por él. Dejo a elección de mi paciente la posición que le resulte más cómoda. Y dejo también, que si así lo desea la cambie de una sesión a otra.
“¿Qué medidas adopta para controlar la contratransferencia?”
“Marie Langer: No la controlo, la utilizo para interpretar. Utilizo los sentimientos que me provoca el paciente para la mayor comprensión de su caso.
“Isaac Gubel: La única válida y a veces parcial, es el análisis del terapeuta.
“¿Debe cobrarse en todos los casos la sesión a la que el paciente falta?”
“Marie Langer: Acá se acostumbra así, pero no es inamovible.
“Isaac Gubel: Si la falta es un fenómeno de resistencia del paciente, sí. Si se debe a enfermedad física o compromisos laborales, no la cobro.
“Es común a la literatura especializada hablar de sociedades enfermas. Si uno de los objetivos del análisis es el de que los individuos se desenvuelvan mejor ¿eso no supone una actitud adaptativa? Si es así, se lo curaría desde el punto de vista individual, pero reforzando su compromiso con el contexto enfermo, ¿es posible conciliar esa paradoja?”
“Marie Langer: ¿‘Actitud adaptativa’ significa aceptación de la sociedad actual? El psicoanálisis, per se, no implica su aceptación. Pretende integrar al paciente a su ideología, eliminando contradicciones. Pero no adaptarlo.
“Hernán Kesselman. El psicoanálisis permite al sujeto una mayor libertad de optar, pero él debe afrontar solo esas opciones. Es lícito hablar de sociedades enfermas y pienso que el psicoanálisis puede ir más allá de adaptar solamente al enfermo a una sociedad que lo conflictúa. Es decir: el paciente va a lograr mayor adaptación social -si está curado- pero también va a tener mayor misión social. Cada sujeto curado aumentará su papel en la curación social.
“Antonio Caparrós: Yo no puedo desentenderme de las consecuencias sociales de mi acción como terapeuta.
“Arnaldo Rascovsky: Podría ocurrir que un individuo sano no pudiera sobrellevar una sociedad enferma; creo que el caso de la Alemania nazi sería un buen ejemplo. En una sociedad paranoica no podría vivir un hombre sano. De cualquier manera, me gustaría recalcar que el hombre es un animal neurótico, y el filicidio, uno de los elementos fundamentales en esto.
“¿Cómo se explica que coexistan confortablemente una cantidad de escuelas psicoanalíticas? ¿todas curan?”
“Marie Langer: Ninguna cura, pero todas mejoran. Si son practicadas con inteligencia, humanismo, seriedad.
“Antonio Caparrós: No todas las escuelas curan por igual. Sin embargo, habría que apuntar algo importante: muchas veces es posible curar aun sobre la base de una simbología falsa. Es el caso de un analista que no percibe que el sexo -muchas veces- puede ser símbolo de otra cosa, no la última razón de la conducta. Pero aun así, es posible pensar en curación.”
El informe finalizaba con una serie de respuestas generales entre las que destacamos la de Emilio Rodrigué: “Son muy importantes los problemas éticos que plantea el psicoanálisis, aunque recién ahora se esté tomando conciencia de ello.”
El lugar y la importancia social a la que el psicoanálisis había llegado se reflejó no en una nota sino en una publicidad de las Líneas Aéreas Brasileñas Varig, en una página completa de la revista del 29 de julio de 1969. En ella se encontraba una foto de Freud con la pregunta “¿Lo conoce?”. Debajo tenía el siguiente texto con letras grandes: “Es nuestro mejor vendedor de pasajes a Río”. Luego aclaraba: “Algunas personas creyeron, después del aviso que publicamos diciendo que ‘un pasaje a Río cuesta menos que un mes de psicoanálisis y es la mejor terapia del mundo’, que Varig estaba en contra del psicoanálisis. ¿Contra qué? Nosotros que somos freudianos 100 %? ¿No fue Freud quien descubrió las técnicas de exploración del inconsciente? Nosotros, mucho más modestos, descubrimos solamente que en el inconsciente de muchísimos argentinos había hambre y sed de disfrutar Río, la capital mundial del sol y la alegría. Y les demostramos que con muy pocos pesos de anticipo e ínfimas cuotas mensuales podían recostarse en los cómodos divanes de nuestros lujosos Boeing y bajar en Río para comérselo con Pan de Azúcar y todo. Consulte a su Agente de Viajes IATA y, en nombre de Freud, Jung, Adler y Fromm... hágale caso a su inconsciente, caramba. Recuerde que lo malo es reprimir, racionalizar y cosas peores.”

Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70. Capítulo 10, Tomo I (1957-1969), editorial Topía, Buenos Aires, 2004. de Enrique Carpintero y Alejandro Vainer

Notas

1 Oteiza, Enrique, “El cierre de los centros de Arte del Instituto Torcuato Di Tella” en Varios, Cultura y política en los años ‘60, editado por el Instituto de Investigaciones “Gino Germani”, Facultad de Ciencia Sociales, Universidad de Buenos Aires, Argentina, 1997.

2 Oteiza, Enrique, op. cit., pág. 92.

3 Fitz Patrick, Mariel “Hippies a la criolla”, Revista de política, cultura y sociedad en Los ‘70, Año 1, N° 8, Bs. As., sin fecha de publicación.

4 Es interesante señalar cómo un libro publicado a fines de los ‘60 por un autor defensor de las estructuras dominantes llamaba la atención sobre cómo “Hoy, en nuestra sociedad la adolescencia es el sector más poderoso, solicitado y rico. A ellos se dirigen el consumo y en ellos vuelcan sus ansiedades los padres”. Esto provoca que “La total sorpresa que tienen los adultos de hoy frente a los jóvenes en el mundo moderno indica a las claras el distanciamiento, la extrañeza y la incompresión”. Su resultado ha sido que: “La familia moderna cada vez se ha convertido en lugar de descanso, de dormidero. Un lugar de estar, no de actividad. La TV, las revistas modernas han arrebatado el poco tiempo libre que quedaba dentro de ella”. En este sentido destaca el autor que: “En la vieja sociedad tradicional argentina un individuo nacía dentro de un círculo personal: la comunidad, el vecindario, la familia. Un grupo de seres íntimos con los que estaba vinculado en vida y por la relación en algunos casos consanguínea y otras semiconsanguínea. El joven de hoy o la joven tiene que crear su propia comunidad personal… cada joven debe ser co-creador de sus pautas”. Estas cuestionaban el conjunto de la organización social. Por lo tanto, el conflicto con un poder autoritario era inevitable. Mafud, Julio Las rebeliones juveniles en la sociedad argentina, Santiago Rueda Editores, Bs. As., 1969.

5 Grieco y Bavio, Alfredo, Cómo fueron los ‘60, Editorial Espasa Calpe, Bs. As., 1994.

6 Fernández, Ana María, Instituciones estalladas, Editorial Universitaria de Buenos Aires, Bs. As., 1999, pág. 446.

7 Grieco y Bavio, Alfredo, op. cit., pág. 154.

8 Longoni, Ana, “Vanguardia plástica y radicalización política”, en Revista Política, cultura y sociedad en Los ‘70, Año 1, N° 5, Bs. As, sin fecha de publicación.

9 Longoni, Ana, Tucumán Arde: encuentros y desencuentros ente vanguardia artística y política en Oteiza, Enrique, op. cit., pág. 317.

10 Masotta, Oscar, Conciencia y estructura, Editorial Corregidor, Bs. As., 1990, pág. 15.

11 Longoni, Ana, op. cit., pág. 316.

12 González, Horacio, “Primera Plana. Literatura, política y periodismo” en Revista de Política, Cultura y Sociedad en Los ’70, año 1, N° 5, Bs. As., sin fecha de publicación.

13 Para este apartado utilizamos los siguientes números de la revista Primera Plana: año I, N° 1, 13 de noviembre de 1962; año V, N° 254, 7 de noviembre de 1967; año VI, N° 295, 20 de agosto de 1968; año VII, N° 335, 27 de mayo de 1969; año VII, N° 342, 8 de julio de 1969.

14 Dicha investigación está desarrollada en el capítulo I.

15 Este cuestionario había sido respondido por Hernán Kesselman, Alberto Fontana, César Castillo, Mauricio Neuman, Marie Langer, Isaac Gubel, Alberto Zuloaga Palencia, Jorge Saurí, Natan Kaufman, Arnaldo Rascovsky, Ángel Garma, Omar Ipar, Emilio Rodrigué, Antonio Caparrós y José Alberto Itzighson.

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