10 marzo 2007

Zona Literaria/Cuento Marcelo Rebón



La visita

Había puesto la alarma del reloj a las 12 PM para no seguir de largo. El día anterior pasó por casa y me saludó con cierta dificultad en la dicción... “no puede ser”, pensé..., es mi amigo y tengo que ir a visitarlo... además,... después de todo, nadie esta seguro en ningún lado... Luego de cuatro meses en terapia intensiva, fue un milagro que salvara su vida...
Esa mañana, junté fuerzas, coraje, y luego de desayunar unas frutas tropicales, me dirigí hacia el Centro de Rehabilitación para Lisiados.

- Es al fondo del pasillo - dijo la recepcionista -, y después, a la derecha. Ingresé a su habitación con el temor de no saber con quién me iba a encontrar, sí con mi amigo de siempre o con un idiota literal. Al verlo percibí una sonrisa estúpida y no pude evitar paralizarme por unos segundos.
- Mira loco... mierda... todo mierda... - me dijo.
- ¿Cómo?... , no te entiendo...
- Todo mierda... una vez... vas a ver... - Nino, no te entiendo...
- Una vez, vas a ver..., y saco de la mesita de luz fotos de su hijo, de sus amigos, de su última novia, de su madre ya muerta.
- ¿Ves? ... una vez, vas a ver... mirá... ¿ves? ...
- No, no te entiendo... mierda linda – dije.
- No, una vez, vas a ver...

Desconcertado, me había quedado mudo, paralizado una vez más sin saber qué decir o hacer...

- Mira... - dijo.
- ¿Qué, la puerta, querés que la abra?
- No, mira... - y señala con el dedo índice de su mano izquierda, que si funciona bien, hacia la habitación de enfrente. Percibí entonces, una muchacha con el cuello y la boca torcida, y una mueca estúpida.
-Están todos locos acá... ( sentí casi el desconcierto de que mi amigo no sabia a donde estaba...)

Una vez más, me había quedado mudo, paralizado sin saber que decir o hacer. Así permanecimos unos largos minutos, en silencio, mirando un programa de fútbol que se daba por televisión; luego se me ocurrió pedirle que me llevara a conocer el resto de la clínica, que saliéramos a tomar un poco de aire. En el pasillo nos cruzamos con otros internados que tenían muecas descolocadas o a los que les faltaba alguna parte de su cuerpo; caminamos hasta el patio donde nos sentamos en un banco con respaldo curvo de madera parecido a los que se encuentran en las plazas.
- ¡Uy, mirá como está ese! - le dije, tapándome la boca, con la mirada hacia el suelo para disimular. Mi amigo y yo estallamos en risas, tal vez por los mismos nervios que nos provocaba la realidad del pobre hombre al que nos referíamos.
Una vez más me quede paralizado sin saber que decir o hacer. Permanecimos así unos cuantos minutos; él fijó la vista en una virgen que se encontraba impresa en los azulejos del patio
- Esa te va a ayudar - le dije...
- No sé, respondió. Y de nuevo comenzó a decir -... mierda, todo mierda... (y señaló un hueso que le sobresalía detrás del hombro izquierdo...),... mierda... ( y me mostró un agujero en su cabeza),... mierda... ( y una cicatriz en su abdomen)... mierda... y señaló un agujero en su cóccix
- Bueno, tené paciencia, los médicos arreglan todo (le dije)
- No, ( y mi nuevo amigo vuelve a repetir la palabra de siempre)
Y ¡mierda! - le dije -, y le mostré mi cicatriz de apendicitis aguda... ¡mierda!!, y le mostré otra cicatriz en mi frente... ¡mierda!, y le muestro otra en mi muñeca derecha
- ¿Y? ...
Así, permanecimos otros minutos sin saber qué decir o hacer. Al rato, vino una enfermera a comunicarme que el horario de visitas había terminado. Me tenía que retirar. Mi amigo se enojó y la miró con bronca; ella lo consoló diciéndole algunas cosas. Me fui del Centro de Rehabilitación pensando si todos somos materia anímica o qué. Caminé por la calle Caracas, crucé las vías del tren con más prudencia que nunca y espere el colectivo 85 con otro tanto de paciencia.

MARCELO REBÓN.

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