03 mayo 2007

Zona de Clivaje/Sociedad - Carpintero Enrique


Este artículo se compone de fragmentos del libro “La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spínoza y Freud” de Enrique Carpintero. Editorial Topía, Buenos Aires 2007. La segunda edición corregida y ampliada acaba de aparecer


Las trampas de una cultura de la representación

Por Enrique Carpintero


En el pasado las relaciones en la comunidad eran cuerpo a cuerpo, la capacidad de un individuo para sostener estas relaciones o introducir algún efecto social estaban localizadas tanto en el tiempo como en el espacio: el barrio, el club, la escuela, el trabajo, etc., el sujeto se manifestaba sólo ante quienes tenía adelante, si bien los diarios y revistas empezaban a mostrar a personas que se destacaban por diferentes circunstancias.
Con el desarrollo de la radio y el cine se multiplicaron las opiniones, expresiones, gestos, actitudes y modalidades de relación. La televisión fue generando un incremento de estas características, que no sólo es aplicable al público televidente sino que ha trascendido y modificado el grado en que cada cual se ve a sí mismo y a los demás. En otras palabras, como plantea Noam Chomsky, los medios y la televisión son los que presentan una imagen de la vida tal como habría que vivirla según el punto de vista de los que mandan. Lo que habría que preguntarse no es si las relaciones entabladas a través de los medios se aproximan en su significación a las que mantienen los sujetos entre ellos, sino más bien si estas relaciones pueden aproximarse a los poderes del artificio. La respuesta que muchos se dan es que son superiores. Tan poderosos resultan los medios en sus retratos de la gente que su realidad es más importante que la que ofrece la experiencia diaria. Las vacaciones dejan de ser reales si no se han filmado, los casamientos se convierten en acontecimientos preparados para realizar un video, el resultado de las elecciones se conoce antes de saber el cómputo definitivo de las urnas, es más importante cómo se presenta un político que el contenido de su discurso, etcétera.
A medida que las relaciones entre humanos se convierten en oportunidades para la representación se disipan los límites entre el que soy y el que se presenta a los demás. La disyuntiva de Hamlet no tiene cabida en la actualidad porque lo que está en juego ya no es ser o no ser, sino qué papel se debe representar.
El principio de realidad queda sustituido por el principio de representación de esa realidad que transforma lo real en puro imaginario. En esta cultura de la representación, las palabras deben estar despojadas de su significado. Como señalaba Wittgenstein las palabras no son planos de la realidad, sino cobran significado a través de su uso en el intercambio social, en los juegos de lenguaje de una cultura. Es decir, las palabras cobran sentido por la forma en que se las emplea en la vida social. Por lo tanto en el lenguaje actual debe desaparecer toda connotación de pasión, inferioridad, muerte, agresión, deformidad, pasividad, etc. Desaparecidos reemplaza a asesinados, excesos a torturas, tercera edad a viejos, perverso a un delincuente que transgrede la ley.
De esta manera, si el parecer, más que el ser, es lo que habilita ocupar un lugar en la relación con el otro, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la comercialización de la propia personalidad. Podemos decir que en la sociedad actual no se han roto las relaciones sociales donde el “sálvese quién pueda” implica que cada cual esté por su lado. Por el contrario, las redes sociales se han organizado de tal manera que lo importante es tener algún beneficio determinado por lo que las leyes del mercado establece. Esto, si uno no ha entrado en la categoría de pobre, desocupado o marginado, en cuyo caso desaparece al transformarse en un número estadístico manejado arbitrariamente en los discursos oficiales.
En este sentido, el individualismo predominante no es la defensa del individuo -alternativa posible en una sociedad basada en una ética del respeto de las diferencias- ya que lo transforma en un objeto de consumo. Si la clásica crítica a la sociedad de consumo permitió revelar la condición fetiche de las mercancías, en la sociedad actual es el ser humano al que se lo ha llevado a la condición de fetiche: uno vale por lo que representa y no por lo que es. Representar un papel acorde con la cultura dominante es el único requisito de existencia, ya no solamente en el espacio público, sino también en la vida privada e íntima.
Cuando aludimos al no ser no nos referimos a una esencia metafísica e inmutable, sino a la verdad de nuestros deseos y necesidades, que quedan atrapados en el imaginario de un parecer que se multiplica en infinitos espejos de nuestra cultura.
Es un lugar común querer ver en Narciso las iniquidades del mundo contemporáneo. Pobre Narciso cuyo único acto fue quedar atrapado en su propia imagen. Recordemos que fue Freud quien reivindicó su actitud como indispensable para el desarrollo afectivo y emocional del sujeto. Sin la intervención libidinal narcisística en el propio yo, no es posible una intervención libidinal satisfactoria en los objetos exteriores. Dicho de otra manera, quien no se ame a sí mismo no puede amar a nadie ni a nada.
Con el término narcisismo no se quiere significar amor por uno mismo y por lo tanto tratar de hacer lo que uno quiere, sino la tendencia a medir al mundo como un espejo del yo. Por ello, como decía Oscar Wilde, egoísta no es aquel que hace lo que quiere, sino aquel que pretende que los demás hagan lo que él quiere.
El problema actual es que este yo aparece con infinitas características desde una cultura dominante donde el sujeto es una mercancía más a ser intercambiada en la economía de mercado. Es aquí donde ésta realiza sus trampas para movilizar las fuerzas letales del narcisismo que se encuentran potencialmente en todos los seres humanos: la tendencia al aislamiento, la violencia destructiva y autodestructiva. Es por esto que valores como rendimiento, poder, eficiencia y riqueza aparecen como categorías absolutas.
Es así como el espejo de Narciso está construido por el poder que dibuja el rostro donde el sujeto se mira. El resultado es que no se socializan experiencias personales como la sexualidad, las emociones, la familia, la política, etcétera. Por el contrario, se internalizan valores sociales erosionando la noción misma de sociedad. Pues sociedad significa intercambiar experiencias que se basan unas en otras, pero que no están igualadas al provenir de diferentes fuentes de valores.
De esta manera nos encontramos con el predominio del conservadorismo capitalista y el auge de los nacionalismos y todo tipo de fundamentalismos, que se alimentan unos a otros. Todas son ideologías que giran alrededor del yo, de visión estrecha y de un orgullo desmedido por lo que uno cree que es y posee. Su resultado es la exacerbación de los conflictos étnicos, religiosos, políticos, sociales y culturales.
Creemos que el desafío es ¿cómo trata uno de pensar sobre el tema de tal manera que pueda propiciar cambios? El problema no consiste en determinar si un análisis puede proporcionar una relación adecuada de los datos que presenta la realidad de nuestra cultura. El problema consiste en si puede aportar una relación tal para que esos mismos datos puedan ser transformados. Lograrlo implica no quedar atrapados en las trampas de Narciso.

Sísifo: el deseo de la voluntad
Todos nos creemos uno; pero... no es verdad, sino que somos muchos.
Pirandello


1- Los objetos fetiches

Como decíamos anteriormente, nuestra época se caracteriza por la importancia que tiene la representación: no es importante lo que hacemos sino cómo representamos lo que hacemos. De esta manera, la realidad se ha ligado a la representación de tal forma que creemos que ésta es la realidad. Jean Baudrillard habla del crimen perfecto, que sería el asesinato de la realidad y el exterminio de la ilusión. Lo real no desaparece en la ilusión, es la ilusión la que desaparece en la realidad. En este sentido se vive en la ilusión de que lo real es lo que más falta, cuando ocurre lo contrario: vivimos un exceso de realidad que nos deja mucho más desconcertados que el defecto de realidad que por lo menos podríamos compensar con lo imaginario.
En este exceso de realidad aparecen personajes que representan los papeles de malos y buenos. Los malos van cambiando según las épocas. Lo importante es preservar un sistema de poder ante el cual todos somos espectadores. Lo que sí permanecen son objetos malos y buenos. Objetos que se han fetichizado para encarnarse en la representación de lo demoníaco y lo maravilloso. La droga es uno de ellos. La droga es la encarnación del mal. Es así como se elude el problema de un sujeto que la consume a partir de una subjetividad entramada en una estructura familiar y social. El objeto droga es atrapado por un sujeto a partir de ciertas características de su condición subjetiva. Pero la misma se corresponde con una cultura que se sostiene en la ruptura de los lazos sociales donde el individualismo se ha transformado en el sometimiento al poder.
Pero también hay objetos buenos como los psicofármacos. Con ellos en muy poco tiempo se van a poder solucionar todos los problemas de nuestra sufrida subjetividad. Seguramente alguien va a descubrir que la economía de mercado tiene su correspondiente gen inscripto en el organismo humano.
La comida “natural” y “dietética” es buena. Tan buena que nos permite mantenernos muy flacos y lindos. De esta manera nos ocupamos de nuestra “salud” al responder al modelo estético de la cultura dominante.
Esta fetichización de los objetos deja de lado las consecuencias de una “ideología invisible” que produce una subjetividad que se manifiesta en un conjunto de síntomas paradigmáticos de nuestra época: adicciones, anorexia, bulimia, depresión, sensación de “vacío”, de “estar muerto”, ataques de pánico, violencia destructiva y autodestructiva, etc.

2- La impunidad del poder

El canibalismo aparece desde los inicios de la humanidad. El desprecio por el otro humano es una constante antropológica. El crimen, que tan violentamente contradice la condición humana, lo podemos encontrar desde la prehistoria. El humano es el único ser de la naturaleza que da muerte a su semejante. La huella del primer crimen cometido es más antigua que la primera tumba. Ese cráneo fracturado da testimonio del hecho humano. En La Biblia, el crimen de Caín hace de aquél el primer acto inquietante de la humanidad. La cultura aparece para evitar que el más fuerte predomine sobre el más débil. Es así como el tabú del incesto y el culto a los muertos constituyen el inicio de la cultura. Pero un estructuralismo ahistórico ha dejado de lado que son los fuertes quienes dictan las leyes que rigen la estructura social. Los muertos son los héroes de la cultura dominante. Los otros muertos son desaparecidos: no existen. El crimen se oficializa como justicia y el muerto desaparece como memoria de una humanidad que reproduce una relación de poder: las Madres de Plaza de Mayo simbolizan esta situación.
Por lo tanto es importante reafirmar la actual consigna de no olvidar los crímenes que están ocurriendo en la actualidad. Si olvidamos esos muertos, desaparecen como muertes que simbolizan la arbitrariedad de un poder. Si actualmente en la Argentina los crímenes no se aclaran es porque aquellos que los cometieron han establecido relaciones que protegen sus intereses. Cada culpable tiene la protección de otros culpables que tienen poder. Es decir, sólo hay impunidad cuando se tiene poder, sólo con el amparo del poder se puede ser impune.

3- El mito de Sísifo

Es Albert Camus quien analiza el mito de Sísifo para destacar cómo lo absurdo y la dicha son inseparables y forman parte de la condición humana. Los dioses habían condenado a Sísifo a rodar para siempre una roca hasta la cima de una montaña desde donde volvía a caer por su propio peso. Habían pensado que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Se le reprochaba a Sísifo haber revelado los secretos de los dioses. También haber encadenado a la Muerte y querer disfrutar de los placeres de la Tierra. Es por ello que su desprecio a los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio.
Si este mito es trágico, lo es porque Sísifo tiene conciencia. De esta manera lo que debería constituir su tormento es al mismo tiempo su victoria. El mito nos enseña que todo no ha sido agotado. El destino es un asunto humano que debe ser arreglado entre humanos. La alegría silenciosa de Sísifo es porque su destino le pertenece. Lo importante es el esfuerzo por llegar a la cima. Lo importante es la lucha. En esa lucha vence a los dioses.
Escribe Camus: “... Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando... Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil.”
En este camino absurdo Sísifo puede encontrar la dicha de comprobar que es posible construir un mundo sin dioses donde lo que importa es la pasión por la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios