VIOLENCIA DE ESTADO
Escribe Alfredo Grande
“si en casa de herrero los cuchillos son de palo, algo debe ser subvertido”
(aforismo implicado)
(para La Tecl@ Eñe)
Lo decimos directamente. Si alguna palabra tiene mala prensa para la cultura represora, esa “mala palabra” debe ser usada. Por supuesto que usar una palabra es lo opuesto de cosificarla, emblematizarla, idealizarla, fetichizarla. Usar una palabra es tomarla en su potencial descubridor, de aquello que la cultura oficial pretende bloquear. El valor de uso de una palabra nada tiene que ver con su valor de cambio. Por ejemplo: gobernabilidad es una palabra utilizada como valor de cambio: se cambia reinar por gobernabilidad, implícita aceptación que no se está gobernando. La palabra plena descubre algo que la racionalidad sentida intuye, pero que la racionalidad sabida conceptualiza. Y la violencia, de la cual alguna vez se dijo “que la de arriba justificaba la de abajo”, es una potente fuerza que habilita nuevas formas de vida. Sin violencia no hay cambio social, ni vincular, ni individual. Por eso es necesario una cartografía de la violencia, porque a nadie se le ocurriría condenar al agua usando de ejemplo un maremoto, o al viento, usando de ejemplo un huracán devastador.
La violencia como todo aquello que la naturaleza y la cultura habilitan, tiene intensidades, sentidos y direcciones diferentes. Unificar a todas las manifestaciones de la violencia en una única VIOLENCIA es un recurso emblemático de la cultura represora. Lo único habilita a la idealización absoluta o a la denigración extrema. A pesar de la declamatoria contra los extremos, en el caso de la violencia la cultura represora es extremista: violencia mala – no violencia buena.
Violencia implica el cambio catastrófico, es decir, sin intermediación, brusco, instantáneo, de una situación a otra. Puede ser en el área biológica, psicosocial, vincular, familiar, comunitaria, institucional. O siguiendo una idea de José Blejer, uno de los más importantes psicoanalistas argentinos, siempre el cambio catastrófico se da en todas las áreas, aunque en forma predominante en una de ellas. Una trompada rompe un hueso, una bomba destruye un avión, una amenaza anónima destroza una familia, un arma mata a una persona, etc. Desde la cultura represora, esta es la única violencia y por lo tanto la condena deberá ser unánime y sin fisuras. Por eso la caracterización de izquierda siniestra de estos tiempos a la de guerrilla apátrida de las épocas de la doctrina de la seguridad nacional. Por eso la violencia jaquea los mandamientos represores de los gerenciamientos de turno. En realidad, cuando la violencia es considerada el absoluto mal, se oculta en forma deliberada que de lo que en verdad se trata es de pulverizar cualquier intento de vindicación de la violencia revolucionaria. La partera de la historia como señalara Engels. El hambre nunca será pensado como violencia, las jubilaciones de miseria, la masacre de cromagnon, la falta de viviendas dignas, el colapso sanitario, tampoco. El Estado no es violento, apenas optimiza la relación costo beneficio y le pide a los empresarios de cada sector que no aumenten demasiado y que no despidan demasiados trabajadores. Progresía-hipocresía del equilibrio inestable entre los pobres pobres, (precarizados e indigentes) los pobres ricos (clase media pero no tanto) y los ricos ricos (empresarios de todo tipo, incluso sindicales) Es la política de impedir aquello que sea más allá de lo necesario (Ver la Tecla Ñ n° 30 Agosto-Septiembre de 2007 http://lateclaene.blogspot.com/2007/08/la-columna-grande-ms-all-de-lo.html) Pero el mas acá está asegurado para que el capitalismo serio “no violento” pueda continuar con prisa y sin pausa. Mientras la nueva cultura, que ya sabemos es tributaria, siga sosteniendo que el reparto de la riqueza sea siempre entre los grupos monopólicos. Por eso no se trata de reinvidicar la violencia. Apenas de no condenarla como si fuera la causa, cuando en realidad se trata de una de las tantas consecuencias del sistema injusto de organización social. El hambre es una de las más trágicas expresiones de la violencia de Estado, que las urnas garantizan para un funesto siempre más.
Octubre de 2008
Escribe Alfredo Grande
“si en casa de herrero los cuchillos son de palo, algo debe ser subvertido”
(aforismo implicado)
(para La Tecl@ Eñe)
Lo decimos directamente. Si alguna palabra tiene mala prensa para la cultura represora, esa “mala palabra” debe ser usada. Por supuesto que usar una palabra es lo opuesto de cosificarla, emblematizarla, idealizarla, fetichizarla. Usar una palabra es tomarla en su potencial descubridor, de aquello que la cultura oficial pretende bloquear. El valor de uso de una palabra nada tiene que ver con su valor de cambio. Por ejemplo: gobernabilidad es una palabra utilizada como valor de cambio: se cambia reinar por gobernabilidad, implícita aceptación que no se está gobernando. La palabra plena descubre algo que la racionalidad sentida intuye, pero que la racionalidad sabida conceptualiza. Y la violencia, de la cual alguna vez se dijo “que la de arriba justificaba la de abajo”, es una potente fuerza que habilita nuevas formas de vida. Sin violencia no hay cambio social, ni vincular, ni individual. Por eso es necesario una cartografía de la violencia, porque a nadie se le ocurriría condenar al agua usando de ejemplo un maremoto, o al viento, usando de ejemplo un huracán devastador.
La violencia como todo aquello que la naturaleza y la cultura habilitan, tiene intensidades, sentidos y direcciones diferentes. Unificar a todas las manifestaciones de la violencia en una única VIOLENCIA es un recurso emblemático de la cultura represora. Lo único habilita a la idealización absoluta o a la denigración extrema. A pesar de la declamatoria contra los extremos, en el caso de la violencia la cultura represora es extremista: violencia mala – no violencia buena.
Violencia implica el cambio catastrófico, es decir, sin intermediación, brusco, instantáneo, de una situación a otra. Puede ser en el área biológica, psicosocial, vincular, familiar, comunitaria, institucional. O siguiendo una idea de José Blejer, uno de los más importantes psicoanalistas argentinos, siempre el cambio catastrófico se da en todas las áreas, aunque en forma predominante en una de ellas. Una trompada rompe un hueso, una bomba destruye un avión, una amenaza anónima destroza una familia, un arma mata a una persona, etc. Desde la cultura represora, esta es la única violencia y por lo tanto la condena deberá ser unánime y sin fisuras. Por eso la caracterización de izquierda siniestra de estos tiempos a la de guerrilla apátrida de las épocas de la doctrina de la seguridad nacional. Por eso la violencia jaquea los mandamientos represores de los gerenciamientos de turno. En realidad, cuando la violencia es considerada el absoluto mal, se oculta en forma deliberada que de lo que en verdad se trata es de pulverizar cualquier intento de vindicación de la violencia revolucionaria. La partera de la historia como señalara Engels. El hambre nunca será pensado como violencia, las jubilaciones de miseria, la masacre de cromagnon, la falta de viviendas dignas, el colapso sanitario, tampoco. El Estado no es violento, apenas optimiza la relación costo beneficio y le pide a los empresarios de cada sector que no aumenten demasiado y que no despidan demasiados trabajadores. Progresía-hipocresía del equilibrio inestable entre los pobres pobres, (precarizados e indigentes) los pobres ricos (clase media pero no tanto) y los ricos ricos (empresarios de todo tipo, incluso sindicales) Es la política de impedir aquello que sea más allá de lo necesario (Ver la Tecla Ñ n° 30 Agosto-Septiembre de 2007 http://lateclaene.blogspot.com/2007/08/la-columna-grande-ms-all-de-lo.html) Pero el mas acá está asegurado para que el capitalismo serio “no violento” pueda continuar con prisa y sin pausa. Mientras la nueva cultura, que ya sabemos es tributaria, siga sosteniendo que el reparto de la riqueza sea siempre entre los grupos monopólicos. Por eso no se trata de reinvidicar la violencia. Apenas de no condenarla como si fuera la causa, cuando en realidad se trata de una de las tantas consecuencias del sistema injusto de organización social. El hambre es una de las más trágicas expresiones de la violencia de Estado, que las urnas garantizan para un funesto siempre más.
Octubre de 2008
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