Por Jorge Garaventa
¿Cuál es el punto medio, precisamente no el tibio, que nos permita reflexionar sobre la sensación de inseguridad?. ¿Hay una forma de hacerlo que como remanente legue un pensamiento en función social?
Si queremos hablar seriamente de inseguridad, hay cuestiones que no se pueden soslayar. Por un lado la relación del tema con los medios de comunicación masiva u holding informativos, y por el otro, cuestiones históricas que hacen al tema del delito y la represión.
Si bien nos referimos a lo que los medios han logrado instalar como sensación de inseguridad en una primera etapa para luego pasar, en un segundo tramo a lo que llamaran estado de inseguridad, es necesario aclarar que el término es utilizado de forma intencionalmente mezquina, ya que si quisiéramos tomarlo en su verdadera acepción lingüístico-social, el riesgo de ser víctima de un delito ocuparía alguna de las preocupaciones sobre la cotidiana vulnerabilidad, pero bastante lejos de la principal.
La historia nos viene a advertir que lo que hoy se denuncia como fenómeno de la modernidad ha estado presente en distintos períodos, y que el primero del que dan cuenta los medios data de la época de la colonia cuando una serie de crímenes puso de pie a la minoría céntrica para defender sus intereses puestos en riesgo por el avance de habitantes de los suburbios, descendientes directos de los originarios moradores del lugar, desalojados en nombre de la civilización.
Desde entonces no han sido pocas las veces que la sensibilidad porteña se vio sobrepasada por el miedo. Detrás subyacía la directa defensa de los intereses de clase.
Hay mecanismos de discriminación e intolerancia a las diferencias, inconscientes y no tanto, pero también burdas maniobras de preservación de privilegios. Algún crimen, por lo general cruel, injustificado y espectacular pone en marcha los mecanismos de sed de exterminio que irremediable y repetidamente culminan en el “clamor” de pena de muerte. Y esta, finalmente, es un arma que apunta al exterminio de los desclasados.
El germen psíquico de la pena de muerte no responde a un concepto de justicia sino que es una respuesta de clase. Quiénes tienen algún tipo de responsabilidad en las diferencias socio económico saben de la ira de los excluidos del sistema. Son conocedores de primera mano de lo que Jorge Amado llama “la venganza de los pobres”. Hay que eliminar entonces de raíz a cualquier testigo de los privilegios. Porque además, la furia del “delincuente” produce, desde el terror culposo, la visión de generalización de hechos aislados. Luego veremos que cierta prensa hará el resto.
Es un hecho irrefutable que el clamor por mano dura encarna rápidamente en la clase media, que fácilmente se apropia del como sí vanguardista. En épocas de crisis, ( y aquí es fundamental recordar que los raptus de inseguridad no son convivientes de épocas de bonanza sino que aparecen como directa manifestación de cada crack del sistema capitalista liberal), las clases medias entran en pánico al percibir por un lado la labilidad de su punto de pertenencia, la lejanía de sus referencias, y finalmente el miedo al desliz hacia el sitio odiado. Ahí nacen los muros psíquicos que separan, que ciegan y que finalmente invitan a “tirar al pichón”.
En paralelo es fundamental entender cómo se construyen las noticias que finalmente instalan las sensaciones. Una variable para nada contingente en estos climas de inseguridad modernos suelen ser los enfrentamientos, abiertos o solapados entre las mega empresas informativas y algunos de los poderes del Estado o sectores importantes del mismo. Esto, independientemente de la calidad de dichos poderes. Se sobreentiende entonces que hay un ciudadano indefenso ante el avance de fuerzas bestiales, y un estado connivente con el delito. Los derechos humanos descienden a su nivel más degradado y son sinónimo de impunidad para el mal. “Estamos solos, nadie nos defiende, todo depende de nosotros”. La implementación de la horda civilizada, y al grito de pena de muerte y cárcel desde chiquitos se organiza en “pacíficas” manifestaciones. A veces en silencio…”ya dijimos todo, ahora actúen o actuaremos nosotros.”¿Hay algo más violento y amenazante que el silencio del enojo?
Ilustración: Luis Felipe Noé/Cómo ocurren las cosas
Los medios masivos de comunicación no pueden inventar las noticias que generan una sensación, pero si “trabajar” con ellas. En las redacciones acumulan, proviniendo de fuentes propias, agencias de noticias y otros medios una cantidad infinitamente mayor de noticias que las publicables. Y es aquí donde empieza a tallar el “criterio editorial”. Lo usual es la elección de algunas temáticas que presupongan el interés del lector, oyente o televidente. Los estilos de cada medio finalmente terminan de delinear la masa clientelar a la que se apunta. Cuando aparece un nuevo medio, usualmente ha decidido previamente el nicho en el que se quiere instalar. Esto es el ABC, público, conocido, tradicional, y que poco ha cambiado pese a la revolución que han sufrido las empresas informativas.
¿Cuál es la relación entre esta descripción y la mentada cuestión del clima de inseguridad cotidiano?
Los medios responden a intereses de clase o de grupo, según corresponda, y desde la entrega menemista esta situación ha quedado retratada aún con más brutalidad. Se diría que ante la lesión o simple amenaza a sus propios intereses, estas herramientas sectoriales desinforman, omiten o filetean las noticias de modo que la llegada al receptor es un amasijo sumamente difícil de procesar criteriosamente. No está de más recordar que hoy los medios son un conglomerado de diarios, radios, canales y revistas que suelen pertenecer al mismo holding.
Y aquí es donde aparece la cuestión del “trabajo” con la noticia.
Quienes responden al requerimiento de los medios sobre el crecimiento de determinados delitos, se encuentran de inmediato con la infaltable pregunta- disparador: ¿Por qué hoy hay más… ? (violaciones, asaltos, asesinatos, abusos). Lejos está esta interrogación de proponer un análisis serio sobre las violencias urbanas. El paso siguiente será, independientemente de la respuesta del entrevistado, la reflexión acerca de los efectos sociales de perdida de autoridad de padres y docentes, la mano blanda de los jueces, el libertinaje, el exceso de derechos hacia el niño y todo aquello que subrepticiamente reivindique nostálgicamente la cultura represora y la educación golpeadora. O sea, en una habilidosa vuelta de campana, lo que presumimos como las causas de las violencias actuales son presentadas como la solución del mal.
Para cerrar este segmento subrayemos que una campaña que instala una sensación no es gratuita, casual o espontánea. Hechos que cotidianamente pasan sin pena ni gloria por las redacciones son tomados, subrayados, y lo esencial, arbitrariamente encadenados y mostrados como un conjunto. Y justamente es este encadenado y esta muestra totalizadora de situaciones aisladas lo que produce en la clase media asustada y la alta con conciencia temerosa, la convicción de que una amenaza fatal se ciñe sobre ellos. El resto se hace solo.
Lejos de la intención de este escrito está sostener que el delito no existe, que no es un problema serio o que nada hay que hacer al respecto.
Lo que se trata de señalar es que se intenta, con el pretexto de enfrentar tanto los delitos de siempre como a las nuevas violencias urbanas, reestablecer métodos represivos que ponen entre paréntesis los derechos humanos, atacando el síntoma, que en definitiva es un producto social mientras que no sólo no se atienden sino que se dejan intactas o se recrean las condiciones que llevan a un individuo a transitar el triste camino de delinquir.
No existe la sociedad por un lado y los delincuentes por otro. Quien roba, mata, viola, abusa ha desarrollado su subjetividad en circunstancias que la sociedad suele juzgar como ajenas y privadas pero de las cuales no puede desresponsabilizarse. Ningún producto social tiene autonomía previa. Si triunfan los buenos se podrá encarcelar de por vida, incriminar a los niños y matar a los irrecuperables. Pero mientras no se combatan las causas profundas, que requieren decidida acción estatal que garantice salud social, económica y afectiva, el círculo vicioso seguirá pariendo hombres y mujeres que podrán jugar del lado de los malos o de los buenos, pero nunca de los justos.
Todo está muy bien, ¿pero mientras tanto?... No hay un mientras tanto. Las concepciones inclusivas no son a futuro. Ya se ha dicho que donde hay una necesidad hay un derecho. Ninguna teoría económica justifica la postergación de la plena vigencia de los derechos sociales. Si además garantizamos que rijan en todos los ámbitos los derechos humanos las soluciones estarán al alcance de la mano. De lo que se trata en definitiva es de pensar incluyendo al semejante. Pensar con el otro, no por el otro o contra el otro.
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