Por Jorge Garaventa
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Aimée Zito Lema
Los mitos siguen cayendo y los jóvenes siguen siendo blanco móvil. El joven muerto luego del recital de Viejas Locas no deja de parecer una reedición mafiosa del asesinato de Walter Bulacio, precisamente cuando el Estado Argentino es condenado por un tribunal internacional por aquella muerte y resuelve no solo no apelar sino aceptar la culpabilidad de la institución policial. El Gobierno acepta la condena en una impecable aplicación de la continuidad jurídica habida cuenta que aunque no haya sido esta administración, fue este estado. El discurso subyacente habla de que estas cosas pasaban en otros tiempos y en otros gobiernos. Jamás imaginó que a poco tiempo de tan justo acto, los propios le iban a defecar el living. La muerte de Ruben Carballo fue el “exceso” en una noche de violencia policial tremenda e injustificada contra la juventud. El torpe informe policial no tomó siquiera las precauciones mínimas para la coartada. Informó que el joven se hirió gravemente cuando se trepó a un muro para colarse al recital. Entre las ropas de Rubén se encontró la entrada que había adquirido para el recital. Igual, aún contradiciéndome, creo que no estamos ante una torpeza sino ante la clara manifestación de ostentación de la impunidad. Después de todo, la salvaje represión no hizo más que responder a un cierto operativo clamor que pide mano dura hacia los jóvenes, demonizados, estigmatizados y por ende golpeados y asesinados por portación de edad.
Nada debería sorprender. Una atenta lectura del fallo sobre Cromañón denuncia algunos aspectos no difundidos sobre la actuación policial la noche de la masacre: Relatan varios testimonios que cuando los jóvenes comenzaron a salir despavoridos del local, los uniformados, suponiendo desmanes, comenzaron a golpearlos. Algunos lograron huir, otros cayeron heridos y el resto intentaba reingresar al local aumentando la confusión y el pánico.
Como entonces en Cromañón, así se cuida a los chicos hoy.
El discurso oficial, adoptado y repetido hasta el cansancio por los medios masivos de comunicación y hasta por asociaciones de músicos autopretendidamente progresistas hablaba del exceso de celo en relación a la seguridad en los boliches luego del 30-12-04. De nada valió la denuncia del movimiento Cromañón develando la mentira. Las autoridades danzaban un como si de severidad vigilante y los músicos independientes, que reclamaban que todo siguiera como antes, complementaban el teleteatro acusando de exageradas a las supuestas medidas de seguridad y control.
Los familiares denunciaban… un Cromañón puede volver a ocurrir en cualquier momento; las autoridades ostentaban… después de Cromañón las medidas de seguridad son severas y estrictas; los músicos independientes clamaban… se sobreactúa con tanta exigencia que es imposible cumplir con tantos requisitos y nos estamos quedando sin trabajo; los familiares denunciaban…
Pero vino el recital de “Las Pastillas del Abuelo” y el mito consensuado se desplomó con crueldad tributando, una vez más, con muerte joven. Y no fue en un sucucho clandestino de esos que pululan después de la masacre sino Ferrocarril Oeste, uno de los principales micro estadios de la Ciudad de Buenos Aires. Como las de Cromañón, esta también fue una muerte evitable de la cual son responsables todos los eslabones de la cadena del espectáculo. “Si siguen tirando bengalas se van a morir todos como en Paraguay”, dijo Chabán; “prométanme que se van a portar bien”, dijo Fontanet; “sostengan la valla sino vamos a tener que suspender el show”, dicen que dijo un músico de “Las Pastillas”… todos tenían poder para suspender los shows, para evitar la muerte… nadie lo hizo porque precisamente el show debe seguir, al precio que sea.
La enseñanza es la evidencia de que la noche sigue siendo terreno de nadie y la juventud se divierte en la más descarada desprotección, tanto de los funcionarios que deben garantizar la seguridad de los espacios que habilitan como de las bandas que siguen lucrando desaprensivamente con el furor que despiertan. Y Melisa La Torre pagó con sus jóvenes 22 años su amor incondicional a la camiseta pastillera. Ella ya no está pero la polémica está instalada. Algunos dicen que fue la valla que se desarmó, otros que fue un aluvión de personas contra un alambrado, en un costado. Polémicas estériles que apuntan solo a la elusión de responsabilidades. Lo cierto es que no fue la valla ni el aluvión… a Melisa la mató la corrupción. Corrupción que acaba de dar muestras de una salud inquebrantable, que seguirá colectando muerte joven mientras el aguante del rock siga firme, como el hipocampo, creyendo que es un potro y al final no es mas que un pescado de cuya ficción se nutren los empresarios que son hoy los verdaderos dueños del género…aún los disfrazados de independientes.
Los mitos siguen cayendo y los jóvenes siguen siendo blanco móvil. El joven muerto luego del recital de Viejas Locas no deja de parecer una reedición mafiosa del asesinato de Walter Bulacio, precisamente cuando el Estado Argentino es condenado por un tribunal internacional por aquella muerte y resuelve no solo no apelar sino aceptar la culpabilidad de la institución policial. El Gobierno acepta la condena en una impecable aplicación de la continuidad jurídica habida cuenta que aunque no haya sido esta administración, fue este estado. El discurso subyacente habla de que estas cosas pasaban en otros tiempos y en otros gobiernos. Jamás imaginó que a poco tiempo de tan justo acto, los propios le iban a defecar el living. La muerte de Ruben Carballo fue el “exceso” en una noche de violencia policial tremenda e injustificada contra la juventud. El torpe informe policial no tomó siquiera las precauciones mínimas para la coartada. Informó que el joven se hirió gravemente cuando se trepó a un muro para colarse al recital. Entre las ropas de Rubén se encontró la entrada que había adquirido para el recital. Igual, aún contradiciéndome, creo que no estamos ante una torpeza sino ante la clara manifestación de ostentación de la impunidad. Después de todo, la salvaje represión no hizo más que responder a un cierto operativo clamor que pide mano dura hacia los jóvenes, demonizados, estigmatizados y por ende golpeados y asesinados por portación de edad.
Nada debería sorprender. Una atenta lectura del fallo sobre Cromañón denuncia algunos aspectos no difundidos sobre la actuación policial la noche de la masacre: Relatan varios testimonios que cuando los jóvenes comenzaron a salir despavoridos del local, los uniformados, suponiendo desmanes, comenzaron a golpearlos. Algunos lograron huir, otros cayeron heridos y el resto intentaba reingresar al local aumentando la confusión y el pánico.
Como entonces en Cromañón, así se cuida a los chicos hoy.
El discurso oficial, adoptado y repetido hasta el cansancio por los medios masivos de comunicación y hasta por asociaciones de músicos autopretendidamente progresistas hablaba del exceso de celo en relación a la seguridad en los boliches luego del 30-12-04. De nada valió la denuncia del movimiento Cromañón develando la mentira. Las autoridades danzaban un como si de severidad vigilante y los músicos independientes, que reclamaban que todo siguiera como antes, complementaban el teleteatro acusando de exageradas a las supuestas medidas de seguridad y control.
Los familiares denunciaban… un Cromañón puede volver a ocurrir en cualquier momento; las autoridades ostentaban… después de Cromañón las medidas de seguridad son severas y estrictas; los músicos independientes clamaban… se sobreactúa con tanta exigencia que es imposible cumplir con tantos requisitos y nos estamos quedando sin trabajo; los familiares denunciaban…
Pero vino el recital de “Las Pastillas del Abuelo” y el mito consensuado se desplomó con crueldad tributando, una vez más, con muerte joven. Y no fue en un sucucho clandestino de esos que pululan después de la masacre sino Ferrocarril Oeste, uno de los principales micro estadios de la Ciudad de Buenos Aires. Como las de Cromañón, esta también fue una muerte evitable de la cual son responsables todos los eslabones de la cadena del espectáculo. “Si siguen tirando bengalas se van a morir todos como en Paraguay”, dijo Chabán; “prométanme que se van a portar bien”, dijo Fontanet; “sostengan la valla sino vamos a tener que suspender el show”, dicen que dijo un músico de “Las Pastillas”… todos tenían poder para suspender los shows, para evitar la muerte… nadie lo hizo porque precisamente el show debe seguir, al precio que sea.
La enseñanza es la evidencia de que la noche sigue siendo terreno de nadie y la juventud se divierte en la más descarada desprotección, tanto de los funcionarios que deben garantizar la seguridad de los espacios que habilitan como de las bandas que siguen lucrando desaprensivamente con el furor que despiertan. Y Melisa La Torre pagó con sus jóvenes 22 años su amor incondicional a la camiseta pastillera. Ella ya no está pero la polémica está instalada. Algunos dicen que fue la valla que se desarmó, otros que fue un aluvión de personas contra un alambrado, en un costado. Polémicas estériles que apuntan solo a la elusión de responsabilidades. Lo cierto es que no fue la valla ni el aluvión… a Melisa la mató la corrupción. Corrupción que acaba de dar muestras de una salud inquebrantable, que seguirá colectando muerte joven mientras el aguante del rock siga firme, como el hipocampo, creyendo que es un potro y al final no es mas que un pescado de cuya ficción se nutren los empresarios que son hoy los verdaderos dueños del género…aún los disfrazados de independientes.
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