Por Sebastián Olaso
(para La Tecl@ Eñe)
Habitualmente concurro a ciclos literarios. Un grupo que organiza, algunos escritores invitados y luego, el micrófono abierto. Los que fueron a escuchar, si escriben, tienen unos minutos para leer sus propios textos. Por motivos prácticos, en estos ciclos suele haber más poesía que narrativa. Un sábado de lluvia de octubre, fui a uno de esos ciclos. Los cinco invitados tenían, cada uno a su modo, un talento bien encauzado, eran dignos de ser llamados poetas, sus textos eran sólidos, perturbadores, sensibles, potentes. Los cinco poetas tenían algo para decir. Sus poemas hablaban desde el dolor, desde el miedo, desde la euforia, desde lo inconfesable. Se preguntaban cuál era el sentido de la vida, del amor, del rencor. Ponían en duda la trascendencia, la validez de los sueños, la percepción de la realidad, el valor de las verdades establecidas. Cuando la mayoría de los que estábamos allí todavía estábamos ensordecidos por los ecos de planteos tan profundos, humanos y universales, llegó el momento del micrófono abierto. Una mujer leyó un pequeño texto, que ella presentó como poema, que decía más o menos así: Hermano americano, alza conmigo las banderas de la lucha, basta de genocidio, los europeos nos han robado la tierra, los yanquis son imperialistas, el indio es una víctima. Que vivan los pueblos originarios. Hermano americano, tú eres la esperanza. Viva nuestra patria, la Argentina, crisol de razas, con todos los climas, con tanta riqueza.
Voy a empezar diciendo que estoy de acuerdo con lo que esta mujer expresa. Creo que ella y yo podríamos ser grandes amigos, que juntos podríamos hacer algo para, al menos, intentar dejar un legado positivo en este mundo. Pero si se me ocurre pensar un poco, sin pretender hacer un análisis estilístico del texto, hay algunas cosas que no me cierran. ¿Por qué un texto que habla sobre la lucha de un continente termina hablando de un país? ¿Por qué si habla de Argentina usa el tú? ¿Qué es lo que hace que ese texto sea considerado un poema y no otra cosa?
El conductor del ciclo, en cuanto la mujer terminó, se dirigió a los asistentes y dijo: Esto es lo que tenemos que hacer. Por fin un poema de verdad, comprometido, una verdadera lección de poesía después de tanto ombliguismo que hemos soportado esta noche.
A ver… ¿Entendí mal? ¿El conductor de un ciclo acababa de denigrar a sus propios invitados? ¿El conductor del ciclo estaba postulando que lo único que se debe esperar de la poesía es la transcripción literal de lemas y proclamas ya conocidos? ¿Estoy entendiendo bien? Y si esos lemas y esas proclamas tuvieran un color ideológico diferente, por ejemplo, nazi, ¿cabría volver a decir Por fin un poema de verdad, comprometido, una verdadera lección de poesía? ¿Qué es entonces la poesía para el conductor del ciclo? ¿La transcripción literal de lemas y proclamas ya conocidos pero, eso sí, que coincidan con su ideología? ¿Hablar del lugar del hombre en el mundo es ombliguismo? ¿Poner en duda la validez de las verdades establecidas es una muestra de falta de compromiso? ¿De falta de compromiso con qué? ¿Con un partido político determinado? Repito: ¿Estoy entendiendo mal? ¿Es compromiso social esto? ¿Es ombliguismo ideológico, político, militante o partidario? ¿Está hablando de que la temática de la lucha social es un imperativo de la poesía? ¿Un imperativo del arte? ¿De que es excluyente? ¿De que la labor del artista tiene un blanco que es el compromiso social y un negro que es el ombliguismo donde, de paso, entra todo lo que él considera que no es compromiso?¿Y si quien habla de la lucha latinoamericana es un empresario que tiene empleados bolivianos en negro o es corruptor de menores, qué hacemos? ¿Y si quien pone en duda la trascendencia trabaja en un comedor comunitario, o está armando una cooperativa de trabajo con gente excluida del sistema o, simplemente, va a entretener a los chicos internados en un hospital?
Conozco a una mujer mapuche que vive en Rosario y que tiene una fuerte militancia en la reivindicación de los derechos de los pueblos originarios. Un día, en Buenos Aires, me crucé con una antropóloga que estaba armando un plan de estudios acerca de la población mapuche en Rosario, y sus dificultades frente a los prejuicios y las diferencias culturales y económicas con la población mayoritaria. Hay que luchar por las minorías, hay mucho trabajo para hacer, hay que integrarlos sin pedirles a cambio que transen con nada, decía la antropóloga. Me entusiasmó mucho su visión, y ofrecí hacer el contacto con Amanda, la mapuche rosarina. Qué bueno, ¿es antropóloga también? No, dije yo, es mapuche. Ah, cierto que vos estás con eso de la literatura… ¿es lingüista tu amiga? No, dije yo, es mapuche y rosarina. Sí, eso ya me lo dijiste, pero ¿a qué se dedica? A trabajar por los derechos de los pueblos originarios, dije yo. Sí, sí, ¿pero desde qué área? ¿Cómo desde qué área? dije yo. Antropología, sociología, lengua… ¿es abogada?
Finalmente, a la antropóloga que iba a hacer un estudio acerca de la problemática de los mapuches en Rosario, no le interesó el teléfono de la mapuche rosarina que trabaja por la resolución de las problemáticas de su gente. Vuelvo a preguntar: ¿Entendí bien? ¿La antropóloga estaba armando un trabajo acerca de los mapuches pero no quería hablar con los mapuches? ¿Quería hacer su trabajo a partir de libros, de ensayos académicos? ¿Eso es lo que, a su criterio, se llama luchar por las minorías, integrarlas sin pedirles a cambio que transen con nada? ¿Es compromiso social esto? ¿Es ombliguismo académico?
Después de tantos años de silenciamiento colectivo bajo apercibimiento de persecución, tortura y asesinato, los años ochenta nos trajeron una brisa de aire fresco, de alivio, de felicidad, de esperanza y, junto con muchas otras cosas, la libertad de expresión. De entrada, a los desacostumbrados les parecía un privilegio, a los místicos una bendición y a los conservadores un escándalo. Y entonces, lentamente, los argentinos fuimos descubriendo que ese decir lo que se piensa tiene diferentes aristas y que no todas las aristas nos repercuten de la misma manera.
Ganaron la calle conceptos como sinceridad brutal, mentira piadosa, manipulación, compromiso, ombliguismo, demagogia, contención, acto fallido, metáfora, contradicción, incoherencia, incontinencia verbal o adicción. Aprendimos que el adicto es el que no habla, que el modo de decir las cosas cambia la reacción del destinatario, que hay verdades que preferimos no decir, que hay mentiras que se vuelven necesarias, que hablar de lo superfluo es una postura tan política como hablar de la corrupción, que hablar de la desnutrición revela un compromiso social. También aprendimos que para Alsogaray, Alfonsín y Altamira eran lo mismo, y que, paradójicamente, para Altamira los que eran lo mismo eran Alsogaray y Alfonsín. Entonces empezamos a reconocer los grises. Y los grises no siempre nos gustan, porque un gris puede ser sensato, pero también puede ser cobarde, conciliador fallido de lo irreconciliable o, lisa y llanamente, falto de compromiso. Mientras que los grises oportunistas se hunden en sus propias contradicciones, los grises sensatos pueden ponernos en jaque, denunciar nuestros prejuicios, derribar nuestros escudos. Un gris sensato puede levantar la mano cuando alguien dice ¿a quién se le ocurre? y defender su postura: A mí se me ocurre, y qué.
Quizás debamos replantearnos algunas cosas. Por ejemplo, qué es el compromiso, si es posible encontrar un compromiso aparente, si el compromiso social está estricta, excluyentemente conectado con la repetición de proclamas, si hay un ombliguismo oculto en ciertas actitudes aparentemente comprometidas con la sociedad. Cuál es la función del arte en este juego, cuál la del artista. Hablo de arte en sentido amplio: pintura, música, literatura, graffiti, historieta, cine, teatro, escultura, fotografía, pintura, danza, plástica y demás. Qué lugar ocupa en esta red la estética (que en la actualidad ha ganado tanto terreno en la frivolidad y en la desintegración del ser) Qué lugar la abstracción y la simbolización (que algunos consideran que están divorciadas del compromiso y casadas con el elitismo) Cuáles son las claves que llevan a creer en el otro, a juzgarlo, a admirarlo. A ver si su decir coincide con su hacer. A ver si su hacer es más importante que su decir.
La mayoría de la gente hace lo que puede a partir de lo que quiere. A partir de que lo queramos, quizás podamos, aunque sea de manera incompleta, encontrar los grises sensatos, despojarnos de fundamentalismos, comprender al otro, juzgar al que haya que juzgar. Y a partir de allí, ojalá, dejemos de defendernos de ataques que no hemos recibido. Mientras tanto, y para empezar, me propongo tachar de mi agenda al conductor del ciclo literario y a la antropóloga. Ya mismo llamo a Amanda y a los poetas denigrados.
Algunos me van a decir que esto también es ombliguismo, ya sé.
Cuántas veces nos encontramos ante situaciones así.
ResponderEliminarEl arte es siempre revolucionario. Que no vengan los vanguardistas de laboratorio a contarnos a los artistas cómo es que las cosas se cambian.
El artista no se preocupa por transformar la realidad: simplemente la transforma.
Muy bueno Sebastian coincido totalmente con tus conceptos,hiciste una exposición equilibrada sobre el punto en cuestión
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