28 febrero 2011

Sociedad y Pueblos Originarios/ Grados de argentinidad/Daniel Freidemberg

Grados de argentinidad


Por Daniel Freidemberg*
(para La Tecl@ Eñe)




Fue en La Sabana, en el Chaco, cerca del límite con Santa Fe. Ahora no sé cómo estará, por aquel entonces era un puñado de casas y ranchos dispersos, hasta adentro del monte, que había ido avanzando sobre el pueblo. Antes, hasta que terminaron con el quebracho, había sido una población importante, pero hacia el 64 ó 65 la gente subsistía con algunas vacas y cabras, unas lanudas cabras blancas que pastaban en la calle, entre los aleros y los postes que restaban de un alumbrado eléctrico desaparecido hacía ya mucho. Éramos en la escuela dos maestros, la directora y yo, que con 19 años, estaba ese día dando clase a chicos de cuatro grados a la vez. El tema era la primera fundación de Buenos Aires, cuando a la construcción de Garay la acosan y terminan por destruirla los indios. Pero no alcancé a decir ese par de palabras, “los indios”: no recuerdo ya cuántos, más de la tercera parte seguramente, unos cuantos de los chicos que me estaban escuchando eran tobas, descendientes de los que unas décadas antes llevaron a cabo uno de los últimos malones del país, como constaba en el libro de partes diarios de la escuela.
No les decían qôm por ese entonces, sino tobas, y, más habitualmente aun, “paisanos”, vaya a saber si porque “indio” o “toba” se consideraba indigno de pronunciarse o porque equivaldría a un insulto, y no recuerdo haberlos oído hablar en otra lengua que en un castellano gutural, como de madera de monte, áspero y anguloso como sus rostros de grandes ojos expectantes. El asunto es que no pude decir “indios” y ni puedo decir ya cómo seguí con la historia, es muy posible que directamente haya abandonado el tema de la primera fundación. Lo que importaban eran esas caras oscuras, apenas un poco más oscuras que las de quienes al referirse a ellos decían “paisanos”, no sin alguna turbia distancia en la entonación. ¿Qué iba a decirles a esas caras, esos ojos? ¿La historia de quiénes estaba contándoles? No la de ellos, eso era seguro, si en esa historia “los indios” eran los que, como las tormentas, las alimañas o el calor, formaban parte de una naturaleza a la que los antepasados de los argentinos debían enfrentarse y vencer.
Supe entonces dos cosas, o tres: que en el relato de “lo argentino” en el que había creído hasta entonces no entraban todos los argentinos y que la condición que debía cumplir un indio para formar parte de “lo argentino” era morirse o renunciar a ser él mismo, identificarse con aquellos contra los que debieron combatir sus antepasados, adoptar como propios los antepasados de otros. Sin ninguna seguridad, así y todo, de que lo irían a admitir. Y supe también –aunque no lo supe con esas palabras– que la Historia es ficción, y ficción tendenciosa, y que nunca ya iba a dar por aceptado lo aceptado. No al menos sin averiguar qué es lo que “lo aceptado” recubre u oculta, qué queda afuera esperando ocupar su lugar ante la mente o los ojos.
No sé cómo cuentan hoy los manuales la primera fundación de Buenos Aires, tal vez se haya encontrado algún modo de que la historia de todos se acerque, de verdad, a ser la historia de todos. Manuales al margen, sin embargo, lo que sí sé es que todavía hay quienes, en Formosa por ejemplo, no incluyen en la categoría “argentinos” a los indios, o pueblos originarios, o como se los llame. O, directamente, en la de “lo humano”. Hay, en todo caso, distintos grados de “humanidad” para la cultura real de muchos de quienes viven en este país, demasiados. Lo suficiente para distinguir “gente” o “vecinos” de “bolivianos y paraguayos” y repetirlo e insistir como quien se aferra a la tabla que lo puede salvar. No para bien, precisamente, de los que creen estar protegiéndose de algo con esa distinción: los que ganan son siempre otros.

*Poeta y periodista

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