
Tierra
de cartas
Nicolás Prividera,
en su segunda película, Tierra de los
padres*, realiza una magnánima propuesta, tanto en su apuesta
cinematográfica, como en su contenido histórico-político. Narrar la Nación , sus embates,
contradicciones, violencias, a través de unas decenas de cartas y textos varios
leídos en el cementerio de la Recoleta. Una
propuesta, sin dudas, provocadora, que no podía pasar inadvertida.
Por Sebastián Russo*
(para La Tecl@ Eñe)
Nicolás Prividera,
en su segunda película, Tierra de los
padres, realiza una magnánima propuesta, tanto en su apuesta
cinematográfica, como en su contenido histórico-político. Narrar la Nación , sus embates,
contradicciones, violencias, a través de unas decenas de cartas y textos varios
leídos en el cementerio de la Recoleta. Una
propuesta, sin dudas, provocadora, que no podía pasar inadvertida. Cosa que efectivamente
no ocurrió, incluso, antes de su estreno. La película no fue seleccionada en
ninguno de los dos festivales más importantes de la Argentina. Prividera ,
que irrumpió en la escena local con M,
que fue premiada –en Mar del Plata- y
vitoreada –en el BAFICI-, por las mismas instituciones que ahora lo ignoran,
ante esta situación, escribió una carta abierta (http://micropsia.otroscines.com/2012/04/bafici-2012-el-caso-tierra-de-los-padres-de-nicolas-prividera/ ), y luego otra (http://micropsia.otroscines.com/2012/04/bafici-2012-mas-alla-de-tierra-de-los-padres-segunda-carta/ )
. He aquí algunas ideas surgidas en torno a todo este significativo entuerto, a
pocos días del estreno oficial del film en cuestión, y que permiten evidenciar
entramados –digamos- político-culturales que lo exceden, a la vez que
configuran.
Se podría empezar
por decir (algo bastante obvio, y que quizás sea en definitiva lo único que
digamos, aunque creemos también que tampoco sea tan poca cosa a revelar), que
ambas propuestas (película y cartas abiertas) están atravesadas y constituidas
por el mismo espíritu, la misma lógica (de la) política: la de entenderla (a la
política) confrontación, por explicitación de antagonismos.
Por un lado un film
excesivo por donde se lo mire, que recupera aunque de modo fragmentario los
grandes debates nacionales, a la vez que consuma una suerte de disrupción cinematográfica
a partir de una apuesta formal que elude cualquier tipo conciliación narrativa
(salvo la de un final “conclusivo”, aunque apoteótico) Y por otro, unas cartas que
discuten furiosamente el consenso neutralista y aparentemente a-conflictivo de
todo Festival, en los que “las deliberaciones y los criterios mismos de programación –que
responden a políticas cinematográficas, y no a meras opiniones- permanecen secretos y no se fundamentan (lo que
presta a confundir discreción con discrecionalidad)”, y constituidos por (y
constituidores de) “reglas del medio,
que aconsejan bajar la cabeza y aceptar las cosas como son. Pero que, claro, no son naturales y ni siquiera
contractuales: son sólo tácitamente asumidas, por miedo, complicidad, o simple
condescendencia”
Carácter conflictivo entonces, que incluso estas
cartas en cuestión, con lo de convocatoria a explicitar públicamente un debate que
toda carta abierta tiene, y como singular condición de producción/reconocimiento
del film, viene a engrosar aun más, y actualizándolo (a nuestro entender, su
más interesante aporte), el estatus dilemático que en Tierra de los Padres anida en su misma constitución, digamos, ontológica.
Si en este último film de Prividera se
produce una operación de develamiento de la faz barbárica de lo civilizado, de
lo oculto espectralmente en las superficies de “lo dicho”, “lo mostrado”, en
torno a lo nacional, en torno a nuestra tierra paterna/materna de lenguas e
imágenes, no es otra la operatoria que anida -actualizada, vuelta espacial y
temporalmente ubicua- en sus cartas abiertas.
Tal actualización se da evidenciando por un
lado que la recuperación de aquellos relatos encendidos de ayer (o anteayer,
Massera, sus palabras, por ejemplo, tienen su espacio en la película) no es una
mera re-presentación, re-visión de los enconos nacionales, sino la expresión del
sustrato necesario y convocante de una lógica
del debate que sigue siendo, epistolarmente (o del modo que sea) insumo
básico de las batallas contemporáneas. Y por otro lado, por explicitar que la
denuncia de “los poderes de turno”, para que trasunte un carácter político, requiere
necesaria y fundamentalmente historizarlos. Delimitando contrincantes,
conceptos, historizándolos (a los contrincantes, a los conceptos) una –esta,
epistolar- diatriba se vuelve carne, permite “tomar partido”, discutir
argumentos, o sea, eludir las elucubraciones abstractas, que devienen
neutralizadoras, incluso en la discusión sobre la abstracción y neutralización
de lo político. Esta historización,
incluso, convoca a “poner en serie” tales operaciones denunciadas, con la saga
de burocratizaciones institucionales (como en algún sentido también ocurre en
su primer film, M) más o menos sofisticadas, más o menos aniquiladoras, que
heredamos, y moldean nuestra actualidad (nuestro cine, nuestra historia)
“La película –dice Prividera en su carta- no
deja de ser apenas la lamentable excusa para hablar de un problema que la
excede: el funcionamiento del sistema de legitimación institucional” Un sistema de legitimación institucional,
que aquí es el cinematográfico (pero podría ser otro), y que a través de una
“política (por caso) cinematográfica”, y no por “motivos puramente (y en esta
circunstancia) cinematográficos” deja afuera un film, que es “un buen ejemplo
de aquellas que necesitan el amparo (en su producción, difusión y distribución)
del mismo sistema que parece expulsarlas”. Cuestión esta última que abriría un
–otro, tal vez el mismo- debate (no explicitado por Prividera), que refiere a
la naturalización de este “deber ser” institucional. Que en tal caso es el que
debe exigirse e intentar imponer a fuerza de debate (como bien lo hacen estas
cartas), más que pretenderlo obligación “natural”. Y que la mera existencia de
esas condiciones de posibilidad de exigir ese amparo como “obligación” de la política
cinematográfica, ya de por sí merece un reconocimiento, si es que a su vez se
hace una historización de lo que fueron estas instituciones –Festivales, INCAA-,
al menos en los últimos años.
Dice Prividera sistema de legitimación institucional, y con lo de relevante que
tiene tal generalización (entramando un sistema en otros, que lo exceden, y
explican), es a la vez igual de importante su particularización: “se corre el
riesgo de generar el encastamiento –dice- de una suerte de burocrático grupo de
poder (parecido a aquel que el Nuevo Cine Argentino y su crítica aliada
vinieron a derribar, aunque ahora muchos de ellos ocupen el mismo lugar que
antes execraban), guiado en este caso por los dictados de una aristocracia del gusto (ligada a un
grupo, una escuela, un medio, o incluso a todo eso junto)” Y agrega, “y cuando
eso sucede ya no se trata de defender posiciones estéticas, sino del mero
ejercicio de determinar que se ve y que
no en un ámbito ganado por la lógica de las camarillas (y sus premios y
castigos)”
Visibilizando la lógica política de estas
instituciones, los festivales públicos, Prividera en sus cartas, contribuye a recuperar
el carácter dilemático de una (la) lógica política, precisamente a partir de
evidenciar el mecanismo de visibilizar e invisibilizar, de delimitar un afuera
y un adentro, en suma, de la capacidad de todo poder instituido de construir (cuanto
menos) por medio de sus nominaciones (de consecuencias más o menos violentas) un
estado de cosas determinado, que de hecho tiene a la lógica de la
invisibilización de la conflictividad (lógica que anida en todo clasificación, en
toda calificación, en toda nombrar), como su grado sumo de eficacia y
sofisticación. El mismo hecho de denominar, por ejemplo, al “Nuevo cine
argentino”, como independiente (“digamos de una vez lo que todos sabemos bien
–dice- el cine independiente no
existe: todo cine que aspire a encontrar un público dentro del sistema depende
de innumerables condiciones, económicas, estéticas, ideológicas: en una
palabra, políticas”), y como argentino (siendo eminentemente porteño, algo que
no dice Prividera, sino el que suscribe estas líneas), no son más que los atisbos
más visibles de esta trama invisibilizadora del conflicto que adquiere, en sus
vertientes consensualistas/neutralistas, la política.
Expresar el carácter conflictivo de esa
ficción llamada Nación, agrupando urticantes (y constitutivos)
relatos-de-la-nación, y del modo descomunal y árido en el que Prividera los
presenta en su película, dialoga entonces –según sostenemos- con el debate epistolar
sobre su no-inclusión festivalera. Al punto que proponiendo en su película, un
espíritu crítico, dilemático y convocando a una suerte de genealogía de la
violencia política, Prividera, ante el “suceso excluidor”, ya no-podía-menos
que generar lo-que-generó: un (otro/el mismo) debate.
Y lo hace, claro, con estas dos cartas, y
diciendo (otras) cosas como: “todo film debe ser discutido… y es que no se
trata de un film maldito sino de un
film maldecido. Solo resta preguntarnos por qué, y romper una lanza (como
hacemos con estas mismas líneas)”. Para terminar y no de modo casual
parafraseando uno de los apotegmas liberales por excelencia (luego de “time is
money”): “todas las películas nacen
iguales, es un dicho que gustan repetir algunos críticos y programadores.
Lo que muchos no asumen es que ese liberalismo termina en el mismo lugar en que
los derechos del hombre: algunos son más
iguales que otros, como ironizaba Orwell”. No es casual, dijimos, ya que es
precisamente el ideario liberal, presuntamente igualitario, y explícitamente
pragmático, del que se deriva la misma idea de democracia liberal, que en su
proclama discursiva contiene a la armonía, la paz social, como atributos
aparentemente contrincantes a los conflictos ideológicos, a las crispaciones
político-culturales.
Estas cartas de Prividera así, y entramándose
creemos en la tradición epistolar que conformó sustanciosamente las querellas
nacionales (y a las que contribuye recuperar, reinstalar en su film),
contribuyen a densificar un debate público, con la especificidad y potencia de
darse dentro de un campo disciplinar, y con la generalidad de aportar a la
lógica misma de la política (la del dirimir en la arena pública una diferencia
de intereses, valores e ideas), en una contemporaneidad que ya no abjura de los
posicionamientos político-ideológico, sino que por el contrario los re-genera.
* Tierra de los
padres se
estrena el jueves 5 de Julio del 2012 en la sala Leopoldo Luganes del Teatro
San Martin (Av Corrientes 1530, Buenos Aires)
*Sebastián Russo es sociólogo, coordinador de la revista Tierra En Trance y Director Editorial
de la revista En Ciernes. Epistolarias
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