28 junio 2012

Política y Relato/Del Complejo de Edipo al Mito de Néstor-Parte II/Por Hernán Invernizzi


DEL COMPLEJO DE EDIPO AL MITO DEL NÉSTOR.
Parte 2.


En una edición anterior de La Tecl@ Eñe, Nicolás Casullo recordaba la tesis de Lyotard: “el mundo ha desaparecido”. Lo único que nos queda es la representación de algo. El recurso tecnológico por excelencia de la sociedad globalizada parece confirmarlo. Sin embargo, hechos, personas y cosas, existen. Y también existen peronistas y periodista que exponen relatos. Por lo tanto, estaríamos en condiciones de discutir el tema con absoluta libertad


Por Hernán Invernizzi*
(para La Tecl@ Eñe)



En una edición anterior de esta revista Nicolás Casullo recordaba la tesis de Lyotard: “el mundo ha desaparecido”. Lo único que nos queda es la representación de algo. El recurso tecnológico por excelencia de la sociedad globalizada parece confirmarlo. Veamos:

Si se le pregunta a Google por “el verdadero relato peronista”, no aparece ningún resultado. Por lo tanto, el verdadero relato peronista no existe. Tampoco hay resultados cuando uno le pregunta por “el verdadero relato periodístico”. De donde – según Lyotard - el verdadero relato peronista y el verdadero relato periodístico... no existen. Por lo tanto, estaríamos en condiciones de discutir el tema con absoluta libertad: esto es pura representación.

Sin embargo, hechos, personas y cosas, existen. Hay peronistas y exponen relatos. Hay periodistas, ídem. Suponemos que alguna clase de “verdaderos” existe. ¿De quién es el problema? ¿De Google? ¿Del peronismo, de los periodistas, de las empresas, del discurso, de lo verdadero como pura producción subjetiva? Se llega a un punto de las reflexiones teóricas en los cuales, como Riquelme, hay que parar la pelota y empezar la jugada de nuevo.

En Google no aparecen resultados acerca de “el verdadero relato peronista”, no tanto porque no existe, sino porque no hay ninguna relación lógica entre las palabras “relato” y “verdadero”. Y lo que es aún peor, no hay definiciones universales e inequívocas acerca de “relato” y mucho menos acerca de “verdadero”. Estamos frente a tantas ambigüedades y ambivalencias, que por momentos ya no se sabe de qué se habla. Hay relatos, hay periodistas, hay empresas de comunicación, hay verdades - y los hechos existen. Hay una tensión escasamente admitida entre “relato” y “hecho” (o acontecimiento). Me pregunto: ¿a quién le conviene la desaparición de los hechos en el carnaval de los relatos?

Regresemos un instante a los sesenta, que después de todo no fueron tan malos. (¿Cuál década no tiene un fracaso bajo la alfombra?) San Martín ¿cruzó o no cruzó los Andes? Es un ejemplo provocativo por lo simple: nos pone frente a la tensión entre la reivindicación de lo real y las pasiones teorizantes. Hay que tener tanto cuidado con el dogmatismo de lo real como con los talibanes del idealismo (sobre todo el idealismo republicano, ese que aparece cuando los hechos y relatos tienen la bendición de las mayorías). Hay que tener tanto cuidado con el relativismo extremo (conocer y entender la realidad es apenas una ilusión sociológica), como con ese empirismo recalcitrante para el cual sólo tienen valor las matemáticas y la física. La contradicción relativismo/objetividad es muy interesante en el debate epistemológico y, sobre todo,  inadvertidamente operativa en la lucha por el poder.

Marx (cada día lo quiero más) nunca dijo que hay leyes de la física que son burguesas y otras que son proletarias. La tradición epistemológica marxista no niega la posibilidad del conocimiento objetivo. En realidad, señala que el conocimiento siempre expresa las condiciones sociales de su producción y comparte la advertencia de que el conocimiento implica la intervención del sujeto (y por lo tanto de su condición social, ideología, etc). O sea que los átomos existen y la física los entiende – otra cuestión es para qué se usan. 

En este asunto de los relatos se ha propuesto que estamos ante un revival del conflicto “mito/razón” y/o “mito/historia” - en donde “relato” sería sinónimo de “mito” o “fábula”, buena manera de descalificarlo como discurso primitivo y elemental, superado por la “ciencia” y la “razón”. Suponemos entonces que la antropología moderna y el freudismo explican el mito de Edipo mejor que los pueblos primitivos. Sin embargo, el verso “no te preocupes, esposo mío, porque todo mortal ha soñado compartir el lecho con su madre”, no lo escribió ni Freud ni Levi-Strauss sino Sófocles en el siglo V AC.[1]

¿Había una forma mejor de transmitir cierto saber o cierto temor que el mito de Edipo - o que una de sus versiones estetizadas, como la obra de Sófocles? Los mitos son un tipo de relato y no son ni buenos ni malos en sí mismos. Son herramientas discursivas que las sociedades producen para tratar de resolver un problema, y los desechan cuando pueden resolverlo de una manera mejor (o que creen que es mejor). Si cultura es el intento cotidiano de tratar de darle sentido a la experiencia social, entonces los relatos no son otra cosa que eso: intentos mejores o peores de darle sentido a algo. Mitos y relatos no son mentiras sino experimentos de transmisión de un saber o de un problema, intentos de dar una explicación: son hipótesis en forma narrativa - algunas mejores, otras peores.[2] No obstante, en la polémica actual sobre los relatos, la presión mediática intenta (a veces con éxito) que “relato” sea igual a “puro cuento”, verso, sanata, sarasa, en fin, la leyenda de un chanta.

Se combate y descalifica a un relato cuando a alguien no le conviene que crezca y desplace a otro anterior. Si el nuevo relato se mantiene dentro de ambientes socialmente limitados, no se lo combate e inclusive se lo exhibe como un ejemplo de convivencia democrática.[3] Mientras Alfonsín, Menem y Neustadt dominaban el escenario mediático en los 80 y 90, la crítica al “relato de los dos demonios” era perfectamente tolerable. Ahora es distinto. El poder dominante enfrenta a algunos relatos porque los relatos con consenso son peligrosos. No basta con que les parezca falso, equivocado o contrario a sus intereses. El peligro está que obtenga consenso un relato generado por fuera del poder dominante, el cual sabe que a los relatos se los mide por el resultado: un relato con consenso puede ser una herramienta eficaz. Así pasó con relato del far west en USA. Seguramente es falso, pero fue eficiente. Cuestionarlo ahora no los preocupa porque ya se alcanzó el objetivo.

El debate nacional sobre los relatos no es una discusión académica sino lucha política. Y como es inevitable en la sociedad mediática, en esta lucha intervienen, de diferentes maneras, mucho más las teorías y recursos materiales de comunicación, que las teorías de la historia. Lo cual se simplifica con la siguiente ecuación: como con los medios no se cuenta y como sin ellos no se puede, entonces tiene que ser contra ellos.[4]

Los medios comprendieron el reto: se los desafía como principales accionistas del proceso de producción de sentido, como gerentes generales del sistema de socialización más poderoso del mundo. Por eso se montaron sobre la palabra “relato”. Porque a través del relato comienza a propagarse el sentido. Su empecinado batallar en torno al relato es absolutamente lógico; lo contrario sería suicida.

Los benditos relatos se organizan bajo la forma de un sistema heterogéneo y complejo, en el cual suele haber contradicciones, matices y hasta incoherencias – dinámica que no debería sorprender, pues no se trata de una obra literaria ajustada al canon ni de un proyecto científico, sino de una expresión del proceso cultural cotidiano de toda sociedad. Como en cualquier otro país, el nuestro fue y es fecundo en relatos de toda especie. En las últimas décadas Alemania produjo un relato destinado a explicar su prosperidad actual. El mismo no incluye al Plan Marshall, más de 10.000 millones de dólares que USA le facilitó a Europa para reactivar su economía y controlar el crecimiento del comunismo después de la Segunda Guerra. Nuestro relato de la Conquista del Desierto omite que el “desierto” incluía a unas cuantas personas. Aquel relato es útil al poder dominante alemán para convertir a Grecia en una provincia teutónica, así como el nuestro le sirvió al poder dominante local para expandir las fronteras del Estado nacional y de paso hacer un gran negocio de clase.

De allí no se debería deducir que hay un Estado Mayor de los Relatos cuyos técnicos redactan en secreto las propuestas narrativas que benefician a unos u a otros. Más bien es como la cocina de Francis Mallman: estas cosas se parecen antes a un guiso que a un huevo frito. Los distintos elementos del guiso se cocinan en el fuego de la interacción social. Ejemplo: el relato peronista originario (aquel desarrollado y promovido a mediados de los ’40) entre sus elementos organizativos no incluía a los jóvenes o a la juventud como una variable referencial, a diferencia de los niños, la mujer, los trabajadores, etc. Una década después de la Fusiladora, jóvenes/juventud comenzaron a incorporarse al relato como una variable importante, hasta que a principios de los ’70 se volvieron protagonistas de un nuevo relato peronista. La dictadura militar los reprimió y los demonizó. Durante los 80 y los 90 (siempre dentro de los relatos peronistas) jóvenes/juventud quedaron marginados.

Ahora vuelven a ocupar un lugar referencial y organizativo en el proceso de construcción de un nuevo relato peronista. La reincorporación de jóvenes/juventud al relato peronista parece hablarnos de una especie de “lucidez simbólica” del proceso de producción de relatos. Porque los jóvenes están asociados al cambio, la novedad y la rebeldía. Y no se trata sólo de la función narrativa de los jóvenes contemporáneos que tanto irritan al poder dominante actual. Se trata también de los nuevos papeles que muy a su pesar juegan aquellos jóvenes de los 70 en las actuales luchas de unos relatos contra otros. Relato contra relato, se pretende descalificar a los jóvenes del siglo XXI invocando un relato de los “jóvenes-verdaderos-militantes” de los 70, ayer masacrados por los mismos intereses que hoy los ponen como ejemplo para desautorizar a los actuales - mientras al mismo tiempo vuelve a pedir castigo para los anteriores. La lucidez simbólica es doble: si por un lado la figura del joven (cambio, rebeldía) es ideal para protagonizar un nuevo relato, al mismo tiempo la demonización de estos jóvenes es imprescindible para sus adversarios.

En la lucha de los relatos, los jóvenes son un tema en disputa. Los años 90 cosecharon relatos sembrados durante la dictadura. Para el relato menemista los jóvenes eran apenas la infantería yuppie de una restauración liberal que terminaba con los relatos y las ideologías. Ser joven era cambiar nada, rebelarse contra menos y endeudarse para comprar un loft. Ser joven era eso, ser eso era bueno y auguraba un futuro de adultos moderados y conformes. Los otros, los demás jóvenes, eran apenas imperfecciones narrativas. Hoy, el poder dominante añora aquel relato tranquilizador y está dispuesto a casi todo para evitar un relato con consenso, capaz de movilizar a los argentinos hacia una sociedad mejor. Porque el poder no es tonto: sabe que todo proyecto político-económico que se propone perdurar es al mismo tiempo un proyecto cultural o fracasa.


* Periodista. En los últimos 20 años realizó numerosos trabajos de investigación sobre la Dictadura 1976-1983


[1] Las tragedias griegas clásicas se escribían en verso. En este caso la madre/esposa (Yocasta) le dice esas palabras a su hijo/esposo (Edipo), cuando éste sospecha que se habría casado con su madre.
[2] Dejo de lado al menos por ahora el problema de la relación “relato/mitos/memoria”, que nos aleja del objetivo de este artículo.
[3] Dentro del ambiente académico se habla con frecuencia y naturalidad acerca de los fusilamientos y persecuciones durante la Revolución de Mayo. Pero el mundo académico coincide en que eso no sea parte de los planes de estudio de escuelas primarias y secundarias, y mucho menos explicado con lenguaje accesible a todos. Ver por ejemplo Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, sesión privada del 11 de octubre de 2009, publicada por la misma institución en abril de 2010.
[4] De esta manera, la picardía política usa al adversario como aliado funcional, porque muy a su pesar los medios cuestionados funcionan como amplificadores de las necesidades del rival (parecido a los programas de TV de la tarde, que viven del programa de Tinelli o se quedan sin rating). Esta relación de enfrentamiento y funcionalidad confirma el funcionamiento de la sociedad mediática: el protagonismo de los medios en el proceso de socialización y producción de sentido es tan fuerte, que cuando combaten con un adversario, al mismo tiempo lo alimentan.

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