28 junio 2012

Política/Consenso y Confrontación/¿Hacia una comunidad des-organizada?/Por Matías Rodeiro


¿Hacia una comunidad des-organizada?
(apuntes acerca del conflicto y el consenso)

¿Es posible concebir una unidad política a partir del conflicto? O, quizás, para ser más realistas, ¿será posible incorporar la dimensión del conflicto en la concepción de la unidad? La composición de una fuerza, potencia o hegemonía, ¿sólo es concebible bajo las formas del  “encuadramiento”, la “unidad de concepción y acción”,  o sólidos y crecientes bloques de “consenso”, en tanto, summa de lo igual a sí mismo? Se trataría de una voluntad nacional-popular que a través de su Estado no busque eliminar sus tensiones bajo el argumento de la armonía que brindaría una supuesta unidad “superior”,  sino que por el contrario, haga de éstas una virtud y la condición misma de su fortaleza.

Ilutración: Julián Pesce

Por Matías Rodeiro*
(para La Tecl@ Eñe)



“No merece el calificativo de pensador de la política ni aquel que la considera exclusivamente como un subsistema con funciones limitadas y predefinidas en la sociedad o el sistema social [metáfora ‘sistémica’], ni tampoco aquel que la concibe únicamente como el momento de crisis del edificio social y de su pacto constitutivo [metáfora ‘rupturista’]. Sólo de quien osa emprender la ardua travesía del laberinto que ambas metáforas dibujan en el dominio huidizo o irrepresentable de lo social, cabe pensar que efectivamente piensa la política” (Emilio De Ípola, Metáforas de la Política).

I.
Partimos desde cierto consenso –y compartida celebración- acerca del retorno del conflicto como una dimensión esencial de lo político, del análisis sobre lo político y de la vida misma; así como, de la crítica a las teorías que como las de la “acción comunicativa” y demás teorías consensualistas hicieron sistema con la implantación del neoliberalismo desde finales de los años ’70.
La decisión de la parcial recuperación soberana de YPF, por caso,  supone una voluntad estatal respaldada por una fuerza popular capaz de afrontar embates de las corporaciones mediáticas difusoras del sentido común neoliberal –y sus varios voceros locales (sean comunicadores, políticos, “cientistas políticos” de la UBA,  taxistas o conductores de programas de TV)-, así como, litigios con una gigantesca empresa multinacional petrolera respalda por el decadente gobierno español, sanciones de ímprobos organismo internacionales, etc. En suma, no hay posibilidad de transformación social relevante sin acciones que supongan el conflicto (de intereses).
Sobre la formación de esa voluntad nacional-popular y su afirmación frente a los referidos y poderosos intereses, decíamos, que estamos de acuerdo. Y que al mismo tiempo la celebramos, en tanto, no es una resultante menor del proceso histórico puesto en marcha desde 2001-2003. Nada menor, ya que, en ella yace una de las claves de lo hasta aquí conquistado tanto como de lo  porvenir.
Sobre la necesidad de preservación y acrecentamiento (perseverar y acrecentarse en el ser) de esa voluntad nacional-popular para hacer frente a los múltiples frentes neoliberales (externos, internos y subjetivos o del “sentido común”) desde  el rechazo al ALCA hasta la acalorada discusión de una sobremesa –que puede llegar a desvirtuar el sabor de un jugoso asado-; es decir, hasta en la microfísica del conflicto, coincidimos en que es necesario desafiar la supuesta armonía aritmético-geométrica del orden neoliberal y disputarlo en todo rincón en el que se pliegue, se repliegue y se despliegue. Debates y combates, batallas políticas y / o culturales por la hegemonía, se suele decir.
Sobre eso, insistimos, estamos de acuerdo, ese lugar, esa trinchera es los que nos debería unir  y organizar en un núcleo moral-intelectual ¿una comunidad? a partir del cual sea posible expandirnos en una potencia emancipadora, que inclusive, en su ideal se planteé trascender el límite de la “contradicción principal” del capitalismo.
Pero, si sobre la cuestión de ese consenso es sobre lo que acordamos, y de aquí en más ya no haríamos más que abundar; la cuestión o una cuestión que pareciera desafiarnos y merece, al menos, el intento de ser pensada, abordada o habitada, es la del conflicto al interior de ese nuevo consenso.
La formación de una determinada voluntad nacional-popular en su lógica (y en su historia) requieren (requirieron y requerirán) de lo agonal, de una clara línea demarcatoria que lo diferencie de su enemigo (su otro o rival político); para la situación que nos concierne y en la que nos posicionamos, su limitación y enfrentamiento respecto de las fuerzas del neoliberalismo. Esa traza divisoria o contradicción fundamental es una de sus condiciones de posibilidad, al tiempo que es la condición misma de la composición de su fuerza o potencia: la unificación –la unidad que hace la fuerza-. Por demás,  para clásicas definiciones, en ese distingo radical que subraya el conflicto entre dos posiciones, radica la  entidad misma de lo político.
¿Ahora bien, bajo una definición tal de lo político no quedaría excluida de la misma  el conflicto? Una concepción de la formación de la voluntad nacional-popular, de la hegemonía basada en la unidad, ¿no expurgaría de su seno la posibilidad de contemplar el conflicto, es decir, lo político? Y también, por supuesto, más allá de las definiciones ¿es posible incorporar la dimensión del conflicto al interior de esa unidad?  Y más realista aún ¿cómo hacerlo?
Dentro de dicha concepción “unitaria” qué significaría, por ejemplo, una huelga de gran intensidad e impacto en la sociedad, a su vez, declarada por un gremio constitutivo de la voluntad nacional-popular hacia el interior de un gobierno representante o resultante de dicha voluntad que además a través del aparato estatal es  impulsor y garante de enormes conquistas para la vida de los trabajadores de dicho gremio. En tanto mella la unidad de dicha voluntad, sería un fenómeno ¿no político?, ¿anti-político?, ¿un mero acto de sedición?,  ¿una traición?, ¿un acto que promueve la des-unión? 
Y mencionábamos la lógica tanto como la historicidad de los procesos de formación de las voluntades nacional-populares, porque se nos vino al recuerdo la nacionalización de los ferrocarriles en 1948, la Constitución de 1949 (que garantizaba las nacionalizaciones de los recursos y servicios estratégicos a favor de los trabajadores)  y la huelga ferroviaria de 1951 (cuyo derecho no estaba avalado por aquella Constitución).

II.
Entonces, ¿será posible concebir una unidad política a partir del conflicto? o, quizás, para ser más realistas, ¿será posible incorporar la dimensión del conflicto en la concepción de la unidad? ¿Será, incluso, necesario hacerlo? La composición de una fuerza, potencia o hegemonía, ¿sólo es concebible bajo las formas del  “encuadramiento”, la “unidad de concepción y acción”,  o sólidos y crecientes bloques de “consenso”, en tanto, summa de lo igual a sí mismo?
Trasladando el problema hacia nuestra realidad y actualidad, y a propósito de la unidad y la potencia de la voluntad nacional-popular, pensamos que si bien es cierto que “lo conseguido” hasta aquí, es suelo de una realidad esperanzadora, conquistada  frente a fuerzas reaccionarias de una imponente dimensión, además en una coyuntura mundial de agudo riesgo e inestabilidad político-económica. Coyuntura (¿o estructura?) que ahora debe sumar a sus coordenadas el consumado golpe destituyente a la presidencia de Lugo en el Paraguay  –que nos recuerda el que hace poco se llevara a cabo en Honduras- o el motín policial que pone en vilo al gobierno boliviano –y que recuerda el motín que no hace poco se realizara en Ecuador-. Decíamos que, no obstante dichas amenazantes condiciones, creemos que un “movimiento de cierre” hacia el interior de la “unidad” de la voluntad nacional-popular, antes que fortalecerla, pudiera hacerla más débil. 
Atravesamos en estos días un angustiante momento de la política argentina, en la que ¿por primera vez? un aliado estratégico del movimiento nacional-popular planeta una línea de disenso o ¿ruptura? al interior de la unidad. ¿Qué hacer? Si se tensa o ¿se cruza? la línea, ¿se pasa al territorio enemigo? Cierto es que las groseras escenas mediáticas (que incluyen declaraciones y gestos de sus protagonistas) parecerían subrayar (y desear) esa posición.
Ahora bien, aunque resulte harto dificultoso sopesar la exacta relación entre esas declaraciones y las acciones futuras de sus supuestos representados, léase entre las declaraciones del conductor de la CGT y las acciones del conjunto de los trabajadores agremiados y representados por dicha Central. Si imagináramos un futuro de ruptura, nos preguntamos ¿es posible pensar al movimiento nacional-popular sin la potencia del movimiento obrero organizado (aun del mayoritario y realmente existente)? ¿Supone el gobierno más productivo y menos conflictivo un diálogo con los trabajadores  que prescinda de la mediación gremial? Y ¿acaso el movimiento obrero organizado (mayoritario y realmente existente) supone que podrá acrecentar su potencia fuera del movimiento nacional-popular que hoy encabeza el Estado nacional?
Nos encontramos ante una situación en la que la dinámica política y social, sobre todo, en lo que atañe a  la dinámica salarial e impositiva,  se anuda  y sofrena su marcha en una trama de condiciones contradictorias –que suelen ser las que imperan en la realidad- que inclusive pueden devenir en ciertas paradojas. Es decir, lugares o puntos, por cierto, incómodos en los que nunca nada se queda tranquilo ni se reconcilia consigo mismo, pero que también pueden ser reveladores
En ese sentido, para pensar en el devenir de la voluntad nacional-popular todavía nos interesa el futuro del movimiento obrero organizado (cuyo debate pareciera  haber, al fin, advenido) y, por ende, nos interesa conservar la tensión planteada por la figura de Moyano, quizás no la de Hugo, sino más bien de la de uno de sus hijos, Facundo, quien junto al sociólogo Gabriel Merino, en mayo de este año publicitó un documento (“El sujeto histórico de la transformación lo constituye la unidad estratégica de los trabajadores”) que merece atención tanto por sus planteos como por su lenguaje (superador de las obscenas injurias mediáticas)  que pone al idioma sindical en una voluntad de franco debate tanto con la conducción estatal como con el conjunto  de la voluntad nacional-popular.
 Asimismo, el referente de la Juventud Sindical de la CGT y diputado por el frente partidario que expresó a la mayoría del pueblo argentino en la última contienda electoral, ante al reciente paro del gremio de los camioneros y anuncio del primer paro general de la CGT, expresó: “como diputado nacional y teniendo una responsabilidad institucional en el Frente para la Victoria estoy preocupado y me siento atrapado entre esas dos lealtades…”.
Suponiendo la buena fe, nos interesa esa preocupación y ese desgarramiento entre dos lealtades, situación clásica de lo trágico y esto a su vez de lo político (como alguna vez leyéramos en un libro sobre Hamlet y lo político); quizás allí, en ese punto trágico-político, yazca una nueva clave de la preservación y el acrecentamiento de la voluntad nacional-popular.                
Y si bien el conflicto planteado entre la CGT y la conducción del gobierno nacional tiene sus bemoles, sus particularidades, sus nombres propios y cifras que hay que considerar y revisar; nos interesa el desafío de la intensidad cruda de dicho conflicto como hipótesis futura y potencial de otros conflictos venideros que con toda legitimidad se puedan plantear al interior de la unidad de la voluntad nacional-popular (sean estos de índole gremial-salarial, o bien que los trasciendan implicando a la estructura impositiva, al régimen de coparticipación federal,  a la modalidad de extracción de los recursos naturales, al sistema de transporte, a la extensión de los derechos de las llamadas “minorías”, a debates sobre políticas culturales y científicas,  hasta al régimen jubilatorio y epistemológico de la UBA; o de cualquier demanda que suponga un “exceso” para la supuesta linealidad y racionalidad del “modelo”).
De alguna manera habría que forzar nuestra imaginación política hacia la creación de nuevas formas de la “unidad y la organización”; esto es,  pensar y articular la relación entre el conflicto y el consenso,  entre lo uno y lo múltiple; siempre, claro está, en pos de ensanchar y fortalecer nuestros horizonte de emancipación.
Bielsa, siempre atento a fenómenos y conocimientos que provienen de cualquier ángulo, para pensar la fortaleza de una estructura, recogió una figura de la física aplicada a la ingeniería, la de la “resilencia”. Propiedad, decía, superior a la rigidez o la dureza, en tanto, su cualidad estaría dada por la capacidad de recuperar la forma de la estructura luego de que ésta fuera sacudida por un cimbronazo extremo (en su caso podríamos aludir a  la expulsión de un jugador clave, un gol en contra, una derrota, etc.). Maquiavelo (aquel estratega que pensó en los medios de conquista, ejercicio y acrecentamiento de la potencia política) ponderaba al conflicto -antes que a la armonía- y pensaba a la “des-unión” como virtud de una República (popular). “Des-unión” no como sinónimo de división sino como una forma de reconocerla, afrontarla e instituirla; transformando así al conflicto entre grupos o sectores en una multiplicidad de sujetos políticos reconocidos por la misma República, y en el fundamento mismo de la composición del poder de esa comunidad republicana. Algo no muy distinto habita la concepción de “hegemonía” elaborada por ese atento lector de Maquiavelo que fue Gramsci, quien no sólo pensaba la “unidad” como un grado creciente del consenso, sino que consideraba que el verdadero arte de la construcción de dicha unidad suponía articular en su seno la mayor cantidad de intereses contrapuestos (o conflictos).
Por último, y sin que sea ese (del todo) nuestro caso, en Bolivia se intenta plasmar una nueva idea de unidad soberana a través de lo múltiple, de lo plural (“pluriétnico y plurinacional” reza su nueva Constitución, aunque lo múltiple también refiera a la relación entre Estado y movimientos sociales o Estados y sindicatos, etc.); y como modo de articulación de esas múltiples fuerzas en tensión, su vicepresidente, Álvaro García Linera, convoca la (por cierto nada nueva y dialéctica) idea de las “contradicciones creativas”. Idea, figura (o etapa del proceso político boliviano) que, a su entender, estaría  “marcada por la presencia de contradicciones al interior del bloque nacional-popular, es decir, por tensiones entre los propios sectores que protagonizan el Proceso de Cambio, que se darán en torno a cómo llevarlo adelante”.
Se trataría de una voluntad nacional-popular que a través de su Estado no busque eliminar sus tensiones bajo el argumento de la armonía que brindaría una supuesta unidad “superior”,  sino que por el contrario, haga de éstas una virtud y la condición misma de su fortaleza. Imaginar y plasmar, entonces, los fundamentos para una comunidad pero des-organizada. Esto, como sabemos, es muy fácil decirlo, no obstante lo cual, preferimos hacerlo.

*Sociólo. Editor de la revista El Ojo Mocho.

Ilustración final: Mauricio Nizzero



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