Ecos de la renuncia de Horacio Tarcus a la Subdirección de la Biblioteca Nacional
Capitalismo Tecnocrático versus Institución Cultural Nacional
Es sabido, ya que el boletín electrónico difundido masivamente lo hizo público, que el Dr. Tarcus renunció a su cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional. Junto al texto de renuncia y a un informe de Gestión 2005/06, Tarcus deslizó una larga lista de acusaciones e injurias hacia el Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González.
Dentro del marco de las repercusiones que la renuncia causó, es necesario hacer mención de la nota publicada hoy – 30 de diciembre de 2006 – por el diario La Nación, en la cual puede observarse una clara intencionalidad de plantear la renuncia de Tarcus como el zanjamiento final entre facciones políticas encontradas, presentando a González como un aliado de las ideas izquierdistas que se vinculan a su vez con la noción de atraso histórico-temporal y tecnológico. En este sentido, no es menor el dato consignando por La Nación al aclarar la posición del Secretario de Cultura, Dr. José Nun, quien manifestó sentir una predilección por el Dr. Tarcus al momento de designar al nuevo Director de la Biblioteca, tras la salida para asumir su cargo de legislador, de Elvio Vitali, ex director de la Biblioteca.
No creo que sea válido plantear, como lo hace Tarcus, un debate entre “Culturalismo y Modernización”. Esto supone un debate infantil y, por los menos, arcaico además de falso. El debate debe ser planteado, en todo caso, para discutir un tecnocratismo abstracto que supone cierta liviandad a la hora de analizar la historia de la Biblioteca Nacional y su finalidad definida por Paul Groussac y Jorge Luis Borges.
Entonces, para ofrecerle al lector una visión total de lo ocurrido, es que se publican a continuación, la carta del Director de la Biblioteca, Horacio González (Apreciaciones sobre una renuncia, lleva por nombre el texto) y la renuncia del ex Subdirector, Horacio Tarcus.
Conrado Yasenza
Apreciaciones sobre una renuncia
La renuncia del subdirector de la Biblioteca Nacional manifiesta la doble ignorancia de quien desconoce la naturaleza de esta institución –cuya complejidad técnica, simbólica y cultural es evidente-, y de quién hace pasar a primer plano un razonamiento lineal en un ámbito de delicados tejidos institucionales. La Biblioteca Nacional es una e indivisa. Nadie es dueño de sus trabajos y avances actuales. Tiene muchos proyectos en su interior y discusiones sobre cómo realizarlos, pero no admite –como no lo admite ninguna institución pública-, una partición presupuestaria y una doble dirección. Entre tantos otros borbotones de ira infundada, se queja Tarcus de que publicamos importantes revistas y libros, o de que propiciamos la segmentación de la Biblioteca para transformarnos en monarcas. Leyó mal la historia de la Edad Media: debe volver a su Marc Bloch o Georges Duby. Dar a luz La Biblioteca, una revista argentina de reflexión, investigación y debate no sólo no se contradice con ninguna de las demás tareas bibliotecológicas, sino que las sustenta y enriquece. Trabajar en instituciones que protagonizan su reconstrucción siempre implica el diálogo permanente y respetuoso, que lejos de sectorializar una entidad genera nuevas convocatorias al compromiso colectivo. Una institución pública tiene tanto de división de trabajo formal, de proyectos transversales como de archipiélago de ideas y situaciones. Y como es obvio, aumentar el salario es parte de la sensibilidad que toda institución debe tener -¿no es absurdo tener que aclararlo?-, lo que en nada se contrapone a comprar libros, como de hecho se ha estado haciendo en la mayor proporción de los últimos tiempos. Un pensamiento lineal, con temas de izquierda pero con resultados reales de derecha, con el infantil lenguaje de un capitalismo tecnocrático, no es la solución para nuestras Bibliotecas, y sobre todo para la Biblioteca Nacional. Desconocer que la Biblioteca Nacional fue fundada hace ya casi doscientos años y pretender fundarla otra vez con un cientificismo lejano a la verdadera ciencia, es un error y un desprecio. Confundirla con un mero centro de documentación es una imprudencia de principiante. La Biblioteca Nacional tiene en su interior centros de documentación, pero los excede en su complejo encadenamiento de símbolos, memorias y legados. Debo decir que la Biblioteca Nacional seguirá su tarea serenamente y con creatividad. Devolverle su rol rector como institución cultural nacional es nuestro objetivo permanente, tal como se ha asumido en el comienzo de esta gestión en 2004, y aunque constituye una tarea que llevará años, estamos abocados a la misma desde una perspectiva integral, que comprende la catalogación de todos sus acervos, la preservación y el enriquecimiento del patrimonio bibliográfico, y se extiende hacia todo el campo cultural en general. El Dr. Tarcus pudo haber participado con sus ideas, siempre valoradas, en muchos de los aspectos que aluden a carencias bien conocidas, en vez de cultivar exasperadamente una de las tendencias más irrelevantes de su estilo, la injuria sin fundamentos, el espíritu de mercería y un arrebato de soberbia que no mide consecuencias ni se atiene a responsabilidades asumidas. No es compatible estar en una institución y denigrarla a diario. No es elegante proponer que una institución particular de documentación histórica, que él fundara, sería más buscada por los lectores que la institución en la que era su subdirector. Enfrentarse a la mayoría del personal, nunca garantiza la eficiencia, aunque se la invoque. Lleva a profundas equivocaciones, en la medida que no hay realización, eficiencia y racionalidad sin ideas amplias sobre los pliegues complejos de la cultura. Un mesianismo de cuño gerencial, con nulo respeto por la vida democrática de una institución, pone en riesgo su condición de entidad homogénea, desde luego con muchas instancias y entrecruzamientos. La Biblioteca Nacional no precisa salvadores abstractos, tiene los textos bibliotecológicos de Groussac, la teoría de la biblioteca de Borges y el esfuerzo técnico y cotidiano de los bibliotecarios y bibliotecarias de la casa. La Biblioteca Nacional se extenderá hacia la ciudad con nuevas construcciones y se halla en una reflexión profunda para desarrollar el mejor camino para su actualización tecnológica, en consulta permanente con técnicos argentinos y extranjeros, además de hallarse en la inminencia de definir su software para los próximos tiempos. Ahí sí lectores e investigadores podrán percibir un adelanto palpable, sin infantilismos ni arrebatos. Ajeno a estos temas, el subdirector se preocupaba por publicar el índice de una importante revista de los años 40 –que entre tantas otras publicaciones está prevista para salir en el mes de abril de 2007- y pensaba que era posible aceptar con liviandad el proyecto Google para hacerse cargo de toda la bibliografía latinoamericana, sin siquiera considerar ciertas reticencias que otros países han presentado frente al mismo. Lamento personalmente que una relación que pudiera haber sido otra, tuviera este tropiezo que de todas maneras no alterará el rumbo de la Biblioteca Nacional. La construcción de una perspectiva estratégica, que parta de considerar la Biblioteca Nacional como una institución única y articulada, y retome sus grandes tradiciones, renovándolas y proyectándolas hacia el futuro, es lo que seguirá inspirando nuestros pasos, junto a sus lectores, sus investigadores y sus trabajadores.
Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional
Buenos Aires, 27 de diciembre de 2006
Sr. Secretario de Cultura de la Nación
Dr. José Nun
Me dirijo a usted a fin de presentarle mi renuncia al cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional con el que me ha honrado un año atrás.
Motiva mi decisión la ausencia de respaldo por parte del Director de la misma, Dr. Horacio González, a las líneas de trabajo que he emprendido en la institución a lo largo de este año. No quisiera eludir que la decisión del Sr. Director de excluirme sistemáticamente de todas las instancias donde se toman las decisiones de fondo tiene su origen en una serie de crecientes desacuerdos respecto al perfil y a la misión de la Biblioteca Nacional, cuya gravedad hace ya definitivamente imposible un trabajo en común que resguarde tanto la necesaria eficacia como la debida coherencia que requiere cualquier gestión colectiva.
Mis desacuerdos con el Director respecto del perfil y de la misión de la Biblioteca Nacional no son un secreto para nadie. Se manifestaron vivamente en el seno del Consejo Asesor de Investigadores de la Biblioteca Nacional, ya en la segunda mitad del año 2004 y en el año 2005, en cuyas sesiones participamos —además del entonces Director, Elvio Vitali, y el entonces Subdirector, Horacio González— Hebe Clementi, Noé Jitrik, Nicolás Casullo, María Moreno, usted mismo hasta asumir el cargo de Secretario de Cultura de la Nación y quien suscribe. Como usted bien recordará, mientras Horacio González defendió enfáticamente una Biblioteca Nacional centrada en sus actividades de difusión cultural, otros miembros del Consejo insistimos en poner el eje en la modernización de la gestión bibliotecológica. El entonces Subdirector patrocinó la edición de libros de autores argentinos por parte de la Biblioteca Nacional cuando otros miembros sostuvimos la necesidad de producir catálogos e índices de publicaciones periódicas para uso de los lectores y una mejor difusión de su patrimonio. También promovió la edición de una revista de cultura nacional en desmedro de una publicación institucional mayormente orientada a temas de investigación relativos al libro, la lectura y la investigación bibliotecológica y archivística. El énfasis puesto por algunos de nosotros, así como por el conjunto del Consejo de Bibliotecarias, en la necesidad de modernizar la Biblioteca Nacional incorporando nuevas tecnologías informáticas fue reiteradamente resistido por Horacio González argumentando que dichas tecnologías vulnerarían las tradiciones culturales que condensaba la institución bicentenaria.
Felizmente, durante los años 2004 y 2005, tanto la responsabilidad y el profesionalismo con que trabajaron los Consejos asesores así como la sensatez con que llevó adelante su labor Elvio Vitali, impidieron que la gestión se fracturase en una estéril contraposición entre Tradición y Modernización, entre Cultura y Técnica, entre la Biblioteca Nacional entendida como Gran Centro Cultural y la Biblioteca Nacional concebida como reservorio y memoria bibliográfica de nuestra cultura, abiertos a los lectores en general y a los investigadores en particular.
Entiendo que uno de aquellos desacuerdos en apariencia menor fue particularmente sintomático de las tensiones que se terminarían desplegando a lo largo del presente año. Surgió en el seno del Consejo Asesor de Investigadores durante los meses de julio, agosto y setiembre de 2004 cuando Elvio Vitali propuso elaborar, discutir y hacer público un diagnóstico franco de la Biblioteca Nacional tal como la encontró, en estado sumamente crítico, al asumir su cargo en junio de ese año. Mientras Vitali, así como varios miembros del Consejo, defendimos la necesidad de "blanquear" ante la ciudadanía la situación real de la institución, el entonces Subdirector la resistió reiteradamente, argumentando que de ese modo "dañaríamos la imagen de la Biblioteca Nacional". Los que defendíamos la difusión contraargumentamos que la imagen negativa ya estaba ampliamente instalada en los medios y en la conciencia pública, y que dar a conocer un balance crítico de una institución significaba por parte de los funcionarios asumir un compromiso público de contribuir a sanearla y de restituir su misión. Felizmente, primó la opción por el compromiso público y una versión resumida del "Estado de situación institucional" fue presentada a la ciudadanía a través de una conferencia de prensa brindada el 20 de setiembre de 2004. Allí se reconocía que la Biblioteca Nacional presentaba entonces "un funcionamiento deficiente" y, por tanto, no cumplía adecuadamente con su misión de "acrecentar, registrar, preservar, conservar, custodiar y difundir la memoria impresa de la cultura del país, en cualquier soporte permanente de información".
Quisiera recordar que el informe señalaba que la Biblioteca no disponía siquiera de un inventario de todos sus materiales, lo que no garantizaba el acceso público a los mismos ni tampoco la integridad del patrimonio en custodia; reconocía la existencia de actuaciones internas y judiciales a causa de robos y de mutilación de materiales; que sus recursos informáticos eran "insuficientes" y estaban "desactualizados"; que los depósitos se encontraban desordenados; que el proceso de ingreso de materiales no estaba informatizado, lo que impedía una "eficiente fiscalización patrimonial"; que no existían estrategias de acrecentamiento de las colecciones, ni tampoco políticas de resguardo de los materiales dañados, tales como la microfilmación y digitalización.
Respecto de la situación institucional, el informe sugería que la debilidad de las direcciones, casi siempre efímeras, se venía compensando con la intervención de los sindicatos en funciones propias de la conducción, mientras las líneas de conducción desde la cúspide hasta la base estaban quebradas. Los niveles de ausentismo, se puntualizaba, eran muy altos, el nivel salarial era bajo y no existía un sistema de estímulos para el personal. Dado este marco, concluía el informe, "los niveles de productividad resultan en general muy bajos", máxime teniendo en cuenta que "la demanda de servicios no resulta muy elevada": la Biblioteca Nacional tenía para junio de 2004 un promedio de 630 usuarios diarios y 905 consultas diarias.
Han transcurrido más de dos años desde aquel diagnóstico crítico. Desde entonces se han dado algunos pasos importantes a favor del saneamiento institucional, pero otros pasos —sobre todo en los últimos meses— se dieron hacia atrás, tornando aún más grave la situación.
La gestión que encabezó Elvio Vitali había dado un paso decisivo, sobre todo al poner en marcha durante el año 2005 el Programa Inventario de Libros. Con el eje puesto en la realización del Inventario, la tendencia que expresaba el entonces Subdirector, Horacio González, y que postulaba la Biblioteca sobre todo como un Gran Centro Cultural, quedaba de algún modo contenida y subordinada. Pero desde que Elvio Vitali renunciara, en diciembre de 2005, a su cargo de Director de la Biblioteca Nacional para asumir el de Legislador, ese equilibrio se alteró. Al asumir como Director el Dr. Horacio González, se invirtió la relación de fuerzas, perdiéndose el impulso de modernización tecnológica y saneamiento administrativo que Vitali había logrado comenzar a imprimir en la Biblioteca Nacional. El proyecto de la Biblioteca como Gran Centro Cultural pasó a ocupar el primer plano. A dicho proyecto se orientaron crecientemente recursos materiales y humanos, la mayor parte de las energías institucionales y la política de prensa y difusión. No casualmente, y previendo el curso que el nuevo Director le imprimiría a la gestión, para fines del año 2005 renunciaron, junto a Elvio Vitali, la Directora de Atención al Usuario y el Consejo de Bibliotecarias en pleno. Aunque no explicitaron las razones de sus renuncias, su sentido no tardó en alcanzar estado público y así supo reflejarlo la prensa.
Mi designación, en diciembre de 2005, como Subdirector de la Biblioteca Nacional con el objetivo de asumir y continuar las tareas bibliotecológicas que había emprendido la gestión Vitali con el apoyo de los Consejos asesores, fue un intento vano para conjurar el curso "culturalista" que a ojos vista tomaría la Biblioteca Nacional bajo la Dirección de Horacio González. Vano fue también el ensayo que hicimos el 5 de diciembre de 2005 de celebrar un "Acta de compromiso" entre usted, el director saliente de la Biblioteca, su actual Director y quien suscribe. El "Acta" fue un intento —hoy vemos que fallido— de fijar una continuidad entre la gestión que concluía en diciembre de 2005 y la que allí empezaba, y de establecer una cierta división de funciones entre el Director, que continuaría desplegando sus políticas de gestión cultural, y el nuevo Subdirector, que se consagraría a lo específicamente bibliotecológico e institucional.
Para la elaboración de dicho protocolo, la Subdirección propuso abocarse a: 1. La conclusión del Programa Inventario de Libros y Folletos 2005/2006 ; 2. La creación del Proyecto de Organización de Archivos de Manuscritos y Material Inédito; 3. El ordenamiento y acceso a Depósitos Generales de Material; 4. El Proyecto de reordenamiento de depósitos de Hemeroteca - Proyecto de Inventario de Hemeroteca; 5. El Proyecto de Inventario de Partituras; 6. El Proyecto de Recuperación Patrimonial, cuyo objetivo consistía en completar en forma sistemática las colecciones existentes a través de la gestión de donaciones y de compras; 7. El fortalecimiento de la política de Canjes y Donaciones; 8. La orientación de un Proyecto de Microfilmación y Digitalización; 9. El impulso de un Proyecto de Ediciones de Catálogos e Índices; 10. La contribución al mejoramiento en la atención al lector en general, y al investigador en particular; 11. La creación del Boletín Electrónico para favorecer la comunicación con lectores, donantes, editores, bibliotecas y otras instituciones.
Por su parte, el Director propuso desarrollar una política de relaciones internacionales, sobre todo con otras bibliotecas nacionales latinoamericanas, promover tareas solidarias con la comunidad como el Tren Social y Sanitario de Monte Caseros, trabajar en la construcción de una Bibliografía Nacional, proseguir con la edición de obras antiguas u olvidadas y con la revista La Biblioteca. Poco después anunció públicamente el lanzamiento del Centro Cultural anexo a la Biblioteca a erigirse en la Av. Las Heras, proyecto que se iniciaría con la demolición de los edificios contiguos pertenecientes a la institución y comprometiendo para ello gran parte del presupuesto y de los recursos humanos disponibles.
El protocolo que firmamos los cuatro sumó ambas propuestas, pero lamentablemente no estableció una relativa autonomía ni un presupuesto propio para la gestión cultural que asumiría la Dirección, de una parte, y la gestión bibliotecológica que asumiría la Subdirección, por otra.
Como se desprende del "Informe de Gestión" de la Subdirección de la Biblioteca Nacional que adjunto a la presente, si bien asumí otras tareas que no tenía previstas —como la ampliación del depósito del Tesoro, o la puesta en funcionamiento de los montacargas que comunican las salas de materiales especiales del tercer piso con sus depósitos en el cuarto—, me aboqué a lo largo del año a la realización de estas once líneas de trabajo. No sin resistencias internas, algunas han concluido exitosamente (como el Programa Inventario de Libros o la creación del Área de Archivos), otras se encuentran en estado avanzado (como el ordenamiento de los depósitos de Hemeroteca y el Proyecto de Recuperación Patrimonial), mientras que algunas, finalmente, recién vienen dando en los últimos meses sus primeros pasos (como el Inventario de Partituras y el de Hemeroteca). Aunque con ritmos diferenciados, en varias de estas líneas (aunque no en todas) se han logrado reunir equipos de trabajo que asumieron con interés y profesionalismo el desafío, colaborando con su esfuerzo en estas propuestas realizadas por la Subdirección, y a quienes agradezco la confianza y la honestidad con la que procedieron.
En algunas áreas fue imposible avanzar más allá de los primeros pasos, como por ejemplo en la edición de catálogos e índices, pues dicha línea de trabajo chocó abiertamente con la política de ediciones excluyente que se impulsó desde la Dirección. En efecto, el índice de artículos y autores de la revista Hechos e Ideas preparado por Roberto Baschetti y precedido de un estudio preliminar del historiador Alejandro Cattaruzza, esperó en vano su ingreso a la imprenta desde marzo del año 2006. En cambio, a lo largo del año 2006 se publicaron seis volúmenes de la Colección "Los raros" que dirige Horacio González y un ejemplar de la revista La Biblioteca de 560 páginas impreso en papel ilustración, pero ni uno solo de los catálogos e índices que con mucha mayor anticipación había preparado la Subdirección.
El objetivo que guió mi gestión a lo largo del año fue la búsqueda por consolidar una política de transparencia respecto de las prácticas administrativas y bibliotecológicas que lleva a cabo la institución, transparencia que contribuyera a restablecer vínculos activos con los donantes, con los editores y con todo el universo bibliotecológico; una política de visibilidad del patrimonio que atesora la institución que intentara restablecer un vínculo activo con lectores e investigadores. Para lograr transparencia y restablecer así la confianza en la institución, era indispensable una urgente modernización de la Biblioteca Nacional, una de cuyas aristas más importantes (aunque no la única) era la adopción de un sistema informático integrado, capaz de ofrecer a los lectores y a la propia institución un seguimiento preciso del recorrido de sus publicaciones, desde su ingreso hasta su ubicación en el estante, pasando por su préstamo en sala de lectura o su tránsito por el taller de restauración.
Semejantes objetivos de transparencia y modernización encontraron al interior de la Biblioteca, como no podía ser de otro modo, apoyos de algunos sectores y la obstinada resistencia de otros. La resistencia provino de los que están acostumbrados a la rutina de no rendir ni pedir cuentas; de los que consideran que el sueldo proveniente del empleo público es una suerte de seguro básico que no obliga a contraprestación laboral alguna; de los que manejan los recursos materiales y humanos de su oficina como un "kiosco" para su propio beneficio; de los funcionarios domesticados que vienen haciendo "la plancha" desde hace años y que recelan de todo aquel que demuestre en la práctica que aún en la administración pública las cosas pueden transformarse; y, en fin, del viejo sindicalismo burocrático y clientelista.
Lejos de constituir una sorpresa, el "Acta" firmada un año atrás contemplaba explícitamente que una política de transparencia y modernización impulsada conjuntamente desde la Dirección y la Subdirección afectaría a ciertos grupos e individuos que defenderían los espacios "conquistados" como "cotos cerrados", que se aferrarían a sus microsaberes y micropoderes en tanto que "derechos adquiridos". El problema no consistió en estas previsibles resistencias, sino en la defensa teórica y práctica, no tan previsible, que hizo el Director de la existencia y del funcionamiento de estos micropoderes y microsaberes en términos de "las más hondas tradiciones de la administración pública argentina", e incluso del "drama de la Argentina profunda". La Dirección no ha buscado, tal como se había comprometido a través de la firma del "Acta", limitar el poder de los sindicatos a las cuestiones específica y legítimamente gremiales, sino que virtualmente ha institucionalizado su codirección para la toma de todas las decisiones, grandes, medianas y pequeñas, delegando así responsabilidades que le son propias. La cadena de mandos de las direcciones y las jefaturas sigue quebrada, pues los empleados no responden a los poderes formales sino a los reales, que son los que en definitiva sancionan castigos y otorgan beneficios (como horas extras, plus salariales, etc). Los jefes y los coordinadores sólo ejercen una autoridad nominal, en desmedro del ascendiente que logran ciertos liderazgos sectoriales en el reparto de prebendas y cuotas de poder. La Biblioteca Nacional sólo formalmente constituye una unidad institucional. Es una suma inarticulada de poderes reales que no figuran en ningún organigrama, pero son los que operan cotidianamente.
Sé bien que no es tarea sencilla modificar profundamente esta situación, que por otro lado afecta desde hace décadas a la totalidad de la administración pública nacional. Pero creo que en una relación de fuerzas dada, pueden lograrse avances, retrocesos o estancamientos respecto de una reforma profunda de las instituciones del Estado. Por ejemplo, bajo la gestión de Elvio Vitali se dieron pasos importantes en la Biblioteca Nacional en el sentido de fortalecer la Dirección, las direcciones de áreas y las jefaturas en desmedro de dichos "poderes reales". En cambio, bajo la gestión capitaneada por González la Biblioteca Nacional ha vuelto a caer a uno de los niveles más bajos de institucionalidad o, lo que es lo mismo, de soberanía absoluta de los poderes de hecho. En su vocación negociadora con estos micropoderes, la gestión González ha sancionado una suerte de estructura de poder feudal. En el marco de esta lucha sin cuartel entre cotos cerrados, el Director se presenta ante a cada uno de ellos como una suerte de monarca concesivo y dadivoso.
Lamentablemente, el presupuesto de la Biblioteca Nacional se ejecuta a través de estas sordas pujas intersectoriales, jugando el Director un deslucido papel de moderador. La "buena prensa" obtenida este año por la Biblioteca Nacional, en parte gracias a la concreción del Programa Inventario, y en parte también como efecto de la enorme oferta de actividades culturales que fue reflejando la prensa diaria, favoreció sin duda el notable crecimiento del presupuesto asignado. Dicho presupuesto pasó de alrededor de 7 millones de pesos para el año 2004 a casi 12 en el año 2005 y a 17 millones en el año en curso (sin contar los llamados "refuerzos" que se solicitan a fin del ejercicio, y que este año hicieron que el presupuesto anual de la Biblioteca Nacional rondara los 20 millones de pesos). Una cifra nada desdeñable, pero al ser distribuida según dichas pujas sectoriales, apenas una ínfima porción fue destinada a enriquecer el patrimonio de la Biblioteca, mientras que la gran mayoría del presupuesto fue destinado a mejorar la situación salarial del personal así como a generar nuevas e incontroladas contrataciones.
El Director, a través de sus reiterados discursos, se ufana en haber consagrado la unidad de lo que llama la "comunidad bibliotecaria". Así lo expresó, por ejemplo, en octubre de este año, cuando inauguró ante el personal de la institución el Comedor Comunitario "Raúl Scalabrini Ortiz" en un espacio que el proyecto original del edificio consagraba al primer tramo del circuito de ingreso de los libros y otros materiales a la Biblioteca. En su esfuerzo por integrar dicha "comunidad bibliotecaria" —una suerte de versión bibliotecológica de la Comunidad Organizada—, ha otorgado a los "poderes reales" espacios físicos y simbólicos de la Biblioteca y la parte sustancial de los recursos materiales de su presupuesto. Semejante empeño de conformar a todos y cada uno de los empleados y grupos de la Biblioteca sería casi inobjetable si no fuera por un detalle: en su "comunidad bibliotecaria" hay un gran ausente, y ese ausente es el lector. Y si es cierto que muchos empleados estuvieron durante años "castigados" con sueldos bajos, el más castigado de la Biblioteca Nacional es este actor casi invisible y casi inaudible, porque no está organizado, porque no tiene gremios, porque no puede responder a la desconsideración de la que es objeto sino con su ausencia, con su creciente emigración a otras bibliotecas. Y esta es la gran paradoja de la Biblioteca Nacional: el gran ausente es el lector, cuya existencia misma se identifica con el sentido y la misión de la Biblioteca. Significativamente, uno de los espacios a través de los cuales el lector podía sentirse, al menos en parte, invitado a participar de las discusiones acerca del curso a imprimirle a las políticas institucionales en esta Biblioteca, como era el Consejo Asesor de Investigadores, sólo fue convocado dos veces durante el año 2006 —la primera de ellas en marzo y la última en julio—, sin que se les participara activamente de ninguno de los proyectos.
Lamento, Dr. Nun, contradecir cierta imagen tranquilizadora que de la Biblioteca Nacional se ha logrado construir no sin cierta eficacia comunicativa, pero me veo obligado a señalar que el cuadro crítico presentado en setiembre de 2004 por la gestión Vitali aún permanece, en sus líneas generales, crudamente vigente. El presupuesto de la Biblioteca Nacional crece de modo exponencial y al mismo tiempo el patrimonio crece de modo vegetativo y la cantidad de lectores cae de modo exponencial.
Por ejemplo, a lo largo del año 2006 la política de contratación de personal de la Biblioteca Nacional continuó anclada en una de las peores tradiciones de la administración pública nacional. Me refiero a la política de "cuotas" de los poderes reales que admite de hecho la contratación de nuevo personal según el peso relativo de cada uno de ellos. Según un memorando interno producido por uno de los delegados gremiales, hasta setiembre del año 2006 la Dirección había incorporado 19 contratados, mientras que UPCN había incorporado 9, ATE 7 y SOEME 2. Dicho memorando atribuye a la Subdirección la incorporación de 6 contratados. En verdad, si bien es indudable que promovimos la contratación de profesionales para cubrir cargos en diversas áreas de la Biblioteca, desde la Subdirección hemos rechazado reiteradamente el método de las "cuotas", no sólo porque sirve a la construcción de "clientelas" políticas y gremiales, sino porque distorsiona el regular funcionamiento de la institución. No quiero con esto, ni mucho menos, descalificar a todos y cada uno de los contratados que ingresaron a trabajar este año a la Biblioteca Nacional: en algunos casos me consta que se han desempeñado excelentemente. De cualquier modo, creo que el compromiso laboral es totalmente distinto cuando se ingresa de modo transparente que a través de padrinos, cuando se ingresa para cubrir una vacante real que como resultado de una presión, cuando hay postulación y selección transparentes que cuando se dan los clásicos "acomodos". La incorporación de personal contratado es una responsabilidad de las autoridades de la institución y debe cubrirse atendiendo a las demandas reales de las diversas áreas y no según la presión de los gremios o los grupos de poder. Las convocatorias deben ser abiertas y públicas, especificándose el perfil técnico de la persona a contratar. Para enfrentar este grave problema, propusimos en nota a la Dirección la creación de un Comité de Selección de Personal Contratado integrado por representantes de la Dirección, la Subdirección, las respectivas Direcciones, el Jefe de Personal y el Jefe del área que solicita el empleado. El Comité debería constituirse para atender las solicitudes de personal por parte de los jefes y coordinadores, abrir una convocatoria pública y finalmente escoger entre los postulantes, evaluándolos a través de la lectura de los curricula vitae y de entrevistas personales. Cada gremio debería enviar un veedor para garantizar la transparencia de la selección.
La propuesta de la Subdirección fue reiteradamente rechazada por la Dirección como "poco realista", por desconocer "las antiguas tradiciones que laten en lo más profundo de la administración pública", por ignorar, en fin, una vez más, "el drama de la Argentina profunda". Pero la enorme presión de los pasantes universitarios, inicialmente contratados para trabajar cargando datos en el Inventario de Libros, para pasar al estatuto de empleados contratados, obligó finalmente a la Dirección a sancionar mediante una Resolución, firmada a fines de este año, la constitución de un Comité de Selección.
La Resolución podría ayudar a fortalecer la débil institucionalidad de la Biblioteca Nacional, pero en la medida en que no se desactive el funcionamiento de los grupos de poder real, el Comité de Selección —así como los concursos convocados para marzo de 2007 para cubrir los cargos de las cuatro Direcciones estructurales— corre el riesgo de convertirse en una suerte de cobertura institucional de una puja facciosa de poderes. El sistema de "cuotas" podría seguir funcionando, pero bajo la máscara institucional de un Comité de Selección de Personal…
En fin, en la medida en que no existe una Dirección dispuesta a asumir a fondo sus responsabilidades, cada "feudo" queda de algún modo librado a su propia suerte, a sus propias reglas y a sus mandos "reales". El ausentismo del personal, según un estudio realizado en el año 2005, arañaba el 30%, siendo además muy débil el control de permanencia del personal en el puesto de trabajo.
La Biblioteca Nacional funciona deficitariamente, pero no por falta de personal: entre empleados de planta y contratados la cifra trepa hoy a los 400 trabajadores. Si a esto le sumamos 65 pasantes y 10 bibliotecarios contratados para la realización de los Inventarios, la cifra supera las 450 personas. Es una cifra superior a la cantidad de empleados de la Biblioteca Nacional del Brasil (422 en el año 2001 según cifras de ABINIA), pero alarmante si se tiene en cuenta que dicha Biblioteca atesora tres millones y medio de volúmenes (sin contar los 870.000 volúmenes que resguarda en el Tesoro), contra los magros 800.000 de nuestra Biblioteca Nacional (y apenas 30.000 estimados en nuestro Tesoro). El dato es significativo, pues ambas bibliotecas nacionales son beneficiarias del Depósito Legal, pero mientras el desarrollo de la industria editorial brasileña sólo ha sido intenso en las últimas dos décadas, en la Argentina conocimos un desarrollo sostenido a lo largo de todo el siglo XX y particularmente intenso entre la década de 1930 y la de 1980. Quisiera señalar también que la Biblioteca Nacional de México disponía en el año 2001 de dos millones de volúmenes y la Biblioteca Nacional de Venezuela de 2 millones y medio.
Nuestra Biblioteca cuenta entre su personal con apenas un poco más de 50 bibliotecarios, una docena de informáticos y otra docena de licenciados en Letras y Ciencias Sociales. Aproximadamente el 75% de su personal no tiene calificaciones profesionales para trabajar en una biblioteca, cumpliendo tareas administrativas o de acarreo en los depósitos. La Biblioteca Nacional del Brasil tiene en total 276 profesionales y técnicos (un 65,40% del total) contra 139 administrativos (32,94%) y 7 directivos (1,66%). Dicha Biblioteca, considerada por UNESCO como la octava biblioteca nacional del mundo y la mayor de América Latina, posee un mecanismo estructurado para la compra de material bibliográfico en el exterior con el objetivo de reunir una colección de obras extranjeras en las que se incluyan libros relativos a Brasil o de interés para el país; elabora y divulga la bibliografía brasileña a través de un Boletín Bibliográfico y mediante el Programa Biblioteca Nacional Sin Fronteras tiene como objetivo la creación de una biblioteca digital, concebida como un espacio virtual donde se integren las colecciones digitalizadas, los recursos humanos y los servicios ofrecidos al ciudadano. La Biblioteca Nacional argentina, con una dotación mayor de personal, carece absolutamente de proyectos semejantes.
En suma, nuestra querida Biblioteca Nacional, que debería ser el reservorio de nuestra vasta actividad editorial, la cabeza del sistema bibliotecario nacional, el epicentro de la elaboración de la Bibliografía y la Hemerografía Nacionales, la avanzada en la proyección de una biblioteca digital, viene difuminando su identidad, viene ofreciendo un servicio deficiente y viene perdiendo lectores, por no hablar de los investigadores. La función de gran biblioteca pública la ha perdido en manos de la Biblioteca del Congreso. También la Biblioteca del Congreso, así como el Centro de Estudios Históricos del Parque de España de Rosario y otras instituciones, la han aventajado con creces en políticas de microfilmación. La Academia Argentina de Letras ha tomado el lugar que la Biblioteca Nacional dejó vacante en lo que hace a políticas de digitalización de su patrimonio cultural. Los investigadores la han dejado como biblioteca de última instancia, para reorientarse a bibliotecas especializadas, como la Biblioteca del Maestro, o las bibliotecas universitarias, o a centros de documentación como la Fundación Espigas, el CEDODAL o el CeDInCI. Según datos elaborados por la Dirección de Atención al Usuario, la cantidad de lectores cayó en el presente año, respecto del año anterior, en un 20%. Según una lista confeccionada por dicha Dirección, de los mil libros más pedidos se desprende que los lectores habituales son sobre todo estudiantes de Derecho y de Medicina que solicitan libros de texto universitarios. En suma, el material que solicita mayoritariamente el lector poco tiene que ver con el riquísimo acervo cultural que atesora la Biblioteca Nacional
La Biblioteca Nacional argentina ya no es aquella antigua y memorable biblioteca clásica de la calle México, donde habitaban los fantasmas de Groussac y de Borges que en vano invoca su actual director. Ya sin el aura de la antigua Biblioteca Nacional, el traslado a la nueva sede durante el período 1991-1992 en la época de la fiesta menemista, signó a la nueva Biblioteca, condenada a sobrevivir sin las glorias de la tradición ni tampoco con las ventajas de la modernización. En quince años transcurridos desde que se inauguró la nueva sede de la calle Agüero, los sucesivos proyectos de informatización (con la excepción del Programa de Inventario de Libros), fracasaron uno a uno. Como testimonio de dicho fracaso, quedan en el Departamento de Informática alrededor de 77 bases de datos, cargadas en distintos formatos, muchas de ellas ya irrecuperables. Este sólo dato —77 bases de datos—, habla a las claras de la ausencia de una política orgánica de informatización y de modernización integral de la Biblioteca Nacional, habla de su feudalización, de la imposibilidad de garantizar el efectivo acceso al lector de todos los materiales que atesora así como de la imposibilidad de garantizar el resguardo de ese patrimonio.
Esto significa que iniciado el siglo XXI, la Biblioteca Nacional de nuestro país sólo cuenta, gracias al Programa Inventario, con un catálogo automatizado de menos de 800.000 registros, que corresponde a los libros y folletos de su Colección General. Quedan fuera de este catálogo automatizado todas las colecciones especiales de manuscritos, partituras, mapas, fotografías, grabados, dibujos, publicaciones periódicas y obras antiguas resguardadas en el Tesoro. De modo que el catálogo disponible desde hace apenas seis meses para los lectores a través de Internet, que es hoy el principal instrumento de difusión de sus colecciones en el mundo, es un desarrollo incompleto. Todos los demás procesos se gestionan de forma totalmente manual, desde la gestión de las nuevas adquisiciones y el control de los ingresos por depósito legal, hasta la circulación de los fondos en la Biblioteca, el seguimiento de la recepción de las entregas de las publicaciones periódicas, la gestión de los catálogos colectivos, etc. En suma, la Biblioteca Nacional realiza un conjunto complejo de procesos con escasa o nula integración, que impide ofrecer un servicio a eficaz y rápido a los lectores y que sin embargo consume muchos recursos humanos.
En fin, Dr. Nun, las cifras volcadas en esta carta apenas dan una idea somera de la situación crítica que todavía vive nuestra Biblioteca Nacional. Aunque no desdeño ni mucho menos las actividades culturales que puedan desplegarse desde su sede —la Subdirección incluso ha impulsado algunas de ellas, como el Ciclo de Poesía y Música y el Ciclo de Cine Mudo con Piano en Vivo—, creo que el rumbo que debería retomar la Biblioteca Nacional es el que se había iniciado con la gestión Vitali en junio del año 2004 y que se perdió en el año 2006: es el rumbo de su modernización, de su informatización integral, de su saneamiento administrativo, de la capacitación de su personal y de la incorporación a través de concursos públicos y transparentes de los bibliotecarios e informáticos que necesita con urgencia.
Doy por descontado que buena parte del personal de la actual Biblioteca Nacional acompañaría este rumbo, así como ciertos sectores gremiales que han comprendido la necesidad de fortalecer un nuevo sindicalismo, hoy apenas incipiente. Lo que hoy no existe es una Dirección con la convicción intelectual y el coraje cívico para sostener esta orientación, más allá de sus resonantes declaraciones públicas. Lejos de la celebración de eventos sociales y de viajes protocolares, la Biblioteca Nacional requiere de un equipo de Dirección con competencia acreditada en la gestión bibliotecaria, capaz de brindar respaldo y confianza a un equipo técnico que encare prácticamente la tan mentada modernización.
Agradeciendo la confianza depositada en mi nombramiento y esperando que el Informe no defraude las expectativas, lo saluda cordialmente
Horacio Tarcus
Subdirector
Capitalismo Tecnocrático versus Institución Cultural Nacional
Es sabido, ya que el boletín electrónico difundido masivamente lo hizo público, que el Dr. Tarcus renunció a su cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional. Junto al texto de renuncia y a un informe de Gestión 2005/06, Tarcus deslizó una larga lista de acusaciones e injurias hacia el Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González.
Dentro del marco de las repercusiones que la renuncia causó, es necesario hacer mención de la nota publicada hoy – 30 de diciembre de 2006 – por el diario La Nación, en la cual puede observarse una clara intencionalidad de plantear la renuncia de Tarcus como el zanjamiento final entre facciones políticas encontradas, presentando a González como un aliado de las ideas izquierdistas que se vinculan a su vez con la noción de atraso histórico-temporal y tecnológico. En este sentido, no es menor el dato consignando por La Nación al aclarar la posición del Secretario de Cultura, Dr. José Nun, quien manifestó sentir una predilección por el Dr. Tarcus al momento de designar al nuevo Director de la Biblioteca, tras la salida para asumir su cargo de legislador, de Elvio Vitali, ex director de la Biblioteca.
No creo que sea válido plantear, como lo hace Tarcus, un debate entre “Culturalismo y Modernización”. Esto supone un debate infantil y, por los menos, arcaico además de falso. El debate debe ser planteado, en todo caso, para discutir un tecnocratismo abstracto que supone cierta liviandad a la hora de analizar la historia de la Biblioteca Nacional y su finalidad definida por Paul Groussac y Jorge Luis Borges.
Entonces, para ofrecerle al lector una visión total de lo ocurrido, es que se publican a continuación, la carta del Director de la Biblioteca, Horacio González (Apreciaciones sobre una renuncia, lleva por nombre el texto) y la renuncia del ex Subdirector, Horacio Tarcus.
Conrado Yasenza
Apreciaciones sobre una renuncia
La renuncia del subdirector de la Biblioteca Nacional manifiesta la doble ignorancia de quien desconoce la naturaleza de esta institución –cuya complejidad técnica, simbólica y cultural es evidente-, y de quién hace pasar a primer plano un razonamiento lineal en un ámbito de delicados tejidos institucionales. La Biblioteca Nacional es una e indivisa. Nadie es dueño de sus trabajos y avances actuales. Tiene muchos proyectos en su interior y discusiones sobre cómo realizarlos, pero no admite –como no lo admite ninguna institución pública-, una partición presupuestaria y una doble dirección. Entre tantos otros borbotones de ira infundada, se queja Tarcus de que publicamos importantes revistas y libros, o de que propiciamos la segmentación de la Biblioteca para transformarnos en monarcas. Leyó mal la historia de la Edad Media: debe volver a su Marc Bloch o Georges Duby. Dar a luz La Biblioteca, una revista argentina de reflexión, investigación y debate no sólo no se contradice con ninguna de las demás tareas bibliotecológicas, sino que las sustenta y enriquece. Trabajar en instituciones que protagonizan su reconstrucción siempre implica el diálogo permanente y respetuoso, que lejos de sectorializar una entidad genera nuevas convocatorias al compromiso colectivo. Una institución pública tiene tanto de división de trabajo formal, de proyectos transversales como de archipiélago de ideas y situaciones. Y como es obvio, aumentar el salario es parte de la sensibilidad que toda institución debe tener -¿no es absurdo tener que aclararlo?-, lo que en nada se contrapone a comprar libros, como de hecho se ha estado haciendo en la mayor proporción de los últimos tiempos. Un pensamiento lineal, con temas de izquierda pero con resultados reales de derecha, con el infantil lenguaje de un capitalismo tecnocrático, no es la solución para nuestras Bibliotecas, y sobre todo para la Biblioteca Nacional. Desconocer que la Biblioteca Nacional fue fundada hace ya casi doscientos años y pretender fundarla otra vez con un cientificismo lejano a la verdadera ciencia, es un error y un desprecio. Confundirla con un mero centro de documentación es una imprudencia de principiante. La Biblioteca Nacional tiene en su interior centros de documentación, pero los excede en su complejo encadenamiento de símbolos, memorias y legados. Debo decir que la Biblioteca Nacional seguirá su tarea serenamente y con creatividad. Devolverle su rol rector como institución cultural nacional es nuestro objetivo permanente, tal como se ha asumido en el comienzo de esta gestión en 2004, y aunque constituye una tarea que llevará años, estamos abocados a la misma desde una perspectiva integral, que comprende la catalogación de todos sus acervos, la preservación y el enriquecimiento del patrimonio bibliográfico, y se extiende hacia todo el campo cultural en general. El Dr. Tarcus pudo haber participado con sus ideas, siempre valoradas, en muchos de los aspectos que aluden a carencias bien conocidas, en vez de cultivar exasperadamente una de las tendencias más irrelevantes de su estilo, la injuria sin fundamentos, el espíritu de mercería y un arrebato de soberbia que no mide consecuencias ni se atiene a responsabilidades asumidas. No es compatible estar en una institución y denigrarla a diario. No es elegante proponer que una institución particular de documentación histórica, que él fundara, sería más buscada por los lectores que la institución en la que era su subdirector. Enfrentarse a la mayoría del personal, nunca garantiza la eficiencia, aunque se la invoque. Lleva a profundas equivocaciones, en la medida que no hay realización, eficiencia y racionalidad sin ideas amplias sobre los pliegues complejos de la cultura. Un mesianismo de cuño gerencial, con nulo respeto por la vida democrática de una institución, pone en riesgo su condición de entidad homogénea, desde luego con muchas instancias y entrecruzamientos. La Biblioteca Nacional no precisa salvadores abstractos, tiene los textos bibliotecológicos de Groussac, la teoría de la biblioteca de Borges y el esfuerzo técnico y cotidiano de los bibliotecarios y bibliotecarias de la casa. La Biblioteca Nacional se extenderá hacia la ciudad con nuevas construcciones y se halla en una reflexión profunda para desarrollar el mejor camino para su actualización tecnológica, en consulta permanente con técnicos argentinos y extranjeros, además de hallarse en la inminencia de definir su software para los próximos tiempos. Ahí sí lectores e investigadores podrán percibir un adelanto palpable, sin infantilismos ni arrebatos. Ajeno a estos temas, el subdirector se preocupaba por publicar el índice de una importante revista de los años 40 –que entre tantas otras publicaciones está prevista para salir en el mes de abril de 2007- y pensaba que era posible aceptar con liviandad el proyecto Google para hacerse cargo de toda la bibliografía latinoamericana, sin siquiera considerar ciertas reticencias que otros países han presentado frente al mismo. Lamento personalmente que una relación que pudiera haber sido otra, tuviera este tropiezo que de todas maneras no alterará el rumbo de la Biblioteca Nacional. La construcción de una perspectiva estratégica, que parta de considerar la Biblioteca Nacional como una institución única y articulada, y retome sus grandes tradiciones, renovándolas y proyectándolas hacia el futuro, es lo que seguirá inspirando nuestros pasos, junto a sus lectores, sus investigadores y sus trabajadores.
Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional
Buenos Aires, 27 de diciembre de 2006
Sr. Secretario de Cultura de la Nación
Dr. José Nun
Me dirijo a usted a fin de presentarle mi renuncia al cargo de Subdirector de la Biblioteca Nacional con el que me ha honrado un año atrás.
Motiva mi decisión la ausencia de respaldo por parte del Director de la misma, Dr. Horacio González, a las líneas de trabajo que he emprendido en la institución a lo largo de este año. No quisiera eludir que la decisión del Sr. Director de excluirme sistemáticamente de todas las instancias donde se toman las decisiones de fondo tiene su origen en una serie de crecientes desacuerdos respecto al perfil y a la misión de la Biblioteca Nacional, cuya gravedad hace ya definitivamente imposible un trabajo en común que resguarde tanto la necesaria eficacia como la debida coherencia que requiere cualquier gestión colectiva.
Mis desacuerdos con el Director respecto del perfil y de la misión de la Biblioteca Nacional no son un secreto para nadie. Se manifestaron vivamente en el seno del Consejo Asesor de Investigadores de la Biblioteca Nacional, ya en la segunda mitad del año 2004 y en el año 2005, en cuyas sesiones participamos —además del entonces Director, Elvio Vitali, y el entonces Subdirector, Horacio González— Hebe Clementi, Noé Jitrik, Nicolás Casullo, María Moreno, usted mismo hasta asumir el cargo de Secretario de Cultura de la Nación y quien suscribe. Como usted bien recordará, mientras Horacio González defendió enfáticamente una Biblioteca Nacional centrada en sus actividades de difusión cultural, otros miembros del Consejo insistimos en poner el eje en la modernización de la gestión bibliotecológica. El entonces Subdirector patrocinó la edición de libros de autores argentinos por parte de la Biblioteca Nacional cuando otros miembros sostuvimos la necesidad de producir catálogos e índices de publicaciones periódicas para uso de los lectores y una mejor difusión de su patrimonio. También promovió la edición de una revista de cultura nacional en desmedro de una publicación institucional mayormente orientada a temas de investigación relativos al libro, la lectura y la investigación bibliotecológica y archivística. El énfasis puesto por algunos de nosotros, así como por el conjunto del Consejo de Bibliotecarias, en la necesidad de modernizar la Biblioteca Nacional incorporando nuevas tecnologías informáticas fue reiteradamente resistido por Horacio González argumentando que dichas tecnologías vulnerarían las tradiciones culturales que condensaba la institución bicentenaria.
Felizmente, durante los años 2004 y 2005, tanto la responsabilidad y el profesionalismo con que trabajaron los Consejos asesores así como la sensatez con que llevó adelante su labor Elvio Vitali, impidieron que la gestión se fracturase en una estéril contraposición entre Tradición y Modernización, entre Cultura y Técnica, entre la Biblioteca Nacional entendida como Gran Centro Cultural y la Biblioteca Nacional concebida como reservorio y memoria bibliográfica de nuestra cultura, abiertos a los lectores en general y a los investigadores en particular.
Entiendo que uno de aquellos desacuerdos en apariencia menor fue particularmente sintomático de las tensiones que se terminarían desplegando a lo largo del presente año. Surgió en el seno del Consejo Asesor de Investigadores durante los meses de julio, agosto y setiembre de 2004 cuando Elvio Vitali propuso elaborar, discutir y hacer público un diagnóstico franco de la Biblioteca Nacional tal como la encontró, en estado sumamente crítico, al asumir su cargo en junio de ese año. Mientras Vitali, así como varios miembros del Consejo, defendimos la necesidad de "blanquear" ante la ciudadanía la situación real de la institución, el entonces Subdirector la resistió reiteradamente, argumentando que de ese modo "dañaríamos la imagen de la Biblioteca Nacional". Los que defendíamos la difusión contraargumentamos que la imagen negativa ya estaba ampliamente instalada en los medios y en la conciencia pública, y que dar a conocer un balance crítico de una institución significaba por parte de los funcionarios asumir un compromiso público de contribuir a sanearla y de restituir su misión. Felizmente, primó la opción por el compromiso público y una versión resumida del "Estado de situación institucional" fue presentada a la ciudadanía a través de una conferencia de prensa brindada el 20 de setiembre de 2004. Allí se reconocía que la Biblioteca Nacional presentaba entonces "un funcionamiento deficiente" y, por tanto, no cumplía adecuadamente con su misión de "acrecentar, registrar, preservar, conservar, custodiar y difundir la memoria impresa de la cultura del país, en cualquier soporte permanente de información".
Quisiera recordar que el informe señalaba que la Biblioteca no disponía siquiera de un inventario de todos sus materiales, lo que no garantizaba el acceso público a los mismos ni tampoco la integridad del patrimonio en custodia; reconocía la existencia de actuaciones internas y judiciales a causa de robos y de mutilación de materiales; que sus recursos informáticos eran "insuficientes" y estaban "desactualizados"; que los depósitos se encontraban desordenados; que el proceso de ingreso de materiales no estaba informatizado, lo que impedía una "eficiente fiscalización patrimonial"; que no existían estrategias de acrecentamiento de las colecciones, ni tampoco políticas de resguardo de los materiales dañados, tales como la microfilmación y digitalización.
Respecto de la situación institucional, el informe sugería que la debilidad de las direcciones, casi siempre efímeras, se venía compensando con la intervención de los sindicatos en funciones propias de la conducción, mientras las líneas de conducción desde la cúspide hasta la base estaban quebradas. Los niveles de ausentismo, se puntualizaba, eran muy altos, el nivel salarial era bajo y no existía un sistema de estímulos para el personal. Dado este marco, concluía el informe, "los niveles de productividad resultan en general muy bajos", máxime teniendo en cuenta que "la demanda de servicios no resulta muy elevada": la Biblioteca Nacional tenía para junio de 2004 un promedio de 630 usuarios diarios y 905 consultas diarias.
Han transcurrido más de dos años desde aquel diagnóstico crítico. Desde entonces se han dado algunos pasos importantes a favor del saneamiento institucional, pero otros pasos —sobre todo en los últimos meses— se dieron hacia atrás, tornando aún más grave la situación.
La gestión que encabezó Elvio Vitali había dado un paso decisivo, sobre todo al poner en marcha durante el año 2005 el Programa Inventario de Libros. Con el eje puesto en la realización del Inventario, la tendencia que expresaba el entonces Subdirector, Horacio González, y que postulaba la Biblioteca sobre todo como un Gran Centro Cultural, quedaba de algún modo contenida y subordinada. Pero desde que Elvio Vitali renunciara, en diciembre de 2005, a su cargo de Director de la Biblioteca Nacional para asumir el de Legislador, ese equilibrio se alteró. Al asumir como Director el Dr. Horacio González, se invirtió la relación de fuerzas, perdiéndose el impulso de modernización tecnológica y saneamiento administrativo que Vitali había logrado comenzar a imprimir en la Biblioteca Nacional. El proyecto de la Biblioteca como Gran Centro Cultural pasó a ocupar el primer plano. A dicho proyecto se orientaron crecientemente recursos materiales y humanos, la mayor parte de las energías institucionales y la política de prensa y difusión. No casualmente, y previendo el curso que el nuevo Director le imprimiría a la gestión, para fines del año 2005 renunciaron, junto a Elvio Vitali, la Directora de Atención al Usuario y el Consejo de Bibliotecarias en pleno. Aunque no explicitaron las razones de sus renuncias, su sentido no tardó en alcanzar estado público y así supo reflejarlo la prensa.
Mi designación, en diciembre de 2005, como Subdirector de la Biblioteca Nacional con el objetivo de asumir y continuar las tareas bibliotecológicas que había emprendido la gestión Vitali con el apoyo de los Consejos asesores, fue un intento vano para conjurar el curso "culturalista" que a ojos vista tomaría la Biblioteca Nacional bajo la Dirección de Horacio González. Vano fue también el ensayo que hicimos el 5 de diciembre de 2005 de celebrar un "Acta de compromiso" entre usted, el director saliente de la Biblioteca, su actual Director y quien suscribe. El "Acta" fue un intento —hoy vemos que fallido— de fijar una continuidad entre la gestión que concluía en diciembre de 2005 y la que allí empezaba, y de establecer una cierta división de funciones entre el Director, que continuaría desplegando sus políticas de gestión cultural, y el nuevo Subdirector, que se consagraría a lo específicamente bibliotecológico e institucional.
Para la elaboración de dicho protocolo, la Subdirección propuso abocarse a: 1. La conclusión del Programa Inventario de Libros y Folletos 2005/2006 ; 2. La creación del Proyecto de Organización de Archivos de Manuscritos y Material Inédito; 3. El ordenamiento y acceso a Depósitos Generales de Material; 4. El Proyecto de reordenamiento de depósitos de Hemeroteca - Proyecto de Inventario de Hemeroteca; 5. El Proyecto de Inventario de Partituras; 6. El Proyecto de Recuperación Patrimonial, cuyo objetivo consistía en completar en forma sistemática las colecciones existentes a través de la gestión de donaciones y de compras; 7. El fortalecimiento de la política de Canjes y Donaciones; 8. La orientación de un Proyecto de Microfilmación y Digitalización; 9. El impulso de un Proyecto de Ediciones de Catálogos e Índices; 10. La contribución al mejoramiento en la atención al lector en general, y al investigador en particular; 11. La creación del Boletín Electrónico para favorecer la comunicación con lectores, donantes, editores, bibliotecas y otras instituciones.
Por su parte, el Director propuso desarrollar una política de relaciones internacionales, sobre todo con otras bibliotecas nacionales latinoamericanas, promover tareas solidarias con la comunidad como el Tren Social y Sanitario de Monte Caseros, trabajar en la construcción de una Bibliografía Nacional, proseguir con la edición de obras antiguas u olvidadas y con la revista La Biblioteca. Poco después anunció públicamente el lanzamiento del Centro Cultural anexo a la Biblioteca a erigirse en la Av. Las Heras, proyecto que se iniciaría con la demolición de los edificios contiguos pertenecientes a la institución y comprometiendo para ello gran parte del presupuesto y de los recursos humanos disponibles.
El protocolo que firmamos los cuatro sumó ambas propuestas, pero lamentablemente no estableció una relativa autonomía ni un presupuesto propio para la gestión cultural que asumiría la Dirección, de una parte, y la gestión bibliotecológica que asumiría la Subdirección, por otra.
Como se desprende del "Informe de Gestión" de la Subdirección de la Biblioteca Nacional que adjunto a la presente, si bien asumí otras tareas que no tenía previstas —como la ampliación del depósito del Tesoro, o la puesta en funcionamiento de los montacargas que comunican las salas de materiales especiales del tercer piso con sus depósitos en el cuarto—, me aboqué a lo largo del año a la realización de estas once líneas de trabajo. No sin resistencias internas, algunas han concluido exitosamente (como el Programa Inventario de Libros o la creación del Área de Archivos), otras se encuentran en estado avanzado (como el ordenamiento de los depósitos de Hemeroteca y el Proyecto de Recuperación Patrimonial), mientras que algunas, finalmente, recién vienen dando en los últimos meses sus primeros pasos (como el Inventario de Partituras y el de Hemeroteca). Aunque con ritmos diferenciados, en varias de estas líneas (aunque no en todas) se han logrado reunir equipos de trabajo que asumieron con interés y profesionalismo el desafío, colaborando con su esfuerzo en estas propuestas realizadas por la Subdirección, y a quienes agradezco la confianza y la honestidad con la que procedieron.
En algunas áreas fue imposible avanzar más allá de los primeros pasos, como por ejemplo en la edición de catálogos e índices, pues dicha línea de trabajo chocó abiertamente con la política de ediciones excluyente que se impulsó desde la Dirección. En efecto, el índice de artículos y autores de la revista Hechos e Ideas preparado por Roberto Baschetti y precedido de un estudio preliminar del historiador Alejandro Cattaruzza, esperó en vano su ingreso a la imprenta desde marzo del año 2006. En cambio, a lo largo del año 2006 se publicaron seis volúmenes de la Colección "Los raros" que dirige Horacio González y un ejemplar de la revista La Biblioteca de 560 páginas impreso en papel ilustración, pero ni uno solo de los catálogos e índices que con mucha mayor anticipación había preparado la Subdirección.
El objetivo que guió mi gestión a lo largo del año fue la búsqueda por consolidar una política de transparencia respecto de las prácticas administrativas y bibliotecológicas que lleva a cabo la institución, transparencia que contribuyera a restablecer vínculos activos con los donantes, con los editores y con todo el universo bibliotecológico; una política de visibilidad del patrimonio que atesora la institución que intentara restablecer un vínculo activo con lectores e investigadores. Para lograr transparencia y restablecer así la confianza en la institución, era indispensable una urgente modernización de la Biblioteca Nacional, una de cuyas aristas más importantes (aunque no la única) era la adopción de un sistema informático integrado, capaz de ofrecer a los lectores y a la propia institución un seguimiento preciso del recorrido de sus publicaciones, desde su ingreso hasta su ubicación en el estante, pasando por su préstamo en sala de lectura o su tránsito por el taller de restauración.
Semejantes objetivos de transparencia y modernización encontraron al interior de la Biblioteca, como no podía ser de otro modo, apoyos de algunos sectores y la obstinada resistencia de otros. La resistencia provino de los que están acostumbrados a la rutina de no rendir ni pedir cuentas; de los que consideran que el sueldo proveniente del empleo público es una suerte de seguro básico que no obliga a contraprestación laboral alguna; de los que manejan los recursos materiales y humanos de su oficina como un "kiosco" para su propio beneficio; de los funcionarios domesticados que vienen haciendo "la plancha" desde hace años y que recelan de todo aquel que demuestre en la práctica que aún en la administración pública las cosas pueden transformarse; y, en fin, del viejo sindicalismo burocrático y clientelista.
Lejos de constituir una sorpresa, el "Acta" firmada un año atrás contemplaba explícitamente que una política de transparencia y modernización impulsada conjuntamente desde la Dirección y la Subdirección afectaría a ciertos grupos e individuos que defenderían los espacios "conquistados" como "cotos cerrados", que se aferrarían a sus microsaberes y micropoderes en tanto que "derechos adquiridos". El problema no consistió en estas previsibles resistencias, sino en la defensa teórica y práctica, no tan previsible, que hizo el Director de la existencia y del funcionamiento de estos micropoderes y microsaberes en términos de "las más hondas tradiciones de la administración pública argentina", e incluso del "drama de la Argentina profunda". La Dirección no ha buscado, tal como se había comprometido a través de la firma del "Acta", limitar el poder de los sindicatos a las cuestiones específica y legítimamente gremiales, sino que virtualmente ha institucionalizado su codirección para la toma de todas las decisiones, grandes, medianas y pequeñas, delegando así responsabilidades que le son propias. La cadena de mandos de las direcciones y las jefaturas sigue quebrada, pues los empleados no responden a los poderes formales sino a los reales, que son los que en definitiva sancionan castigos y otorgan beneficios (como horas extras, plus salariales, etc). Los jefes y los coordinadores sólo ejercen una autoridad nominal, en desmedro del ascendiente que logran ciertos liderazgos sectoriales en el reparto de prebendas y cuotas de poder. La Biblioteca Nacional sólo formalmente constituye una unidad institucional. Es una suma inarticulada de poderes reales que no figuran en ningún organigrama, pero son los que operan cotidianamente.
Sé bien que no es tarea sencilla modificar profundamente esta situación, que por otro lado afecta desde hace décadas a la totalidad de la administración pública nacional. Pero creo que en una relación de fuerzas dada, pueden lograrse avances, retrocesos o estancamientos respecto de una reforma profunda de las instituciones del Estado. Por ejemplo, bajo la gestión de Elvio Vitali se dieron pasos importantes en la Biblioteca Nacional en el sentido de fortalecer la Dirección, las direcciones de áreas y las jefaturas en desmedro de dichos "poderes reales". En cambio, bajo la gestión capitaneada por González la Biblioteca Nacional ha vuelto a caer a uno de los niveles más bajos de institucionalidad o, lo que es lo mismo, de soberanía absoluta de los poderes de hecho. En su vocación negociadora con estos micropoderes, la gestión González ha sancionado una suerte de estructura de poder feudal. En el marco de esta lucha sin cuartel entre cotos cerrados, el Director se presenta ante a cada uno de ellos como una suerte de monarca concesivo y dadivoso.
Lamentablemente, el presupuesto de la Biblioteca Nacional se ejecuta a través de estas sordas pujas intersectoriales, jugando el Director un deslucido papel de moderador. La "buena prensa" obtenida este año por la Biblioteca Nacional, en parte gracias a la concreción del Programa Inventario, y en parte también como efecto de la enorme oferta de actividades culturales que fue reflejando la prensa diaria, favoreció sin duda el notable crecimiento del presupuesto asignado. Dicho presupuesto pasó de alrededor de 7 millones de pesos para el año 2004 a casi 12 en el año 2005 y a 17 millones en el año en curso (sin contar los llamados "refuerzos" que se solicitan a fin del ejercicio, y que este año hicieron que el presupuesto anual de la Biblioteca Nacional rondara los 20 millones de pesos). Una cifra nada desdeñable, pero al ser distribuida según dichas pujas sectoriales, apenas una ínfima porción fue destinada a enriquecer el patrimonio de la Biblioteca, mientras que la gran mayoría del presupuesto fue destinado a mejorar la situación salarial del personal así como a generar nuevas e incontroladas contrataciones.
El Director, a través de sus reiterados discursos, se ufana en haber consagrado la unidad de lo que llama la "comunidad bibliotecaria". Así lo expresó, por ejemplo, en octubre de este año, cuando inauguró ante el personal de la institución el Comedor Comunitario "Raúl Scalabrini Ortiz" en un espacio que el proyecto original del edificio consagraba al primer tramo del circuito de ingreso de los libros y otros materiales a la Biblioteca. En su esfuerzo por integrar dicha "comunidad bibliotecaria" —una suerte de versión bibliotecológica de la Comunidad Organizada—, ha otorgado a los "poderes reales" espacios físicos y simbólicos de la Biblioteca y la parte sustancial de los recursos materiales de su presupuesto. Semejante empeño de conformar a todos y cada uno de los empleados y grupos de la Biblioteca sería casi inobjetable si no fuera por un detalle: en su "comunidad bibliotecaria" hay un gran ausente, y ese ausente es el lector. Y si es cierto que muchos empleados estuvieron durante años "castigados" con sueldos bajos, el más castigado de la Biblioteca Nacional es este actor casi invisible y casi inaudible, porque no está organizado, porque no tiene gremios, porque no puede responder a la desconsideración de la que es objeto sino con su ausencia, con su creciente emigración a otras bibliotecas. Y esta es la gran paradoja de la Biblioteca Nacional: el gran ausente es el lector, cuya existencia misma se identifica con el sentido y la misión de la Biblioteca. Significativamente, uno de los espacios a través de los cuales el lector podía sentirse, al menos en parte, invitado a participar de las discusiones acerca del curso a imprimirle a las políticas institucionales en esta Biblioteca, como era el Consejo Asesor de Investigadores, sólo fue convocado dos veces durante el año 2006 —la primera de ellas en marzo y la última en julio—, sin que se les participara activamente de ninguno de los proyectos.
Lamento, Dr. Nun, contradecir cierta imagen tranquilizadora que de la Biblioteca Nacional se ha logrado construir no sin cierta eficacia comunicativa, pero me veo obligado a señalar que el cuadro crítico presentado en setiembre de 2004 por la gestión Vitali aún permanece, en sus líneas generales, crudamente vigente. El presupuesto de la Biblioteca Nacional crece de modo exponencial y al mismo tiempo el patrimonio crece de modo vegetativo y la cantidad de lectores cae de modo exponencial.
Por ejemplo, a lo largo del año 2006 la política de contratación de personal de la Biblioteca Nacional continuó anclada en una de las peores tradiciones de la administración pública nacional. Me refiero a la política de "cuotas" de los poderes reales que admite de hecho la contratación de nuevo personal según el peso relativo de cada uno de ellos. Según un memorando interno producido por uno de los delegados gremiales, hasta setiembre del año 2006 la Dirección había incorporado 19 contratados, mientras que UPCN había incorporado 9, ATE 7 y SOEME 2. Dicho memorando atribuye a la Subdirección la incorporación de 6 contratados. En verdad, si bien es indudable que promovimos la contratación de profesionales para cubrir cargos en diversas áreas de la Biblioteca, desde la Subdirección hemos rechazado reiteradamente el método de las "cuotas", no sólo porque sirve a la construcción de "clientelas" políticas y gremiales, sino porque distorsiona el regular funcionamiento de la institución. No quiero con esto, ni mucho menos, descalificar a todos y cada uno de los contratados que ingresaron a trabajar este año a la Biblioteca Nacional: en algunos casos me consta que se han desempeñado excelentemente. De cualquier modo, creo que el compromiso laboral es totalmente distinto cuando se ingresa de modo transparente que a través de padrinos, cuando se ingresa para cubrir una vacante real que como resultado de una presión, cuando hay postulación y selección transparentes que cuando se dan los clásicos "acomodos". La incorporación de personal contratado es una responsabilidad de las autoridades de la institución y debe cubrirse atendiendo a las demandas reales de las diversas áreas y no según la presión de los gremios o los grupos de poder. Las convocatorias deben ser abiertas y públicas, especificándose el perfil técnico de la persona a contratar. Para enfrentar este grave problema, propusimos en nota a la Dirección la creación de un Comité de Selección de Personal Contratado integrado por representantes de la Dirección, la Subdirección, las respectivas Direcciones, el Jefe de Personal y el Jefe del área que solicita el empleado. El Comité debería constituirse para atender las solicitudes de personal por parte de los jefes y coordinadores, abrir una convocatoria pública y finalmente escoger entre los postulantes, evaluándolos a través de la lectura de los curricula vitae y de entrevistas personales. Cada gremio debería enviar un veedor para garantizar la transparencia de la selección.
La propuesta de la Subdirección fue reiteradamente rechazada por la Dirección como "poco realista", por desconocer "las antiguas tradiciones que laten en lo más profundo de la administración pública", por ignorar, en fin, una vez más, "el drama de la Argentina profunda". Pero la enorme presión de los pasantes universitarios, inicialmente contratados para trabajar cargando datos en el Inventario de Libros, para pasar al estatuto de empleados contratados, obligó finalmente a la Dirección a sancionar mediante una Resolución, firmada a fines de este año, la constitución de un Comité de Selección.
La Resolución podría ayudar a fortalecer la débil institucionalidad de la Biblioteca Nacional, pero en la medida en que no se desactive el funcionamiento de los grupos de poder real, el Comité de Selección —así como los concursos convocados para marzo de 2007 para cubrir los cargos de las cuatro Direcciones estructurales— corre el riesgo de convertirse en una suerte de cobertura institucional de una puja facciosa de poderes. El sistema de "cuotas" podría seguir funcionando, pero bajo la máscara institucional de un Comité de Selección de Personal…
En fin, en la medida en que no existe una Dirección dispuesta a asumir a fondo sus responsabilidades, cada "feudo" queda de algún modo librado a su propia suerte, a sus propias reglas y a sus mandos "reales". El ausentismo del personal, según un estudio realizado en el año 2005, arañaba el 30%, siendo además muy débil el control de permanencia del personal en el puesto de trabajo.
La Biblioteca Nacional funciona deficitariamente, pero no por falta de personal: entre empleados de planta y contratados la cifra trepa hoy a los 400 trabajadores. Si a esto le sumamos 65 pasantes y 10 bibliotecarios contratados para la realización de los Inventarios, la cifra supera las 450 personas. Es una cifra superior a la cantidad de empleados de la Biblioteca Nacional del Brasil (422 en el año 2001 según cifras de ABINIA), pero alarmante si se tiene en cuenta que dicha Biblioteca atesora tres millones y medio de volúmenes (sin contar los 870.000 volúmenes que resguarda en el Tesoro), contra los magros 800.000 de nuestra Biblioteca Nacional (y apenas 30.000 estimados en nuestro Tesoro). El dato es significativo, pues ambas bibliotecas nacionales son beneficiarias del Depósito Legal, pero mientras el desarrollo de la industria editorial brasileña sólo ha sido intenso en las últimas dos décadas, en la Argentina conocimos un desarrollo sostenido a lo largo de todo el siglo XX y particularmente intenso entre la década de 1930 y la de 1980. Quisiera señalar también que la Biblioteca Nacional de México disponía en el año 2001 de dos millones de volúmenes y la Biblioteca Nacional de Venezuela de 2 millones y medio.
Nuestra Biblioteca cuenta entre su personal con apenas un poco más de 50 bibliotecarios, una docena de informáticos y otra docena de licenciados en Letras y Ciencias Sociales. Aproximadamente el 75% de su personal no tiene calificaciones profesionales para trabajar en una biblioteca, cumpliendo tareas administrativas o de acarreo en los depósitos. La Biblioteca Nacional del Brasil tiene en total 276 profesionales y técnicos (un 65,40% del total) contra 139 administrativos (32,94%) y 7 directivos (1,66%). Dicha Biblioteca, considerada por UNESCO como la octava biblioteca nacional del mundo y la mayor de América Latina, posee un mecanismo estructurado para la compra de material bibliográfico en el exterior con el objetivo de reunir una colección de obras extranjeras en las que se incluyan libros relativos a Brasil o de interés para el país; elabora y divulga la bibliografía brasileña a través de un Boletín Bibliográfico y mediante el Programa Biblioteca Nacional Sin Fronteras tiene como objetivo la creación de una biblioteca digital, concebida como un espacio virtual donde se integren las colecciones digitalizadas, los recursos humanos y los servicios ofrecidos al ciudadano. La Biblioteca Nacional argentina, con una dotación mayor de personal, carece absolutamente de proyectos semejantes.
En suma, nuestra querida Biblioteca Nacional, que debería ser el reservorio de nuestra vasta actividad editorial, la cabeza del sistema bibliotecario nacional, el epicentro de la elaboración de la Bibliografía y la Hemerografía Nacionales, la avanzada en la proyección de una biblioteca digital, viene difuminando su identidad, viene ofreciendo un servicio deficiente y viene perdiendo lectores, por no hablar de los investigadores. La función de gran biblioteca pública la ha perdido en manos de la Biblioteca del Congreso. También la Biblioteca del Congreso, así como el Centro de Estudios Históricos del Parque de España de Rosario y otras instituciones, la han aventajado con creces en políticas de microfilmación. La Academia Argentina de Letras ha tomado el lugar que la Biblioteca Nacional dejó vacante en lo que hace a políticas de digitalización de su patrimonio cultural. Los investigadores la han dejado como biblioteca de última instancia, para reorientarse a bibliotecas especializadas, como la Biblioteca del Maestro, o las bibliotecas universitarias, o a centros de documentación como la Fundación Espigas, el CEDODAL o el CeDInCI. Según datos elaborados por la Dirección de Atención al Usuario, la cantidad de lectores cayó en el presente año, respecto del año anterior, en un 20%. Según una lista confeccionada por dicha Dirección, de los mil libros más pedidos se desprende que los lectores habituales son sobre todo estudiantes de Derecho y de Medicina que solicitan libros de texto universitarios. En suma, el material que solicita mayoritariamente el lector poco tiene que ver con el riquísimo acervo cultural que atesora la Biblioteca Nacional
La Biblioteca Nacional argentina ya no es aquella antigua y memorable biblioteca clásica de la calle México, donde habitaban los fantasmas de Groussac y de Borges que en vano invoca su actual director. Ya sin el aura de la antigua Biblioteca Nacional, el traslado a la nueva sede durante el período 1991-1992 en la época de la fiesta menemista, signó a la nueva Biblioteca, condenada a sobrevivir sin las glorias de la tradición ni tampoco con las ventajas de la modernización. En quince años transcurridos desde que se inauguró la nueva sede de la calle Agüero, los sucesivos proyectos de informatización (con la excepción del Programa de Inventario de Libros), fracasaron uno a uno. Como testimonio de dicho fracaso, quedan en el Departamento de Informática alrededor de 77 bases de datos, cargadas en distintos formatos, muchas de ellas ya irrecuperables. Este sólo dato —77 bases de datos—, habla a las claras de la ausencia de una política orgánica de informatización y de modernización integral de la Biblioteca Nacional, habla de su feudalización, de la imposibilidad de garantizar el efectivo acceso al lector de todos los materiales que atesora así como de la imposibilidad de garantizar el resguardo de ese patrimonio.
Esto significa que iniciado el siglo XXI, la Biblioteca Nacional de nuestro país sólo cuenta, gracias al Programa Inventario, con un catálogo automatizado de menos de 800.000 registros, que corresponde a los libros y folletos de su Colección General. Quedan fuera de este catálogo automatizado todas las colecciones especiales de manuscritos, partituras, mapas, fotografías, grabados, dibujos, publicaciones periódicas y obras antiguas resguardadas en el Tesoro. De modo que el catálogo disponible desde hace apenas seis meses para los lectores a través de Internet, que es hoy el principal instrumento de difusión de sus colecciones en el mundo, es un desarrollo incompleto. Todos los demás procesos se gestionan de forma totalmente manual, desde la gestión de las nuevas adquisiciones y el control de los ingresos por depósito legal, hasta la circulación de los fondos en la Biblioteca, el seguimiento de la recepción de las entregas de las publicaciones periódicas, la gestión de los catálogos colectivos, etc. En suma, la Biblioteca Nacional realiza un conjunto complejo de procesos con escasa o nula integración, que impide ofrecer un servicio a eficaz y rápido a los lectores y que sin embargo consume muchos recursos humanos.
En fin, Dr. Nun, las cifras volcadas en esta carta apenas dan una idea somera de la situación crítica que todavía vive nuestra Biblioteca Nacional. Aunque no desdeño ni mucho menos las actividades culturales que puedan desplegarse desde su sede —la Subdirección incluso ha impulsado algunas de ellas, como el Ciclo de Poesía y Música y el Ciclo de Cine Mudo con Piano en Vivo—, creo que el rumbo que debería retomar la Biblioteca Nacional es el que se había iniciado con la gestión Vitali en junio del año 2004 y que se perdió en el año 2006: es el rumbo de su modernización, de su informatización integral, de su saneamiento administrativo, de la capacitación de su personal y de la incorporación a través de concursos públicos y transparentes de los bibliotecarios e informáticos que necesita con urgencia.
Doy por descontado que buena parte del personal de la actual Biblioteca Nacional acompañaría este rumbo, así como ciertos sectores gremiales que han comprendido la necesidad de fortalecer un nuevo sindicalismo, hoy apenas incipiente. Lo que hoy no existe es una Dirección con la convicción intelectual y el coraje cívico para sostener esta orientación, más allá de sus resonantes declaraciones públicas. Lejos de la celebración de eventos sociales y de viajes protocolares, la Biblioteca Nacional requiere de un equipo de Dirección con competencia acreditada en la gestión bibliotecaria, capaz de brindar respaldo y confianza a un equipo técnico que encare prácticamente la tan mentada modernización.
Agradeciendo la confianza depositada en mi nombramiento y esperando que el Informe no defraude las expectativas, lo saluda cordialmente
Horacio Tarcus
Subdirector