En este número de La Tecl@ Eñe se entrega la primera parte del ensayo Masa y Poder; Mecanismos Victimales, escrito por el Dr. Adolfo Vásquez Rocca. En el texto el autor afirma, entre otros conceptos, que la masa, como una prolongación ontológica del individuo, manifiesta algunas de las propiedades de éste: se angustia, se excita, se protege, se enriquece, se desarrolla y fenece.
Así, la masa ama la densidad y siempre se mueve hacia algo: las masas arrastran cuerpos, contagian y provocan excitaciones cinéticas colectivas logrando que, de pronto, todo esté repleto
Así, entre los atributos principales que pueden reconocerse en la masa están la compulsión a crecer en número y en concentración; la masa ama la densidad y siempre se mueve hacia algo; las masas arrastran cuerpos, contagian y provocan excitaciones cinéticas colectivas, logran que, de pronto, todo esté repleto.
En El desprecio de las masas; Ensayo sobre las luchas culturales en la sociedad moderna, constata la disolución del sueño del colectivo autotransparente y la persistencia de un estado de pseudoemancipación desde el cual la masa descarga su energía y elimina distancias burguesas, se congrega ante sí y para sí, aunque ya no se expresa en una asamblea física sino a través de medios masivos de comunicación.
1.- La entrada en escena de las masas.
Las masas han irrumpido en la escena de nuestro tiempo, configurándola, deviniendo sujeto y dotándose de una voluntad y una historia. Como lo había prefigurado Hegel se trata del desarrollo de la masa como sujeto. En este fenómeno se presagia la aparición de un poderoso y sospechoso actor sobre el escenario político. Cuando la masa se dota de voluntad cabe atisbar el fin de la época de la altivez idealista. Tan pronto como la masa se considera capaz de acceder al estatuto de una subjetividad o de una soberanía propia, los privilegios metafísicos desaparecen. La exaltación de lo masivo y ruidoso, lo violento y coactivo, así como la fascinación por la aglomeración y el desfile de tropas resultan irresistibles para las sensibilidades totalitarias siempre ávidas de agitación y despliegue de poderío.
Con el ascenso de las masas a la categoría de sujeto se produce el colapso de la visión romántico-racional del sujeto democrático consciente de sus deseos. La tesis aquí en juego, y de la cual se derivarán serias consecuencias, es que en la constitución originaria del sujeto masificado predominan las motivaciones opacas. Como advierte Sloterdijk, en el seno de la masa los individuos excitados no componen lo que la mitología de la discusión -la sociología convencional- denomina un público; ellos, al contrario, se concentran en un punto donde se forman hombres sin perfiles, los que confluyen a un lugar donde todo por sí mismo se revela como lo más denso [am scwärzesten]. Este ímpetu hacia el tumulto humano revela que en la escena original de la formación del yo colectivo existe un exceso de material humano, una sobre-densidad.
Estas observaciones son fundamentales para la comprensión de la naturaleza insuperablemente inerte e impenetrable de la formación de la subjetividad.
En la era del individualismo burgués, definido por la creación de distancias entre los sujetos, donde el propio sistema aisla a los individuos entre sí, y los dirige a cada uno de ellos hacia el esfuerzo solitario de tener que llegar a ser ellos mismos, “nadie puede aproximarse, nadie alcanza las alturas del otro”[3]. En el tumulto, en cambio, se derriban todas las distancias. Allí donde la turba humana se hace más densa, empieza a tener efecto una prodigiosa marea desinhibida. La masa tumultuosa vive de esta voluntad de descarga.
Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga se elimina toda separación y todos se sienten iguales. En esta densidad, donde apenas cabe observar espacios, entre ellos, cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio. La inmersión del yo en el colectivo que lo contiene y supera.
La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la masa. Incorpora a todos los que se pongan a su alcance. La masa natural es la masa abierta, sin límites prefijados. Con la misma rapidez que surge, la masa se desintegra. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la desintegración, de la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un crecimiento acelerado. La masa cerrada renuncia al crecimiento y se concentra en su permanencia, se establece y crea su lugar para limitarse, crea su propio espacio protegido y vigilado de las influencias externas.
Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido. En todas partes el hombre elude el contacto con lo extraño. Aún cuando se mezcla con gente en la calle, evita cualquier contacto físico. La rapidez con que nos disculpamos cuando se produce un contacto físico involuntario, pone en evidencia esta aversión al contacto.
Solamente inmerso en la masa, puede liberarse el hombre de este temor a ser tocado. Es la única situación en la que ese temor se convierte en su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se estrecha con el otro; densa, también, en su constitución cívica, pues dentro de ella no se presta atención a quién es el que se estrecha contra uno. En cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a esta situación ideal, todos somos iguales.
Muchedumbres ha habido siempre. Ocurre que es ahora -desde comienzos del siglo XX- cuando se han hecho visibles y se han puesto en marcha, ingobernables, arrasando e imponiéndose sobre los individuos –sobre los personajes principales y dotados de excelencia o nobleza. El decir de la gente -que compone un coro nutrido de voces que opinan más o menos lo mismo y se estructura en forma de ”usos establecidos” o lugares comunes asume el carácter de ley; de modo tal que de pronto nos hallamos ante suntuosas “vigencias”, usos sociales que no precisan para su extensión de comprensión sino, tan sólo y primariamente, de presión. Se ponen de manifiesto porque sencillamente se imponen. La sociedad, la gente, no tiene ideas propias. La colectividad no piensa, y, estrictamente hablando, tampoco tiene opiniones, sino que las contiene y en ellas está instalada[4] -aun cuando no repare en ello. Las 'opiniones' pues se imponen tanto por el arrastre propio de lo vulgar y simple, como por el poder comunicativo que las “ideas” de esta índole suelen comportanr en la coacción de unos grupos de individuos concretos sobre otros. Luego, por la fuerza de la costumbre se generalizan hasta que entran en desuso, por cansancio o por su desvelamiento.
Aun cuando, "la" opinión pública sea en realidad una ficción, ella intenta, como se ha mostrado, imponerse y dominar el gusto bajo la coerción del autovalidado sentido-común; será desde el lugar común, desde donde las masas -la opinión pública- intentará tomar por asalto la razón y convencer que la 'obligación' democrática de los gobernantes es escuchar y seguir la voz de la calle, cuestión que se valida desde la convicción cívica de que todo poder y todas las formas legitimas de expresión proceden de las mayorías.
2.- Multitudes y públicos; mecanismos victimales.
El concepto de “opinión pública” nos remite a una distinción fundamental, aquella existente entre multitudes y públicos. Una vez que la psicología de las masas[5] ha quedado establecida debe elaborarse una psicología de los públicos, concebido este último como una colectividad puramente espiritual, como una diseminación de individuos físicamente separados cuya cohesión es completamente mental”[6]. El público, en este sentido era desconocido en la Antigüedad y en la Edad Media, y la precondición para su surgimiento fue la invención de la imprenta en el siglo XV. Este público de lectores, sin embargo, era limitado y sólo comenzó un proceso de generalización y fragmentación en el siglo XVIII, proceso que se profundizaría y consolidaría con el advenimiento del periodismo político durante la Revolución Francesa. No obstante , en ese momento, el público revolucionario era principalmente parisino ; fue necesario esperar hasta el siglo XX, al desarrollo de medios veloces de transporte y comunicación, para ver el surgimiento de verdaderos públicos nacionales e, incluso, internacionales.
Ahora bien, mientras que lo que demandan las multitudes furiosas era una o más cabezas, la actividad del público, sin embargo, es menos simplista, ya que “se orienta tan fácilmente hacia un ideal de reformas o utopías como hacia ideas de ostracismo, persecución y expoliación”[7]. Pero incluso en el caso de los públicos, el odio juega un rol central: “Descubrir o inventar un nuevo y gran objeto de odio para el público, aún constituye el medio más seguro de convertirse en uno de los reyes del periodismo”.[8] Sin embargo, la conclusión de Tarde no es totalmente pesimista. Las ventajas de los públicos deben hallarse no sólo en el reemplazo de la costumbre por la moda, de la tradición por la innovación; “también reemplazan la clara y persistente división entre las muchas variedades de asociación humana, con sus conflictos interminables, por una segmentación incompleta y variable cuyos límites se desdibujan, en un proceso de perpetua renovación y penetración mutua”.[9]
La presencia de las masas, de las multitudes –según la distinción establecida–, de gentes saliendo a la calle a manifestarse movidos por una suerte de pulsión autoafirmadora (que supone a la vez una fuerza negadora de la individualidad), pero también por una descarga de tensión, por una pasión o un instinto de supervivencia, como cuando el apremio y el miedo les paraliza y necesitan sacudírselos, allí buscan la calle y el amparo de la gente, el contacto con los otros, como ocurre, por ejemplo, al producirse una catástrofe, un terremoto o un incendio. Elías Canetti, junto con Ortega[10] –y en la actualidad Peter Sloterdijk– son quienes mejor han comprendido la fenomenología de la masa, denominando justamente “descarga” a su más característico movimiento interior.
El fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa es la descarga. Es el instante en que todos los que forman parte de ella, se deshacen de sus diferencias y se sienten iguales. Las jerarquías que dividen, las individuaciones que diferencian, las distancias que separan; todo esto queda abolido en la masa. Únicamente en forma conjunta pueden liberarse los hombres del lastre de sus distancias. En la descarga se despojan de las separaciones y todos se sienten iguales.
Es en la densidad donde, como se ha señalado, cada cual se encuentra tan próximo al otro como a sí mismo, lo que produce un inmenso alivio. Y es en razón de este instante de felicidad, en el que ninguno es más ni mejor que el otro, como los hombres se convierten en masa.
Las masas cerradas tienden a la estabilidad, mediante la invención de reglas y ceremonias características que capturan a sus integrantes. En la asistencia regular a la Iglesia, en los actos cívicos, en las ceremonias militares, en la repetición precisa y conocida de ciertos ritos, se garantiza a la masa algo así como una experiencia domesticada de sí misma.
Otra hipótesis de interés acerca de los referidos mecanismos ceremoniales es la de Girard en torno a “la existencia de mecanismos victimales y su función en el origen de las religiones, las culturas y la humanidad”. Girard habla de mecanismos para “señalar la naturaleza automática del proceso y de sus resultados, así como la incomprensión e incluso inconsciencia de quienes participan en él”[11] .
Antes de la constitución de la humanidad, había violencia entre los homínidos. Se trataba de una violencia de rapiña, y era especialmente fuerte al interior de las especies más avanzadas, cuyas pautas dominantes eran frágiles y susceptibles de ser quebrantadas, al punto que se hicieron letales. Esta violencia de todos contra todos es un proceso simétrico, recíproco, porque es mimético, de manera que se trata de una violencia que es respondida con otra violencia similar.
Se trata de un proceso de imitación que no se ve frenado por las pautas de la comunidad, sino que se intensifica hasta hacerse una violencia de dos que se imitan el uno al otro, y se extiende por contagio para convertirse en violencia de todos contra todos. No obstante, en este punto no existen sino dos caminos: la disolución total de la comunidad por la violencia, o la transferencia de la violencia de todos contra una víctima.
No hay en el origen de la sociedad una decisión razonable o de un contrato, sino un mecanismo inconsciente, del mismo orden del deseo que toda la mimesis, y que Girard ha llamado “chivo expiatorio”, el cual probablemente ocurre cuando una diferencia, un rasgo de debilidad, distingue a un miembro particular del grupo en el combate por la 'muta' de destrucción. Así, en su perspectiva, la víctima tan sólo cuenta con el indicio de una violencia que no tiene causa, que sólo se origina en la misma violencia.
A partir de cierto grado de frenesí, la polarización mimética se realiza sobre la víctima única. Después que la violencia se ha saciado sobre esa víctima, se interrumpe necesariamente y el silencio sucede al alboroto. Este contraste máximo entre el desencadenamiento y la calma, la agitación y la tranquilidad crea las circunstancias más favorables que pueden darse para que despierte esa nueva atención. Como la víctima es la víctima de todos, en ese instante se fija sobre ella la mirada de todos los miembros de la comunidad. Por encima del objeto puramente instintivo (...) está el cadáver de la víctima colectiva y ese cadáver es lo que constituye el primer objeto para ese nuevo tipo de atención .
De este modo, siempre late la amenaza de un estallido, el que debe entenderse como la repentina transición de una masa cerrada a una abierta. La masa ya no se conforma con condiciones y promesas piadosas, quiere experimentar ella misma el supremo sentido de su potencia y pasión animales, y con este fin utiliza una y otra vez cuanto le brindan los actos y exigencias sociales.
El ataque desde fuera sólo puede fortalecer a la masa. Físicamente separados, sus miembros tienden a reunirse con más fuerza. El ataque desde dentro es, en cambio, peligroso de verdad. Una huelga que haya obtenido determinadas concesiones se desintegrará a ojos vistas. El ataque desde dentro obedece a apetencias individuales. La masa lo siente como un soborno, como algo inmoral, ya que se opone a su clara y transparente condición básica. Todo el que pertenece a una masa lleva en sí a un pequeño traidor deseoso de comer, beber, amar y vivir en paz. La masa está siempre amenazada desde adentro y desde afuera. Una masa que no aumenta está en ayunas.
Una de las primeras cosas que se descubre al moverse por una gran ciudad es el hecho de que la gente parece desplazarse errática, con el sentimiento de ser una isla solitaria, sin conexión con las de su alrededor.
Al respecto Sloterdijk nos refiere en El desprecio de las masas una descripción muy afín a los tiempos actuales cuando destaca que: “Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, postmodernas han dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de masas, discursos, modas, programas y personalidades. (...) La masa postmoderna es una masa carente de todo potencial, una suma de micro-anarquismos y soledades que apenas recuerda la época en la que ella – excitada y conducida hacia sí misma a través de sus portavoces y secretarios generales- debía y quería hacer historia en virtud de su condición de colectivo preñado de expresividad.”[12]
La sociedad entonces se fragmenta en pequeñas epidemias cerradas, que ni se mezclan ni se comprenden, lo que aumenta los problemas de violencia, pequeñas sectas de gente idéntica enfrentadas entre sí.
Zizek, en La metástasis del goce, recurre a categorías freudianas para referirse a la circulación simbólica de la violencia, conjeturas en torno a un orden sacrificial donde la inmolación tiene lugar en vistas a un credo fundamental por el que no sólo se esta dispuesto a matar, sino también y de modo principal, a morir, para ello no es necesario recurrir a racionalizaciones espurias para caer en la cuenta que la violencia encuentra su anclaje en referencias simbólicas. El ideario, la cosmovisión que comporta un discurso será siempre secundario frente a la puesta en marcha de los instintos, eventualmente crueles, por el detonante iconográfico y operístico de la política de masas[13].
El esquema que presenta Zizek deja entrever además el rechazo de lo simbólico propio del discurso capitalista, cuyas formas de dominación se cimentan, precisamente, en ese tipo de negaciones. Es a esto lo que Sloterdijk llama la falsa conciencia ilustrada, un claro síntoma del tardo-capitalismo es la negación de la distancia entre la máscara ideológica y la realidad social. La fórmula es simple: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen. La razón cínica ya no es ingenua, sino que es una paradoja de una falsa conciencia ilustrada: uno sabe de sobra la falsedad, está muy al tanto de que hay un interés particular oculto tras una universalidad ideológica, pero aún así, no renuncia a ella."[14]
[1] “Sloterdijk y Canetti: el detonante iconográfico y operístico de la política de masas”, en LA LÁMPARA DE DIÓGENES, Revista de filosofía, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México, Nº 12 y 13, 2006, pp. 169-182.
[2] Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la 'Fundación Hombre y Mundo' y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Ha publicado recientemente el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008.
[3] CANETTI, Elías (1960), Masa y poder, Ed. Alianza, Muchnik, Madrid, 1997, p. 16
[4] ORTEGA Y GASSETT, José, La Rebelión de las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
[5] FREUD, S. Psicología de las masas y análisis del yo , 1921.
[6] TARDE, G. “Les foules et les sectes criminelles” [1898], en L'Opinion et la Foule, París, Presses Universitaires, 1989, p. 145 - (trad. esp.: La opinión y la Multitud, Madrid, Editorial Taurus, 1986, p. 31.
[7] TARDE, G. “Les foules et les sectes criminelles” [1898], en L'Opinion et la Foule, París, Presses Universitaires, 1989, p. 145 - (trad. esp.: La opinión y la Multitud, Madrid, Editorial Taurus, 1986, p. 70
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] ORTEGA Y GASSETT, Jose, La Rebelión de las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
[11] GIRARD, René, La violencia y lo Sagrado, Editorial Anagrama, Barcelona, 1995, p. 15 y sgtes.
[12] SLOTERDIJK, Peter, El desprecio de las masas. Ensayos sobre las luchas culturales de la sociedad moderna, Pre-textos, Valencia, 2001, pp. 17-18.
[13] ŽIŽEK, Slavoj, Las metástasis del Goce. Seis ensayos sobre la mujer y la causalidad, ed. Paidos, Buenos Aires, 2003
[14] ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2003, pp 56-57
Ensayo:
ResponderEliminarMASA Y PODER; MECANISMOS VICTIMALES
I
La masa, como una prolongación ontológica del individuo, manifiesta algunas de las propiedades de éste: se angustia, se excita, se protege, se enriquece, se desarrolla y fenece.
Así, entre los atributos principales que pueden reconocerse en la masa están la compulsión a crecer en número y en concentración; la masa ama la densidad y siempre se mueve hacia algo; las masas arrastran cuerpos, contagian y provocan excitaciones cinéticas colectivas, logran que, de pronto, todo esté repleto.
En El desprecio de las masas; Ensayo sobre las luchas culturales en la sociedad moderna, constata la disolución del sueño del colectivo autotransparente y la persistencia de un estado de pseudoemancipación desde el cual la masa descarga su energía y elimina distancias burguesas, se congrega ante sí y para sí, aunque ya no se expresa en una asamblea física sino a través de medios masivos de comunicación.
Abstract
The mass, like a ontologic prolongation of the individual, shows some of the properties of this one: one becomes distressed, it is excited, it protected, becomes rich, it is developed and it concluded. Thus, between the main attributes that can be recognized in the mass they are the compultion to grow in number and concentration; the mass loves the density and it always moves towards something; the masses drag bodies, infect and cause collective kinetic excitations, obtain that, suddenly, everything is filled. In the scorn of the masses; Test on the cultural fights in the modern society, states the dissolution of the dream of the autotransparente group and the persistence of an pseudo-emancipation state from which the mass unloads its energy and eliminates bourgeois distances, it is congregated before himself and for himself, although no longer it are expressed in a physical assembly but through massive means of communication.
Palabras claves:
Masa – poder – rebelión – ritual – política – opinión – público.
SLOTERDIJK Y CANETTI; EL DETONANTE ICONOGRÁFICO Y OPERÍSTICO DE LA POLÍTICA DE MASAS.
Dr. Adolfo Vásquez Rocca