05 septiembre 2008

Zona Literaria/ Una tarde con Jacobo Fijman - por Vicente Zito Lema


Una tarde de cielo con Jacobo Fijman

por Vicente Zito Lema
(para La Tecl@ Eñe)

foto: Efraín Dávila


Urgidos a superar, desde el fondo de la necesidad y en pos del martirio que deviene en deseo, una condición cultural original: vivir como espejo de la muerte, tal vez sea una buena medida del amor juzgar a los seres por su capacidad para incitarnos a navegar por los grandes interrogantes de la resurrección.
En su amor sin piedad (¿acaso porque en la piedad yacen las huellas de la indiferencia…?), el poeta Jacobo Fijman jamás dejará de acorralarnos frente a los ojos de la verdad vivida.
He aquí tres preguntas de humana eternidad, como la eternidad de su alma (un alma celeste iluminando su frente), que atesoro como la herencia que dejó en mí.

¿Qué has hecho tú con la poesía?
¿Qué has hecho con tu vida en la poesía?
¿Qué has hecho de la poesía y de la vida en el cielo y en el infierno, donde la soberanía del cuerpo que navega por los ríos de la tierra, se estremece a través de la sombra de su alma…?

Otra vez lo recuerdo. O mejor, dejo que hable mi alma, y dejo que viva en este nuevo instante lo que nunca dejó de vivir…
Caminamos por los patios del hospicio. La tarde protege cada secreto. Puede ser el sol o puede ser la luna que nos acompaña en el cielo rojizo. Jacobo Fijman mira aquél cielo como si allí estuviera la respuesta de sus días. Nadie me lo advierte, pero sé que son las últimas preguntas que haré ese día que es anterior a la noche, como la noche es anterior a cada día, lo digo y me río de la infinita cantinela con mi boca de niño.

-¿Cuál es esa demencia que se invoca en su poesía? (No puedo negar que mientras pregunto el pudor corroe mis labios, como una lava que se esmera con la piedra…)

- Es la demencia en sentido total. (Siento que Jacobo Fijman ya no me habla. Es su momento de hablar con Dios…) Hay formas que obedecen a los nervios centrales. Y otras a los nervios periféricos.
Y puede ser también un castigo.
El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso también pasa hasta con las vacas.
Ahora bien, la mayoría de los dementes tiene la médula desviada. Cualquier enfermedad, aún el cáncer, es estado de locura.
Los médicos tendrían que seguir realmente las enseñanzas de Hipócrates, que hasta curaba con el fuego.
¡Y pensar que incluso hay gente que se alegra de estar loca!
La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. Y a esa pobre gente que está en este hospicio, habría que darle buena comida; la comida es mala. Enseñarles a sentarse en la mesa, a no robar, a no blasfemar. Y cambiar fundamentalmente la higiene. En mi poesía invocaba la locura. Aquí se conoce la locura…
Ya estaban anunciados mis sufrimientos.
Yo soy el Jacobo Fijman que aparece en los textos de Notredamus. Aquél día vi como un puñal.
Y me dije: “quien sabe lo que lo van creer de mí; quien sabe lo que van a hacer de mí”.
Pero yo nunca he querido ser dictador.
Ni matar a nadie.
Soy un santo

.
…(Alguien diría que ya no habla, pero sonríe como quien baja del infierno y yo escucho que me dice: lo dejé asombrado, verdad… ¿o es que ya no cree en la santidad…)

-Su vida es un saber. (…En mi cabeza sigue rondando el tema de la santidad…) Su vida es un saber de sufrimientos. (… ¿No es esto la santidad…? me pregunto y no se lo pregunto, todo de pronto se vuelve innecesario…?)
Viviendo aquí años y años en la cuna de la oscuridad y los agravios, ¿se sintió alguna vez, en el terror de la noche, un enfermo mental? ¿Sintió alguna vez que usted guardaba el más atroz de los secretos humanos?
-El que pregunta ya sabe. Dejemos los secretos. Y en cuanto a sentirme un enfermo mental…
No. Rotundamente, no.
En primer lugar porque tengo intelecto agente y paciente. Y mis obras prueban que no sólo soy hombre de razón, sino de razón de gracia.
A pesar de este sitio, que como cualquiera se dará cuenta, no es el más adecuado para trabajar, he continuado en mi tarea, escribir poesía. Y es mi razón la que hace que entienda fácilmente las cosas sobrenaturales.
Los médicos no entienden esas cosas. Se portan fácilmente bien. Pero no pueden ser lo que no son.
Simplemente toman la temperatura de la piel. Dan pastillas, inyecciones, como si se tratara de un almacén. Y olvidan que en el fondo es una cuestión moral.
Y es que no conozco a nadie que pueda entender la mente.
Sin embargo no los odio. Hacen lo que pueden.
Lo terrible es que nos traen para que uno no se muera por la calle.
Y luego todos nos morimos aquí.
(Deja de hablar. El silencio es una mueca, o un desgarro. El sol, que alguna vez fue negro como la manteca, se duerme en los ojos del viejo poeta…)


Nota: Jacobo Fijman nació en Besarabia en 1892; los mares fríos y el hambre lo trajeron con su familia a estas orillas en 1896. Fue poeta y filósofo, músico y periodista, y pintó y dibujó su alma con la paciencia con que se construye la eternidad. Murió en 1972 en Buenos Aires, tras padecer 28 años de reclusión en un hospicio. Allí escribió, desde la oscuridad más profunda, varios de los poemas más luminosos que conoce la lengua castellano en el siglo XX.

Nota II: Los fragmentos de entrevista a Jacobo Fijman pertenecen a un reportaje publicado en la revista Talismán, número I, Bs. As., Mayo de 1969 . Posteriormente apareció en versión extendida en forma de libro: “El pensamiento de Jacobo Fijman o el viaje hacia la otra realidad”, Rodolfo Alonso Editor, Bs. As., 1970.

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