11 mayo 2009

Informe sobre Inseguridad/Estela Calvo: ¿Hay algo más inseguro que ser pobre?

¿HAY ALGO MÁS INSEGURO QUE SER POBRE?


Por Estela Calvo


para La Tecl@ Eñe

Ilustración: Kenti/El olvido del Edén


Dicen los expertos que la cantidad de menores que cometen delitos graves en los que hay implicado un asesinato, es muy baja en relación a la cantidad de población[1]; dicen que el porcentaje de delitos a manos de menores en Argentina es de los más bajos de América Latina; dicen que allí donde se ha aplicado mano dura y pena de muerte, el delito y la violencia han aumentado, ya que en lugar de la inclusión y la integración de los jóvenes se los excluye definitivamente y se los empuja hacia el armado de bandas muy cohesionadas, con esquemas de mando estratificados, altamente violentas y que han cortado lazos con la familia y la sociedad; dicen que no es verdad que el delito cometido por menores haya aumentado, ni aquí ni en ningún lugar del planeta, pero sí ha aumentado el eco social de cada caso, especialmente de la mano de la televisión y la prensa amarillista; dicen que, de la mano de esa prensa, se advierte lo que están dando en llamar una erótica de la violencia y hasta una pornografía de la violencia; dicen que no hay delito grave cometido por un menor que no haya contado con un sistema de adultos que no funcionó y con un sistema de adultos que se aprovecho de él.

¿Por qué, entonces, ese clamor que llega a la exasperación cada vez que un delito grave es cometido por un menor?

Quiero aportar algunas líneas argumentales que apenas si esbozarán un problema de tanta complejjdad, con el propósito de sumar a un debate que recién está comenzando y que tiene mucho por caminar.

1) La peste
2) Los medios
3) La subjetividad

1) La peste: Una de las estrategias del poder económico dominante y de los grupos políticos, sociales y periodísticos que le son afines, es fragmentar la sociedad para que no pueda constituirse una mayoría con un proyecto que recupere la historia y construya un horizonte de futuro. Dentro de esa estrategia general, un mecanismo muy utilizado es la declaración de la peste. “La peste es un mecanismo mediante el cual, repentinamente se infunde en la sociedad el miedo a un mal potencial, inminente e incierto que amenaza a todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Estos males pueden ser absolutamente falsos o pueden utilizarse problemas reales. Por ejemplo, en muchas ocasiones se manipula la sensación de inseguridad frente a los delitos para generar este mecanismo de miedo colectivo. Lo cierto es que este mecanismo busca producir los mismos efectos sociales que antiguamente cumplía la declaración de la peste”. (Alberto Binder: “La sociedad fragmentada”)

Mediante la peste, los grupos sociales se declaran la guerra a sí mismos, ya que cualquiera puede transmitir el mal. Sin embargo, es propio de la peste que existan chivos expiatorios, grupos de personas que son especialmente culpables de la contaminación social, así como antiguamente existía siempre un judío o un gitano a quien se acusaba de haber envenenado el agua de las fuentes.

La cultura de la peste, es una cultura de desencuentro, agresiva, promueve el aislamiento, el miedo, la hostilidad, el odio, la fragmentación, casi una guerra interna de la sociedad. Una guerra informal que, como toda guerra, implica y genera la destrucción de la política en tanto lazo social.

Estamos frente a una de esas situaciones en la que, diariamente, desde los medios de comunicación, se realiza y se refuerza la declaración de la peste. Todas las épocas sufrieron su propia peste, pero no es tanto la peste lo que cuenta como la declaración de la misma. Que es la que habilita el sin fin de medidas extraordinarias para hacerle frente.

Pero hay una diferencia con las pestes que la humanidad soportó a lo largo del tiempo. Y es que en la medida en que se suponía la peste como un castigo divino sobre un país, una región o una ciudad, la sociedad se formulaba la pregunta sobre cuáles habrían sido los pecados cometidos para merecerla. Más allá de la explicación religiosa, lo interesante era que se establecía una conexión entre la peste que se padecía y alguna causa que habitaba en la conducta colectiva de ese pueblo o en la conducta individual impropia de un gobernante, como en el caso de Edipo. Más aún, en el caso de Edipo, ni siquiera el ignorar que había matado a su padre y se había casado con su madre, ni siquiera el hecho de haber sido mandado matar por su padre cuando era un niño pequeño, lo eximen a él de pagar su culpa y al pueblo de la peste que cae sobre su cabeza. Es decir, los hombres, los pueblos, los gobernantes, podían y debían dar respuesta al por qué de la peste. Entraba en juego la responsabilidad.

En esta peste, en cambio, se identifica con claridad un agente productor: el menor, básicamente pobre, pero la sociedad no registra en sí misma ninguna falta o falla que haya generado el “castigo”.

2) Los medios: Si en épocas pretéritas de la humanidad la noticia de la peste se transmitía de boca en boca, hoy la transmisión cuenta con un medio privilegiado y formidable: la prensa, la televisión en particular, es el medio más eficaz para la declaración de la peste. Y, al mismo tiempo, ¿no es el mejor medio para su propagación?, puesto que ¿no es muy atractivo para un joven poco adiestrado en el dominio de sus impulsos agresivos y estimulado por un contexto violento, ver lo que puede conseguir de notoriedad y trascendencia, (amén de las nuevas ideas para enriquecer su actividad delictiva) en lo que la TV le muestra?.
Repitiendo hasta la saciedad “el” caso que a fuerza de repetición se vuelve cien, la televisión despierta y estimula el costado morboso de cada uno hasta elevarlo a la categoría de lámpara que ilumina el pensamiento y rige las urgencias colectivas que empujan con apariencia de participación democrática. La sed de venganza y el morbo colectivo devienen así insumos para la toma de decisiones políticas de una clase dirigente que no está muy dispuesta a bancarse el rechazo de salir a decir que ese no es el camino y a introducir la necesaria cuota de razonamiento, prudencia y justicia.

La televisión, dice Pierre Bourdieu, produce en el campo político un efecto similar al que produce en otros campos: pone en tela de juicio los derechos de la autonomía. “A través de los medios de comunicación, que actúan como un instrumento de información movilizadora, puede surgir una forma perversa de democracia directa que hace desaparecer la distancia respecto a la urgencia, a la presión de las pasiones colectivas, no necesariamente democráticas, que normalmente está garantizada por la lógica relativamente autónoma del campo político. Se ve como se reconstituye una lógica de la venganza contra la que toda la lógica jurídica, e incluso política, se ha constituido”. (Pierre Bourdieu: “Sobre la televisión”)

En esta peste, la prensa, en particular la TV, opera como el ente acusador que busca al “contagiado”, le cuelga alguna cruz que lo identifique fácilmente, a él, a su casa, a su familia, a su barrio, propone que se lo aisle y llegado el caso, convoca para que sea linchado, quemado, destruido, en la confianza de que así desaparecerá el mal.

3) La subjetividad: me refiero, no sin riesgos, a cierta subjetividad de la época, que ha sido formada bajo el imperio de un ideal de consumo que establece inclusiones y exclusiones, niveles de pertenencia y categorizaciones; una subjetividad arrasada, dispuesta a dejarse seducir por discursos vacíos y embarcada en lógicas devastadoras y fácil eco de todo lo que se presente por televisión o internet. Cabe retomar aquí el punto de la responsabilidad.

“Nuestra época –afirmaba Kierkegaard en la suya- es lo bastante melancólica como para no desconocer que existe algo que se llama responsabilidad y que es importante. Sin embargo, agregaba, en tanto todos estarían satisfechos de ejercer el mando, no hay nadie que consienta en asumir la responsabilidad”…”de esta manera todo concluye atribuyendo a los serenos o a los guardias municipales la responsabilidad”. (Kierkegaard: “La Tragedia”). Esta época no es tan melancólica, si reconocemos como un rasgo principal de la melancolía el auto-reproche. Más bien, es el reclamo lo que predomina, la reivindicación, la queja, por lo que la vida, la sociedad, el gobierno, cualquier otra cosa que venga a cuento, no da. Es esta una época “maestra” en eso de poner la responsabilidad afuera. Al igual que en el relato de Kierkegaard, es frecuente entre nosotros que nadie quiera asumir las responsabilidades, delegándolas hacia arriba, si estamos abajo y hacia abajo, si estamos arriba…


Luis Felipe Noé: La espera



Verificado este modus operandi en muchas de las instituciones por las que uno transita a diario, no parece ser distinto lo que ocurre a nivel social cuando se trata de ubicar a los responsables del problema de la inseguridad; rápidamente se establece un pasamanos por el cual los que terminan siendo responsables…¡son los niños! Más aún, los niños pobres, ya que en esta cultura de responsabilizar para abajo, abajo del todo están los pobres y más abajo aún, los niños pobres.

Y sin embargo, ¿hay algo más inseguro que ser pobre?. El pobre carece de aquellos bienestares que configuran la seguridad social básica: una vivienda digna y segura, un trabajo estable, en blanco, que asegure un sueldo todos los meses, más aguinaldo y vacaciones pagas; un salario que le permita proveer a los hijos buena alimentación, educación, salud y recreación; una obra social o buena atención de la salud y la salvaguarda de la estabilidad laboral y el sueldo mientras está enfermo; una jubilación que le permita vivir decorosamente después, etc. Pero esto no forma parte del interés de los sectores que más se preocupan por el tema. Para ellos sólo cuenta la conservación de las supuestas seguridades de un sector medio y medio alto y la respuesta rápida se encuentra en culpabilizar a los pobres y dentro de ellos a los niños. De esa manera se desentienden de enterarse de que la mayor cantidad de delitos (coimas, estafas, monopolios, desabastecimientos, vaciamientos, quiebras, evasiones, malversaciones, falsificaciones, contaminaciones del medio ambiente, contrabandos, tráfico y venta de droga, crímenes por encargo, etc, etc,), por un lado, afectan a cientos de miles de personas porque son mayoritariamente, delitos contra la sociedad y, por otro, no son cometidos por pobres y mucho menos, menores. O en todo caso, si hay un menor que ejecuta, es el último eslabón, el más frágil y descartable, de una cadena en cuyo inicio se encuentran capitalistas hábiles, concientes y mayores de edad.

Y además, ¿hay algo más inseguro que ser joven?. ¿O niño, si además se es pobre?.
Los doscientos jóvenes muertos en Cromagnon, los tantos pibes muertos o estropeados en los boliches por patovicas –adultos- entrenados para matar y regenteados por dueños –adultos- de esos mismos boliches, los chicos muertos por gatillo fácil, los atropellados por un sinfín de conductores asesinos, las chicas llevadas por violencia o engaño para ejercer la prostitución, los chicos muertos por los accidentes domésticos de la pobreza y los 80000 chicos que mueren cada año en América Latina por causas de violencia familiar, son evidencia suficiente de que los jóvenes, los chicos, viven inseguros, algunos por las condiciones propias de la pobreza, o porque son tomados como culpables o como objeto de la violencia que los adultos necesitan ejercer sobre otro más débil o como signo de que esta sociedad está más tentada de tomar el rumbo del filicidio cultural que de hacerse cargo del cuidado, de la educación y de la protección de las generaciones que le sucederán. Bajar la edad de imputabilidad ¿no es hacer cada vez más responsable al que no tendría que serlo y desligar del asunto a los adultos que deberían ampararlo? ¿No es otra manera de delegar la responsabilidad hacia abajo?.

Y en lugar de aquella “Modesta (e irónica) Proposición…” con la que Johnatan Swift sugería poner fin a la pobreza y que implicaba que las familias pobres criaran bebes gorditos para ofrecerlos al año como alimento de las familias adineradas, cobrando por ello y generando una serie de “beneficios” para la sociedad toda, hoy y aquí, la propuesta social parece ser eliminar a los niños pobres que delinquen, (o que “podrían” hacerlo en el futuro), como manera de que algunos puedan seguir acumulando riquezas que producen pobres (desechos), y eliminarlos sin que la sociedad vaya más allá en el análisis ni cuestione el accionar de quienes se benefician con la delincuencia juvenil, y con el tema de la inseguridad en general.

En una conferencia ante magistrados, el prestigioso psicoanalista D. Winnicott, presentó un aspecto de la delincuencia: el vínculo de la misma con la falta de vida hogareña. Sugirió considerar la palabra inconciente. Sorprendido de que algunos pensadores de primera línea, incluso algunos científicos, no hubieran podido utilizar ese progreso particular, se preguntó: “¿No vemos acaso como los economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, como los políticos ignoran el odio reprimido…? Incluso tenemos jueces incapaces de comprender que los ladrones buscan inconscientemente algo más importante que bicicletas y lapiceras”. (D.Winnicott: “Deprivación y Delincuencia”). Y agrega que el delito, en los jóvenes, es un llamado. Entonces, podemos decir que los jóvenes que delinquen muestran a la sociedad que algo ha fallado en ella. El delito, a su vez, señala Winnicott, provoca sentimientos públicos de venganza y la venganza pública podría significar algo muy peligroso si no existieran la ley y quienes la aplican. Una de las funciones de la ley consiste en proteger al delincuente –y a la sociedad toda- contra esa venganza inconsciente y por ende, ciega. Esa que, desde algunos sectores, -entre ellos la prensa, pero no el único- se agita irresponsable e impunemente.

La visión de los menores delincuentes es, tal vez, insoportable para una sociedad que, por poco que estuviese dispuesta a ver, encontraría alguna responsabilidad en ello. ¿O acaso el que paga tres veces menos que el precio oficial, por un repuesto de un auto en el mercado negro no es, en parte, responsable de que alguien robe –y ocasionalmente, mate- para que ese repuesto llegue, más barato, a sus manos? ¿Por qué ese señor no admite que, si no puede pagar lo que ese repuesto vale, no está en condiciones de tener ese auto, que está por encima de sus posibilidades reales? Y los legisladores que votaron en su momento la flexibilidad laboral, por ejemplo, ¿no advertían que permitiendo que empresarios voraces dejaran fuera del sistema laboral a miles de personas o que eliminaran las múltiples conquistas sociales que tanto había costado conseguir establecían las bases para una nueva era de marginación? ¿No contemplaban que una cantidad de jóvenes quedarían sin rumbo ni futuro y serían fácil presa de adultos que los introducirían en las redes del delito? ¿Y no vivimos a diario en un clima de violencia donde todos parecemos ser enemigos entre nosotros y donde cada vez que salimos a la calle contamos con una alta probabilidad de morir a manos de algún conductor que utiliza su vehículo como descarga gratuita e impune de agresión? ¿Y no admitimos sin ruborizarnos, que nuestros hijos estén horas en el cyber o en su cuarto entrenándose para la vida en juegos donde la hazaña consiste en atropellar, derribar y matar de múltiples formas posibles?

Pero esta peste, encuentra para hacerle frente, una subjetividad que se queja sin preguntarse por la responsabilidad que le cabe en el drama del que se queja y que elude el compromiso de analizar y evaluar cada situación que se le presenta como peste, antes de implicarse en su reproducción a-crítica.

Concluyendo: en todo caso, la comprobación del aumento de los así llamados delitos comunes con mayor participación de menores en los mismos, no tendría que distraernos de considerar la distancia que hay entre la ocurrencia de un hecho social y la manera en que el cuerpo social toma conciencia de él y lo pondera. Y preguntarnos por que, aún si estas formas del delito han proliferado, las tasas de mortalidad muestran que es mucho más probable morir o sufrir lesiones en un accidente de tránsito que en un asalto a mano armada y sin embargo no está allí el foco de la seguridad que la sociedad reclama. Y preguntarnos también, por qué son estas formas del delito las que la población percibe como más graves, cuando otras formas de transgresión como las estafas al Estado, la corrupción de los funcionarios, etc. producen todavía mayor daño al cuerpo social que los atentados ocasionales contra la propiedad privada que comete algún delincuente común.
Como todo problema social que puede entenderse y leerse desde varios lugares, ‘la violencia’ es un proceso multidimensional complejo y su remedio será también un proceso sociocultural complejo. La "seguridad pública", entonces, se puede entender en el sentido amplio de los derechos tanto políticos, como sociales, que constituyen la ciudadanía, en vez de tomarla desde la única perspectiva de garantizar la ‘seguridad física de personas y bienes’ proponiendo una represión más eficaz sobre contraventores y delincuentes. (FLACSO: “Violencia, delito, cultura política, sociabilidad y seguridad pública en conglomerados urbanos”)
Y finalmente, cabe preguntarse si en una sociedad tan desigual, la proliferación del delito no es, al fin y al cabo, una forma (irracional e injusta, pero finalmente lógica) de redistribuir la riqueza, que se instituye cuando las otras, las racionales, justas, formales y legales se tornan cada vez más lejanas, utópicas, imposibles.



[1] (460 chicos institucionalizados por delitos graves en 15 millones de habitantes en Bs. Aires)

1 comentario:

  1. Muy buena la nota de Estela Calvo. La solución nos la dio alguien hace 2000 años, lo que pasa es que requiere generosidad, admitamos que resulta más fácil encontrar culpables (ya sea el gobierno o los jóvenes, pasando por quien nos convenga en cada momento)

    ¿Y si aggiornamos la solución parafraseando a Clinton dará resultado?

    ES EL AMOR ESTÚPIDO

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