Héroes y bandidos, según los ojos
de los detentadores del poder
de los detentadores del poder
Por Claudio Díaz
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: María Cecilia Fresca
Ilustración: María Cecilia Fresca
La historia oficial del liberalismo, aquella que se nos presenta como “la verdadera” o “la única” en condiciones de ser autorizada para su consumo, confeccionó a través del tiempo una lista de antinomias que más que eso son, en verdad, perversiones para estigmatizar a quienes no aceptan someterse a sus reglas. De acuerdo al obstáculo que encontró en cada etapa para ejecutar su programa, recreó una disputa dialéctica infamante. De un lado los ángeles: ellos mismos; los doctores del pensamiento ilustrado. Del otro los demonios: los hombres que apoyados en organizaciones populares los enfrentaron. Podría traducirse de la siguiente manera:
Constitucionalistas o tiranos
Civilización o barbarie
Cultos instruidos o negros ignorantes
Demócratas o autoritarios
Republicanos o populistas
Pacifistas o terroristas
Esta categorización le rindió sus frutos. Las capas medias de los grandes centros urbanos siguen considerando, por ejemplo, que Sarmiento es un prócer y patriota. Y que caudillos como Artigas, López Jordán, Facundo, Felipe Varela y el Chacho Peñaloza no eran emergentes del pueblo que peleaban para que se los incluyera en la organización nacional, sino malvivientes a los que en realidad les gustaba guerrear y molestar a la gente decente de Buenos Aires.
El orden dominante trasladó esa división entre buenos y malos a todas las áreas donde ejerce su influencia. Quiere popularizar, convertir en práctica común esa práctica de incluir en el casillero del mal a cada actor político o grupo social que no responda a sus intereses y, por el contrario, demuestre que está dispuesto a rechazarlo y superarlo. Como en un juicio sumario inapelable, quienes transiten por esa senda serán “procesados” por el sistema legitimador de ideas de los dueños de las cosas.
En estos últimos tiempos, el cotidiano semáforo del diario Clarín, una sección que empezó a incluirse en la página 2 del matutino hacia 1999, es un resumen acabado de cómo se intenta manipular el pensamiento del lector. Todos los días, allí se postulan a los ángeles y demonios que la “opinión pública” tiene que conocer para que sepa a quién tiene que adorar y a quién vapulear.
El recurso parece apuntar a un simple entretenimiento, al estilo de los crucigramas que habitan en las páginas de los medios escritos. Pero en verdad cumple otra función. La técnica es sencilla: a cada uno de los protagonistas que aparecen en ese espacio se le asigna uno de los tres colores-significados del semáforo, para controlar, al estilo de los zorros grises, si va por buen camino o no.
Como se sabe, las reglas del tránsito vehicular establecen que el rojo obliga al conductor de un vehículo a detenerse. En este caso, “prenderle” ese color a la persona aludida en la sección del diario equivale a decir que frene, que pare. O sea: que está impedido de seguir avanzando. Como estamos hablando de figuras de la política, del sindicalismo o de la militancia social, se entiende que ese rojo ubicado sobre la cabeza del elegido es la señal para que se detenga con sus ideas y propuestas. Pues bien, si uno sigue atentamente la lista de dirigentes a los que Clarín elige para “detenerlo”, encuentra que casi siempre provienen de los sectores sociales y políticos a los que combate como grupo económico más que periodístico.
Una simple estadística casera (sólo basta cotejar diariamente la página 2) permite comprobar que Hugo Moyano, el líder de la CGT, registra 15 apariciones en poco más de dos años, desde setiembre de 2006 hasta diciembre de 2008, con un plus: dos de sus hijos, Pablo y Facundo, dirigentes del Sindicato de Camioneros y del de Trabajadores de Peajes respectivamente, también fueron “obligados a parar” en más de una oportunidad. Invariablemente, el pecado que cometieron es haber protagonizado una acción de lucha para defender los intereses de sus representados, o haberse pronunciado contra alguna de las tantas iniquidades que cometen los grandes promotores de la esclavitud laboral y económica.
Otros hombres de la política, como así también los funcionarios de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, fueron blanco predilecto de los policías de tránsito de Clarín. Por caso, Guillermo Moreno, el secretario de Comercio que intentó controlar a las grandes empresas formadoras de precios; Santiago Montoya, recaudador de impuestos de la provincia de Buenos Aires que libró una lucha casi solitaria contra los grandes evasores del campo, el comercio y la industria; Luis D’Elía, dirigente social que ha confrontado contra muchos grupos de poder; Romina Piccolotti, ex secretaria de Medio Ambiente que cayó en desgracia cuando descubrió que Papel Prensa, la empresa del Grupo Clarín, contaminaba las aguas del Río Baradero en jurisdicción de San Pedro, donde se encuentra la planta industrial. Todos estos “infractores” aparecieron con el satanizador color rojo entre cuatro y siete veces en el término de dos años.
El absurdo fue encender la lucecita prohibida al dirigente gremial de Aerolíneas Argentinas, Jorge Pérez Tamayo, titular de la Asociación de Pilotos que el 20 de agosto de 2008 fue “sorprendido” por la policía del gran diario porque anunció que los trabajadores de la compañía realizarían en Ezeiza una protesta contra las empresas aéreas de origen español, por el vaciamiento de Aerolíneas. La medida consistía en la entrega de volantes a los pasajeros como parte de una campaña de esclarecimiento para dar a conocer la importancia de recuperar para la Nación a la empresa aérea. Para el matutino, “los sindicatos les van a hacer perder tiempo a los pasajeros que, obviamente, no tienen nada que ver”. Se reitera la fecha de alarma roja encendida por el diario en su semáforo: 20 de agosto. ¿Por qué es importante retener ese dato? Porque hasta poco tiempo atrás, y durante cuatro meses, el “campo de concentración agroligárquica” había cortado el país en cuatro, en verdad lo había descuartizado, apropiándose del tiempo de millones de argentinos pero además, lo que es peor, provocando la pérdida de alimentos y hasta de vidas humanas. Y en ese caso, el rojo había brillado por su ausencia.
El absurdo, aunque en verdad debiera decirse la vergonzosa complicidad y parcialidad demostrada por el diario con los factores de poder, es que personajes como el dirigente agrario Hugo Biolcatti, que llegó a decir que si los pobres no tenían 80 pesos para pagar el kilo de lomo compraran otro corte de carne, no aparecieran detenidos y sancionados aunque hayan violado de manera escandalosa la luz roja. Tampoco sucedió nada, es decir: los zorros grises miraron para otro lado, en cada oportunidad en que la dirigente Elisa Carrió agravió a los últimos presidentes de la Argentina definiéndolos como tiranos, jefes de fuerzas de choque y corruptos.
La utilización del semáforo en verde para darle vía libre a los beneficiados con esa onda, también permite conocer el ideal de Clarín en términos de proyección de figuras que sí merecen gozar del “consenso” de la sociedad democrática y republicana de la Argentina. En 2008, el dirigente empresarial Fulvio Pagani y el titular de la Conferencia Episcopal Jorge Bergoglio fueron distinguidos con el color de la esperanza porque resultaron reelectos en sus cargos por quinta y segunda vez consecutiva.
El mismo medio que en los últimos años había machacado a sus lectores con la inconveniencia y el mal ejemplo para la institucionalidad que significaban los intentos de reelección impulsados desde la clase política, no censuró del mismo modo, sino todo lo contrario, la actitud de aquellos de perpetuarse en el mando de las organizaciones que representan.
Seguramente porque provienen de las filas del diario, desde que en abril de 2008 lanzaron su Código político, por la señal de cable de TN, Julio Blanck y Eduardo Van der Kooy también recurren semanalmente al reparto de caricias y tirones de oreja, con la entrega de las medallas de oro (para los que se portan bien con el sistema), de plomo y el Pinocho, dirigido este último hacia quienes mienten o engañan a los argentinos. Para ser justos, algún día debieran autoconcederse esta estatuilla.
Ocurre que en este bombardeo de “culpabilización” de unos para “adoctrinamiento” de otros, al que se presta todo un cuerpo orgánico de intelectuales -cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios-, el conflicto entre el ser o no ser pasa a dirimirse, más que nunca, a través de los medios de comunicación, que han venido a reemplazar la bayoneta de los ejércitos locales o foráneos que en otro momento aseguraron el vasallaje impuesto por los poderes económicos.
Existe todavía, cómo que no, un modelo de apropiación de territorios y pueblos por vía de la violencia. Ahí están los casos de Irak o Palestina como ejemplo. Pero es indudable que el poder mundial avanzó hacia formas de dominio “menos” crueles, sin tanto derramamiento de sangre, más limpias y asépticas, aunque igual de repugnantes. Porque es la colonización de la opinión lo que prevalece en el nuevo escenario, al que bien podríamos denominar como el tiempo de la Mediocracia… Algo así como el gobierno mundial de los medios, a los que por otra parte no les faltan sus mediocres representantes.
Claudio Díaz
Constitucionalistas o tiranos
Civilización o barbarie
Cultos instruidos o negros ignorantes
Demócratas o autoritarios
Republicanos o populistas
Pacifistas o terroristas
Esta categorización le rindió sus frutos. Las capas medias de los grandes centros urbanos siguen considerando, por ejemplo, que Sarmiento es un prócer y patriota. Y que caudillos como Artigas, López Jordán, Facundo, Felipe Varela y el Chacho Peñaloza no eran emergentes del pueblo que peleaban para que se los incluyera en la organización nacional, sino malvivientes a los que en realidad les gustaba guerrear y molestar a la gente decente de Buenos Aires.
El orden dominante trasladó esa división entre buenos y malos a todas las áreas donde ejerce su influencia. Quiere popularizar, convertir en práctica común esa práctica de incluir en el casillero del mal a cada actor político o grupo social que no responda a sus intereses y, por el contrario, demuestre que está dispuesto a rechazarlo y superarlo. Como en un juicio sumario inapelable, quienes transiten por esa senda serán “procesados” por el sistema legitimador de ideas de los dueños de las cosas.
En estos últimos tiempos, el cotidiano semáforo del diario Clarín, una sección que empezó a incluirse en la página 2 del matutino hacia 1999, es un resumen acabado de cómo se intenta manipular el pensamiento del lector. Todos los días, allí se postulan a los ángeles y demonios que la “opinión pública” tiene que conocer para que sepa a quién tiene que adorar y a quién vapulear.
El recurso parece apuntar a un simple entretenimiento, al estilo de los crucigramas que habitan en las páginas de los medios escritos. Pero en verdad cumple otra función. La técnica es sencilla: a cada uno de los protagonistas que aparecen en ese espacio se le asigna uno de los tres colores-significados del semáforo, para controlar, al estilo de los zorros grises, si va por buen camino o no.
Como se sabe, las reglas del tránsito vehicular establecen que el rojo obliga al conductor de un vehículo a detenerse. En este caso, “prenderle” ese color a la persona aludida en la sección del diario equivale a decir que frene, que pare. O sea: que está impedido de seguir avanzando. Como estamos hablando de figuras de la política, del sindicalismo o de la militancia social, se entiende que ese rojo ubicado sobre la cabeza del elegido es la señal para que se detenga con sus ideas y propuestas. Pues bien, si uno sigue atentamente la lista de dirigentes a los que Clarín elige para “detenerlo”, encuentra que casi siempre provienen de los sectores sociales y políticos a los que combate como grupo económico más que periodístico.
Una simple estadística casera (sólo basta cotejar diariamente la página 2) permite comprobar que Hugo Moyano, el líder de la CGT, registra 15 apariciones en poco más de dos años, desde setiembre de 2006 hasta diciembre de 2008, con un plus: dos de sus hijos, Pablo y Facundo, dirigentes del Sindicato de Camioneros y del de Trabajadores de Peajes respectivamente, también fueron “obligados a parar” en más de una oportunidad. Invariablemente, el pecado que cometieron es haber protagonizado una acción de lucha para defender los intereses de sus representados, o haberse pronunciado contra alguna de las tantas iniquidades que cometen los grandes promotores de la esclavitud laboral y económica.
Otros hombres de la política, como así también los funcionarios de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, fueron blanco predilecto de los policías de tránsito de Clarín. Por caso, Guillermo Moreno, el secretario de Comercio que intentó controlar a las grandes empresas formadoras de precios; Santiago Montoya, recaudador de impuestos de la provincia de Buenos Aires que libró una lucha casi solitaria contra los grandes evasores del campo, el comercio y la industria; Luis D’Elía, dirigente social que ha confrontado contra muchos grupos de poder; Romina Piccolotti, ex secretaria de Medio Ambiente que cayó en desgracia cuando descubrió que Papel Prensa, la empresa del Grupo Clarín, contaminaba las aguas del Río Baradero en jurisdicción de San Pedro, donde se encuentra la planta industrial. Todos estos “infractores” aparecieron con el satanizador color rojo entre cuatro y siete veces en el término de dos años.
El absurdo fue encender la lucecita prohibida al dirigente gremial de Aerolíneas Argentinas, Jorge Pérez Tamayo, titular de la Asociación de Pilotos que el 20 de agosto de 2008 fue “sorprendido” por la policía del gran diario porque anunció que los trabajadores de la compañía realizarían en Ezeiza una protesta contra las empresas aéreas de origen español, por el vaciamiento de Aerolíneas. La medida consistía en la entrega de volantes a los pasajeros como parte de una campaña de esclarecimiento para dar a conocer la importancia de recuperar para la Nación a la empresa aérea. Para el matutino, “los sindicatos les van a hacer perder tiempo a los pasajeros que, obviamente, no tienen nada que ver”. Se reitera la fecha de alarma roja encendida por el diario en su semáforo: 20 de agosto. ¿Por qué es importante retener ese dato? Porque hasta poco tiempo atrás, y durante cuatro meses, el “campo de concentración agroligárquica” había cortado el país en cuatro, en verdad lo había descuartizado, apropiándose del tiempo de millones de argentinos pero además, lo que es peor, provocando la pérdida de alimentos y hasta de vidas humanas. Y en ese caso, el rojo había brillado por su ausencia.
El absurdo, aunque en verdad debiera decirse la vergonzosa complicidad y parcialidad demostrada por el diario con los factores de poder, es que personajes como el dirigente agrario Hugo Biolcatti, que llegó a decir que si los pobres no tenían 80 pesos para pagar el kilo de lomo compraran otro corte de carne, no aparecieran detenidos y sancionados aunque hayan violado de manera escandalosa la luz roja. Tampoco sucedió nada, es decir: los zorros grises miraron para otro lado, en cada oportunidad en que la dirigente Elisa Carrió agravió a los últimos presidentes de la Argentina definiéndolos como tiranos, jefes de fuerzas de choque y corruptos.
La utilización del semáforo en verde para darle vía libre a los beneficiados con esa onda, también permite conocer el ideal de Clarín en términos de proyección de figuras que sí merecen gozar del “consenso” de la sociedad democrática y republicana de la Argentina. En 2008, el dirigente empresarial Fulvio Pagani y el titular de la Conferencia Episcopal Jorge Bergoglio fueron distinguidos con el color de la esperanza porque resultaron reelectos en sus cargos por quinta y segunda vez consecutiva.
El mismo medio que en los últimos años había machacado a sus lectores con la inconveniencia y el mal ejemplo para la institucionalidad que significaban los intentos de reelección impulsados desde la clase política, no censuró del mismo modo, sino todo lo contrario, la actitud de aquellos de perpetuarse en el mando de las organizaciones que representan.
Seguramente porque provienen de las filas del diario, desde que en abril de 2008 lanzaron su Código político, por la señal de cable de TN, Julio Blanck y Eduardo Van der Kooy también recurren semanalmente al reparto de caricias y tirones de oreja, con la entrega de las medallas de oro (para los que se portan bien con el sistema), de plomo y el Pinocho, dirigido este último hacia quienes mienten o engañan a los argentinos. Para ser justos, algún día debieran autoconcederse esta estatuilla.
Ocurre que en este bombardeo de “culpabilización” de unos para “adoctrinamiento” de otros, al que se presta todo un cuerpo orgánico de intelectuales -cómplices o utilizados como instrumentos involuntarios-, el conflicto entre el ser o no ser pasa a dirimirse, más que nunca, a través de los medios de comunicación, que han venido a reemplazar la bayoneta de los ejércitos locales o foráneos que en otro momento aseguraron el vasallaje impuesto por los poderes económicos.
Existe todavía, cómo que no, un modelo de apropiación de territorios y pueblos por vía de la violencia. Ahí están los casos de Irak o Palestina como ejemplo. Pero es indudable que el poder mundial avanzó hacia formas de dominio “menos” crueles, sin tanto derramamiento de sangre, más limpias y asépticas, aunque igual de repugnantes. Porque es la colonización de la opinión lo que prevalece en el nuevo escenario, al que bien podríamos denominar como el tiempo de la Mediocracia… Algo así como el gobierno mundial de los medios, a los que por otra parte no les faltan sus mediocres representantes.
Claudio Díaz