10 julio 2009

Fernando Sorrentino/ Literatura: Encomíasticos y peyorativos


Encomiásticos y peyorativos

Por Fernando Sorrentino
(para la Tecl@ Eñe)


En el artículo titulado «Cortocircuitos cerebrales de un cínico»1 me referí al libro de título homónimo (Buenos Aires, Jornada Médica, 1970) cuyo autor es el doctor Guillermo Schneider.
Aunque germanohablante nativo, supo manejar un español filoso y eficaz.
Bien sabemos que ciertos vocablos, compartiendo una zona semántica común, divergen en matices encomiásticos o peyorativos. Con buen humor, Schneider nos presenta esta tablita:

Nosotros somos: Ellos son:
ahorrativos avaros
prudentes cobardes
humildes rastreros
generosos derrochadores
sinceros groseros
personales engreídos

Y, aunque el doctor Schneider era hombre de curiosa lectura, se inclinaba más a la ciencia y a la filosofía que a la literatura. Por ese motivo, creo que ignoraba que, tres siglos antes, Lope de Vega (Fuenteovejuna, I) había observado cosas parecidas:
En la serie encomiástica hace notar que se ha de llamar

al bachiller, licenciado;
al ciego, tuerto; al bisojo,
bizco; resentido, al cojo;
y buen hombre, al descuidado.
Al ignorante, sesudo;
al mal galán, soldadesca;
a la boca grande, fresca;
y al ojo pequeño, agudo.
Al pleitista, diligente;
gracioso al entremetido;
al hablador, entendido;
y al insufrible, valiente.
Al cobarde, para poco;
al atrevido, bizarro;
compañero al que es un jarro;
y desenfadado, al loco.
Gravedad, al descontento;
a la calva, autoridad;
donaire, a la necedad;
y al pie grande, buen cimiento.
Al buboso, resfrïado;
comedido al arrogante;
al ingenioso, constante;
al corcovado, cargado.

Y, en la peyorativa:

al hombre grave, enfadoso;
venturoso al descompuesto;
melancólico al compuesto;
y al que reprehende, odioso.
Importuno al que aconseja;
al liberal, moscatel;
al justiciero, crüel;
y al que es piadoso, madeja.
Al que es constante, villano;
al que es cortés, lisonjero;
hipócrita al limosnero;
y pretendiente al cristiano.
Al justo mérito, dicha;
a la verdad, imprudencia;
cobardía a la paciencia;
y culpa a lo que es desdicha.
Necia a la mujer honesta;
mal hecha a la hermosa y casta;
y a la honrada... Pero basta;
que esto basta por respuesta.

Sin embargo, antes que Lope, también Antonio de Guevara (1480-1545) se había referido a esas costumbres calificatorias (Menosprecio de corte y alabanza de aldea, 1539):

En la corte todos son obispos para crismar y curas para bautizar y mudar nombres, es a saber: que al soberbio llaman honrado; al pródigo, magnífico; al cobarde, atentado; al esforzado, atrevido; al encapotado, grave; al recogido, hipócrita; al malicioso, agudo; al deslenguado, elocuente; al indeterminado, prudente; al adúltero, enamorado; al loco, regocijado; al entremetido, solícito; al chocarrero, donoso; al avaro, templado; al sospechoso, adivino; y aun al callado, bobo y necio.

Lo cual indica que la tontería es eterna: como, refiriéndose al tiempo, dijo Martín Fierro (II, xxx),

no tuvo nunca principio
ni jamás acabará.


1. Puede leerse en:
http://patriciadamiano.blogspot.com/2008/06/fernando-sorrentino-cortocircuitos.html