(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon
Algo está funcionando muy mal en la sociedad si hay porciones de jóvenes sumergidos en el reviente. No caben discusiones vanas. Importa poco si son los mas, los menos o los del medio. Si, al decir del Indio Solari, están muriendo potros sin galopar, no es necesaria ninguna mensura para subrayar el escándalo.
Don Jorge Luis Borges, que nunca fue santo, ni mucho menos tenía mi devoción, cuentan que solía decir: “los familiares dicen que los desparecidos son 30000, los militares dicen que 3000, discusión vana porque conque haya habido un solo desaparecido hay una falta ética gravísima”. La cita no es textual pero sirve para graficar discusiones envolventes y distractivas que en definitiva dejan de costado la esencia.
Hablamos de reviente joven, y hablamos de una ética y una estética, y rematamos con una sospecha de implosión inducida. ¿No será mucho? Veamos y definamos.
Decir reviente joven, nada tiene que ver con apreciaciones despectivas de adultos que no comulgan con actividades o conductas de este sector social. Lejos de ello, se trata de actitudes de desborde y descontrol que ponen en serio, real y comprobable riesgo físico y psíquico a quienes caen inmersos en ellas. Por eso, a fuerza de repetitivos es fundamental señalar que no estamos haciendo un abordaje moral al problema sino una apreciación desde el corazón mismo de la salud mental.
No afirmamos que la juventud es así sino que un sector importante de ella se encuentra inmersa en un ritual violento, con dinámica propia pero que no deja de ser producto de época. Tampoco nos referimos al consumo de drogas o alcohol que puede o no estar incluido en el reviente. Mas bien se trata de una extralimitación ostentosa, una de las formas más siniestras de negociar reconocimiento, pertenencia y valorización. Jugar al límite para ser el mejor, para ganar, aunque siempre se pierde, a veces por knock out, otras por puntos, pero siempre se va perdiendo…la vida.
Ir viendo de qué se trata mostrará una extraña pero evidente similitud con valores carcelarios. ¿Será esta una señal de cómo perciben el mundo social algunos jóvenes de hoy?
¿Por qué hablamos de Ética? Hay una serie de normas “morales” que rigen la movida. No cualquiera entra, no cualquiera participa, nadie abandona salvo por destrucción. Y esta destrucción será un valor en sí mismo. Aquel que retorne e insista será el más valorado. Como dirían los Redondos: “Vos crees ser el más fiero, el más prontuariado aquí, el animador del juego, (el condimentador ) ¿Por qué de Estética? Tomemos dos definiciones. Por un lado, es un concepto que refiere a la apreciación o percepción de la belleza. Estamos en el reinado del placer estético. Por otro lado hablamos de un conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico. Si nos damos una licencia literaria estamos entonces frente a la estética del Reviente. Seguramente escapa a nuestro raciocinio romántico pero sin dudas hay una belleza que encandila y atrae notablemente a quienes transitan esta movida. A veces evidente, a veces embozada, pero sin dudas lo que vertebra esta dinámica es la violencia contra sí mismo o contra los demás.
Beber hasta caer en coma, drogarse hasta la sobredosis, pelear a matar o morir son paisajes de esta dolorosa geografía que fundamentalmente los fines de semana viste las proximidades de algunos lugares de “diversión” juvenil.
Los multimedios han tomado este tema sólo para reforzar el blanco móvil con el que pretenden embolsar a la juventud y sus actitudes “incontrolables”, Entonces, una adolescente en coma alcohólico, un joven muerto por un infarto de sobredosis o “el sexo desenfrenado en el amanecer de las playas de Villa Gesell” son harina para el mismo pan. Se moraliza para oscurecer porque se necesitan chivos que drenen la “basura” social.
La moralización coloca en los primeros planos y planas la cuestión de las drogas y sus adicciones. Razonamiento mezquino y oscurecedor oculta una cuestión esencial. Las drogas son catalizadores, ni agregan ni restan a la conducta humana más que la dinamización o la parquedad de comportamientos habituales. Fluye lo que hay, lo que la pedagogía de la vida ha ido instalando.
La violencia es una conducta aprendida. La agresividad estructural señalada por el psicoanálisis y otras corrientes, poco o nada tiene que ver con el ejercicio de estas violencias extremas. Las identificaciones con figuras fuertes, los enojos extremos y las culpas en un clima de violencia naturalizada, visible o no, se constituyen en el perverso potaje que desemboca en esos “monstruos “ asesinos y suicidas, contra los que hay que actuar rigurosamente para salvar a la sociedad y a la familia.
Los sistemas familiares violentos constituyen esquemas de violencia naturalizada donde los niños comienzan siendo víctimas y observadores pero que paulatinamente se van incorporando a la dinámica para finalmente ser una parte mas de ello. Productos terminados de ingeniería fina, salen luego a la sociedad a mostrar la crudeza del aprendizaje.
María López Vigil, una cubana radicada en Nicaragua, valiente denunciante además, de las denuncias de abuso sexual que pesan contra el presidente Daniel Ortega por parte de su hijastra ha sido quien mejor ha retratado las cuestiones familiares que referíamos: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin.” Con la salvedad de lo esquemático como pretexto para empezar a comprender decimos: cuando predomina el enojo extremo tallado a base de abandonos, violencias y abusos estamos en el campo del ataque insensible hacia el cuerpo del otro que tiene como fin último la aniquilación. Si el sujeto ha incorporado que todo lo vivido tiene sus merecimientos en sus propias “miserias naturales”, hay entonces un anclaje en la culpa de un individuo que ha sido criado para implosionar. Vocablo moderno para un mecanismo arcaico, erróneamente emparentado con el suicidio, la implosión era la forma en que explotaban los televisores antiguos, hacia adentro y sin ensuciar nada. Incluso la Real Academia Española, órgano disciplinador de la palabra, por excelencia, nos da una pista en la definición consensuada por los “sabios”: “Acción de romperse hacia dentro con estruendo las paredes de una cavidad cuya presión es inferior a la externa.” Hablamos de una disimulada incapacidad de defensa.
Efectivamente, si alguien hizo un paralelo entre estos violentos exponentes sociales y los hombres robots que Oesterheld nos dibujaba en las nevadas batallas de “El Eternauta”, está efectivamente en lo cierto. Pobres individuos, finalmente, privados de su voluntad, que no tienen otra posibilidad que recorrer el carril de su destino que “los manos” extranjeros les han diseñado. Sólo que estos “manos” modernos son bastante menos extranjeros, y menos aún productos de comics.
Insistiremos hasta el hastío del cansancio que hablamos de productos sociales y que ninguna institución de nuestra “comunidad organizada” podrá mirar hacia otro lado cuando de responsabilidad se trata.
¿Una sociedad que sigue siendo condescendiente con los distintos disfraces de la educación golpeadora, puede alegar sorpresa?
¿Si el abuso sexual infantil y el maltrato hacia la niñez son delitos cuya tasa de ocurrencia no desciende pese a los claro intentos sectoriales de visibilizarlos, es posible mirar hacia otro lado?
También es cierto que este mismo escrito surge del seno de esta cuestionada sociedad sin que presumamos por ello de almas bellas. Mas bien sostenemos que el pensamiento implicado es una de las herramientas más efectivas contra cualquier tipo de violencias, las propias y las ajenas.
Las violencias son portadoras de lógicas desentrañables cuando se pone entre signos de preguntas el status social. La inequidad social no explica todo. Las dinámicas familiares y sociales completan y por eso los defensores de la tradición y las familias “bien constituidas” corren a proponer como solución la causa.
No casualmente “El Eternauta” ofrece como final el comienzo. No casualmente Oesterheld desaparece cuando se intenta aniquilar el pensamiento.
Pero esto pretende ser apenas un esbozo de pensamiento…con final abierto.
* Psicólogo
Don Jorge Luis Borges, que nunca fue santo, ni mucho menos tenía mi devoción, cuentan que solía decir: “los familiares dicen que los desparecidos son 30000, los militares dicen que 3000, discusión vana porque conque haya habido un solo desaparecido hay una falta ética gravísima”. La cita no es textual pero sirve para graficar discusiones envolventes y distractivas que en definitiva dejan de costado la esencia.
Hablamos de reviente joven, y hablamos de una ética y una estética, y rematamos con una sospecha de implosión inducida. ¿No será mucho? Veamos y definamos.
Decir reviente joven, nada tiene que ver con apreciaciones despectivas de adultos que no comulgan con actividades o conductas de este sector social. Lejos de ello, se trata de actitudes de desborde y descontrol que ponen en serio, real y comprobable riesgo físico y psíquico a quienes caen inmersos en ellas. Por eso, a fuerza de repetitivos es fundamental señalar que no estamos haciendo un abordaje moral al problema sino una apreciación desde el corazón mismo de la salud mental.
No afirmamos que la juventud es así sino que un sector importante de ella se encuentra inmersa en un ritual violento, con dinámica propia pero que no deja de ser producto de época. Tampoco nos referimos al consumo de drogas o alcohol que puede o no estar incluido en el reviente. Mas bien se trata de una extralimitación ostentosa, una de las formas más siniestras de negociar reconocimiento, pertenencia y valorización. Jugar al límite para ser el mejor, para ganar, aunque siempre se pierde, a veces por knock out, otras por puntos, pero siempre se va perdiendo…la vida.
Ir viendo de qué se trata mostrará una extraña pero evidente similitud con valores carcelarios. ¿Será esta una señal de cómo perciben el mundo social algunos jóvenes de hoy?
¿Por qué hablamos de Ética? Hay una serie de normas “morales” que rigen la movida. No cualquiera entra, no cualquiera participa, nadie abandona salvo por destrucción. Y esta destrucción será un valor en sí mismo. Aquel que retorne e insista será el más valorado. Como dirían los Redondos: “Vos crees ser el más fiero, el más prontuariado aquí, el animador del juego, (el condimentador ) ¿Por qué de Estética? Tomemos dos definiciones. Por un lado, es un concepto que refiere a la apreciación o percepción de la belleza. Estamos en el reinado del placer estético. Por otro lado hablamos de un conjunto de elementos estilísticos y temáticos que caracterizan a un determinado autor o movimiento artístico. Si nos damos una licencia literaria estamos entonces frente a la estética del Reviente. Seguramente escapa a nuestro raciocinio romántico pero sin dudas hay una belleza que encandila y atrae notablemente a quienes transitan esta movida. A veces evidente, a veces embozada, pero sin dudas lo que vertebra esta dinámica es la violencia contra sí mismo o contra los demás.
Beber hasta caer en coma, drogarse hasta la sobredosis, pelear a matar o morir son paisajes de esta dolorosa geografía que fundamentalmente los fines de semana viste las proximidades de algunos lugares de “diversión” juvenil.
Los multimedios han tomado este tema sólo para reforzar el blanco móvil con el que pretenden embolsar a la juventud y sus actitudes “incontrolables”, Entonces, una adolescente en coma alcohólico, un joven muerto por un infarto de sobredosis o “el sexo desenfrenado en el amanecer de las playas de Villa Gesell” son harina para el mismo pan. Se moraliza para oscurecer porque se necesitan chivos que drenen la “basura” social.
La moralización coloca en los primeros planos y planas la cuestión de las drogas y sus adicciones. Razonamiento mezquino y oscurecedor oculta una cuestión esencial. Las drogas son catalizadores, ni agregan ni restan a la conducta humana más que la dinamización o la parquedad de comportamientos habituales. Fluye lo que hay, lo que la pedagogía de la vida ha ido instalando.
La violencia es una conducta aprendida. La agresividad estructural señalada por el psicoanálisis y otras corrientes, poco o nada tiene que ver con el ejercicio de estas violencias extremas. Las identificaciones con figuras fuertes, los enojos extremos y las culpas en un clima de violencia naturalizada, visible o no, se constituyen en el perverso potaje que desemboca en esos “monstruos “ asesinos y suicidas, contra los que hay que actuar rigurosamente para salvar a la sociedad y a la familia.
Los sistemas familiares violentos constituyen esquemas de violencia naturalizada donde los niños comienzan siendo víctimas y observadores pero que paulatinamente se van incorporando a la dinámica para finalmente ser una parte mas de ello. Productos terminados de ingeniería fina, salen luego a la sociedad a mostrar la crudeza del aprendizaje.
María López Vigil, una cubana radicada en Nicaragua, valiente denunciante además, de las denuncias de abuso sexual que pesan contra el presidente Daniel Ortega por parte de su hijastra ha sido quien mejor ha retratado las cuestiones familiares que referíamos: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin.” Con la salvedad de lo esquemático como pretexto para empezar a comprender decimos: cuando predomina el enojo extremo tallado a base de abandonos, violencias y abusos estamos en el campo del ataque insensible hacia el cuerpo del otro que tiene como fin último la aniquilación. Si el sujeto ha incorporado que todo lo vivido tiene sus merecimientos en sus propias “miserias naturales”, hay entonces un anclaje en la culpa de un individuo que ha sido criado para implosionar. Vocablo moderno para un mecanismo arcaico, erróneamente emparentado con el suicidio, la implosión era la forma en que explotaban los televisores antiguos, hacia adentro y sin ensuciar nada. Incluso la Real Academia Española, órgano disciplinador de la palabra, por excelencia, nos da una pista en la definición consensuada por los “sabios”: “Acción de romperse hacia dentro con estruendo las paredes de una cavidad cuya presión es inferior a la externa.” Hablamos de una disimulada incapacidad de defensa.
Efectivamente, si alguien hizo un paralelo entre estos violentos exponentes sociales y los hombres robots que Oesterheld nos dibujaba en las nevadas batallas de “El Eternauta”, está efectivamente en lo cierto. Pobres individuos, finalmente, privados de su voluntad, que no tienen otra posibilidad que recorrer el carril de su destino que “los manos” extranjeros les han diseñado. Sólo que estos “manos” modernos son bastante menos extranjeros, y menos aún productos de comics.
Insistiremos hasta el hastío del cansancio que hablamos de productos sociales y que ninguna institución de nuestra “comunidad organizada” podrá mirar hacia otro lado cuando de responsabilidad se trata.
¿Una sociedad que sigue siendo condescendiente con los distintos disfraces de la educación golpeadora, puede alegar sorpresa?
¿Si el abuso sexual infantil y el maltrato hacia la niñez son delitos cuya tasa de ocurrencia no desciende pese a los claro intentos sectoriales de visibilizarlos, es posible mirar hacia otro lado?
También es cierto que este mismo escrito surge del seno de esta cuestionada sociedad sin que presumamos por ello de almas bellas. Mas bien sostenemos que el pensamiento implicado es una de las herramientas más efectivas contra cualquier tipo de violencias, las propias y las ajenas.
Las violencias son portadoras de lógicas desentrañables cuando se pone entre signos de preguntas el status social. La inequidad social no explica todo. Las dinámicas familiares y sociales completan y por eso los defensores de la tradición y las familias “bien constituidas” corren a proponer como solución la causa.
No casualmente “El Eternauta” ofrece como final el comienzo. No casualmente Oesterheld desaparece cuando se intenta aniquilar el pensamiento.
Pero esto pretende ser apenas un esbozo de pensamiento…con final abierto.
* Psicólogo
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