15 marzo 2010

Vazquez de Teitelbeum Mirta/ Informe Jóvenes y aturdimiento social

El aturdimiento en los jóvenes
Por Mirta Vazquez de Teitelbaum*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: F. Bacon

El título supone saber que son los jóvenes que es uno de sus términos. No obstante es un saber que no deja de ser una suposición y, quizás, un prejuicio. El otro término, el aturdimiento, trataré de averiguarlo en este trabajo
¿Qué entendemos por ser joven? Las palabras comunes como las frases hechas nos llevan a creer tanto que sabemos de qué hablamos como que quien nos escucha entiende lo mismo que queremos decir. Pero hay una distancia entre el enunciado y la enunciación. Por eso conviene preguntarse acerca de las palabras que utilizamos cotidianamente porque su uso las desliza a múltiples y distintas significaciones.
Establezco entonces una convención: llamar joven a todo aquel que aún tiene por delante, supuestamente, mucho más tiempo por vivir que años de historia vivida. Más futuro que pasado.
Aunque en esta convención hay una falacia: sabemos y podemos contar el tiempo vivido pero no nos pasa lo mismo con el porvenir. Así que cada joven sabrá como vive su presente en función de su futuro, y eso es absolutamente particular y subjetivo.
Cuando los mayores hablamos de los jóvenes suponemos algo homogéneo: todos los jóvenes están en una etapa que nosotros ya pasamos. Pero esto induce a error porque cada uno de los que fuimos jóvenes ayer vivimos en coordenadas de tiempo y espacio diferentes a la de los jóvenes de hoy de modo que no hay forma de pensar esa realidad más que a partir de algunas reflexiones sobre el tema. Ni mucho menos de juzgar sin errar aunque más no sea por anacronismo. Ni las costumbres, ni la lengua ni las ciudades son las mismas ya que cambian permanentemente y cada generación se encuentra con un mundo nuevo al cual tiene que conocer y, eventualmente, adaptarse.
Propongo, entonces, tratar de entender el fenómeno de cambio generacional desde el campo del psicoanálisis.

La subjetividad de la época
Con esta frase en algún momento Jacques Lacan pretendió entender como la subjetividad de cada uno se aunaba a la de su época. Luego comprendió que esto era insuficiente, que hay un goce que corroe los cuerpos y que va más allá de los avatares históricos y a partir de su teoría de los nudos pensó otra articulación.
Sin embargo de ese momento de su enseñanza queda un resto: se puede hablar de subjetividad de una época sin caer en la creencia, nefasta, de un inconsciente colectivo. Como sabemos el inconciente supone una combinación particular de los significantes de una cultura que propone un goce singular. Por eso la enunciación es uno por uno Tendríamos que hacer hablar todos los jóvenes de hoy para saber que piensan o sienten cada uno de ellos, lo que es imposible.
La ciencia a partir de la estadística puede darnos un panorama general de algunas cuestiones propias de la época que estudiamos pero no me parece que se trate de eso cuando tratamos de profundizar acerca del discurso que se sostiene de y por los jóvenes.
Pensemos que cada generación genera, valga la redundancia, sus propias palabras: desde el petitero o el ¿viste? de mi época hasta el “nada” o el uso de palabras en inglés de hoy los jóvenes se identifican por una forma de hablar.
La moda en la vestimenta es otro recurso de identificación pero viene más digitada y algunos adolescentes se adornan o se producen cortes y tatuajes como una manera de diferenciarse del resto. Con lo cual, como en los primeros años de la adolescencia están tomados por la pertenencia grupal vuelven a formar grupos y a querer diferenciarse de ellos hasta…que dejan de hacerlo.
Algunos sucumben en la búsqueda de la tan mentada identidad ya que no hay identidad sino identificación y es en este sentido que el psicoanálisis, lejos de sostenerla la diluye para que el sujeto de encuentre con lo que desea. Pero eso supone un largo camino.
Es que parece que es imposible decir algo nuevo cuando se entra en la pubertad para formar parte del mundo adulto. Y cuando escribo decir no me refiero a hablar, sino a una combinatoria nueva que permita un pensamiento original, es decir propio del sujeto. Y es recién allí que la subjetividad se manifiesta uno por uno formada con los restos del lenguaje general. Alienados a la lengua materna se trata, psicoanálisis mediante, de hablar la propia.
¿En qué momento se encuentran, entonces, los jóvenes?

El aturdimiento

Uno de los seminarios últimos de Lacan tiene el siguiente título “L´etourdit”, es un juego de palabras con aturdido y dicho.
Quizás esa lengua materna con la que formamos nuestro discurso y que nos parece tan propia no sea más que la residual de frases hechas que intentan dar una explicación última de la existencia. Lo que sí es seguro es que nos aturde de tal forma que no nos permite saber que queremos hacer con nuestras vidas.
La juventud y sus comienzos en la pubertad es la etapa vital que marca lo que se puede llamar un destino, es decir los caminos que tomará el deseo sexual cuando se despliegue. Pensar en ello, inevitablemente, nos lleva a pensar en la muerte, en la finitud de la vida. Los personajes que acompañan a los jóvenes desde Batman hasta el reciclado actual son formas de un imposible lógico: hay vida eterna, no hay muerte.
Es verdad que esas creaciones responden a un deseo de inmortalidad ya que a partir de que el hombre descubre que va a morir inexorablemente hace con este saber muchas cosas, entre ellas crear o inventar formas de eternidad.
Pero en toda época a los jóvenes les corresponde insertarse en su cultura y generar una respuesta novedosa a la pregunta acerca del fin de la vida, como terminación y como sentido. Y si bien es cierto que la terminación está casi asegurada (¿inventará algo la ciencia para no morir?) el sentido de la vida no viene dado y cada uno tendrá, si quiere, que buscarlo o inventarlo.
Esta es la encrucijada de la juventud, desde la primera manifestación hormonal hasta la decisión de seguir un deseo determinado.
En nuestra cultura ese camino es bastante largo ya que tenemos instituciones que “resguardan” de tomar decisiones que comprometan el futuro del sujeto.
La primera: la familia. Si bien en el momento actual su composición ha cambiado es la institución referencial por excelencia ya que provee los cuidados necesarios para la supervivencia del niño y lo nombra, por eso el documento sí es “de identidad”.
El discurso familiar toma al niño y lo moldea pero siempre queda un resto que estalla en la adolescencia en un intento de separarse como dijera anteriormente. Pero es una batalla perdida en tanto no es libre de procrear sin consecuencias a pesar de que la biología lo habilita para ello. Es más: quizás en su vida adulta tenga tanto potencial pero deberá esperar…un tiempo.
Hubo épocas que no marcaban estos tiempos: en la pubertad se casaban y punto o, en otras sociedades, se iban a vivir juntos… pero las cuestiones sociales se hicieron más complejas y tenemos a un joven pleno de potencia que tiene que estudiar geometría… Triste destino de pulsión…
Bien, aturdido por un cuerpo que no controla y unos significantes que lo desvían de su verdadero interés el joven vive y se vive dividido entre lo que desea y lo que hace o entre lo que le gustaría hacer y lo que debe hacer. Es la realidad de todo sujeto.
La cuestión es encontrar salida a este malestar que es de estructura cuando aún no cuenta con los elementos suficiente para encontrar un “saber hacer” con la cultura.
Woody Allen propone algunos recursos en su libro Como acabar de una vez por todas con la cultura aunque su recurso por excelencia es el humor. Pero es raro que uno pueda reírse en el mismo momento en que padece.
Por eso se dice que “la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”…
Hay otros recursos para no pensar en el futuro: la droga, el alcohol, la vagancia como formas de la pulsión autodestructivas y adormecedoras hasta finalmente la violencia contra otros como afirmación vital.
En la dialéctica especular “o yo o el otro” el joven encuentra en las “bandas” una forma de identificación que le permite expulsar lo diferente a veces de manera letal.
Algo novedoso es que esta manera destructiva llega, sobre todo en algunos lugares, a la escuela. La tan mentada educación occidental no sirve para alojar tanta pulsión desatada.
Conviene también acá pensar en la educación formal. ¿Hubo en el siglo XX una manera más sutil y restrictiva de lavado de cerebro de generaciones enteras? Hace pocos años el premio Nobel de literatura alemán Günter Grass confesó un pecado de juventud: pertenecer a las SS cuando tenía 16 años.
¿No debíamos dejar de lado este tipo de transmisión e inventar alguna otra que entre en cierta medida en el circuito del deseo?
Difícil porque estamos allí también divididos: si el deseo pasa por masturbarse o no hacer nada más que jugar de poco sirve la educación formal. Dejémosle el problema a los educadores y pensemos en formas posibles de “desaturdir” (perdón por el neologismo) al sujeto.
Primero: la palabra. Llegar a decir es saber desde que lugar se habla, una forma de enunciación diferente. Siempre se dice más o menos que lo que se quiere (todos estamos divididos por el deseo inconciente) pero si uno piensa en a quien se dirige y qué se quiere transmitir a seguramente encontrará las palabras adecuadas para ello.
Los líderes grupales lo saben por eso las Instituciones jurídicas, educativas y religiosas hablan de “sacar al niño-joven de la calle” y darle un lugar mejor. Pero ese joven, a no ser que lo encierren, vuelve a la calle y un discurso no se cambia por decreto. A veces se lo aturde más como esas instituciones para curar drogadicciones que son más rígidas que las cárceles.
Se trata, de darle un lugar diferente a la palabra (a-dicción, sabemos es sin decir) desde un pacto social diferente.
Estamos aturdidos por la cultura de la acción sin que medie palabra. Desde hace mucho.
El Aturdicho forma parte del discurso social y la saturación de imágines y signos que la acompañan llega al máximo y no dejan pensar ni realizar una reflexión posible.
Se trata de que los jóvenes no se acuesten en la cama que dejamos los mayores como dice el refrán pero deben saber hacerla y deshacerla a su manera. Y eso lleva tiempo.
Una última reflexión: me enteré bruscamente de que un señor de apellido Fort era famoso. No veo TV abierta y me lo comentó, risueñamente, una amiga. Curiosa como soy a fin de año haciendo zapping me quedé unos minutos en algún que otro reportaje a este nuevo personaje de la farándula. Y me encontré con otra vuelta de tuerca. Prejuiciosamente me esperaba alguien insoportable y me encontré con alguien que fue generando las condiciones (el dinero es necesario pero no suficiente) para hacerse un lugar en los medios. Así aparece como famoso de la noche a la mañana. ¿Fenómeno mediático? Sí pero quizás nos permita llega a algún saber sobre el tema que nos convoca.
Primera pregunta: ¿cómo puede surgir algo así? Las respuestas de Fort a algunas de las preguntas presentan una sensatez rayana en la simpleza: es el hombre del sentido común que quiere tener fama. Lo dice. Y por eso quizás es escuchado y lo logra. Me parece el ejemplo del aturdimiento: no se propone más que ser famoso y sabe que para eso hay que decir y hacer ciertas cosas. He ahí un deseo decidido y paga por él sin preguntarse nada, sin vacilaciones ni titubeos.
Parece que es también aquello a lo que el nuevo discurso social apunta.
¿Por qué, entonces, no obtener lo que supuestamente se quiere por ganar un concurso de intoxicación o prenderle fuego a la novia?
¿Por qué no rebelarse contra toda norma y prender bengalas en lugares cerrados o lanzarse al vacío estilo palomita para caer, milagrosamente, en una pileta?
Acaso ¿tienen estas conductas, propias del aturdimiento, sanción social?
Quienes las realizan son jóvenes pero no púberes o adolescentes. Mientras tanto: ¿no se los llama modelos de identificación? ¿De quienes? Justamente de los más jóvenes que ven con ojos a veces risueños las conductas desopilantes de sus mayores.
Para concluir: no se trata de un problema generacional, algo de eso se jugó en la década del 60 pero ahora los jóvenes y no tanto estamos atrapados en el mismo discurso y aturdidos por diversas manifestaciones violentas. ¿O nunca vimos una sesión, aburridísima por cierto, que la TV nos brinda desde el Congreso? Largos discursos vacíos, falta de escucha y cero debate. ¿Y la palabra? Hubo oradores y payadores, pero para que alguien hable alguien debe escuchar…
En Londres tienen el Hyde Park y el deseo pasa por otro lado, son astutos…
Transmitirles a los jóvenes algo de esa astucia de la razón quizás sea un buen comienzo.

*Mirta Vazquez de Teitelbaum
Psicoanalista


1 comentario:

  1. El aturdimiento comienza desde el mundo adulto (quiero decir gestado por el mundo adulto) desde una estructura económica que persigue como fin supremo el lucro que a esta altura, es no sólo perjudicial sino suicida. Creo que ese marco no puede ser soslayado. Pero cada frasede este magnífico artículo ilumina diferentes perspectivas. Creo que merece un desarrollo amplio. Lelia Reta

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