15 marzo 2010

Vilker Shila/ Informe Junventud, participación y compromiso

Causas justas
Participación, compromiso y expresiones micropolíticas juveniles



Por Shila Vilker*
(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Ezequiel Linares


La “participación social” es un tópico discursivo de la transición democrática. El modo en que él pervive aún hoy, en muchos discursos, asume una forma nostálgica. Son muchas las voces que lamentan la escasa participación juvenil y alzan la voz ante la resistencia que los jóvenes manifiestan contra las instituciones tradicionales. Veremos más adelante que se trata de voces profundamente conservadoras que esperan para el presente reduplicar formas participativas que hoy han quedado perimidas y que no se amalgaman con las nuevas creencias, sospechas e incertezas juveniles. Por eso, ante este panorama, haremos mejor en replantearnos de qué hablamos cuando hablamos de participación y cuál es la imaginación social en la que se asienta.

Se trata de un concepto polivalente que hace referencia a realidades variadas, plurales, multifacéticas.
· Una primera confusión deriva de la indistinción entre las formas de participación orgánicas y persistentes de las directas, espontáneas y casuales.
· Por otro lado, la idea de participación está inscripta en una matriz jerárquica y representativa vinculada a la toma de decisiones. Esta perspectiva convive sin problemas con otra que no excluye la idea de participación y la entiende, estrictamente, como “ser parte”.
· Además, la participación refiere a una práctica que puede ser o no sostenida en el tiempo. Se puede participar en clubes, instituciones religiosas, movimientos de base, partidos políticos, o en el sector educativo, pero también a través de intervenciones esporádicas como firmas de adhesión, los grupos de compromiso de las redes sociales informáticas, donaciones en el marco de campañas mediáticas, utilización de merchandising, etc.
· Se participa organizando, representando, acompañando en una marcha o siendo socio o usuario de una institución… incluso, la idea de participación presupone pasar de la pasividad a la actividad y de ésta al compromiso.
Como se ve, la naturaleza de la participación es realmente compleja y diversa. A pesar de las diferencias señaladas, en casi todos estos modelos prima una matriz estadocéntrica, ligada a la toma de decisiones y que se organiza en torno de la formación dirigencial de cuadros. Ahora, es precisamente esta la zona conflictiva en tanto que la reticencia a la participación juvenil se ancla en el descrédito y el recelo hacia las instituciones tradicionales de la política. Y en este sentido, hasta aquí no hacemos más de girar en círculos alrededor de nuestra propia imaginación, profundamente conservadora, sobre lo que es la participación.
El que aquí se confíe -e incluso, desde otros ámbitos, se impulse-, a pesar de todo, la participación tradicional de los jóvenes y se destaque la importancia del acceso de la singularidad de esta voz al mundo público no obtura el reconocimiento de un problema persistente: el clima de opinión que revela una profunda desconfianza hacia las instituciones políticas y de la democracia; hacia los partidos políticos y el Parlamento. ¿Por qué tanto recelo ante el fenómeno de la participación social?
En primer lugar, los medios escasamente presentan relatos positivos de prácticas de participación colectiva, orgánica, sostenida y ligada a la toma de decisiones y cuando lo hacen, resaltan más la entrega individual que la construcción colectiva. Los acentos discursivos se desplazan de la participación a secas al participante individual, sobre todo en el marco de juegos agónicos y egoístas. A su vez, la profusión de relatos de fuerte corte despectivo hacen converger la idea participación con la de protesta social. Así, la participación es procesada de modo negativo en la forma de una figura que, cada vez más, se vincula a la “profesionalización”. A través de este rodeo, entonces, la participación se profesionaliza y esto, lisa y llanamente, significa que, en los relatos mediáticos, la participación aparece corriendo el riesgo de caer en el clientelismo.
En segundo lugar, ha emergido una nueva socialidad juvenil en la que las redes de intercambio social se asientan sobre mecanismos no tradicionales. El desarrollo de la tecnología de la información ha potenciado formas de cooperación grupal que pasan por el ámbito laboral pero que se ha extendido hacia ese campo, más laxo, que es el de los modos de vida. Esto significa que, en muchos casos, los jóvenes llevan adelante sus vidas a través de gestiones asociadas. Estos nuevos modelos experienciales son menos permeables a las rígidas estructuras institucionales que las formas clásicas de participación pretenden emular.
A pesar de la escasa práctica de participación real y efectiva por parte de los jóvenes y de estas imágenes predominantemente negativas de circulación social, el que no haya una activa participación en el sentido indagado, no significa que no haya compromiso con las causas. Esto sí que es alentador. No nos encontramos ante el fin de la política. La transformación de las formas participativas antes denuncian nuestra incapacidad para comprender los modos renovados de estos asociacionismos que el fin del compromiso social por parte de los jóvenes.
1. En primer lugar, se trata de revalorizar las formas participativas espontáneas y no orgánicas; regidas por temas específicos y acotados, muchas veces, motivilizados afectivamente.
2. En segundo lugar, debemos considerar una idea de participación vinculada a los campos festivos, convivenciales y culturales; se trata de formas de participación pasajeras, eventuales, que pueden o no tener un tono politizante pero que empujan a pensar en la dimensión micropolítica de las nuevas expresiones sociales juveniles.
3. También debemos desandar la línea que une la participación con la incidencia sobre el ámbito público. En este sentido, se trata de entender lo político de un modo más complejo y no sólo en el estricto sentido institucional. El campo de la ecología podría servir de ejemplo.
4. Tendríamos, a su vez, que repensar las formas de expresión colectivas, hoy más proclives a conjugar formas simultáneas de masividad e individualidad.
5. Finalmente, es necesario incluir los nuevos mecanismos participativos no orgánicos que se despliegan con las nuevas tecnologías de la información.

Antes de llorar por la participación perdida, se trata de atender a nuevos emergentes más afines a un modelo de ciudadanía de derechos plenos, civiles, políticos, sociales y culturales. Haremos bien, entonces, en reconocer el compromiso de los jóvenes con las causas justas y aceptar que éstas, cada vez más, se expresan en formas no tradicionales de participación.

Marzo de 2010

*Licenciada en Ciencias de la Comunicación, docente e investigadora, autora de Le digo me dice (Paradiso)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

comentarios