200 Años: Las mismas preguntas en sangre y furia
“También los pensamientos caen a veces inmaduros del árbol.”
Ludwig Wittgenstein
Por Flavio Crescenzi
(para La Tecl@ Eñe)
El tiempo es una convención profana, un acopio de enredos y de errores transformado interesadamente en documento. Doscientos años no es sino el índice que demuestra nuestra puerilidad, nuestra alborotada juventud. Un pueblo se independiza del yugo impuesto por otro buscando organizarse y el resultado no está aún del todo claro. Los preceptos de los cerebros de la revolución hoy todavía están en ascuas, la revolución fue traicionada en su mismísimo seno por el ala conservadora que derivará, años más tarde, en el mitrismo y sus atroces descendencias. Dos siglos en pugna, dos siglos de antinómicas reyertas. Mariano Moreno, Castelli y Belgrano, cristalizados como mártires por el discurso de la historia oficial, pensaron un mundo inspirado en la Francia jacobina ignorando que el pueblo argentino no importa ideas sino atuendos, arquitectura y platos de una exquisita y locuaz gastronomía. Preocupaciones como la que a continuación señalaremos, en un fragmento de Moreno, todavía necesitan de respuestas, ya que, en su momento, salvo unos pocos, nadie supo darlas.
"Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Se ve continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación. Se ven precisados a entrar por conductos estrechos y subterráneos cargando sobre sus hombros los alimentos y herramientas necesarias para su labor, a estar encerrados por muchos días, a sacar después los metales que han excavado sobre sus propias espaldas, con notoria infracción de las leyes, que prohíben que aun voluntariamente puedan llevar cargas sobre sus hombros, padecimientos que, unidos al mal trato que les es consiguiente, ocasionan que de las cuatro partes de indios que salen de la mina, rara vez regresen a sus patrias las tres enteras.[]"
La identidad de esta nación se sigue diluyendo entre dos visiones de mundo terminantemente opuestas, visiones que, por otra parte, muchas veces se confunden. La incógnita ahora es más dura que hace siglos, el paso del tiempo fue ensanchando las brechas existentes y el discurso hegemónico se ha vuelto casi un monólogo irrisorio que nadie se atreve a denunciar por saberlo invulnerable. El ejercicio crítico que siempre rescatamos como única opción de resistencia se ha vuelto nulo si vemos fríamente el estado de los hechos. La cosificación de la cultura responde a una estrategia, a una maquinaria de guerra emplazada en el coliseo cotidiano, la palabra (incluso la tenida ya por disidente) se ha vuelto mera mercancía. Desde mi humilde lugar de literato me interrogo, diciéndome ¿qué celebramos en un bicentenario?, ¿qué revolución perdida queremos sepultar con ornamentos? El siglo XX ha sido prolífico en reivindicaciones y planteos profundísimos, hemos soñado patrias grandes, panaméricas unidas en un abrazo libertario, un idioma y un pensamiento nuestros como los son los orígenes míticos de la cultura de sustrato. Nada ha cambiado cabalmente. Sólo nos queda seguir difundiendo, a gritos (grito sagrado para el caso, grito de honda independencia), las mismas preguntas que, algunos de los hombres de aquel mayo que ahora recordamos, en sangre y furia se plantearon.
“También los pensamientos caen a veces inmaduros del árbol.”
Ludwig Wittgenstein
Por Flavio Crescenzi
(para La Tecl@ Eñe)
El tiempo es una convención profana, un acopio de enredos y de errores transformado interesadamente en documento. Doscientos años no es sino el índice que demuestra nuestra puerilidad, nuestra alborotada juventud. Un pueblo se independiza del yugo impuesto por otro buscando organizarse y el resultado no está aún del todo claro. Los preceptos de los cerebros de la revolución hoy todavía están en ascuas, la revolución fue traicionada en su mismísimo seno por el ala conservadora que derivará, años más tarde, en el mitrismo y sus atroces descendencias. Dos siglos en pugna, dos siglos de antinómicas reyertas. Mariano Moreno, Castelli y Belgrano, cristalizados como mártires por el discurso de la historia oficial, pensaron un mundo inspirado en la Francia jacobina ignorando que el pueblo argentino no importa ideas sino atuendos, arquitectura y platos de una exquisita y locuaz gastronomía. Preocupaciones como la que a continuación señalaremos, en un fragmento de Moreno, todavía necesitan de respuestas, ya que, en su momento, salvo unos pocos, nadie supo darlas.
"Desde el descubrimiento empezó la malicia a perseguir unos hombres que no tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con opulencia y que prefieren dejar sus pueblos que sujetarse a las opresiones y servicios de sus amos, jueces y curas. Se ve continuamente sacarse violentamente a estos infelices de sus hogares y patrias, para venir a ser víctimas de una disimulada inmolación. Se ven precisados a entrar por conductos estrechos y subterráneos cargando sobre sus hombros los alimentos y herramientas necesarias para su labor, a estar encerrados por muchos días, a sacar después los metales que han excavado sobre sus propias espaldas, con notoria infracción de las leyes, que prohíben que aun voluntariamente puedan llevar cargas sobre sus hombros, padecimientos que, unidos al mal trato que les es consiguiente, ocasionan que de las cuatro partes de indios que salen de la mina, rara vez regresen a sus patrias las tres enteras.[]"
La identidad de esta nación se sigue diluyendo entre dos visiones de mundo terminantemente opuestas, visiones que, por otra parte, muchas veces se confunden. La incógnita ahora es más dura que hace siglos, el paso del tiempo fue ensanchando las brechas existentes y el discurso hegemónico se ha vuelto casi un monólogo irrisorio que nadie se atreve a denunciar por saberlo invulnerable. El ejercicio crítico que siempre rescatamos como única opción de resistencia se ha vuelto nulo si vemos fríamente el estado de los hechos. La cosificación de la cultura responde a una estrategia, a una maquinaria de guerra emplazada en el coliseo cotidiano, la palabra (incluso la tenida ya por disidente) se ha vuelto mera mercancía. Desde mi humilde lugar de literato me interrogo, diciéndome ¿qué celebramos en un bicentenario?, ¿qué revolución perdida queremos sepultar con ornamentos? El siglo XX ha sido prolífico en reivindicaciones y planteos profundísimos, hemos soñado patrias grandes, panaméricas unidas en un abrazo libertario, un idioma y un pensamiento nuestros como los son los orígenes míticos de la cultura de sustrato. Nada ha cambiado cabalmente. Sólo nos queda seguir difundiendo, a gritos (grito sagrado para el caso, grito de honda independencia), las mismas preguntas que, algunos de los hombres de aquel mayo que ahora recordamos, en sangre y furia se plantearon.
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