17 mayo 2010

Garaventa Jorge/¿Con que autoridad se reclama autoridad?

¿Con que autoridad se reclama autoridad?
La trama y la trampa de una tergiversación semántica y práctica

Por Jorge Garaventa*

(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: León Ferrari
Nada nuevo estamos diciendo cuando afirmamos que aquellos que reclaman la restauración de los principios de autoridad son los mismos que con su acción, inacción, silencio, o decir colaboraron a degradar y tergiversar uno de los principios rectores de la convivencia social.
Tal es la confusión, las más de las veces intencional, que de las posibles definiciones del término apenas sobrevive en el lenguaje colectivo aquella que la emparenta con la represión a través de la violencia. Porque en definitiva, de lo que se trata es de una nostalgia de métodos educativos y de control social que, no obstante, están aún bastante lejos de ser parte del pasado.
La vigencia de la educación golpeadora, a veces desde lo ideológico, a veces desde lo fáctico, es un componente social cuya presencia se desgrana ante nuestros ojos con apenas agudizar algo la mirada hacia la cotidianeidad.
Cuando el tigre Acosta desde su parque jurásico en el juicio por los crímenes cometidos por laas patotas de la ESMA afirma que el error es no haber matado a todos los subversivos, está siendo vocero de un sector social que, mas allá de la magnitud numérica, es conviviente.
Decimos siempre que el gran hallazgo de Steven Spielberg, no suficientemente valorizado, es mostrar que el Jurassic Park no es un tema del pasado sino que puede estar en cualquier lugar veraniego como les pasó hace unos años a quienes encontraron al ángel rubio Astiz tostándose en las costas atlánticas.
Volvamos entonces al concepto de autoridad. Una de las acepciones alude al “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.”
Parecería entonces que acuñando esa definición el tema se encaminaría hacia una claridad ya que asociamos prestigio, crédito, legitimidad, calidad y competencia con valores intrínsecos que refieren a ideales democráticos y de respeto a los derechos humanos. Pero ocurre que no necesariamente es así. Veremos…
Sin duda para quienes fueron parte de la periferia de los grupos de tareas del masserismo, los integrantes de la patota encarnaban esos ideales de pertenencia aludidos: prestigio, crédito, legitimidad, calidad y competencia. Si estaba allí, si tenían el privilegio de pertenecer, era merced a esos valores que los convertían en líderes de referencia de quienes soñaban con una carrera ascendente en el arma cumpliendo con los deberes para con la patria.
Allí se estaba construyendo un concepto de autoridad cargado de violencia, odio al diferente y eliminación física de quien se oponga a los ideales de uniformidad en la convivencia y aceptación de determinados modos de vida. Ese concepto regía los objetivos de la dictadura pero había comenzado a gestarse desde el vértice mismo del gobierno democrático que la precedió, lo cual nos permite suponer que este concepto de autoridad encarna en la dictadura pero anida en sectores sociales que aún hoy sabemos vigorosos.
Es cierto que EL “76” halló campo fértil para la producción de bestialidades, (lo cual no los exime de responsabilidades), pero sería un canalla ejercicio de distorsión del pasado aprovechar que todo cabe allí para menoscabar que la identidad entre autoridad y violencia en distintos grados ha sido una construcción histórica donde distintas épocas, distintas fracciones sociales, corporaciones civiles y militares, fueron construyendo la cultura de la justificación para que tuviera vigencia y consenso la educación golpeadora, esta si, responsable de los males de nuestra época, independientemente del monstruo al que le toque hacer de mascarada.
La educación golpeadora excede la educación formal. Cuando nos referimos a ella hablamos de una cultura subyacente, hoy un tanto vergonzante pero vigente, que sostiene el maltrato, el grito, el golpe, la amenaza. La coerción como forma de enderezar la natural torcedura conductual del ser humano. “Te pego porque te quiero aunque me duela mas a mi que a vos”, es el paradigma mas evidente de aquello que intentamos mostrar.
Coincidimos entonces en que hoy escasea la autoridad y que para que se restablezca el respeto entre pares es necesario recrearla. Pero la confusión es tan grande que cuando se pide autoridad lo que se está reclamando es represión, que no es ni más ni menos que el fracaso de aquella.
Hemos dicho hasta el hartazgo que el éxito mayor de las dictaduras fue que rompieron los lazos de solidaridad entre la gente, primero por miedo, luego por vaciarla de sentido a través de una campaña cultural exitosa.
Nuestros jóvenes, ya hijos de la democracia son ajenos a la posibilidad masiva de encontrar modelos de identificación sana. Sus padres, hijos de la dictadura, tan solo pudieron postularse como consumistas de rebaño, de la plata dulce, de la primavera menemista…de la reelección…
Trabajan hasta el infarto y el hastío pero con la estética de “Tiempos Modernos” que apenas lega vacuidad. Minutos antes, el corralito se llevó la última ilusión de movilidad social.
Con semejantes estafas a las éticas y la moral, con tamaño garrotazo a la ilusión de un mundo mejor que sería tributario de un bienestar económico quedó a la vista el desorden de una post modernidad en la que nadie manda y ni obedece. De ese caos, de las entrañas mismas de estos desbarajustes renacen briosos los abanderados de la “autoridad”, aquellos mismos que fueron forjadores de la letra con sangre entra, de la cultura del puntero y las rodillas en el maíz. El fracaso no les sienta, y lejos de sentirse derrotados se mimetizan en nuestras confusiones reclamando autoridad. Y hasta logran que por un momento podemos detenernos a pensar si su reclamo no será el camino que debemos recorrer. Y se desempolvan “los límites”, en nombre de los cuales se infligieron los más osados maltratos y abusos contra la niñez, y se recrea la idea de la represión, de la buena represión, “porque no todo puede ser libertad, porque la libertad exagerada es caos, exceso, degeneración…”
Con los medios masivos de comunicación a su servicio “van creando conciencia” hasta lograr que ilusos de la libertad seamos verdugos ejecutores de nuestra propia hipoteca. Y la “autoridad” reestablecida, como de costumbre, vuelve a mostrar sus fauces mezquinas donde, la domesticación es apenas un pasaje hacia otra cosa: la restauración de privilegios en una sociedad estratificada, con superficie plana en las capas superiores y en inevitable empinada pendiente para el resto.
Decimos finalmente que nada de lo que hoy ocurre es casual o azaroso. Coincidimos en que la solución comienza por el rescate del principio de autoridad, siempre y cuando que, como decíamos al principio entendamos por ella “prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.”
El requisito que da valor a semejante definición es que el accionar haga eje en el culto a la vida y el ejercicio irrenunciable del respeto a los derechos humanos que, aunque redunde, ante tanta escasez histórica, seguramente no sobra.

*Psicólogo

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