17 mayo 2010

Drí Rubén/Bicentenario de la revolución latinoamericana

Bicentenario de la revolución latinoamericana

Por Rubén Dri
(para La Tecl@ Eñe)

“La revolución argentina es un detalle de la revolución de América,
Como ésta es un detalle de la de España
Como ésta es un detalle de la revolución francesa y europea”

Así se expresaba el último Alberdi, el del exilio, que se había despegado de la concepción liberal, en el célebre libro “las Bases”. El bicentenario no es sólo de la Argentina o de Colombia, o de México, sino de la Patria Grande Latinoamericana. Efectivamente, los hechos libertarios se fueron produciendo de la manera siguiente:

El 2 de mayo 1808 se produce la invasión napoleónica a España que resiste mediante una verdadera insurrección popular y la formación de diversas juntas que reconocen la dirección de la Junta Central de Sevilla, que convoca los pueblos americanos a constituir juntas populares.

En 1810 se constituyen juntas en nombre de Fernando VII en todos pueblos latinoamericanos. El 19 de abril en Caracas; el 25 de mayo, en Buenos Aires; el 14 de junio, en Cartagena; el 20 de junio, en Bogotá y el 16 de septiembre, en México.

1.- Los dos proyectos en Argentina.

En Argentina las luchas comienzan en 1810 con la denominada “Revolución de Mayo” y se prolongan en todo el transcurso del siglo XIX. Son las luchas que se conocen como luchas entre unitarios y federales. Se trata de dos proyectos antagónicos. Uno, el federal o nacional, centrado en la producción artesanal del interior del país, propugnando por la realización del mercado interno, con el horizonte de la realización de la Patria Grande Latinoamericana.

“La libertad de América es y será siempre el objeto de mi anhelo” (Artigas a French) “Los grandes planes de América en su revolución gloriosa deben sellarse y esta provincia ha ofrecido sus cenizas hasta asegurar su consolidación” (Artigas al gobierno de Buenos Aires)

“Unidos íntimamente por vínculos de naturaleza y de intereses recíprocos luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más agrados derechos […] No puedo ser más expresivo en mis deseos que ofertando a vuestra excelencia la mayor cordialidad por la mejor armonía y la unión más estrecha. Firmarla es obra de sostén por intereses recíprocos” (Artigas a Bolívar).

El otro, el unitario, liberal, centrado en la exportación de los productos primarios, dependiente del imperio inglés, con el horizonte de la patria chica conformada por la pampa húmeda y el puerto de Buenos aires.

En 1861, el general Justo José de Urquiza, el máximo caudillo del proyecto federal defecciona, y en la batalla de Pavón deja el poder en manos del general Mitre, que se encontraba al frente del proyecto liberal agroexportador. Con el poder en sus manos, Mitre consuma la tarea de hacer triunfar el proyecto liberal agroexportador, dependiente del imperio británico aliándose con el imperio de Brasil para destruir al Paraguay de Estanislao López, el último bastión del proyecto nacional.

El Chacho Peñaloza, Felipe Varela, Santos Guayama y otros caudillos nacionales presentan una tenaz resistencia, levantando la bandera de la “Unión americana”. Pozo de Vargas (10 de abril de 1867) es la derrota final de la resistencia nacional argentina, y Cerro Corá (1 de marzo de 1870), la derrota final de un proyecto continental, latinoamericano, autocentrado.

En las décadas del 80 y del 90 del siglo XIX se impone en toda Latinoamérica el Estado moderno, oligárquico, liberal, dependiente del imperio británico. En Argentina dura su reinado de 1880 a 1945, fecha en que, con el advenimiento del peronismo se pasa al Estado benefactor en el que es posible detectar aspectos de la eticidad postulada por Hegel.

2.- El Estado peronista

El Estado peronista retoma las banderas nacionales del federalismo, rompiendo las características del Estado oligárquico agroexportador, dependiente del imperio británico, orientándose hacia la expansión del mercado interno, lo que naturalmente lo lleva hacia la industrialización y la consecuente elevación de los sectores obreros y populares.

Postulados fundamentales de la eticidad forman parte del Estado peronista y entre ellos de una manera especial la intersubjetividad popular. El Estado oligárquico liberal era esencialmente un Estado de señores y siervos, de dominadores y dominados. Estos últimos eran todos los sectores populares, trabajadores, peones rurales, empleados, sirvientas y en general todo el espectro que se suele conocer como “clase media”. Ello significa que no eran reconocidos.

Ahora en cambio son reconocidos como sujetos tanto a nivel individual como a nivel colectivo. En el nivel individual, la categoría de “trabajador”, de ser una categoría menospreciada pasa a ser el título de mayor honra. Los individuos pertenecientes a los sectores populares se sienten “reconocidos” en todos los niveles del reconocimiento, el económico, el social, el cultural, el jurídico.

Privilegios que desde la conformación del Estado moderno oligárquico pertenecían sólo a las clases dominantes, pasan a ser compartidas por los sectores populares. Pleno empleo, vacaciones en lugares antes prohibidos, aguinaldo ya no son meros sueños sino realidades tangibles.

En el nivel colectivo aparece la categoría de “pueblo” para designar al sujeto colectivo como protagonista del Estado. El 17 de octubre de 1945 quedará como la primera de las grandes “puebladas” que irán jalonando la historia de ahí en adelante. Con triunfos y derrotas, ya el pueblo como sujeto nunca podrá ser marginado del proceso histórico.


3.- Después de la derrota del peronismo

A pesar de la derrota del Estado peronista, infligida por el golpe militar de 1955, determinadas características del Estado ético no desaparecieron. Es avanzada la década del 60 cuando el capitalismo, que se había revitalizado con la inyección keynesiana, comienza a sentir una aguda crisis que lo llevaría a adoptar la doctrina que habían elaborado los intelectuales en Monte Peregrino.

En Argentina se intenta esa implementación, como era tradicional, mediante un golpe de Estado militar. Es el golpe de Onganía. El sujeto popular, o sea, el pueblo que se había conformado desde 1945 tenía la fuerza suficiente para hacer fracasar el intento. Son memorables las jornadas de luchas populares que obligaron a la dictadura militar a desistir y conceder elecciones generales.

Esta victoria del sujeto popular no duró demasiado. Aleccionado por su anterior derrota, las fuerzas del capital comprendieron que para implementar la doctrina neoliberal era necesario quebrar al sujeto popular, destruir sus organizaciones, torturar y hacer desaparecer a sus militantes. En una palabra, aterrorizar a la población. Para ello era necesario un golpe militar que aplicase los más sofisticados y científicos métodos de terror, aprendidos de las fuerzas represivas de países como Francia y Estados Unidos.

Por ello se produce el golpe militar del 24 de marzo de 1976 que aplica el más feroz terrorismo de Estado. Contemporáneamente Margaret Thatcher (1979) asume el gobierno en Gran Bretaña, Ronald Reagan (1980) lo hace en Estados Unidos y Juan Pablo II[1] (1979) asume el poder en el Vaticano. Son los líderes políticos que impulsan la aplicación de la doctrina liberal de Monte Peregrino.

En la Argentina, luego del fracaso del gobierno de Alfonsín (1984-1989), en 1989 asume Carlos Menem, elegido por una sociedad que había dejado de ser pueblo, en el sentido de sujeto colectivo capaz de oponerse. A la destrucción, encarcelamiento, destierro, tortura, desaparición, en una palabra “terror” que había producido la dictadura militar genocida, se agregaron la falta de un proyecto alternativo del gobierno alfonsinista, su propuesta de una “economía de guerra”, las leyes de impunidad y finalmente una superinflación que dejó a la población en la angustia.

La aparición del caudillo riojano como un mesías suscitó las expectativas de una población sin expectativas. Una vez en el gobierno, Menem aceptó a rajatabla la propuesta neoliberal impulsada por las corporaciones. El neoliberalismo se aplicó de una manera fundamentalista como es difícil que se haya dado en otras partes. Los aspectos político-económicos del proyecto son de sobra conocidos. Obedecen a los nombres de privatizaciones, achicamiento o desaparición del Estado, flexibilización laboral, apertura indiscriminada a la importación de artículos extranjeros, libre circulación de capitales, destrucción de la industria, cierre de los ferrocarriles, desocupación masiva.

Todos estos aspectos han sido objeto de múltiples análisis, pero hay un aspecto que ha sido menos analizado, el que se refiere al ethos, a la eticidad o ámbito de realización intersubjetiva. El capitalismo como sistema está basado en el individuo de la sociedad civil. Es esencialmente individualista. Pero ningún sistema se da en estado puro como sólo se presenta en los “tipos ideales”, construcción epistemológica que ayuda a acercarnos a la realidad.

Ésta se da siempre mezclada y en ese sentido hay formaciones sociales que se encuentran en el capitalismo que presentan notables realizaciones intersubjetivas, lo cual implica que los sujetos tienen espacios de creación. En otras palabras, la eticidad no está ausente de toda sociedad capitalista. De hecho, desde 1945 hasta 1976, nunca faltó en nuestra sociedad. La palabra “compañero”, que caracterizó las relaciones intersubjetivas de los sectores populares, atestigua la vigencia de una eticidad viva y creativa.

4.- La dictadura genocida

Todo cambia a partir del golpe de Estado de 1976. A partir de entonces hay dos momentos fundamentales en la destrucción de la eticidad que deben ser estudiados: la etapa de la dictadura militar (1976-1983) y la correspondiente a la imposición arrasadora del neoliberalismo en la década del 90. La finalidad de la dictadura militar fue la destrucción del sujeto popular y sus múltiples organizaciones, a fin de dejar el campo libre para la imposición del proyecto neoliberal.

Presencia masiva de los aparatos de terror, encarcelamiento, destierro, tortura destinada al aniquilamiento de sujeto y su conversión en delator de sus compañeros, desaparición de personas, desconcierto ante la falsedad de las informaciones, delación que convertía a cada uno como posible delator o delatado, exilio interno y exilio externo. Todo ello puede sintetizarse en la política del terror que penetra hasta la médula de la sociedad.

De esta manera se rompe toda posibilidad de solidaridad, de intersubjetividad. Siempre ha habido resquicios a través de los cuales penetró la solidaridad, pero a nivel general, la dictadura logró su objetivo. El entramado de relaciones intersubjetivas que constituyen la eticidad fue destrozado. Ello significa la muerte del hábitat humano, del ethos, de la casa espiritual en la que es posible la vida humana.

5.- El triunfo neoliberal

El terreno estaba casi completamente preparado para la implantación del neoliberalismo. Faltaba todavía una vuelta de tuerca que se dio con la “hiperinflación” de 1989, que termina con el gobierno de Alfonsín. Con la hiperinflación es la misma posibilidad de vida de la mayor parte de la sociedad la que se encuentra directamente amenazada. Es la sentencia de muerte del sujeto popular. Con éste en la lona el neoliberalismo encuentra el terreno completamente despejado.

Con la implementación del fundamentalismo neoliberal, se malvendió el patrimonio nacional, se privatizó a precio vil todas las empresas rentables del Estado, incluso YPF, verdadero símbolo de la soberanía nacional, se destruyó la industria con su consecuencia lógica, el desempleo masivo. Nació así una nueva “clase”, la de los “trabajadores desocupados”, se dio vía libre a la más desenfrenada especulación, formándose un mundo ficticio que lógicamente debía estallar, como sucedió con la pueblada del 19-20 de diciembre de 2000.

Todo esto tiene que ver con lo que podríamos denominar “condiciones materiales” que se transformaron en “condiciones miserables” para la mayoría de la población conformada por los sectores populares. Sobre esta miserable realidad se han realizado múltiples análisis, por lo cual no vamos a insistir.

Aquí nos interesa apuntar a otro aspecto fundamental de la destrucción que produjo el neoliberalismo. Nos referimos precisamente a la ética, a la eticidad, al ethos. La concepción neoliberal es la concepción acabada del capitalismo, que implica la absoluta individualidad, la competencia feroz, el efecto de la existencia de ganadores y perdedores en la lucha por la competencia. En síntesis, el otro nunca es aquél con quien lucho por reconocimiento, sino aquél a quien debo aplastar.

De esta manera se destruyen todos los valores, las creencias, las claves que hacían de la sociedad el ámbito de realización de los sujetos. La intersubjetividad que implica siempre el mutuo reconocimiento y la posibilidad de trabajar con el otro, desaparece. Lo comunitario es retrógrado. Los medios para triunfar nada tienen que ver con la ética. Todos son buenos si tienen éxito.

Una de las consecuencias es la “inseguridad”, flagelo que habita en toda sociedad donde el sistema neoliberal se ha impuesto. Dentro de la misma lógica neoliberal se lo quiere eliminar mediante la denominada “mano dura” o “tolerancia cero” que no sólo no remedia el mal, sino que lo incrementan al provocar la airada reacción de quienes se sienten doblemente castigados.

8.- La pueblada del 19-20 diciembre 2001 y reconstrucción del Estado.

En el 19-20 de diciembre de 2001 se produce una gran pueblada que produce el quiebre del neoliberalismo que había destruido al país. Como toda gran pueblada, ésta significa la finalización de una etapa, la del neoliberalismo en este caso, y el comienzo de una nueva que será necesario realizar.

En el 2003 Néstor Kirchner asume como presidente con el 22 % de los votos. Haciendo una lectura correcta de lo que había sucedido en la pueblada, rápidamente comienza a tomar medidas que orientan su gobierno hacia la recuperación del proyecto nacional y popular. Política de derechos humanos, renovación de la Suprema Corte, derogación de las leyes de impunidad, política de producción dirigida al mercado interno, reconstrucción del Estado.

En esa etapa nos encontramos. El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner siguió la línea trazada, a pesar de la furiosa embestida de los sectores concentrados de la economía y de los medios de comunicación. Las medidas tomadas fueron profundizando el proyecto que no mira sólo a la patria chica, sino fundamentalmente a la Patria Grande Latinoamericana.

Bibliografía

Dri, Rubén (2009) La rosa en la cruz. La filosofía política hegeliana. Editorial Biblos, Buenos Aires.
Galasso, Norberto (1999) Cuadernos para la Otra Historia N° 4. Centro Cultural Discépolo, Buenos Aires.
Galasso, Norberto (1994) Mariano Moreno. Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires.
Rosa, José María (1969) Historia argentina T. 7. Editorial Oriente, Buenos Aires.

Buenos Aires, 26 de abril de 2010

Para La Tecla Eñe


[1] Pablo II da a conocer en 1989, la Encíclica Centesismus annus en la que celebra la caída del denominado “socialismo real” y propone la economía neoliberal como solución para los problemas del Tercer Mundo “Es quizá-el capitalismo- el modelo que es necesario proponer a los Países del Tercer Mundo, que buscan la vía del verdadero progreso económico y civil? La respuesta obviamente es compleja. Si por ‘capitalismo’ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ‘economía de empresa’, ‘economía de mercado’, o simplemente de ‘economía libre’ (Juan Pablo II, 1991, pp. 83-84).

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