(para La Tecl@ Eñe)
Ante la cercanía del Bicentenario de la Revolución de 1810, las diferentes administraciones comenzaron a preparar el “festejo”. En realidad, intentan intervenir en aquello que se juega cada 25 de mayo: qué sociedad fue forjada y por quiénes. Para ello, apelan a la imagen más difundida: los próceres bregaron por la “libertad” de “todos”, crearon una sociedad “democrática” y, por lo tanto, son los padres de todos los argentinos, que venimos a ser algo así como “hermanos”, más allá de nuestras diferencias. Un credo sumamente extendido, pero demasiado ingenuo y, a decir verdad, grosero. Nunca se explica de qué “libertad” se habla y para quién.
Para comprender quiénes fueron los dirigentes de Mayo, hay que conocer las ideas que los animaban. Intelectuales revolucionarios como Manuel Belgrano, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes anticiparon su programa en los tres periódicos que editaron: el Telégrafo Mercantil (1801-1802), el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1806) y el Correo de Comercio (1810-1811). Veamos lo que escribían.
Por aquella época, como ahora, la existencia de una población sin recursos promovía la “inseguridad”: bandas de desposeídos robaban ganado para subsistir. En 1801, el gobierno apresa a un cuatrero famoso, el Capitán Curú. El reo es traído a Buenos Aires, donde se lo ajusticia en la Plaza Mayor (hoy, de Mayo). El Telégrafo Mercantil lo celebra y relata lo sucedido de este modo:
“¡Qué amparo y seguridad tendrían los habitantes de nuestras campañas, en sus vidas y haciendas, si la mano fuerte de la Justicia no los hubiese preso, si no los hubiese ahorcado, descuartizado al Capitán Curú, cortado a todos las cabezas y manos alevosas y fijado estos horribles signos para escarmiento de otros, en los lugares mismos donde perpetraron sus delitos!”
Como vemos, los dichos de Susana tienen una larga historia. Nuestros próceres no buscaban la seguridad de todos, sino la de los estancieros.
La principal preocupación de estos dirigentes es la acumulación de capital en el agro. Muchos de ellos, vienen de familias de ganaderos. En sus escritos, relatan los problemas que tiene la producción, entre ellos, la falta de propiedad privada. Belgrano escribe, en 1810: “Remediemos en tiempo la falta de propiedad, convencidos de lo perjudicial que nos es”.
La otra inquietud es la de todo patrón: el precio del salario. Vieytes describe a los peones como “manos mercenarias que deben emplearse en su socorro. [...] Los que no teniendo otra propiedad alguna que la del trabajo de sus brazos, se hallan precisados a venderlo para ocurrir al socorro de sus necesidades”. Se trata de toda una definición de clase obrera. Claro que los “padres de la patria” no pensaban en la mejora de sus condiciones de vida. Por el contrario, se preguntan cómo bajar los salarios. Al respecto Vieytes es muy elocuente: “Mientras el número de propietarios prepondere al de los jornaleros será absolutamente imposible el que logremos ver algún tanto más bajo el precio de ellos”. Es decir, para obtener salarios más bajos, hay que despojar a gran parte de la población de medios de vida, así no van a tener otra alternativa que “conchabarse”.
¿Mientras tanto? Nuestros próceres proponen dos alternativas. La primera es introducir mejoras tecnológicas: “Introdúzcanse en nuestras provincias algunas de las muchas máquinas que ha inventado la industria de los hombres para multiplicar la fuerza y éste será el gran secreto de que salgan, en su origen, a un precio moderado nuestros frutos, aún cuando quede inalterable el precio del jornal”.
El segundo, intensificar el trabajo, que los peones trabajen más duro. Si se va a pagar lo que se paga, piensa cualquier patrón, que rinda más. Así escribe Belgrano:
“La costumbre en el recojo de los granos que tienen los peones es grave daño para los labradores. No sólo por los desperdicios al cortar, sino porque usan de varios intervalos (fuera de aquellos que están ya establecidos) en que pierden considerable tiempo [...] Y como no hay quien los compela al cumplimiento de sus deberes sigue el mal arruinando hasta que se les ponga a estos en estado de sumisión”
Como vemos, la dirección revolucionaria no impulsó la libertad de todos, sino el programa de la burguesía agraria. Buscaban que los estancieros obtengan mayores ganancias a costa del trabajo de sus peones. Pedían seguridad para la propiedad privada y libertad para acumular. En su momento, esto constituyó un paso adelante frente a una sociedad basada en la dominación feudal y cuya riqueza fluía hacia España a cambio de nada. La Nación Argentina, entonces, no es sino una construcción a la medida de una clase particular, la burguesía.
Ante la cercanía del Bicentenario de la Revolución de 1810, las diferentes administraciones comenzaron a preparar el “festejo”. En realidad, intentan intervenir en aquello que se juega cada 25 de mayo: qué sociedad fue forjada y por quiénes. Para ello, apelan a la imagen más difundida: los próceres bregaron por la “libertad” de “todos”, crearon una sociedad “democrática” y, por lo tanto, son los padres de todos los argentinos, que venimos a ser algo así como “hermanos”, más allá de nuestras diferencias. Un credo sumamente extendido, pero demasiado ingenuo y, a decir verdad, grosero. Nunca se explica de qué “libertad” se habla y para quién.
Para comprender quiénes fueron los dirigentes de Mayo, hay que conocer las ideas que los animaban. Intelectuales revolucionarios como Manuel Belgrano, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes anticiparon su programa en los tres periódicos que editaron: el Telégrafo Mercantil (1801-1802), el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1806) y el Correo de Comercio (1810-1811). Veamos lo que escribían.
Por aquella época, como ahora, la existencia de una población sin recursos promovía la “inseguridad”: bandas de desposeídos robaban ganado para subsistir. En 1801, el gobierno apresa a un cuatrero famoso, el Capitán Curú. El reo es traído a Buenos Aires, donde se lo ajusticia en la Plaza Mayor (hoy, de Mayo). El Telégrafo Mercantil lo celebra y relata lo sucedido de este modo:
“¡Qué amparo y seguridad tendrían los habitantes de nuestras campañas, en sus vidas y haciendas, si la mano fuerte de la Justicia no los hubiese preso, si no los hubiese ahorcado, descuartizado al Capitán Curú, cortado a todos las cabezas y manos alevosas y fijado estos horribles signos para escarmiento de otros, en los lugares mismos donde perpetraron sus delitos!”
Como vemos, los dichos de Susana tienen una larga historia. Nuestros próceres no buscaban la seguridad de todos, sino la de los estancieros.
La principal preocupación de estos dirigentes es la acumulación de capital en el agro. Muchos de ellos, vienen de familias de ganaderos. En sus escritos, relatan los problemas que tiene la producción, entre ellos, la falta de propiedad privada. Belgrano escribe, en 1810: “Remediemos en tiempo la falta de propiedad, convencidos de lo perjudicial que nos es”.
La otra inquietud es la de todo patrón: el precio del salario. Vieytes describe a los peones como “manos mercenarias que deben emplearse en su socorro. [...] Los que no teniendo otra propiedad alguna que la del trabajo de sus brazos, se hallan precisados a venderlo para ocurrir al socorro de sus necesidades”. Se trata de toda una definición de clase obrera. Claro que los “padres de la patria” no pensaban en la mejora de sus condiciones de vida. Por el contrario, se preguntan cómo bajar los salarios. Al respecto Vieytes es muy elocuente: “Mientras el número de propietarios prepondere al de los jornaleros será absolutamente imposible el que logremos ver algún tanto más bajo el precio de ellos”. Es decir, para obtener salarios más bajos, hay que despojar a gran parte de la población de medios de vida, así no van a tener otra alternativa que “conchabarse”.
¿Mientras tanto? Nuestros próceres proponen dos alternativas. La primera es introducir mejoras tecnológicas: “Introdúzcanse en nuestras provincias algunas de las muchas máquinas que ha inventado la industria de los hombres para multiplicar la fuerza y éste será el gran secreto de que salgan, en su origen, a un precio moderado nuestros frutos, aún cuando quede inalterable el precio del jornal”.
El segundo, intensificar el trabajo, que los peones trabajen más duro. Si se va a pagar lo que se paga, piensa cualquier patrón, que rinda más. Así escribe Belgrano:
“La costumbre en el recojo de los granos que tienen los peones es grave daño para los labradores. No sólo por los desperdicios al cortar, sino porque usan de varios intervalos (fuera de aquellos que están ya establecidos) en que pierden considerable tiempo [...] Y como no hay quien los compela al cumplimiento de sus deberes sigue el mal arruinando hasta que se les ponga a estos en estado de sumisión”
Como vemos, la dirección revolucionaria no impulsó la libertad de todos, sino el programa de la burguesía agraria. Buscaban que los estancieros obtengan mayores ganancias a costa del trabajo de sus peones. Pedían seguridad para la propiedad privada y libertad para acumular. En su momento, esto constituyó un paso adelante frente a una sociedad basada en la dominación feudal y cuya riqueza fluía hacia España a cambio de nada. La Nación Argentina, entonces, no es sino una construcción a la medida de una clase particular, la burguesía.
*Historiador
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