Bicentenario: ¿por una cultura de la dependencia o por una cultura de la liberación?
Por Alberto J. Franzoia
(para La Tecl@ Eñe)
Breve aclaración sobre el concepto cultura
El concepto cultura suele utilizarse con diversos grados de amplitud. En su manifestación más amplia cultura es toda producción material, intelectual y espiritual de la humanidad. Por lo tanto no hay período ni pueblo que carezcan de ella. La Gioconda de Leonardo, Los versos del capitán de Neruda, la Sinfonía 40 de Mozart, la Lógica de Hegel, son cultura; pero también lo son las pinturas rupestres del hombre primitivo, los utensilios de los guaraníes, las obras hidráulicas de los egipcios, o el sistema político de los incas. Mientras que en una acepción más restringida la cultura incluye sólo las producciones simbólicas del espíritu y el intelecto: arte, literatura y filosofía (algunos incluyen a la ciencia). También en esta utilización más acotada del concepto se puede sostener, por lo menos desde una postura alejada de todo elitismo, que no hay pueblo que no geste su propia producción simbólica independientemente de la simplicidad o complejidad que ésta manifieste.
¿Y cuándo una cultura es nacional? Toda cultura es una producción que surge en contacto directo con un medio localizable en el tiempo y en el espacio. Desde la constitución de las nacionalidades se utiliza por lo tanto el concepto cultura nacional para referirse a las manifestaciones materiales, intelectuales y espirituales específicas que adquiere este fenómeno universal a partir de la estrecha relación que se establece entre una comunidad y su contexto específico. Esas producciones materiales y simbólicas consolidadas en el tiempo van siendo transmitidas de generación en generación hasta constituir una verdadera cultura autóctona. Sostiene Hernández Arregui:
"Una cultura nacional, base de la unificación nacional del país, es sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los usos y costumbres, organización económica, territorio, clima composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones; bailes, representaciones folklóricas primordiales, etc., que por ser creaciones colectivas, nacidas en un paisaje y en una asociación de símbolos históricos, condensan las características espirituales de la comunidad entera, sus creencias morales, sistemas de la familia, etc. La cultura de un pueblo deriva de un conjunto de factores materiales y espirituales, más o menos estables y permanentes, aunque en estado de lenta movilidad, íntimamente conexos y en sí mismos indivisibles, o mejor aún configurados de un modo único por el genio creador de la colectividad nacional"(1)).
La cultura nacional tiene componentes relativamente estables pero nunca es inmutable como conjunto, ya que en su seno lleva simultáneamente el cambio, producto de creaciones propias que surgen ante circunstancias históricas nuevas y de la asimilación (en su propia matriz) de aportes útiles de otras culturas aunque siempre adaptados a la realidad nacional.
Punto de partida en Argentina para dos culturas
En el artículo que presentamos privilegiamos la temprana presencia de dos culturas antagónicas (entendidas en este caso sólo como producción simbólica) que van a desplegarse desde 1810 a lo largo de toda nuestra historia: la cultura de la liberación y la cultura de la dependencia. Desde ya cada una de ellas encontrará su propio correlato material, lo cual permite trasladar el antagonismo a un plano más abarcativo. A medida que los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 van avanzando en el Virreinato del Río de La Plata, depuesto el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y constituida la Primera Junta, esas visiones de mundo con sus respectivas prácticas empiezan a manifestarse como visiones y prácticas antagónicas del cambio que queríamos gestar. Como en todo acontecimiento de trascendencia las diversas clases y fuerzas sociales existentes (algunas en evidente estado larvario), con sus respectivos intelectuales, se habían encolumnando primero en torno a la resolución de la contradicción fundamental generada por la invasión napoleónica a la península ibérica. Si bien en 1810 no se declara nuestra independencia política, ya que de ser así cabe preguntarse qué cosa ocurrió un 9 de julio de 1816, sí comienzan a definirse las propuestas que con diversos matices y actores sociales van a recorrer todo ese siglo proyectándose al siglo XX y a la primera década del actual.
La Primera Junta surge como insurrección popular en estrecho vínculo con los sectores internos de España que se levantan contra el invasor francés y contra una España negra definitivamente inviable como proyecto colectivo para la época. Pero ya en el seno de la misma convivían quienes daban los primeros pasos para gestar un proyecto nacional-popular, identificándose realmente con la España democrática y revolucionaria, y los que veían la posibilidad de aprovechar los hechos sólo para establecer vínculos comerciales con el nuevo imperio del siglo XIX. En principio la revolución no se realiza contra toda España, sí contra la España retrógrada, profundamente antidemocrática, antiburguesa, identificada con un oscurantismo medieval que agonizaba en Europa. Pero cuando el rey Fernando VII regresa al poder termina decepcionando tanto a los sectores que habían luchado internamente contra el invasor francés, como a los que en América realizaron la revolución popular aunque sin renegar en principio de su autoridad. La miopía de Fernando VII no hace más que dar el pie necesario para que aquella incipiente contradicción presente ya en la Primera Junta terminara de manifestarse. Por eso dos visiones desplegarán sus contenidos expresando intereses concretos opuestos: por un lado un modelo de desarrollo económico autosostenido y políticamente popular integrado al contexto latinoamericano, por el otro un proyecto balcanizador y elitista que gestaría veinte repúblicas ficticias convertidas en simples eslabones de un sistema capitalista mundial dominado por un nuevo imperio.
En la primera etapa, durante la revolución, fue Mariano Moreno con su Plan de Operaciones quien desarrolló una propuesta de claro contenido nacional , popular y democrática, en la que Estado asumía un rol clave para impulsar un capitalismo autosostenido a falta de una burguesía productiva que pudiese hacerlo como en las principales potencias europeas de la época, o como finalmente ocurriría en EE.UU. cuando el Norte se impuso al Sur. Pero también durante esa primera etapa Saavedra expresó una línea adversa al morenismo, el primer eslabón de un modelo librecambista conservador, y por lo tanto favorecedor de un a nueva dependencia que poco después profundizaría en esas primeras décadas y desde un supuesto progresismo Bernardino Rivadavia.
Moreno y Saavedra
Por Alberto J. Franzoia
(para La Tecl@ Eñe)
Breve aclaración sobre el concepto cultura
El concepto cultura suele utilizarse con diversos grados de amplitud. En su manifestación más amplia cultura es toda producción material, intelectual y espiritual de la humanidad. Por lo tanto no hay período ni pueblo que carezcan de ella. La Gioconda de Leonardo, Los versos del capitán de Neruda, la Sinfonía 40 de Mozart, la Lógica de Hegel, son cultura; pero también lo son las pinturas rupestres del hombre primitivo, los utensilios de los guaraníes, las obras hidráulicas de los egipcios, o el sistema político de los incas. Mientras que en una acepción más restringida la cultura incluye sólo las producciones simbólicas del espíritu y el intelecto: arte, literatura y filosofía (algunos incluyen a la ciencia). También en esta utilización más acotada del concepto se puede sostener, por lo menos desde una postura alejada de todo elitismo, que no hay pueblo que no geste su propia producción simbólica independientemente de la simplicidad o complejidad que ésta manifieste.
¿Y cuándo una cultura es nacional? Toda cultura es una producción que surge en contacto directo con un medio localizable en el tiempo y en el espacio. Desde la constitución de las nacionalidades se utiliza por lo tanto el concepto cultura nacional para referirse a las manifestaciones materiales, intelectuales y espirituales específicas que adquiere este fenómeno universal a partir de la estrecha relación que se establece entre una comunidad y su contexto específico. Esas producciones materiales y simbólicas consolidadas en el tiempo van siendo transmitidas de generación en generación hasta constituir una verdadera cultura autóctona. Sostiene Hernández Arregui:
"Una cultura nacional, base de la unificación nacional del país, es sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los usos y costumbres, organización económica, territorio, clima composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones; bailes, representaciones folklóricas primordiales, etc., que por ser creaciones colectivas, nacidas en un paisaje y en una asociación de símbolos históricos, condensan las características espirituales de la comunidad entera, sus creencias morales, sistemas de la familia, etc. La cultura de un pueblo deriva de un conjunto de factores materiales y espirituales, más o menos estables y permanentes, aunque en estado de lenta movilidad, íntimamente conexos y en sí mismos indivisibles, o mejor aún configurados de un modo único por el genio creador de la colectividad nacional"(1)).
La cultura nacional tiene componentes relativamente estables pero nunca es inmutable como conjunto, ya que en su seno lleva simultáneamente el cambio, producto de creaciones propias que surgen ante circunstancias históricas nuevas y de la asimilación (en su propia matriz) de aportes útiles de otras culturas aunque siempre adaptados a la realidad nacional.
Punto de partida en Argentina para dos culturas
En el artículo que presentamos privilegiamos la temprana presencia de dos culturas antagónicas (entendidas en este caso sólo como producción simbólica) que van a desplegarse desde 1810 a lo largo de toda nuestra historia: la cultura de la liberación y la cultura de la dependencia. Desde ya cada una de ellas encontrará su propio correlato material, lo cual permite trasladar el antagonismo a un plano más abarcativo. A medida que los sucesos revolucionarios de mayo de 1810 van avanzando en el Virreinato del Río de La Plata, depuesto el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y constituida la Primera Junta, esas visiones de mundo con sus respectivas prácticas empiezan a manifestarse como visiones y prácticas antagónicas del cambio que queríamos gestar. Como en todo acontecimiento de trascendencia las diversas clases y fuerzas sociales existentes (algunas en evidente estado larvario), con sus respectivos intelectuales, se habían encolumnando primero en torno a la resolución de la contradicción fundamental generada por la invasión napoleónica a la península ibérica. Si bien en 1810 no se declara nuestra independencia política, ya que de ser así cabe preguntarse qué cosa ocurrió un 9 de julio de 1816, sí comienzan a definirse las propuestas que con diversos matices y actores sociales van a recorrer todo ese siglo proyectándose al siglo XX y a la primera década del actual.
La Primera Junta surge como insurrección popular en estrecho vínculo con los sectores internos de España que se levantan contra el invasor francés y contra una España negra definitivamente inviable como proyecto colectivo para la época. Pero ya en el seno de la misma convivían quienes daban los primeros pasos para gestar un proyecto nacional-popular, identificándose realmente con la España democrática y revolucionaria, y los que veían la posibilidad de aprovechar los hechos sólo para establecer vínculos comerciales con el nuevo imperio del siglo XIX. En principio la revolución no se realiza contra toda España, sí contra la España retrógrada, profundamente antidemocrática, antiburguesa, identificada con un oscurantismo medieval que agonizaba en Europa. Pero cuando el rey Fernando VII regresa al poder termina decepcionando tanto a los sectores que habían luchado internamente contra el invasor francés, como a los que en América realizaron la revolución popular aunque sin renegar en principio de su autoridad. La miopía de Fernando VII no hace más que dar el pie necesario para que aquella incipiente contradicción presente ya en la Primera Junta terminara de manifestarse. Por eso dos visiones desplegarán sus contenidos expresando intereses concretos opuestos: por un lado un modelo de desarrollo económico autosostenido y políticamente popular integrado al contexto latinoamericano, por el otro un proyecto balcanizador y elitista que gestaría veinte repúblicas ficticias convertidas en simples eslabones de un sistema capitalista mundial dominado por un nuevo imperio.
En la primera etapa, durante la revolución, fue Mariano Moreno con su Plan de Operaciones quien desarrolló una propuesta de claro contenido nacional , popular y democrática, en la que Estado asumía un rol clave para impulsar un capitalismo autosostenido a falta de una burguesía productiva que pudiese hacerlo como en las principales potencias europeas de la época, o como finalmente ocurriría en EE.UU. cuando el Norte se impuso al Sur. Pero también durante esa primera etapa Saavedra expresó una línea adversa al morenismo, el primer eslabón de un modelo librecambista conservador, y por lo tanto favorecedor de un a nueva dependencia que poco después profundizaría en esas primeras décadas y desde un supuesto progresismo Bernardino Rivadavia.
Moreno y Saavedra
Las figuras de estos dos integrantes de nuestro primer gobierno actuaron como aglutinantes de dos proyectos antagónicos con bases sociales muy distintas. La propuesta de Moreno marca el punto de partida de los intentos más serios por impulsar un capitalismo autóctono, si era posible vinculado a la España revolucionaria, pero siempre liberándonos de la España negra que era esencialmente antiburguesa. El morenismo representaba en 1810 la posibilidad de un desarrollo autocentrado en el Río de La Plata e integrado con el resto de Latinoamérica. Si bien se identificaba con la España revolucionaria por lo que no renunciaba a todo vínculo con ella, simultáneamente consideraba necesario prepararse por si los revolucionarios eran vencidos en la península. Para Moreno y los morenistas estaba claro que las posibilidades de desarrollo económico, libertad, justicia, democracia nada tenían que ver con la España negra de los nobles y la fracción más retrógrada de la Iglesia, aunque tampoco consideraba posible que esos logros se conquistaran mediante una política de puertas abiertas con la librecambista potencia inglesa.
Moreno era partidario de una sustancial modernización de la economía agrícola, ganadera y minera pero simultáneamente consideraba que ningún país que no tuviese industria podía ser independiente, de allí la necesidad de favorecer la industrialización nativa. La falta de una burguesía productiva sin embargo, lo lleva a proponer al Estado como agente necesario para impulsar dicha actividad. La expropiación de fortunas parasitarias (de comerciantes y grandes ganaderos) constituía por otra parte el paso inicial y realmente revolucionario para promover una actividad que garantizaría el desarrollo no sólo económico-social sino también político e ideológico-jurídico. En el plano interno se manifestó respetuoso de las autonomías provinciales, pero simultáneamente consideraba la insurrección como un proceso que debía abarcar al conjunto latinoamericano, poniendo especial énfasis en Brasil para el logro del objetivo principal.
Otros compatriotas suyos creyeron en cambio que podríamos tener instituciones modernas con una economía al servicio de nuevos intereses ajenos a la Patria Grande. Lo curioso es que el que habitualmente ha cargado en nuestra historiografía con el mote de idealista fue Mariano Moreno, cuando no existe mayor idealismo que creer que la superestructura jurídica y política puede gestarse independientemente de las condiciones materiales existentes. Desde dicha postura, si la llevamos a un ejemplo extremo (pero esclarecedor para lo que queremos expresar), se podría sostener que las constituciones liberal-democráticas no fueron concebidas en la etapa primitiva de la humanidad tan sólo porque a nadie se les ocurrieron. Semejante disparate sin embargo está implícito en la lógica idealista que supone que toda realidad no es otra cosa más que la materialización de una idea. Mientras que en el Plan de Operaciones se parte de una clara visión de la realidad material y se pretende modificarla a partir de la intervención del Estado, ya que esa misma realidad es la que le indica a Moreno que por un lado carecíamos de una burguesía nacional pero por otro no era posible ser libres sin un desarrollo económico autocentrado
Lo dicho anteriormente no supone desconocer que las fuerzas sociales con la que contaba Mariano Moreno para impulsar su proyecto material y político eran débiles. Tuvo el apoyo de intelectuales jacobinos como él, entre ellos se destacaba su continuador Bernardo de Monteagudo, sin olvidar que el mismo plan surgió por encargo de Manuel Belgrano. También contaba con el apoyo de sectores militares partidarios de esas ideas y que ya habían luchado en España junto a los sectores revolucionarios. En el caso concreto de San Martín, si bien llegó a Buenos Aires cuando Moreno ya había muerto, no fue ajeno a las ideas de su plan y llevó algunas a la práctica en Perú. Desde ya esa base social concreta no era suficiente; hubiera sido necesario un importante trabajo cultural para difundir dichas ideas entre sus seguros beneficiarios, ya que la estructura económico-social heredada del virreinato favorecía proyectos de continuidad en la dependencia, con escaso desarrollo de las fuerzas productivas y su eje (con cabeza en la ciudad puerto de Buenos Aires) orientado hacia la exportación. Sin embargo esa particularidad simultáneamente volvía inviables las instituciones europeas que en estas tierras pretendía instaurar los partidarios del librecambio.
En cualquier momento de la historia, y este no fue una excepción, los cambios revolucionarios surgen de la convicción de que la realidad no sólo es como es (lo objetivo) sino que además puede ser modificada (conciencia y voluntad para le necesaria transformación). Ambas cuestiones forman parte de un abordaje dialéctico de la realidad, ni idealista ni empirista. Pero para ello se necesita que las ideas de avanzada tengan la posibilidad de ser difundidas entre las clases y sectores que objetivamente se beneficiarán con las mismas, como en este caso el colectivo integrado por las masas del viejo virreinato del Río de La Plata y del conjunto de la Patria Grande. La muerte de Moreno en alta mar fue por lo tanto una excelente noticia, aunque no inesperada, para los continuadores de la cultura de la dependencia
Los partidarios de un proyecto superador del colonialismo impuesto por la España negra, pero no de un nuevo tipo de dependencia generadora de atraso con respecto al capitalismo triunfante en Europa, contaban con una base social mucho más significativa que la del morenismo. Los saavedristas expresaron los intereses de la burguesía comercial que operaba en el puerto de Buenos Aires (antiguos contrabandistas nacionales e ingleses y algunos comerciantes españoles acomodados) y de los ganaderos que producía para la exportación. A estas dos clases se agregan jefes militares de línea de origen oligárquico e intelectuales que mutaron los principios de la revolución francesa por un limitado e inconveniente librecambismo comercial. El predominio de los sectores liberales rápidamente se plasmó en medidas contrarias al desarrollo de un capitalismo nacional. Por un lado los derechos de artículos importados fueron reducidos de un 48% al 12%, por otro se permitió la libre exportación de oro y plata. Mientras que Moreno proponía en su Plan exactamente lo contrario: expropiar la riqueza minera, su explotación a cargo del Estado y prohibir las importaciones de bienes suntuarios.
Con respecto a la cuestionada (por la historia mitrista) autenticidad de Un Plan de Operaciones gestado por la pluma de Mariano Moreno, sostiene el historiador Juan Carlos Jara:
“…no es cierto –y existe suficiente documentación probatoria- que los hombres de la Junta no hayan hecho alusión al Plan en su correspondencia privada. Es más, esas cartas y documentos más o menos secretos, evidencian también la autoría irrefutable de Moreno.
Lo cierto es que a nivel historiográfico la autenticidad el Plan de Operaciones ya no se discute. La disputa se zanjó definitivamente en 1952 cuando Enrique Ruiz Guiñazú (padre de Magdalena y político nacionalista tan simpatizante de Lord Strangford como de Benito Mussolini) destinó las casi 400 páginas de su libro “Epifanía de la libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo” a demostrar, minuciosamente y sin lugar a equívocos, que el Plan de Operaciones fue efectivamente concebido y redactado por Mariano Moreno y entregado a la Junta de Mayo el 30 de agosto de 1810” (2).
Por su parte Jorge Abelardo Ramos afirma que Ricardo Levene en su Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, al igual que Groussac en sus artículos publicados en “La Biblioteca” desconocen la legitimidad del Plan de Operaciones. Pero agrega:
“El propósito no es erudito, sino político. Disociar a Moreno del Plan es indispensable para despojar a la Revolución de Mayo de su carácter latinoamericano y subordinarla al librecambio británico. Puiggrós en la obra ya citada (Ramos se refiere a La época de Mariano Moreno), deshace por completo la impostura seudocientífica "(3).
El mismo Ramos emite dos juicios que resultan muy significativos en relación a las dos figuras que dividían a nuestro primer gobierno criollo.
1. “La fama que rodea a la Representación de los hacendados” ha servido para sumir en la oscuridad el “Plan de operaciones”. Verdadera síntesis política del genio de Moreno, este último es el elemento decisivo para interpretar la naturaleza de la Revolución de Mayo y la razón de su eclipse. Los modernos apologistas oligárquicos del 25 de Mayo, que no son sino los agentes nativos del imperialismo, los ladinos democráticos que sostienen a la clase ganadera y a las fuerzas retardatarias, insisten en presentarnos el año 10 como la fecha nupcial de la joven argentina con su amigo británico. Prefieren pasar por alto la lucha del partido morenista, no por breve y trágica menos significativa, y glorificar los acontecimientos de Mayo bajo el signo del librecambismo más puro” (4).
2. “La caída de Moreno, por obra de la tendencia saavedrista, cuya ideología liberal conservadora se adaptará perfectamente a las necesidades de la burguesía comercial porteña pro británica, cierra el capítulo auténticamente revolucionario de Mayo”(5)
Lo que intentamos expresar en definitiva es que ya en 1810 se van perfilando dos culturas distintas: una nacional-popular que se orienta hacia la construcción de lo que realmente era sinónimo de progreso en esa época, un capitalismo nacional, por lo tanto no dependiente; otra dará el primer paso hacia la gestación de un régimen semicolonial, es decir un nuevo tipo de dependencia, ya no como colonia de España, sino como un país formalmente independiente pero transformado en apéndice de la economía británica. Los arquitectos y apologistas de esa segunda cultura nos presentaron (y aún lo siguen haciendo) a la Revolución de Mayo como un proceso contra toda España y a favor del libre comercio probritánico. Norberto Galasso sostiene que hay varios mitos en torno a este proceso histórico:
“El central es decir que la Revolución fue en contra de España. Los pueblos originarios casi no intervienen, si bien después sí lo hacen en las guerras del Norte o con Artigas. Pero entre los hombres de Buenos Aires no hubo participación de los pueblos originarios. Eran criollos, hijos de españoles. La versión oficial pretende vincular la Revolución al comercio libre con los ingleses. Ese mito permite a Mitre levantar la bandera de la Revolución de Mayo con la de la libre importación y crear una semicolonia ganadera primero, y luego agrícola ganadera. Es decir, justifica la subordinación del país a Gran Bretaña. Allí hay varias mentiras juntas” (6).
Otra cuestión fundamental a tener en cuenta es que el carácter latinoamericanista de la revolución que Mariano Moreno defiende en su Plan de Operaciones, definitivamente contrario a la balcanización gestada por la cultura librecambista y dependiente que finalmente se instaló, está presente en el desarrollo concreto de los acontecimientos. Recurramos nuevamente a Galasso:
“La Revolución empieza en 1809, en Chuquisaca y en La Paz; sigue enCaracas, en abril de 1810; después en Buenos Aires, en mayo de 1810; luego, en septiembre, en Chile y en México; y en febrero de 1811 con Artigas. Es un solo proceso. Lo que pasa es que la historia oficial se construyó desde la perspectiva porteña, probritánica. Los historiadores al servicio de la clase dominante, como Levene, han seguido esa línea, que no es más que una fábula” (7))
La historia como proceso
En tanto la historia no es una mera colección de hechos muertos que quedaron en un lejano pasado sin ninguna conexión con la actualidad como pretenden demostrar algunos ideólogos de las clases dominantes, sino un proceso que se manifiesta en el presente y tiene sus proyecciones hacia el futuro, debemos considerar a Mayo de 1810 como un punto de partida para dos tipos de cultura que, desaparecidos de la escena Moreno y Saavedra, han tenido nuevas manifestaciones, cada una adaptada desde ya a un contexto específico, pero continuidades al fin de lo que por aquellos años comenzaba a perfilarse. Un capítulo aparte merecería el abordaje de la etapa anterior a las jornadas de mayo, pero no es el objetivo de este artículo.
Moreno alcanzó con su Plan de Operaciones la formulación teórica más elevada de un proyecto nacional latinoamericanista y popular para el siglo XIX, si bien su caída y muerte marca el fin del “capítulo realmente revolucionario de mayo” como bien señalara Ramos, no es menos cierto que a lo largo de dicho siglo hubo prácticas culturales que mantuvieron en pie la posibilidad de defender una cultura de la liberación como contracara de la cultura de la dependencia. Precisamente eso expresaron federales y unitarios. Sin embargo, en el caso de los federales, hubo por sobre todas las cosas prácticas concretas más que teoría revolucionaria, y esas prácticas tuvieron más que ver con un defensa de lo propio ya existente que con un proyecto revolucionario para el futuro. Seguramente fue José Gervasio Artigas quien levantó con mayor claridad y osadía las banderas para una cultura general de la liberación, sintetizando en su planteo el proteccionismo económico, la reforma agraria y la unidad de la Patria Grande.
En otras prácticas de la época la cultura de la liberación se manifiesta en el federalismo provinciano a través de una política económica proteccionista, que intenta defender la producción nacional de tipo artesanal ante la importación de bienes industrializados por Europa, fundamentalmente por la muy desarrollada industria inglesa. Esas economías provincianas tienen por otra parte un correlato simbólico que se expresa en la música, literatura, pintura y otras artes que constituyen una cultura autóctona más cercana al conjunto de América Latina que a la cultura material y simbólica que propiciaron los unitarios u otras manifestaciones políticas que adoptó el liberalismo oligárquico a lo largo del siglo. Uno de los intelectuales más representativos del mismo fue Sarmiento, quien plasmó en su planteo dicotómico las dos culturas que se enfrentaban. Desde su plena identificación con una de ellas el sanjuanino se refirió a la “civilización” y la “barbarie”.
“Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU. "(8).
Sarmiento proponía entonces reemplazar la cultura latinoamericana, que en realidad era el producto de la fusión entre los pueblos originarios y la colonización ibérica, por aquella que provenía de la Europa más avanzada.
“Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana” (9).
Esas dicotomías formuladas con enorme claridad intelectual, y que con las diferencias propias de contextos distintos no dejan de expresar la continuidad de los proyectos culturales presentes ya en las jornadas de mayo, no fueron exclusividad del siglo XIX. Tanto el siglo XX, como esta primera década del XXI las culturas de la liberación y de la dependencia han encontrado sus respectivas expresiones. Seguramente este festejo del bicentenario tiene un significado bien distinto según el espacio cultural en el que nos ubiquemos. No es exactamente lo mismo levantar la figura de Mariano Moreno y su Plan de Operaciones desde el bloque nacional-popular en este siglo XXI, que adscribir al librecambio y la balcanización latinoamericana que acompañó el proyecto y acción de los intelectuales del bloque oligárquico-imperialista. Desde nuestra perspectiva este mayo de 2010 celebramos un proyecto de liberación, e invertiremos nuestro mayor esfuerzo para materializarlo.
La Plata, mayo de 2010
Bibliografía
(1)Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional, (páginas 47, 48). Editorial Plus Ultra 1973.
(2) Ramos, Jorge Abelardo: Tomo 1 de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina (Las masas y las lanzas), pagina 32 (pie de página), Editorial Plus Ultra, 5º edición, 1973, Buenos Aires.
(3)Jara, Juan Carlos: Plan de Operaciones, el programa de la revolución, publicado en Reconquista Popular el 4 de mayo de 2010
(4)Ramos, Jorge Abelardo: Obra ya citada, página 32
(5)Ramos Jorga Abelardo; obra citada página 36
(6)Galasso, Norberto: Entrevista en La Gaceta Literaria, 2 de mayo de 2010. Tucumán, Argentina. Publicada digitalmente en Reconquista Popular
(7) Galasso, Norberto: entrevista ya citada
(8) Franzoia, Alberto J.: Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo, artículo publicado digitalmente en La Tecl@ Eñe, Septiembre de 2009
(9) Franzoia, Alberto J.; artículo ya citado
Moreno era partidario de una sustancial modernización de la economía agrícola, ganadera y minera pero simultáneamente consideraba que ningún país que no tuviese industria podía ser independiente, de allí la necesidad de favorecer la industrialización nativa. La falta de una burguesía productiva sin embargo, lo lleva a proponer al Estado como agente necesario para impulsar dicha actividad. La expropiación de fortunas parasitarias (de comerciantes y grandes ganaderos) constituía por otra parte el paso inicial y realmente revolucionario para promover una actividad que garantizaría el desarrollo no sólo económico-social sino también político e ideológico-jurídico. En el plano interno se manifestó respetuoso de las autonomías provinciales, pero simultáneamente consideraba la insurrección como un proceso que debía abarcar al conjunto latinoamericano, poniendo especial énfasis en Brasil para el logro del objetivo principal.
Otros compatriotas suyos creyeron en cambio que podríamos tener instituciones modernas con una economía al servicio de nuevos intereses ajenos a la Patria Grande. Lo curioso es que el que habitualmente ha cargado en nuestra historiografía con el mote de idealista fue Mariano Moreno, cuando no existe mayor idealismo que creer que la superestructura jurídica y política puede gestarse independientemente de las condiciones materiales existentes. Desde dicha postura, si la llevamos a un ejemplo extremo (pero esclarecedor para lo que queremos expresar), se podría sostener que las constituciones liberal-democráticas no fueron concebidas en la etapa primitiva de la humanidad tan sólo porque a nadie se les ocurrieron. Semejante disparate sin embargo está implícito en la lógica idealista que supone que toda realidad no es otra cosa más que la materialización de una idea. Mientras que en el Plan de Operaciones se parte de una clara visión de la realidad material y se pretende modificarla a partir de la intervención del Estado, ya que esa misma realidad es la que le indica a Moreno que por un lado carecíamos de una burguesía nacional pero por otro no era posible ser libres sin un desarrollo económico autocentrado
Lo dicho anteriormente no supone desconocer que las fuerzas sociales con la que contaba Mariano Moreno para impulsar su proyecto material y político eran débiles. Tuvo el apoyo de intelectuales jacobinos como él, entre ellos se destacaba su continuador Bernardo de Monteagudo, sin olvidar que el mismo plan surgió por encargo de Manuel Belgrano. También contaba con el apoyo de sectores militares partidarios de esas ideas y que ya habían luchado en España junto a los sectores revolucionarios. En el caso concreto de San Martín, si bien llegó a Buenos Aires cuando Moreno ya había muerto, no fue ajeno a las ideas de su plan y llevó algunas a la práctica en Perú. Desde ya esa base social concreta no era suficiente; hubiera sido necesario un importante trabajo cultural para difundir dichas ideas entre sus seguros beneficiarios, ya que la estructura económico-social heredada del virreinato favorecía proyectos de continuidad en la dependencia, con escaso desarrollo de las fuerzas productivas y su eje (con cabeza en la ciudad puerto de Buenos Aires) orientado hacia la exportación. Sin embargo esa particularidad simultáneamente volvía inviables las instituciones europeas que en estas tierras pretendía instaurar los partidarios del librecambio.
En cualquier momento de la historia, y este no fue una excepción, los cambios revolucionarios surgen de la convicción de que la realidad no sólo es como es (lo objetivo) sino que además puede ser modificada (conciencia y voluntad para le necesaria transformación). Ambas cuestiones forman parte de un abordaje dialéctico de la realidad, ni idealista ni empirista. Pero para ello se necesita que las ideas de avanzada tengan la posibilidad de ser difundidas entre las clases y sectores que objetivamente se beneficiarán con las mismas, como en este caso el colectivo integrado por las masas del viejo virreinato del Río de La Plata y del conjunto de la Patria Grande. La muerte de Moreno en alta mar fue por lo tanto una excelente noticia, aunque no inesperada, para los continuadores de la cultura de la dependencia
Los partidarios de un proyecto superador del colonialismo impuesto por la España negra, pero no de un nuevo tipo de dependencia generadora de atraso con respecto al capitalismo triunfante en Europa, contaban con una base social mucho más significativa que la del morenismo. Los saavedristas expresaron los intereses de la burguesía comercial que operaba en el puerto de Buenos Aires (antiguos contrabandistas nacionales e ingleses y algunos comerciantes españoles acomodados) y de los ganaderos que producía para la exportación. A estas dos clases se agregan jefes militares de línea de origen oligárquico e intelectuales que mutaron los principios de la revolución francesa por un limitado e inconveniente librecambismo comercial. El predominio de los sectores liberales rápidamente se plasmó en medidas contrarias al desarrollo de un capitalismo nacional. Por un lado los derechos de artículos importados fueron reducidos de un 48% al 12%, por otro se permitió la libre exportación de oro y plata. Mientras que Moreno proponía en su Plan exactamente lo contrario: expropiar la riqueza minera, su explotación a cargo del Estado y prohibir las importaciones de bienes suntuarios.
Con respecto a la cuestionada (por la historia mitrista) autenticidad de Un Plan de Operaciones gestado por la pluma de Mariano Moreno, sostiene el historiador Juan Carlos Jara:
“…no es cierto –y existe suficiente documentación probatoria- que los hombres de la Junta no hayan hecho alusión al Plan en su correspondencia privada. Es más, esas cartas y documentos más o menos secretos, evidencian también la autoría irrefutable de Moreno.
Lo cierto es que a nivel historiográfico la autenticidad el Plan de Operaciones ya no se discute. La disputa se zanjó definitivamente en 1952 cuando Enrique Ruiz Guiñazú (padre de Magdalena y político nacionalista tan simpatizante de Lord Strangford como de Benito Mussolini) destinó las casi 400 páginas de su libro “Epifanía de la libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo” a demostrar, minuciosamente y sin lugar a equívocos, que el Plan de Operaciones fue efectivamente concebido y redactado por Mariano Moreno y entregado a la Junta de Mayo el 30 de agosto de 1810” (2).
Por su parte Jorge Abelardo Ramos afirma que Ricardo Levene en su Ensayo histórico sobre la Revolución de Mayo y Mariano Moreno, al igual que Groussac en sus artículos publicados en “La Biblioteca” desconocen la legitimidad del Plan de Operaciones. Pero agrega:
“El propósito no es erudito, sino político. Disociar a Moreno del Plan es indispensable para despojar a la Revolución de Mayo de su carácter latinoamericano y subordinarla al librecambio británico. Puiggrós en la obra ya citada (Ramos se refiere a La época de Mariano Moreno), deshace por completo la impostura seudocientífica "(3).
El mismo Ramos emite dos juicios que resultan muy significativos en relación a las dos figuras que dividían a nuestro primer gobierno criollo.
1. “La fama que rodea a la Representación de los hacendados” ha servido para sumir en la oscuridad el “Plan de operaciones”. Verdadera síntesis política del genio de Moreno, este último es el elemento decisivo para interpretar la naturaleza de la Revolución de Mayo y la razón de su eclipse. Los modernos apologistas oligárquicos del 25 de Mayo, que no son sino los agentes nativos del imperialismo, los ladinos democráticos que sostienen a la clase ganadera y a las fuerzas retardatarias, insisten en presentarnos el año 10 como la fecha nupcial de la joven argentina con su amigo británico. Prefieren pasar por alto la lucha del partido morenista, no por breve y trágica menos significativa, y glorificar los acontecimientos de Mayo bajo el signo del librecambismo más puro” (4).
2. “La caída de Moreno, por obra de la tendencia saavedrista, cuya ideología liberal conservadora se adaptará perfectamente a las necesidades de la burguesía comercial porteña pro británica, cierra el capítulo auténticamente revolucionario de Mayo”(5)
Lo que intentamos expresar en definitiva es que ya en 1810 se van perfilando dos culturas distintas: una nacional-popular que se orienta hacia la construcción de lo que realmente era sinónimo de progreso en esa época, un capitalismo nacional, por lo tanto no dependiente; otra dará el primer paso hacia la gestación de un régimen semicolonial, es decir un nuevo tipo de dependencia, ya no como colonia de España, sino como un país formalmente independiente pero transformado en apéndice de la economía británica. Los arquitectos y apologistas de esa segunda cultura nos presentaron (y aún lo siguen haciendo) a la Revolución de Mayo como un proceso contra toda España y a favor del libre comercio probritánico. Norberto Galasso sostiene que hay varios mitos en torno a este proceso histórico:
“El central es decir que la Revolución fue en contra de España. Los pueblos originarios casi no intervienen, si bien después sí lo hacen en las guerras del Norte o con Artigas. Pero entre los hombres de Buenos Aires no hubo participación de los pueblos originarios. Eran criollos, hijos de españoles. La versión oficial pretende vincular la Revolución al comercio libre con los ingleses. Ese mito permite a Mitre levantar la bandera de la Revolución de Mayo con la de la libre importación y crear una semicolonia ganadera primero, y luego agrícola ganadera. Es decir, justifica la subordinación del país a Gran Bretaña. Allí hay varias mentiras juntas” (6).
Otra cuestión fundamental a tener en cuenta es que el carácter latinoamericanista de la revolución que Mariano Moreno defiende en su Plan de Operaciones, definitivamente contrario a la balcanización gestada por la cultura librecambista y dependiente que finalmente se instaló, está presente en el desarrollo concreto de los acontecimientos. Recurramos nuevamente a Galasso:
“La Revolución empieza en 1809, en Chuquisaca y en La Paz; sigue enCaracas, en abril de 1810; después en Buenos Aires, en mayo de 1810; luego, en septiembre, en Chile y en México; y en febrero de 1811 con Artigas. Es un solo proceso. Lo que pasa es que la historia oficial se construyó desde la perspectiva porteña, probritánica. Los historiadores al servicio de la clase dominante, como Levene, han seguido esa línea, que no es más que una fábula” (7))
La historia como proceso
En tanto la historia no es una mera colección de hechos muertos que quedaron en un lejano pasado sin ninguna conexión con la actualidad como pretenden demostrar algunos ideólogos de las clases dominantes, sino un proceso que se manifiesta en el presente y tiene sus proyecciones hacia el futuro, debemos considerar a Mayo de 1810 como un punto de partida para dos tipos de cultura que, desaparecidos de la escena Moreno y Saavedra, han tenido nuevas manifestaciones, cada una adaptada desde ya a un contexto específico, pero continuidades al fin de lo que por aquellos años comenzaba a perfilarse. Un capítulo aparte merecería el abordaje de la etapa anterior a las jornadas de mayo, pero no es el objetivo de este artículo.
Moreno alcanzó con su Plan de Operaciones la formulación teórica más elevada de un proyecto nacional latinoamericanista y popular para el siglo XIX, si bien su caída y muerte marca el fin del “capítulo realmente revolucionario de mayo” como bien señalara Ramos, no es menos cierto que a lo largo de dicho siglo hubo prácticas culturales que mantuvieron en pie la posibilidad de defender una cultura de la liberación como contracara de la cultura de la dependencia. Precisamente eso expresaron federales y unitarios. Sin embargo, en el caso de los federales, hubo por sobre todas las cosas prácticas concretas más que teoría revolucionaria, y esas prácticas tuvieron más que ver con un defensa de lo propio ya existente que con un proyecto revolucionario para el futuro. Seguramente fue José Gervasio Artigas quien levantó con mayor claridad y osadía las banderas para una cultura general de la liberación, sintetizando en su planteo el proteccionismo económico, la reforma agraria y la unidad de la Patria Grande.
En otras prácticas de la época la cultura de la liberación se manifiesta en el federalismo provinciano a través de una política económica proteccionista, que intenta defender la producción nacional de tipo artesanal ante la importación de bienes industrializados por Europa, fundamentalmente por la muy desarrollada industria inglesa. Esas economías provincianas tienen por otra parte un correlato simbólico que se expresa en la música, literatura, pintura y otras artes que constituyen una cultura autóctona más cercana al conjunto de América Latina que a la cultura material y simbólica que propiciaron los unitarios u otras manifestaciones políticas que adoptó el liberalismo oligárquico a lo largo del siglo. Uno de los intelectuales más representativos del mismo fue Sarmiento, quien plasmó en su planteo dicotómico las dos culturas que se enfrentaban. Desde su plena identificación con una de ellas el sanjuanino se refirió a la “civilización” y la “barbarie”.
“Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU. "(8).
Sarmiento proponía entonces reemplazar la cultura latinoamericana, que en realidad era el producto de la fusión entre los pueblos originarios y la colonización ibérica, por aquella que provenía de la Europa más avanzada.
“Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana” (9).
Esas dicotomías formuladas con enorme claridad intelectual, y que con las diferencias propias de contextos distintos no dejan de expresar la continuidad de los proyectos culturales presentes ya en las jornadas de mayo, no fueron exclusividad del siglo XIX. Tanto el siglo XX, como esta primera década del XXI las culturas de la liberación y de la dependencia han encontrado sus respectivas expresiones. Seguramente este festejo del bicentenario tiene un significado bien distinto según el espacio cultural en el que nos ubiquemos. No es exactamente lo mismo levantar la figura de Mariano Moreno y su Plan de Operaciones desde el bloque nacional-popular en este siglo XXI, que adscribir al librecambio y la balcanización latinoamericana que acompañó el proyecto y acción de los intelectuales del bloque oligárquico-imperialista. Desde nuestra perspectiva este mayo de 2010 celebramos un proyecto de liberación, e invertiremos nuestro mayor esfuerzo para materializarlo.
La Plata, mayo de 2010
Bibliografía
(1)Hernández Arregui: La formación de la conciencia nacional, (páginas 47, 48). Editorial Plus Ultra 1973.
(2) Ramos, Jorge Abelardo: Tomo 1 de Revolución y Contrarrevolución en la Argentina (Las masas y las lanzas), pagina 32 (pie de página), Editorial Plus Ultra, 5º edición, 1973, Buenos Aires.
(3)Jara, Juan Carlos: Plan de Operaciones, el programa de la revolución, publicado en Reconquista Popular el 4 de mayo de 2010
(4)Ramos, Jorge Abelardo: Obra ya citada, página 32
(5)Ramos Jorga Abelardo; obra citada página 36
(6)Galasso, Norberto: Entrevista en La Gaceta Literaria, 2 de mayo de 2010. Tucumán, Argentina. Publicada digitalmente en Reconquista Popular
(7) Galasso, Norberto: entrevista ya citada
(8) Franzoia, Alberto J.: Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo, artículo publicado digitalmente en La Tecl@ Eñe, Septiembre de 2009
(9) Franzoia, Alberto J.; artículo ya citado
Cuando estamos recordando el bicentenario de la aparición de la “Gazeta de Buenos Ayres”, cuando se conmemora el Día del Periodista en homenaje a la fundación del primer diario de la etapa independentista argentina, ligado al reconocimiento del desempeño revolucionario del Secretario del Primer Gobierno patrio, el Dr. Mariano Moreno, es un momento más que oportuno para permitirnos sugerir algunas diferencias acerca del tratamiento y difusión de su presunta autoría con respecto al “Plan de Operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia” , conocido simplemente como “Plan de Operaciones”.
ResponderEliminarHabida cuenta de que un sector de intelectuales ha decidido difundir su opinión inclinada a sostener que dicho Plan corresponde a la producción efectiva del fundador de la Gazeta , permítannos a los que conservamos la duda de que haya sido así, un espacio para manifestarnos en desacuerdo. Para ello, para dejar una puerta abierta al diálogo y al libre intercambio de opiniones, es que me inclino a sugerir que sería más apropiado referirse al manuscrito como “supuestamente atribuido” a Moreno.
Así no sería necesario tener que justificar, como han hecho algunos autores, acerca de si cometió algunas equivocaciones como que no debió pensar en entregar la Isla Martín García para lograr un buen acuerdo con Inglaterra, sencillamente porque algunos/as partimos de la idea de que el manuscrito no es obra de él.
Quizás en el final de la nota de Horacio González se pueda encontrar el punto de partida para un comienzo promisorio: al no haberse podido probar fehacientemente que el Plan de Operaciones es otro legado de Mariano Moreno, permite en su irresolución, que prosigamos la búsqueda de nuestra propia historia.
Porque cuanto mejor conozcamos nuestra propia historia, más sólido será el futuro que podamos construir.
Margui
Cuando estamos recordando el bicentenario de la aparición de la “Gazeta de Buenos Ayres”, cuando se conmemora el Día del Periodista en homenaje a la fundación del primer diario de la etapa independentista argentina, ligado al reconocimiento del desempeño revolucionario del Secretario del Primer Gobierno patrio, el Dr. Mariano Moreno, es un momento más que oportuno para permitirnos sugerir algunas diferencias acerca del tratamiento y difusión de su presunta autoría con respecto al “Plan de Operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia” , conocido simplemente como “Plan de Operaciones”.
ResponderEliminarHabida cuenta de que un sector de intelectuales ha decidido difundir su opinión inclinada a sostener que dicho Plan corresponde a la producción efectiva del fundador de la Gazeta , permítannos a los que conservamos la duda de que haya sido así, un espacio para manifestarnos en desacuerdo. Para ello, para dejar una puerta abierta al diálogo y al libre intercambio de opiniones, es que me inclino a sugerir que sería más apropiado referirse al manuscrito como “supuestamente atribuido” a Moreno.
Así no sería necesario tener que justificar, como han hecho algunos autores, acerca de si cometió algunas equivocaciones como que no debió pensar en entregar la Isla Martín García para lograr un buen acuerdo con Inglaterra, sencillamente porque algunos/as partimos de la idea de que el manuscrito no es obra de él.
Quizás en el final de la nota de Horacio González se pueda encontrar el punto de partida para un comienzo promisorio: al no haberse podido probar fehacientemente que el Plan de Operaciones es otro legado de Mariano Moreno, permite en su irresolución, que prosigamos la búsqueda de nuestra propia historia.
Porque cuanto mejor conozcamos nuestra propia historia, más sólido será el futuro que podamos construir.
Margarita Bianconi
que pelotudo
ResponderEliminardifamador serial
Alberto J. Franzoia es un sorete