La pregunta que hay que hacerse cada día
Por Daniel Miguez*
(para La Tecl@ Eñe)
En ese tiempo yo era editor de política de Clarín. Recuerdo el vértigo de la información ese miércoles 19 de diciembre de 2001. Durante el día hubo saqueos a supermercados y gente asesinada. El presidente Fernando de la Rúa dispuso el estado de sitio y la respuesta de la gente popular fue salir a la calle a desafiarlo haciendo sonar cacerolas. Ya no era la protesta por el corralito que había impuesto el ministro de Economía Domingo Cavallo el 3 de diciembre. Era un levantamiento de gran parte de la sociedad. Esa noche miles de personas fueron dispersadas de la Plaza de Mayo con gases lacrimógenos por la Policía Federal. A la una de la mañana del jueves se anunció la renuncia de Cavallo, con la ilusa pretensión de descomprimir la protesta. Regresé a mi casa a eso de las cuatro de la mañana y las calles seguían colmadas de gente. Era una imagen que parecía fuera de la realidad, como una película.
En la mañana del 19, desocupados, oficinistas, familias, militantes, fueron llegando a Plaza de Mayo hasta hacerse multitud. La represión fue sanguinaria. Poco después de las cuatro de la tarde renunció De la Rúa. Habían siso asesinadas 38 personas y Argentina caía en el fondo de la peor crisis de su historia.
La pregunta que hay que hacer y responder cada día y, con mayor énfasis en estos días, aprovechando la efemérides es ¿qué nos pasó a los argentinos para llegar a esa situación dramática en 2001? La Presidenta dijo días atrás que no hay que descansar mientras haya un solo pobre en la Argentina. Parafraseándola, digo: tampoco hay que descansar mientras quede un argentino que no entienda porque llegamos en ese estado al 2001. Si alguien dice que extraña cuando podía viajar al exterior con poca plata, está avalando la plata dulce de la dictadura militar o el uno a uno de Carlos Menem. Quizá sin saberlo está elogiando lo que nos llevó a diciembre de 2001.
Desde 1986 a 2001 nos pasó por encima el neoliberalismo, esa ideología donde la política y los pueblos son sometidos por los mercados, dueños por décadas del discurso único que los publicistas de la dictadura militar sintetizaron tan bien con aquel eslogan que repetía: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Una forma de decir ajuste. Y a partir de allí el ajuste sobre el ajuste hasta que no queda nada para ajustar, como ocurrió en 2001.
Cualquier argentino con sensatez, honestidad y memoria les hubiera dicho a los españoles “¡no voten a Mariano Rajoy”!; a los italianos “¡no voten Mario Monti!”; a los griegos “¡no voten a Lukas Papademos!”.
Lástima. Ya los votaron. Cada uno de esos países tiene ahora a su propio Domingo Cavallo, a su obediente economista del FMI. Al menos se ahorraron el paso intermedio de elegir a un De la Rúa que designe luego su Cavallo.
Esa gente hará el ajuste. Ajuste significa congelamiento salarial, rebaja en los haberes de los jubilados, menos salud pública, menos educación pública, menos consumo, menos producción, menos empleo, más obra de mano barata. Es el ajuste que les piden los bancos a Rajoy, Monti y Papademos, aunque en rigor los tres jefes de Estado están ligados al mundo financiero, lo que les ahorra indefiniciones y sentimientos de culpa.
Los argentinos ya sabemos cómo termina eso: con más desocupación, inseguridad y violencia.
Pero también debemos preguntarnos ¿qué nos pasó a los argentinos para que apenas diez años después sintamos tan lejana aquella realidad?
Nos pasó que como emergente de la consigna “que se vayan todos” apareció un político nuevo para la mayoría: Néstor Kirchner, que tomó el rumbo contrario al neoliberalismo, el que ahora mismo podría evitarle tantos sufrimientos a Europa. El camino de la producción en vez del de la especulación financiera; el camino de la inclusión en vez del de la exclusión; el camino del proteccionismo en vez del librecambismo; el camino de la industria, del valor agregado, en vez del mero exportador de materias primas; el camino de la generación de empleo en vez del de la desocupación; el camino de los derechos laborales en vez del de la flexibilización.
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