24 diciembre 2011

A DIEZ AÑOS DEL 19-20 DE DICIEMBRE DE 2001: Szpunberg Alberto



Esa zarza que arde y no se apaga


Para Cristóbal


Por Alberto Szpunberg*

(para La Tecl@ Eñe)

Ilustración: Berni Antonio


El 13 de diciembre de 2001 murió mi vieja, prácticamente lúcida hasta último momento. Horas antes del adiós, había preguntado "qué es eso": hasta su habitación trepaba el martilleo de los cacerolazos, que se descolgaba de entre los árboles y los balcones. Mi mamá, a pocas horas de su adiós, no necesitó demasiadas explicaciones para entender qué pasaba. Sólo comentó, pudorosa, que hubiese querido que los vecinos no la viesen cuando la subían a la ambulancia, y se cubrió la cara con la manta. Igualmente, con la mano, antes de que los camilleros cerrasen la puerta trasera, saludó.

Días después, en cambio, el Señor Presidente, a cara descubierta, fue subido a un helicóptero y huyó sin saludar a ningún vecino y sin saber qué sucedía. Había decretado el Estado de Sitio y no podía entender cómo, pese a la contundencia de su firma, la historia no se detenía. Por la ventanilla vio, allá abajo, muy abajo, una mancha oscura que se sacudía, como si un mar encrespado se agitase entre fogonazos y estampidos. El Señor Presidente tardó horas en enterarse de que aquello oscurísimo había sido el pueblo, y lo otro –¿35?, ¿31?, ¿38?–, bueno, unos muertos.

Allá abajo estaba yo, que al otro día debía viajar a Barcelona. Llamé a la editorial y dije que no iba. Ya me había ido una vez, un 9 de mayo de 1977, y nada me sacaría nuevamente de ahí, allá abajo, cada vez, como todos, más abajo. Vaya a saber qué quiso que, en la zona del Obelisco, en medio de miles de manifestantes y corridas y piedrazos y disparos y cosacos cuadrúpedos y guardias de infantería y saqueos y fogatas, de pronto me encontrase con Cristóbal, mi compañero de antiguas y bravas andanzas. Como si, sin consultarnos, nuestra cita hubiese sido concertada por la misma fuerza que siempre nos había unido. El abrazo que nos dimos fue a las disparadas, y nunca mejor dicho, pero eterno.

Recuerdo que, de pronto, apareció una columna perfectamente encuadrada del Partido Obrero. Cristóbal, que conocía a los dirigentes, se acercó y les preguntó si venían "bien preparados, porque la cana está dando con todo", y ellos que "por supuesto". Uno, con suficiencia, hasta nos indicó las mochilas que llevaban algunos militantes. Y nos invitaron a sumarnos. Como no arrancaban, Cristóbal y yo volvimos al lugar donde cargaba la montada, que fue finalmente rechazada a palos y cascotazos. En una breve e improvisada tregua, vimos con estupor cómo la columna del PO pegaba media vuelta y, bien encuadrada como había venido, se marchaba. Los designios del soviet de San Petersburgo son siempre inescrutables.

Cristóbal y yo cruzamos la Nueve de Julio y vimos cómo algunos querían prenderle fuego al Mac Donald. Intentamos disuadirlos, pero era difícil. Cristóbal optó por desenrrollar una manguera para bomberos y accionar el grifo. Podíamos arder todos. En una de esas, en medio de la humareda, salió del Mac Donald una gordita con una bandeja de hamburguesas en cada mano. "Buen provecho", le dijimos. "No, no es para mí", sonrió, y fue hasta el árbol y se las ofreció a unos cuantos perritos que, agradecidísimos, supieron honrarla. La gordita volvió al interior del Mac Donald y, al pasar de vuelta con una hamburguesa, nos dijo: "ahora me toca a mí". Toda una lección de distribución equitativa de la riqueza.

Cristóbal y yo dimos la vuelta por Diagonal y vimos que la montada empezaba a retirarse y la guardia de infantería trepaba a los camiones. "¿Se van?", preguntó uno al otro, sin poder creerlo; "pero volverán", dijo el otro a uno, "siempre vuelven", seguro que pensamos los dos, Cristóbal y yo, es decir, los compañeros. Cuando regresamos a Diagonal y Corrientes, la noticia ya era una oda a la alegría: el Señor Presidente había renunciado y la historia de Grosso –la historia popular y callejera es la única historia grossa– pegó un giro inesperado, pero bienvenido.

Algunos se refieren al 19 y 20 de diciembre de 2001 como las fechas del Argentinazo. Me parece un calendario un tanto exagerado y, sobre todo, estrecho para tanto piquetero, asambleas de vecinos, fábricas recuperadas y más palos y más gases y más muertos y más ajustes y más sueños. Todo lo que siguió después, siempre abajo, es lo que estamos viviendo ahora. Y no hay más Argentinazo que el que arde. Esa zarza que arde y no se apaga. Esperanzadora como el pueblo en la calle. Firme como el abrazo de Cristóbal. Tibia como el saludo de mi vieja.

*Poeta


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