Experiencias de una exposición sobre Oliverio Girondo
Dimensión estética de las tecnologías humanas
Por Horacio González
(para La Tecl@ Eñe)
Hace unos meses la Biblioteca Nacional organizó una exposición sobre Oliverio Girondo. Lógicamente, he sido lector de Oliverio, pero ahora debía participar en las charlas respecto a cómo debería ser una exposición de la obra de un escritor, problema que se presenta cuando hay que exponer obras –en general, libros abiertos, textos, cartas… ¿Qué ve ahí el espectador? En primer lugar, una publicación, la realidad expresiva de un objeto trabajado por el tiempo. Un libro de una editorial extinguida o un diario antiguo. Hay un encanto en la vejez de esas reliquias, y las comprendemos como un mundo que ha desaparecido con su autor, parte de su cuerpo o de los entornos donde ocurría su vida.
Pero está el tema de los textos que también atraen la curiosidad del espectador. ¿Los lee? De alguna manera, exponer un texto en su estado puro, vulnera la clásica posición del espectador de museos, salas de exposición o galerías de arte. El sentido dominante es el de la apreciación visual, que no suele trascender al plano más subjetivo de la lectura. Allí chocan el espectador y el lector, dos funciones que a veces se superponen, pero casi siempre entran en una tensión excluyente. ¿Cómo exponer a Girondo, entonces?
Ante estos conocidos dilemas, el artista Fernando Rubio, convocado por la Biblioteca Nacional, hizo una puesta en escena en el edificio mismo de la Biblioteca, considerándolo una superficie de inscripción de los textos de Oliverio. La puesta consistía en la tradicional exposición de obras pero toda la superficie edilicia de la biblioteca, incluídos los baños, las rampas de entrada o el espejo de los ascensores, fue considerada un soporte del texto. Personalmente, descreo de la idea de “soporte” en su uso relativizador de libro –como si estuviera en un pié de igualdad, en la historia de la cultura, todos sus tránsitos tecnológicos considerados de una manera lineal-, pero en su uso artístico, y por lo tanto crítico, esa era una opción adecuada.
Los textos aparecían en lugares inesperados, fuera del libro o del diario. Cada lector se ve así desafiado en la elección de su contexto de lectura, con la libertad final de volver a su refugio clásico, el texto fusionado con su sostén privilegiado, sea papel –la historia más extendida de le lectura-, o las construcciones técnicas del ingenio del hombre. Sean paredes o pantallas. Es evidente que la poesía de Girondo, en sus mágicos dislocamientos, en sus suaves entrechoques que dan una idea tan delicada de la materia mundana, como la sacan permanentemente de lugar. Así como se pintan grafos convertidos en formas plásticas (Xul Solar), la escritura tipográfica puede intentar salir de su límite representativo.
Dimensión estética de las tecnologías humanas
Por Horacio González
(para La Tecl@ Eñe)
Hace unos meses la Biblioteca Nacional organizó una exposición sobre Oliverio Girondo. Lógicamente, he sido lector de Oliverio, pero ahora debía participar en las charlas respecto a cómo debería ser una exposición de la obra de un escritor, problema que se presenta cuando hay que exponer obras –en general, libros abiertos, textos, cartas… ¿Qué ve ahí el espectador? En primer lugar, una publicación, la realidad expresiva de un objeto trabajado por el tiempo. Un libro de una editorial extinguida o un diario antiguo. Hay un encanto en la vejez de esas reliquias, y las comprendemos como un mundo que ha desaparecido con su autor, parte de su cuerpo o de los entornos donde ocurría su vida.
Pero está el tema de los textos que también atraen la curiosidad del espectador. ¿Los lee? De alguna manera, exponer un texto en su estado puro, vulnera la clásica posición del espectador de museos, salas de exposición o galerías de arte. El sentido dominante es el de la apreciación visual, que no suele trascender al plano más subjetivo de la lectura. Allí chocan el espectador y el lector, dos funciones que a veces se superponen, pero casi siempre entran en una tensión excluyente. ¿Cómo exponer a Girondo, entonces?
Ante estos conocidos dilemas, el artista Fernando Rubio, convocado por la Biblioteca Nacional, hizo una puesta en escena en el edificio mismo de la Biblioteca, considerándolo una superficie de inscripción de los textos de Oliverio. La puesta consistía en la tradicional exposición de obras pero toda la superficie edilicia de la biblioteca, incluídos los baños, las rampas de entrada o el espejo de los ascensores, fue considerada un soporte del texto. Personalmente, descreo de la idea de “soporte” en su uso relativizador de libro –como si estuviera en un pié de igualdad, en la historia de la cultura, todos sus tránsitos tecnológicos considerados de una manera lineal-, pero en su uso artístico, y por lo tanto crítico, esa era una opción adecuada.
Los textos aparecían en lugares inesperados, fuera del libro o del diario. Cada lector se ve así desafiado en la elección de su contexto de lectura, con la libertad final de volver a su refugio clásico, el texto fusionado con su sostén privilegiado, sea papel –la historia más extendida de le lectura-, o las construcciones técnicas del ingenio del hombre. Sean paredes o pantallas. Es evidente que la poesía de Girondo, en sus mágicos dislocamientos, en sus suaves entrechoques que dan una idea tan delicada de la materia mundana, como la sacan permanentemente de lugar. Así como se pintan grafos convertidos en formas plásticas (Xul Solar), la escritura tipográfica puede intentar salir de su límite representativo.
Una exposición sobre Girondo podía explorar estos aspectos basados en la recuperación del propio significante de la poesía girondiana: es decir, poetizar el propio drama de las palabras, cuando albergan o pierden sus significaciones, cuando se convierten también en objetos que con solo ser nombrados, escapan de su función natural y se convierten en relaciones físicas o materiales, en variaciones rítmicas o sentimientos olfativos.
Comento brevemente este caso, a pedido de mi amigo Conrado, porque se corresponde con la tarea de quienes, en algún momento de sus vidas, deben trabajar en actos culturales destinados a proveer, cíclicamente, la memoria de los escritos argentinos, que van y vienen en la consideración de la actual, se hunden y resurgen en cada tiempo social como el vaivén de la propia escritura.
Hace poco supe de la exposición de Guimarâes Rosa en el Museo de Bellas Artes de Rio de Janeiro. Allí también, los textos de Grande sertâo veredas se exponían sobre distintos materiales y oponiendo dificultades a la lectura, obligando a operaciones insólitas de la mirada. Muy adecuado, también, a la índole de la obra del gran autor brasileño. Concluyo con una suposición: si tanto se habla de “nuevos soportes”, el arte de una exposición puede tomar las obras con una nueva invitación a que se las lea y las mire al mismo tiempo, como objetos intelectuales dramatizados. Será el arte dialogando con las tecnologías, a lo que mejor se prestan todas las obras –la de Oliverio, la de Guimarâes-, que innovaron la escritura considerándola una dimensión estética de las tecnologías humanas de la comprensión del significado.
Comento brevemente este caso, a pedido de mi amigo Conrado, porque se corresponde con la tarea de quienes, en algún momento de sus vidas, deben trabajar en actos culturales destinados a proveer, cíclicamente, la memoria de los escritos argentinos, que van y vienen en la consideración de la actual, se hunden y resurgen en cada tiempo social como el vaivén de la propia escritura.
Hace poco supe de la exposición de Guimarâes Rosa en el Museo de Bellas Artes de Rio de Janeiro. Allí también, los textos de Grande sertâo veredas se exponían sobre distintos materiales y oponiendo dificultades a la lectura, obligando a operaciones insólitas de la mirada. Muy adecuado, también, a la índole de la obra del gran autor brasileño. Concluyo con una suposición: si tanto se habla de “nuevos soportes”, el arte de una exposición puede tomar las obras con una nueva invitación a que se las lea y las mire al mismo tiempo, como objetos intelectuales dramatizados. Será el arte dialogando con las tecnologías, a lo que mejor se prestan todas las obras –la de Oliverio, la de Guimarâes-, que innovaron la escritura considerándola una dimensión estética de las tecnologías humanas de la comprensión del significado.
Horacio González
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