Filosofía de la pobreza
Los sueños y la sangre
Post Scriptum:
Recuerdo de una tarde, cuando llegó la poesía.
A Paco
Los sueños y la sangre
Por Vicente Zito Lema
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustraciones: Aimée Zito Lema(para La Tecl@ Eñe)
La pobreza es un crimen. La sangre de la pobreza corre por las calles igual que los caballos en las arenas del sueño, pero la sangre de la pobreza no se ve. Y si se ve, no se toca. (Hay que evitar los contagios y el veneno, que da vuelta los ojos y llena de espuma la boca...)
Los caballos en el desierto son un sueño, podemos saltar sobre sus grupas y embestir contra los cielos, y hasta acaricias con nuestra mano libre los senos helados de la luna que gime...
La sangre de la pobreza por las calles es una realidad; frágil, poca cosa es una realidad, no merece más que un punto y aparte.
(¡Se anuncia una gran tormenta marina por el este, es rojiza y brutal, podrán volar los techos y paredes, también los autos y hasta los trenes que recorren los espejos de la noche...! ¡Vaya con Dios...!)
La pobreza es un crimen. El crimen de la pobreza también se llama soledad. Hay soledad en la pobreza, porque los cuerpos se quedan sin alma, y ya sabemos que los cuerpos huérfanos del alma navegan por los ríos de la muerte sin conocer el amor, y apenas sirven como ofrenda para los grandes peces, que después de alimentarse con la carne brillan, como sólo brillan los niños y las estrellas en la bóveda celeste...
La pobreza es un crimen sin belleza. Apenas existe en el espanto. O mejor dicho, en el corazón del espanto, allí donde late lo siniestro, que es el momento más preciso y jamás olvidado de la especie: cuando un hombre triunfante, lanzando su aullido hacia Dios, devoraba sin paciencia el cuerpo aún caliente de otro hombre vencido...
La imagen del bien tampoco acude solícita frente al crimen de la pobreza. El bien en nuestro tiempo se lava las manos con agua de rosas; poco se recuerdan las promesas de la infancia..., cuando nuestras lágrimas caían sobre la frente del más débil...
El bien –y lo justo que le da sentido y la belleza que lo simboliza–, se repliegan, vuelven a las cavernas de la oscuridad y el horror, donde matar es vivir, o a la caverna de la luz de las ideas, lejos por igual del hombre real y desamparado que sufre el crimen de la pobreza en su cuerpo mortificado por la historia.
El crimen de la pobreza es un crimen de inocencia: sus víctimas no se resisten (o lo hacen –en apariencia– desde la misma y cruel lógica del crimen de la pobreza), no lucen ángeles en la nuca que los protejan, carecen de voz (en el universo del nuevo lenguaje de la ciencia), y poco conocen la beligerancia del silencio; tampoco hay huellas de gracia, beatitud o alegría en la humillación de los cuerpos, por más que Dionisio comparta la noche de bodas, cada tanto...
En el otro costado, iluminado hasta el hartazgo, se distingue el discurso del victimario...
Es un saber sin fin en sí ni en lo otro, lo humano (lo demasiado humano...). Sólo se escucha para legitimar el poder, como estatuto de la perversión y paranoia de la razón. Es una metáfora del desprecio, instalada como amparo de un renovado espacio, sobre la cama aún caliente de los condenados a muerte, en un mundo sin memoria...
Hablamos de la filosofía de la utilidad, en un tiempo soez: el amor escasea, igual que mañana el agua, hay que dejar a la diosa Thanatos besando a su antojo las bocas que más leve respiran...
Las viejas verdades existen en el mundo, también la bruma en la orilla del mar...
En la orilla de la vida se acurruca la pobreza, ni siquiera la bruma extiende sus alas para cubrirla...
Habrá que recordar: el que a hierro hiere, a hierro muere...
La mano que nunca conoció ni las sobras del amor, tiene la punta de su cuchillo en nuestra garganta...
¿Cómo se escuchan las músicas del desprecio y la desesperanza?
¿Cómo se pronuncia la palabra piedad...?
Los caballos en el desierto son un sueño, podemos saltar sobre sus grupas y embestir contra los cielos, y hasta acaricias con nuestra mano libre los senos helados de la luna que gime...
La sangre de la pobreza por las calles es una realidad; frágil, poca cosa es una realidad, no merece más que un punto y aparte.
(¡Se anuncia una gran tormenta marina por el este, es rojiza y brutal, podrán volar los techos y paredes, también los autos y hasta los trenes que recorren los espejos de la noche...! ¡Vaya con Dios...!)
La pobreza es un crimen. El crimen de la pobreza también se llama soledad. Hay soledad en la pobreza, porque los cuerpos se quedan sin alma, y ya sabemos que los cuerpos huérfanos del alma navegan por los ríos de la muerte sin conocer el amor, y apenas sirven como ofrenda para los grandes peces, que después de alimentarse con la carne brillan, como sólo brillan los niños y las estrellas en la bóveda celeste...
La pobreza es un crimen sin belleza. Apenas existe en el espanto. O mejor dicho, en el corazón del espanto, allí donde late lo siniestro, que es el momento más preciso y jamás olvidado de la especie: cuando un hombre triunfante, lanzando su aullido hacia Dios, devoraba sin paciencia el cuerpo aún caliente de otro hombre vencido...
La imagen del bien tampoco acude solícita frente al crimen de la pobreza. El bien en nuestro tiempo se lava las manos con agua de rosas; poco se recuerdan las promesas de la infancia..., cuando nuestras lágrimas caían sobre la frente del más débil...
El bien –y lo justo que le da sentido y la belleza que lo simboliza–, se repliegan, vuelven a las cavernas de la oscuridad y el horror, donde matar es vivir, o a la caverna de la luz de las ideas, lejos por igual del hombre real y desamparado que sufre el crimen de la pobreza en su cuerpo mortificado por la historia.
El crimen de la pobreza es un crimen de inocencia: sus víctimas no se resisten (o lo hacen –en apariencia– desde la misma y cruel lógica del crimen de la pobreza), no lucen ángeles en la nuca que los protejan, carecen de voz (en el universo del nuevo lenguaje de la ciencia), y poco conocen la beligerancia del silencio; tampoco hay huellas de gracia, beatitud o alegría en la humillación de los cuerpos, por más que Dionisio comparta la noche de bodas, cada tanto...
En el otro costado, iluminado hasta el hartazgo, se distingue el discurso del victimario...
Es un saber sin fin en sí ni en lo otro, lo humano (lo demasiado humano...). Sólo se escucha para legitimar el poder, como estatuto de la perversión y paranoia de la razón. Es una metáfora del desprecio, instalada como amparo de un renovado espacio, sobre la cama aún caliente de los condenados a muerte, en un mundo sin memoria...
Hablamos de la filosofía de la utilidad, en un tiempo soez: el amor escasea, igual que mañana el agua, hay que dejar a la diosa Thanatos besando a su antojo las bocas que más leve respiran...
Las viejas verdades existen en el mundo, también la bruma en la orilla del mar...
En la orilla de la vida se acurruca la pobreza, ni siquiera la bruma extiende sus alas para cubrirla...
Habrá que recordar: el que a hierro hiere, a hierro muere...
La mano que nunca conoció ni las sobras del amor, tiene la punta de su cuchillo en nuestra garganta...
¿Cómo se escuchan las músicas del desprecio y la desesperanza?
¿Cómo se pronuncia la palabra piedad...?
Post Scriptum:
Recuerdo de una tarde, cuando llegó la poesía.
A Paco
Allí estábamos, en la tarde más que azul, ociosa y sin perfidia, esperando que llegara la poesía...
La poesía viajó desde las cárceles hasta la Biblioteca Nacional, donde rara vez acude con su cuerpo la poesía. (La poesía sabe que sus espacios legítimos son los cielos con sus brillos, o en la noche los infiernos, que en la tierra de todos los días tiene su lugar reconocido en un calabozo, o en la sala blanca de un hospicio, con sus ventanas tapiadas para guarecer los pájaros y las tormentas, y que a veces duerme en la cama rechinante de alguna pensión de provincias, donde sólo se sienten los gritos del viento junto a las frituras de pescado...).
La poesía logró dejar los uniformes, las armas y las esposas en un patio de afuera, donde sobran los autos y faltan los árboles, en los bordes donde el poder se refriega las manos, que siempre están húmedas y de pronto sintieron frío...
La poesía llevaba su ropa de gente común, lo mejor planchada, el cuerpo de la poesía esa tarde de verano olía a jabón, a mucho jabón, porque el tufo del encierro se obstina en prenderse de los cuerpos...
Llegaron las mujeres, los hombres y los niños que nunca entraron en la Biblioteca Nacional y vieron con asombro los rostros de la poesía, que antes habían conocido como rostros familiares del sufrimiento, del hastío o de la ira...
Escucharon la belleza de los labios que eran hoy de la poesía, y pensaron que de esos labios sólo recordaban amenazas, súplicas, o feroces maldiciones... Pero esa tarde, no. Esa tarde las palabras sonaban como la lluvia, y como la lluvia que limpia los árboles, limpiaban esa tarde del alma las tristezas...
Más tarde la poesía recibió los premios: libros de poesía para los nuevos poetas, como quien dice amor en el amor, viento en el viento... Y después hubo festejos, palabras guardadas durante años y palabras que relucían de tan nuevas...
En el final se nombró al poeta, que durante años en una cárcel había cuidado la poesía, como guardó de los tiranos la libertad, como guardó de la muerte la vida, cuando precisamente una tarde, en la ciudad de Mendoza, una partida del poder canalla le robó la vida...
Aquí se cierra el recuerdo...
¿Dónde dormirá esta noche la poesía...?
Nota: Se trata del recuerdo de una tarde de primavera, cuando en la Biblioteca Nacional se entregaron los premios del primer concurso de poesía “Paco Urondo” para los presos en las cárceles de la Provincia de Buenos Aires.
La poesía viajó desde las cárceles hasta la Biblioteca Nacional, donde rara vez acude con su cuerpo la poesía. (La poesía sabe que sus espacios legítimos son los cielos con sus brillos, o en la noche los infiernos, que en la tierra de todos los días tiene su lugar reconocido en un calabozo, o en la sala blanca de un hospicio, con sus ventanas tapiadas para guarecer los pájaros y las tormentas, y que a veces duerme en la cama rechinante de alguna pensión de provincias, donde sólo se sienten los gritos del viento junto a las frituras de pescado...).
La poesía logró dejar los uniformes, las armas y las esposas en un patio de afuera, donde sobran los autos y faltan los árboles, en los bordes donde el poder se refriega las manos, que siempre están húmedas y de pronto sintieron frío...
La poesía llevaba su ropa de gente común, lo mejor planchada, el cuerpo de la poesía esa tarde de verano olía a jabón, a mucho jabón, porque el tufo del encierro se obstina en prenderse de los cuerpos...
Llegaron las mujeres, los hombres y los niños que nunca entraron en la Biblioteca Nacional y vieron con asombro los rostros de la poesía, que antes habían conocido como rostros familiares del sufrimiento, del hastío o de la ira...
Escucharon la belleza de los labios que eran hoy de la poesía, y pensaron que de esos labios sólo recordaban amenazas, súplicas, o feroces maldiciones... Pero esa tarde, no. Esa tarde las palabras sonaban como la lluvia, y como la lluvia que limpia los árboles, limpiaban esa tarde del alma las tristezas...
Más tarde la poesía recibió los premios: libros de poesía para los nuevos poetas, como quien dice amor en el amor, viento en el viento... Y después hubo festejos, palabras guardadas durante años y palabras que relucían de tan nuevas...
En el final se nombró al poeta, que durante años en una cárcel había cuidado la poesía, como guardó de los tiranos la libertad, como guardó de la muerte la vida, cuando precisamente una tarde, en la ciudad de Mendoza, una partida del poder canalla le robó la vida...
Aquí se cierra el recuerdo...
¿Dónde dormirá esta noche la poesía...?
Nota: Se trata del recuerdo de una tarde de primavera, cuando en la Biblioteca Nacional se entregaron los premios del primer concurso de poesía “Paco Urondo” para los presos en las cárceles de la Provincia de Buenos Aires.
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