11 mayo 2009

Informe sobre Inseguridad/Claudio Barbará/Aguafuertes de la Modernidad: Feos, malos e inadaptados

Aguafuertes de la Modernidad
Feos, malos e inadaptados
Claudio Barbará
[i]

para La Tecl@ Eñe

Parece no ser difícil seguir la lógica de cierto movimiento: si se está en estado, en la invisible frontera, en el riesgo abrupto, de perder algo en cualquier momento, ya sea la billetera, la bicicleta o la vida, a eso, a eso precisamente, se lo ha denominado “inseguridad”.
¿Quién lo dice? Lo dicen los medios, claro. Diga lo que se diga el significante “inseguridad” se ha instalado en la cultura por la vía de aquellos que “informan”. Luego, ya establecido su nombre, la cosa marcha sola: se repite y se pierden su causa y sus consecuencias en la maraña de impresiones y sensaciones del común (me refiero, al que se le llama ciudadano).
Ciudadano es aquel que, investido con los trapos de su ciudadanía, exige los derechos que le asisten y se prescriben en el código. ¿A quién se lo exige? Al amo, claro, garante último del pacto señalado. Se lo escucha berrear y patalear, en su indignación y en su dolor, acorralado más por la insistencia de la queja, que por la fatalidad.
En este entrevero, de idas y venidas, de reclamos airados y perfecta confusión, de pérdidas inexorables y daño por doquier, se levantan las voces que invocan una drástica solución. La drástica solución va a contrapelo del ejercicio de pensar: “ojo por ojo, diente por diente”. Esta posición no es patrimonio de unos pocos, por el contrario, constituye la ideología de la multitud. La masa, agitada y agitable, no sabe de sutilezas ni de matices, obedece al impacto del slogan, del spot publicitario, del clisés mediático y repetido. Entonces: “el que mata tiene que morir”, y todos esos dichos similares que se oyen por doquier.
Son el torbellino de los signos de la época: ¿los derechos a quién asisten? ¿Los derechos de quién? No es por esta vía por la cual se alcanza algún esclarecimiento del asunto. Ese formato del derecho privado y el derecho público ya no basta para dar las razones, ni para regular los goces de la civilización.
Los bordes del malestar desbordan las fronteras delineadas para una sociedad que fracasa de puertas para adentro: entonces, por ejemplo, en San Isidro/San Fernando alguien decide levantar un muro de ladrillos, para contener la violencia de un goce malsano que amenaza a la ciudadanía. Claro está, iniciativa que fracasa antes de ser llevada a cabo: una muestra más de la impotencia.
Males de la sociedad capitalita, soluciones con el sello de la ideología capitalista; quiero decir: ante todo debe preservarse el modo de satisfacción libre y en libertad, el “plus-de-gozar”, como lo denominó J. Lacan, fragmentario y autónomo, sin relación con el otro. Muros que van cerrándose sobre otros muros, aislando al sujeto moderno en un goce autista, atentando contra el lazo social.
Es notable que Lacan en los años ’70 no dejara de hacer sentir, en forma rotunda, a dónde nos llevarían todas estas novedades de la ciencia moderna, supeditada al mercado y al desarrollo tecnológico, para bien de la vida contemporánea.
Dice Lacan en 1973: “No les digo en absoluto que el discurso capitalista sea débil, tonto, al contrario es algo locamente astuto, ¿verdad? Muy astuto, pero destinado a reventar, en fin es el discurso más astuto que se haya jamás tenido. Pero destinado a reventar. Porque es insostenible”. Y Agrega: “…justamente eso marcha así velozmente a su consumación, eso se consume, eso se consume hasta su consunción”.
De la “consunción” vamos siendo testigos; ¿o es una exageración? Un discurso, el capitalista, loco y astuto, pero que se consume y consume a la vez, destinado a la consunción, al agotamiento de su loca lógica interna. Somos testigos además de las medidas que intentan atemperar su violencia: ejemplo, los nuevos lineamientos del G20, y el fin del consenso de Washington. “El llamado discurso capitalista es una cierta variedad del discurso del amo”, señala Lacan.
¿Qué más? El mundo así se ha vuelto inestable, inseguro, impredecible. Estamos de acuerdo. Es lo que se dice todo el tiempo: “inseguridad”. Los medios de comunicación, al menos en la Argentina, no dejan de pregonar que la “inseguridad” se resuelve con más policías, con más cárceles, con leyes más duras, con menos tolerancia, con menos garantías. Esto parece obedecer a una idea del mundo: el mismo sería maravilloso si no fuera porque hay algunos (o muchos) feos, malos e inadaptados, que lo vuelve peligroso. Es la idea de los que pregonan que sólo existe el individuo, responsable de su individualidad; y rechazan la noción de que el sujeto se constituye en el Otro.
El significante “inseguridad” nos viene del Otro, de la cultura actual, de los clisés, de los “dichos” instalados en la civilización; ergo, no podemos estar seguros de nada. ¿En dónde sostenerse entonces? Si nada en el imaginario colectivo es seguro, si todo es posible, entonces la desesperación, la angustia, o como diagnostica el manual de psicopatología vigente: panic attack. Solución: hacer acallar el síntoma en donde el sujeto está representado; enmudecer la angustia, la desesperación, para eso la nueva generación de psicofármacos, siguiendo la misma lógica que a alguien le hace decir: “el que mata debe morir”. Problema individual, solución individual.
Son algunas de las beldades de la Era del Individuo: ahora eso marcha, veloz, a su consunción. Veremos.


[i] Psicoanalista. Miembro del Foro Analítico del Río de la Plata. Escuela de Psicoanálisis de la Internacional de los Foros del Campo Lacaniano.

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