08 septiembre 2009

Alfredo Grande/La Columna Grande/EL EXTRAÑO CASO DEL SR. HYDE Y EL DR JEKYLL

EL EXTRAÑO CASO DEL SR. HYDE Y EL DR JEKYLL

Escribe Alfredo Grande
(especial para La Tecla Eñe)

“no hay mal que dure cien años, a los 99 el conteo empieza nuevamente” (aforismo implicado)


Recuerdo ese momento terrible para la familia cuando el abuelo tuvo que aceptar que la radio spika había sido superada. Nunca pudo elaborar el duelo, posiblemente porque frente a la diversidad de catástrofes cotidianas y de las otras, el solo enunciado de su dolor por la portátil perdida le parecía ridículo. En realidad, era algo más que ridículo. Era patética. Se llevaba la mano vacía al oído como si en ese ritual pudiera encontrar la añorada radio. Recuerdo que en forma subrepticia coloqué en su último lecho de madera, como acurrucada junto a su oreja derecha, su amada spika. Los tiempos habían cambiado para el abuelo. Pero no solamente para él. Una profunda metamorfosis cultural, una absoluta alteración de los significados habituales, había sucedido sin que necesariamente se reparara en ella. Quizá los resplandores siniestros del genocidio cívico militar y el desgarrador nunca más a las prácticas de exterminio, no permitió mensurar en sus reales medidas los cambios sucedidos. Supongo que en la historia de la humanidad nadie se percató que, por ejemplo, empezaba el renacimiento. Quizá un diario de la época pudo haber titulado: Caída de la Edad Media. Incertidumbre y caos. Pero seguramente es como pasar de un país a otro por una frontera virtual, que puede incluso ser una baldosa. Jugar a la rayuela en ciertos lugares, te puede transportar de un país a otro en cada saltito. Es todo tan liviano, tan banal, que la brusquedad, los cimbronazos del cambio pasa desapercibido. Esperando un orgasmo, apenas se escucha un suspiro. Pero, con mayores distancias témporo espaciales, de todos modos algo puede percibirse. Desde ya, para eso es necesario tener apagada la televisión al menos 24 horas. Está bien: puede ser en dos ciclos de 12 horas cada uno. Pero es necesario para poder sentir estos cambios, el desarrollo del pensamiento y el sentimiento crítico. O sea: sostener entre la percepción de lo inmediata una cierta capacidad de análisis que siempre será mediata. Y poder sostener la incómoda situación de ir contra corriente, lo que es cansador, y sobre todo cuando las aguas bajan algo mas que turbias, lo que es peligroso. Parodiando el título de una conocida película, la pregunta que se me impone es: “¿Qué hice yo para llegar a esto?”. ¿Es posible que tengamos que elegir entre De Narváez o De Vido? Siempre hay un mal mayor, siempre es posible que un divorcio no solucione nada y empeore todo. Si los ángeles pardos de la derecha vienen marchando, no es solamente manoteando aliados que se los puede enfrentar. Tampoco decidir que es más importante: si la ley de radiodifusión o la de protección de los glaciares. A lo mejor, solo se trata de vivir, aunque el vivir de hoy no haya sido exactamente el que soñamos algunas décadas atrás. Pero hay una situación que no puede ser soslayada. La modernidad estuvo siempre atrapada por ese monstruo que la razón podría producir. El paradigmático Dr. Frankestein que tuvo la dudosa idea de dar vida a una remixado de órganos, es un símbolo perfecto de esas pesadillas. Logró su cometido porque el engendro por él creado tomó su nombre, o quizá sea mejor decir, arrebató el nombre del siniestro creador. La criatura engendrada que retorna en contra de su creador para destruirlo. Mucho antes de las burbujas financieras. Ni que hablar de las torres gemelas, que hubieran sido apetitosas para King Kong. Pero la novela que a mi criterio mas da cuenta de esta obsesión por la aparición de una racionalidad desquiciada la escribió en 1886 Robert Louis Stevenson. Quizá en tres días, quizá en tres semanas, quizá bajo los efectos de las sustancias alucinógenas del cornezuelo de centeno. O de las influencias de su esposa. Sabemos que el matrimonio potencia los fenómenos de despersonalización. Sea como fuera, la historia del noble galeno que por su ansia de conocer el alma humana, termina transformado en un ser bestial y depravado, es un clásico de la cultura. La esencia de lo humano era pensado como animal y la cultura tenía como misión domar a esa bestia que pugnaba por salir. Una versión más modesta pero más graciosa fue el inolvidable “otro yo” del Dr. Merengue. Naturalmente, el Yo oficial era extremadamente correcto, casi una caricatura del buen ciudadano y el perfecto marido castrado. Las tentaciones eran procesadas por el maligno y sarcástico “otro yo”. Sin embargo, la globalización, la demistificación, la caída de los meta relatos, o sea, de las intelectualizaciones más abarcativas, permitió que el Sr. Hyde apareciera a tiempo completo. Casi podríamos decir que cuanto más Hyde, más intención de voto. Claro que es un Hyde que ahora cuenta con asesores de imagen. Pero que tiene claro que el pobre Dr. Jekill es un perdedor, una especie de fósil académico que no entendió que la medicina es costo beneficio. De todos modos, para que Hyde llegue a destinos de gloria, tiene que tener “gestos” de la nobleza Jekyll. La política de los gestos, de los mohines, de los sobre entendidos, de las miraditas cómplices, de los entrecejos fruncidos, de los culitos cerrados. Son como rictus, un leve touch de civismo patrio y luego un go hacia micro fascismos anti pueblo. Para entender la importancia de lo que voy a denominar Síndrome de Hyde Jekyll, debo referirme al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. Cuando empezó su carrera política ahora en tierra, Daniel “el travieso” Scioli, fue un Hyde de pura cepa, cosecha 1990. El Master Hyde, Carlos Saúl, lo creó en su laboratorio de políticas públicas privatizadoras “primer mundo ya”. De un engendro mayor apareció un engendro menor, una versión emprolijada con algunos toques de Jekyll, pero poco. Cultivaba (es un decir, claro está) una especie de analfabetismo político que lo hacía, aunque esto suene incierto, seductor. La excitación que produce cualquier situación virginal. Era un Hyde más ingenuo, más sencillo, más inodoro, insípido y casi incoloro. Pero a no dudarlo, era mas 90 que tinelli. Para las elecciones del 2003, cuando había que formalizar la elección para suceder al Hyde Cabezón que junto a otros de su calaña había consumado la masacre del puente Pueyrredón, fue rápidamente transformado en un Jekyll compatible con la reconstrucción burguesa de la argentina de asambleas y fábricas recuperadas. Ya el Hyde alvearizado, el mismo que descubrió que un viaje en helicóptero bien valía la posibilidad de alejarse de la Pertiné, había sucumbido a la tentación de ser más Jekyll de lo necesario. Como en esas elecciones había por lo menos dos Hyde de pura raza (Carlos Saúl y el Ricardo López Murphy) era necesario tomar las pócimas necesarias para que el binomio Kirchner Scioli pareciera un poco Jekyll. El primero había dicho que Master Hyde era el mejor presidente que tuvo la Argentina. Y Daniel fue su padawan más célebre. Y la pócima resultó. Especialmente porque frente al arrugue del balotage, el Master Hyde huyó, pero cerca nomás. El momento cumbre del efecto pócima pro Jekyll fue el discurso por los derechos humanos, refrendado por bajar la foto de Videla. Hay que aceptar que la pócima tuvo efectos bastante duraderos, así que la debe seguir tomando. Con el inmenso alivio que en la reina del plata subió un Hyde Absoluto, con lo cual es mucho más fácil que las versiones menos definidas sean tomadas por mucho tiempo como Jekyll. Ciertos rasgos de omnipotencia, omnisciencia, doble discurso, etc., dan señalas que Hyde está latente y que la pócima encubridora no puede ser abandonada.
En otras comunicaciones clínicas podré mostrar el Síndrome de Hyde Jekyll en todos los presidentes del Estado de derecho. Cada uno con su modalidad, su estilo, su glamour, pero con la férrea determinación de que, pase lo que pase, el pueblo es soberano para morirse de hambre. Veremos si el bicentenario será de Hyde o de Jekyll.

Septiembre 2009