El Estado y sus ficciones: Narraciones para una identidad desenmascarada
El Estado es un discurso de poder, una suerte de soporte que narra procesos históricos, construye tropos, metáforas, ficciones y literaturas capaces de convertirse en dispositivos de ideas que sustentaran la formación histórica de relatos fundantes de la identidad nacional y sus dialécticos conflictos.
La literatura y sus autores dan cuenta de esos relatos capaces de hilvanar lo pasado con lo presente; ofrecen un puente que nos permite analizar algunas narraciones que se perpetúan a través de los tiempos transformando en actuales discursos creados en el pasado para dar vigencia a debates ideológicos aún no saldados.
Por ejemplo, los tópicos sarmientinos de civilización y barbarie – representados en el unitarismo con sus ojos puestos en una Europa pujante e industrial; y un gauchaje en constante desasosiego frente a una Pampa interminable – tuvieron su correlato en los años 70, donde la burguesía nacional observaba con horror el surgimiento de una clase trabajadora bautizada como aluvión zoológico o “cabecitas negras”.
Es decir que los procesos históricos fueron tomando densidad en las construcciones narrativas y ficcionales que daban testimonio de la época (diría Hegel); así Sarmiento escribió el inclasificable Facundo, Esteban Echeverría El Matadero y La Cautiva, Leopoldo Lugones intentó erigirse en el poeta nacional que dio testimonio de “la hora de la espada” en una Argentina que iniciaba la década infame. Jorge Luis Borges representó la excelencia lingüística y literaria mientras que Roberto Arlt reivindicó para siempre – aunque hoy se siga discutiendo en la academia – el “escribir feo y por prepotencia de trabajo”. Y podríamos seguir citando ejemplos que abundarían el concepto de relatos ficcionales de un Estado determinado en una época, en un tiempo y la elaboración de su contrarrelato.
Como dirá el poeta y ensayista Flavio Crescenzi, en un trabajo que conforma el cuerpo temático de este número, la verdad es eterna y el Estado su único intérprete visible. Desenmascarar la ficción estatal es tarea ardua, pero no imposible. Para ello es necesario primero desenmascararnos a nosotros.
Conrado Yasenza
El Estado es un discurso de poder, una suerte de soporte que narra procesos históricos, construye tropos, metáforas, ficciones y literaturas capaces de convertirse en dispositivos de ideas que sustentaran la formación histórica de relatos fundantes de la identidad nacional y sus dialécticos conflictos.
La literatura y sus autores dan cuenta de esos relatos capaces de hilvanar lo pasado con lo presente; ofrecen un puente que nos permite analizar algunas narraciones que se perpetúan a través de los tiempos transformando en actuales discursos creados en el pasado para dar vigencia a debates ideológicos aún no saldados.
Por ejemplo, los tópicos sarmientinos de civilización y barbarie – representados en el unitarismo con sus ojos puestos en una Europa pujante e industrial; y un gauchaje en constante desasosiego frente a una Pampa interminable – tuvieron su correlato en los años 70, donde la burguesía nacional observaba con horror el surgimiento de una clase trabajadora bautizada como aluvión zoológico o “cabecitas negras”.
Es decir que los procesos históricos fueron tomando densidad en las construcciones narrativas y ficcionales que daban testimonio de la época (diría Hegel); así Sarmiento escribió el inclasificable Facundo, Esteban Echeverría El Matadero y La Cautiva, Leopoldo Lugones intentó erigirse en el poeta nacional que dio testimonio de “la hora de la espada” en una Argentina que iniciaba la década infame. Jorge Luis Borges representó la excelencia lingüística y literaria mientras que Roberto Arlt reivindicó para siempre – aunque hoy se siga discutiendo en la academia – el “escribir feo y por prepotencia de trabajo”. Y podríamos seguir citando ejemplos que abundarían el concepto de relatos ficcionales de un Estado determinado en una época, en un tiempo y la elaboración de su contrarrelato.
Como dirá el poeta y ensayista Flavio Crescenzi, en un trabajo que conforma el cuerpo temático de este número, la verdad es eterna y el Estado su único intérprete visible. Desenmascarar la ficción estatal es tarea ardua, pero no imposible. Para ello es necesario primero desenmascararnos a nosotros.
Conrado Yasenza
Septiembre de 2009