Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo…
Por Alberto J. Franzoia*
(para La Tecl@ Eñe)
Por Alberto J. Franzoia*
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Aimée Zito Lema
Breve introducción a los modelos dicotómicos
Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro. Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial. Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica). Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico, social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y sus técnicos para desterrar el atraso.
En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo, el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o moderno.
Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que ejercen las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron, por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha clase como sujeto de esa armoniosa transformación.
Dicotomías argentinas: civilización o barbarie
Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU.
En otro trabajo sosteníamos:
“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto, fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio, favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados. Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura nacional” (3).
No fue esa la visión de Sarmiento, quien sólo admitía en su práctica sustituir la barbarie para implantar la civilización. Es decir, no sólo excluye la asimilación cultural, sino que era mucho más partidario de la sustitución abrupta que de la evolución. Por eso aconsejaba regar nuestra tierra con sangre de gauchos, ya que según el ilustre maestro, era lo único que tenían de humanos. Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana. Doble problema para el maestro que aborrecía no sólo lo autóctono sino todo lo proveniente de los sectores europeos atrasados o “bárbaros”.
Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.
“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades" transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)
Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:
“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación).Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).
Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera, que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso `político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.
Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo
Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente) con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores, aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.
La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica) civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada, fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o barbarie.
Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta “dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:
"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior, privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas, el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y culturalmente genética de cambiar ese orden".
"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los trabajadores al primer plano de la vida política" (6).
Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas. Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la realidad y otro metafísico.
Proyecciones de una dicotomía no resuelta
El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.
Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28 años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de otros tiempos.
Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio, si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión, de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la unidad de todos los argentinos sin revanchismos.
Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo. El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a la verdadera civilización, aquella que logrará satisfacer las necesidades materiales y espirituales del conjunto social gracias al integral aprovechamiento de los avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se requiere que la “barbarie” triunfe sobe la “civilización”, o que las alpargatas se impongan a la versión oligárquico-imperialista de los libros.
La Plata, 7 de septiembre de 2009
Breve introducción a los modelos dicotómicos
Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro. Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial. Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica). Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico, social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y sus técnicos para desterrar el atraso.
En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo, el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o moderno.
Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que ejercen las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron, por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha clase como sujeto de esa armoniosa transformación.
Dicotomías argentinas: civilización o barbarie
Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU.
En otro trabajo sosteníamos:
“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto, fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio, favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados. Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura nacional” (3).
No fue esa la visión de Sarmiento, quien sólo admitía en su práctica sustituir la barbarie para implantar la civilización. Es decir, no sólo excluye la asimilación cultural, sino que era mucho más partidario de la sustitución abrupta que de la evolución. Por eso aconsejaba regar nuestra tierra con sangre de gauchos, ya que según el ilustre maestro, era lo único que tenían de humanos. Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana. Doble problema para el maestro que aborrecía no sólo lo autóctono sino todo lo proveniente de los sectores europeos atrasados o “bárbaros”.
Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.
“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades" transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)
Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:
“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación).Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).
Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera, que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso `político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.
Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo
Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente) con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores, aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.
La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica) civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada, fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o barbarie.
Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta “dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:
"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior, privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas, el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y culturalmente genética de cambiar ese orden".
"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los trabajadores al primer plano de la vida política" (6).
Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas. Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la realidad y otro metafísico.
Proyecciones de una dicotomía no resuelta
El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.
Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28 años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de otros tiempos.
Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio, si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión, de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la unidad de todos los argentinos sin revanchismos.
Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo. El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a la verdadera civilización, aquella que logrará satisfacer las necesidades materiales y espirituales del conjunto social gracias al integral aprovechamiento de los avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se requiere que la “barbarie” triunfe sobe la “civilización”, o que las alpargatas se impongan a la versión oligárquico-imperialista de los libros.
La Plata, 7 de septiembre de 2009
* Por Lic. Alberto J. Franzoia
Obras citadas:
(1) Emile Durkheim, La División del trabajo social, 1893
(2) Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, 1845
(3) Alberto J. Franzoia, Reflexiones sobre cultura, en revista “Política” nº 4, 2007
(4) Alberto J. Franzoia, texto citado
(5) Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, 1968
(6) Spilimbergo Jorge: "Hombre, Estado, Comunidad", página 65 a 69, en Proyecciones del Pensamiento Nacional, actas del simposio A 40 años de "La Comunidad Organizada", convocado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y organizado por la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales desde el 20 al 22 de abril de 1989.