Por Jorge Garaventa
(para La Tecl@ Eñe)
La “democratización” de las trasmisiones de fútbol nos confronta con una tendencia que ya se viene consolidando en otras cuestiones…todo en casa al alcance de la mesa.
No es este un escrito que intente polemizar sobre el indelegable y necesario rol del Estado de ponerle límites a las corporaciones empresariales ya que se sabe, libertad de mercado, consumidor cautivo.
Es correcto que el estado intervenga para desarticular intereses que se acumulan sectorialmente y los distribuya en función social, pero tan importante como esto es recrear las condiciones para que la gente deje de apoltronarse en un autismo lúdico y pueda volver a las canchas, los cines, los teatros…
La gripe porcina agudizó por un lado pero puso en evidencia por otro, la existencia de un proceso de resguardo hogareño en preocupante crecimiento donde apenas las actividades obligatorias actúan como factor de estímulo para deambular las calles.
Se podría decir que estamos hablando de un fenómeno sectorial o de clase, pero no exclusivamente. Hay pocos sectores donde el “autismo voluntario” y la caja de herramientas que permiten disimular la soledad no se haya instalado de manera significativa.
Hace años, muchos años, al menos 40, Dalmiro Sáenz escribía una hermosa obra de teatro, “El Televisor”. El personaje principal se quejaba de la llegada de la tecnología: “Perón sacó la gente a la calle y vino el televisor y la metió de nuevo adentro”.
Esto que hoy suena hasta inocente fue, sin dudas, una paradoja sociológica de época. Décadas después hablamos de individuos metidos dentro, pero de sí mismos.
Suena interesante hoy internarnos en los efectos que las nuevas tecnologías diseñan en los comportamientos de niños y adolescentes, incluyendo esta cuestión de que la adolescencia ha perdido los límites etarios aproximados que la enmarcaban hace unas décadas y que se ha hecho flexible de forma tal que muchas personas que otrora estarían inmersos en plena adultez, transitan hoy aún por este controvertido período.
No desdeñamos la evidencia de que no pocos quedan al margen del desarrollo tecnológico, y seguramente los efectos de esta exclusión podrán ser objeto de otro escrito. Sólo agregamos que desde el comienzo de la democracia se han diseñado planes para poner la tecnología al alcance de todos, mediante planes comerciales y/o educativos, pero estamos lejos de que esa brecha haya podido ser angostada de manera significativa.
Esta brecha a la que nos referimos no es obstáculo para intentar pensar que es lo que ocurre con los niños, adolescentes y jóvenes que hacen uso y abuso de las aplicaciones de la tecnología.
Nos pre- “ocupan”, entonces hoy, los efectos no deseados, depende por quién, de esas herramientas que revolucionaron las comunicaciones y los espacios lúdicos. Damos por sentado que quien se interna en estas líneas no cuestiona la evidente y necesaria crisis positiva que esto produjo. Nada impide poner el eje en lo paradójicamente aislante de una tecnología que prometió achicar las distancias planetarias y termina distanciando las vecindades.
Hoy nos fraternizamos cotidianamente con aquel amigo en China, y chateamos con quien se encuentra en otra habitación de la casa.
No es una escena extraña la de los amigos que corren separados hacia sus domicilios para ponerse en red vía internet con aquellos a quienes acaba de dejar.
Estas escenas, harto conocidas por todos, y que seguramente se pueden multiplicar hasta el infinito en el anecdotario de cada quién, no habla precisamente de la necesidad viscosa de mantenerse en contacto indiscriminado con el semejante, sino justamente de lo contrario, la preferencia de lo virtual para escatimar los cuerpos.
Si se habla de uso es inevitable interrogarnos sobre el abuso ya que el exceso es un estigma de época.
Sostenemos no obstante que las tecnologías, las drogas, el alcohol y cualquier otro conductor de impulsos o adicciones es precisamente eso, un mero conductor. Si se busca el origen de “todos los males” en aquello que es un mero sostén, nos regodeamos en la ignorancia de las causas y recreamos el espíritu “tatista”(*) que nos lleva a prohibir el fútbol, combatir la nocturnidad, prohibir a los jóvenes entrar en los videojuegos, criminalizar al adicto…y siguen las firmas. La pulsión mientras tanto continuará su porfiado derrotero buscando otras formas de expresión que siempre hallará en la vida porque es precisamente la vida lo que finalmente no se puede prohibir…creo.
Lejos ando, por supuesto de glorificar los excesos o el uso de época que se le pueden dar a los avances tecnológicos, sencillamente muestro el camino que me parece erróneo.
Tratemos entonces de reflexionar acerca de cual es el anclaje psico sociológico en el que se funda alguna sintomatología moderna derivada del uso estos vehículos tecnológicos.
No se puede soslayar que la modernidad tiene precisamente un nudo con los efectos de la dictadura. Se dice que hay que terminar con seguir responsabilizando, casi 30 años después, de lo que ocurre hoy, a lo acontecido en un “pequeño” período de 6 años. Al decir esto se obvia un mecanismo harto conocido tanto en cuestiones psíquicas como sociales que es que aquello que no ha sido procesado adecuadamente insiste en lo social, o en lo psíquico como síntoma.. No se trata de hacer una transferencia epistemológica de la psicología a la sociología, o viceversa, sino de reconocer el ineludible entramado entre lo social y lo psíquico.
Efecto de dictadura entonces ha sido la ruptura de lazos sociales y sus concomitancias conductuales que crearon nuevas tipologías, no en el estricto sentido psiquiátrico y que hoy se regodean al amparo de nuevas tecnologías.
Los niños y adolescentes en mayor medida, y los adultos que acceden a Internet, chat, juegos en red, redes sociales y otras formas comunicacionales suelen ser población en riesgo de esta sintomatología psicosociológica.
Se necesitan actitudes pero por sobre todo políticas sociales inclusivas que puedan pensar lo tecnológico y prever sus efectos no deseados. La escuela y la familia son agentes ideales para revolucionar la revolución. Pero la palabra inclusiva no está puesta al azar pues la fobia tecnológica es tan nociva como el uso indebido.
Claro que si los organismos estatales se han visto aún hoy impotentes para aplicar contundentemente una ley sobre educación sexual, como hacer para que no asuste una intención que apunta a volver el cuerpo al cuerpo, colocando la distancia y el aislamiento sólo como un inevitable que entonces sí necesita determinados accesorios virtuales para estar con el otro pero con los cinco sentidos en juegos de proximidades.
Decíamos hace un tiempo que la humanidad ha evolucionado raramente. Hoy nuestros propios fluidos son peligrosos para el otro. Portamos armas que nos protegen del afecto. Pero este insiste y a la larga no pretende rendirse ante ninguna tecnología.
Tal vez con muchos CU.JU.CA abriríamos una interesante ventana. La Cumbre de Juegos Callejeros funciona dos veces por año en las calles de Almagro, organizada por la Casona de Humahuaca. Es un día de recreación de “aquellos” juegos que alguna vez tuvieron cautivas a las pandillas. Es cierto que abunda el entusiasmo nostálgico de adultos que recrean su niñez o adolescencia generalmente trunca, pero no menos evidente es el entusiasmo de los niños y niñas que se encuentran lanzados a un universo que desconocían y donde su cuerpo es el protagonista porque… el cuerpo no se rinde aunque todo apunte a tenerlo sitiado.
No es este un escrito que intente polemizar sobre el indelegable y necesario rol del Estado de ponerle límites a las corporaciones empresariales ya que se sabe, libertad de mercado, consumidor cautivo.
Es correcto que el estado intervenga para desarticular intereses que se acumulan sectorialmente y los distribuya en función social, pero tan importante como esto es recrear las condiciones para que la gente deje de apoltronarse en un autismo lúdico y pueda volver a las canchas, los cines, los teatros…
La gripe porcina agudizó por un lado pero puso en evidencia por otro, la existencia de un proceso de resguardo hogareño en preocupante crecimiento donde apenas las actividades obligatorias actúan como factor de estímulo para deambular las calles.
Se podría decir que estamos hablando de un fenómeno sectorial o de clase, pero no exclusivamente. Hay pocos sectores donde el “autismo voluntario” y la caja de herramientas que permiten disimular la soledad no se haya instalado de manera significativa.
Hace años, muchos años, al menos 40, Dalmiro Sáenz escribía una hermosa obra de teatro, “El Televisor”. El personaje principal se quejaba de la llegada de la tecnología: “Perón sacó la gente a la calle y vino el televisor y la metió de nuevo adentro”.
Esto que hoy suena hasta inocente fue, sin dudas, una paradoja sociológica de época. Décadas después hablamos de individuos metidos dentro, pero de sí mismos.
Suena interesante hoy internarnos en los efectos que las nuevas tecnologías diseñan en los comportamientos de niños y adolescentes, incluyendo esta cuestión de que la adolescencia ha perdido los límites etarios aproximados que la enmarcaban hace unas décadas y que se ha hecho flexible de forma tal que muchas personas que otrora estarían inmersos en plena adultez, transitan hoy aún por este controvertido período.
No desdeñamos la evidencia de que no pocos quedan al margen del desarrollo tecnológico, y seguramente los efectos de esta exclusión podrán ser objeto de otro escrito. Sólo agregamos que desde el comienzo de la democracia se han diseñado planes para poner la tecnología al alcance de todos, mediante planes comerciales y/o educativos, pero estamos lejos de que esa brecha haya podido ser angostada de manera significativa.
Esta brecha a la que nos referimos no es obstáculo para intentar pensar que es lo que ocurre con los niños, adolescentes y jóvenes que hacen uso y abuso de las aplicaciones de la tecnología.
Nos pre- “ocupan”, entonces hoy, los efectos no deseados, depende por quién, de esas herramientas que revolucionaron las comunicaciones y los espacios lúdicos. Damos por sentado que quien se interna en estas líneas no cuestiona la evidente y necesaria crisis positiva que esto produjo. Nada impide poner el eje en lo paradójicamente aislante de una tecnología que prometió achicar las distancias planetarias y termina distanciando las vecindades.
Hoy nos fraternizamos cotidianamente con aquel amigo en China, y chateamos con quien se encuentra en otra habitación de la casa.
No es una escena extraña la de los amigos que corren separados hacia sus domicilios para ponerse en red vía internet con aquellos a quienes acaba de dejar.
Estas escenas, harto conocidas por todos, y que seguramente se pueden multiplicar hasta el infinito en el anecdotario de cada quién, no habla precisamente de la necesidad viscosa de mantenerse en contacto indiscriminado con el semejante, sino justamente de lo contrario, la preferencia de lo virtual para escatimar los cuerpos.
Si se habla de uso es inevitable interrogarnos sobre el abuso ya que el exceso es un estigma de época.
Sostenemos no obstante que las tecnologías, las drogas, el alcohol y cualquier otro conductor de impulsos o adicciones es precisamente eso, un mero conductor. Si se busca el origen de “todos los males” en aquello que es un mero sostén, nos regodeamos en la ignorancia de las causas y recreamos el espíritu “tatista”(*) que nos lleva a prohibir el fútbol, combatir la nocturnidad, prohibir a los jóvenes entrar en los videojuegos, criminalizar al adicto…y siguen las firmas. La pulsión mientras tanto continuará su porfiado derrotero buscando otras formas de expresión que siempre hallará en la vida porque es precisamente la vida lo que finalmente no se puede prohibir…creo.
Lejos ando, por supuesto de glorificar los excesos o el uso de época que se le pueden dar a los avances tecnológicos, sencillamente muestro el camino que me parece erróneo.
Tratemos entonces de reflexionar acerca de cual es el anclaje psico sociológico en el que se funda alguna sintomatología moderna derivada del uso estos vehículos tecnológicos.
No se puede soslayar que la modernidad tiene precisamente un nudo con los efectos de la dictadura. Se dice que hay que terminar con seguir responsabilizando, casi 30 años después, de lo que ocurre hoy, a lo acontecido en un “pequeño” período de 6 años. Al decir esto se obvia un mecanismo harto conocido tanto en cuestiones psíquicas como sociales que es que aquello que no ha sido procesado adecuadamente insiste en lo social, o en lo psíquico como síntoma.. No se trata de hacer una transferencia epistemológica de la psicología a la sociología, o viceversa, sino de reconocer el ineludible entramado entre lo social y lo psíquico.
Efecto de dictadura entonces ha sido la ruptura de lazos sociales y sus concomitancias conductuales que crearon nuevas tipologías, no en el estricto sentido psiquiátrico y que hoy se regodean al amparo de nuevas tecnologías.
Los niños y adolescentes en mayor medida, y los adultos que acceden a Internet, chat, juegos en red, redes sociales y otras formas comunicacionales suelen ser población en riesgo de esta sintomatología psicosociológica.
Se necesitan actitudes pero por sobre todo políticas sociales inclusivas que puedan pensar lo tecnológico y prever sus efectos no deseados. La escuela y la familia son agentes ideales para revolucionar la revolución. Pero la palabra inclusiva no está puesta al azar pues la fobia tecnológica es tan nociva como el uso indebido.
Claro que si los organismos estatales se han visto aún hoy impotentes para aplicar contundentemente una ley sobre educación sexual, como hacer para que no asuste una intención que apunta a volver el cuerpo al cuerpo, colocando la distancia y el aislamiento sólo como un inevitable que entonces sí necesita determinados accesorios virtuales para estar con el otro pero con los cinco sentidos en juegos de proximidades.
Decíamos hace un tiempo que la humanidad ha evolucionado raramente. Hoy nuestros propios fluidos son peligrosos para el otro. Portamos armas que nos protegen del afecto. Pero este insiste y a la larga no pretende rendirse ante ninguna tecnología.
Tal vez con muchos CU.JU.CA abriríamos una interesante ventana. La Cumbre de Juegos Callejeros funciona dos veces por año en las calles de Almagro, organizada por la Casona de Humahuaca. Es un día de recreación de “aquellos” juegos que alguna vez tuvieron cautivas a las pandillas. Es cierto que abunda el entusiasmo nostálgico de adultos que recrean su niñez o adolescencia generalmente trunca, pero no menos evidente es el entusiasmo de los niños y niñas que se encuentran lanzados a un universo que desconocían y donde su cuerpo es el protagonista porque… el cuerpo no se rinde aunque todo apunte a tenerlo sitiado.
Septiembre de 2009
(*) Hugo Paulino Tato fue un censor de los productos culturales que tuvo su reinado más floreciente en la última dictadura militar.