Alianza plebeya o regreso del pasado
Por Alberto J. Franzoia
(para La Tecl@ Eñe)
(para La Tecl@ Eñe)
Ilustración: Daniel Santoro
La actualidad del concepto alianza plebeya
Desde una corriente ideológico-política que mucho ha aportado a la producción teórica de Argentina y América Latina, la izquierda nacional, se formuló hace más de cuatro décadas un planteo político-ideológico central para resolver favorablemente para el campo nacional y popular la tan larga como necesaria batalla contra el bloque oligárquico-imperialista, me refiero concretamente al planteo que se sintetiza en un concepto clave: alianza plebeya (1).
Esa alianza, tal como fue formulada originalmente, expresa la necesidad del encuentro político y cultural entre los obreros urbano-rurales y la pequeña burguesía, ya que ninguno de los dos componentes por separado podrá realizar sus intereses concretos en el marco de nuestra Patria. Es más, para que la Patria realmente exista, dicha alianza se torna condición necesaria e impostergable. A lo largo del siglo XX, y hasta la fecha, Argentina vivió dos experiencias muy importantes en su intento por constituir un bloque nacional-popular para imponerse al bloque históricamente dominante: primero el yrigoyenismo, luego, y como instancia superadora de ésta, el peronismo. Sin embargo en ninguna de las dos oportunidades fue posible construir una sólida alianza plebeya. De allí las derrotas experimentadas.
Este planteo teórico cobra hoy toda su actualidad, ya que ante un nuevo embate de las fuerzas de la reacción, en este caso contra el gobierno popular de Cristina Fernández, una alianza de este tipo es la que nos permitirá prevalecer ante el impulso arrollador de un monstruo de varias cabezas que una vez más intenta devorar nuestros sueños. No sólo se trata de resistir sino de avanzar, ya que quien no avanza en algún momento se ve forzado a retroceder. Es esa alianza plebeya la que nos dará la oportunidad de transitar el camino hacia una Patria definitivamente libre, justa y soberana. La cambiante realidad nos conduce, sin embargo, a la necesidad de actualizar algunas cuestiones en torno a los componentes sociales que integran el concepto, para que el mismo resulte operativo en los tiempos que corren. Esto es así porque conceptos ambiguos sólo sirven para obstaculizar la correcta percepción de la realidad. En definitiva no sólo la realidad es dialéctica, sino que también debe serlo la relación entre dicha realidad y los conceptos que intentan expresarla, en su defecto no lograremos transformarla.
La clase obrera
La clase obrera, columna vertebral del peronismo, se desarrolló en forma sostenida a partir de la crisis de los años treinta y sobre todo con la segunda guerra entre los imperialismos de la época. Ambos fenómenos gestaron la necesidad de una industria nacional de bienes de consumo para cubrir necesidades del mercado interno antes abastecidas por las burguesías del mundo desarrollado. En realidad el peronismo no hubiese sido posible sin ella en 1945, porque no fue Perón el que creó al peronismo, tal como lo interpretan las reiteradas tesis de corte idealista (una historia construida a partir de personalidades descollantes) sino la clase obrera la que iba en busca del líder que sintetizase y expresase sus intereses concretos (historia construida a partir de las fuerzas sociales que operan sobre ella), en un período en el que el primer paso hacia ese objetivo pasaba por un desarrollo económico independiente con justicia social. Las demás son tareas que interactúan con esa necesidad principal, aunque la izquierda cosmopolita nunca lo haya comprendido.
La oligarquía nativa y las burguesías imperialistas del mundo central captaron con la lucidez propia de aquellas clases que han desarrollado plenamente su conciencia, que mientras la clase obrera argentina fuese fuerte, la amenaza de un peronismo combativo o el desarrollo de una perspectiva socialista de orientación nacional-latinoamericanista sería una constante. Por lo tanto en 1976, con la excusa de enfrentar la subversión, se instaló la peor dictadura cívico-militar de la que tengamos memoria. Con Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía las Fuerzas Armadas, alineadas con la doctrina de la seguridad nacional, se encargaron de instalar la paz de los cementerios para que las clases dominantes se deshicieran de su enemigo más temible. Años más tarde, en nombre de un “peronismo actualizado”, los sectores liberales que se venían enquistando ya desde los tiempos de Isabel, se encargaron de completar en democracia aquella tarea que se inició a sangre y fuego durante los setenta.
Como corolario de esos años (muchos) terribles para nuestra Patria, la clase obrera se ha visto sensiblemente reducida y/o precarizada. Hoy decir clase obrera argentina es decir muchas cosas a la vez: clase obrera en blanco y sindicalizada, además de una fracción muy importante sin sindicalizar, pero también es decir clase obrera precarizada, en negro, con trabajo transitorio y en determinados momentos sin trabajo. Todo eso es hoy la clase obrera. Un panorama muy distinto por cierto al de los dos primeros gobiernos peronistas, y también al tercero. Sin embargo, aún reducida, en muchos casos no sindicalizada y en otros viviendo su rol laboral en condiciones muy precarias, esa clase sigue siendo, por el lugar que ocupa en el sistema de producción de bienes y el tipo de conciencia que dicha situación objetiva favorece (aunque no determina mecánicamente), cualitativamente esencial para un proceso de transformación estructural. Esencial para un cambio económico, social, político y cultural que nos permita salir satisfactoriamente del callejón en el que pretende encerrarnos, una vez más, el bloque oligárquico-imperialista.
La pequeña burguesía y las capas medias
El avance que las fuerzas del bloque mencionado experimentaron durante el 2008 y 2009 es más que evidente, y ello ha ocurrido como producto de la reacción de dichas fuerzas (reiterada a lo largo de nuestra historia) cuando un gobierno popular intenta poner coto a sus mezquinos intereses de clase. Porque aunque todavía muchos integrantes de las clases, capas y grupos sociales que objetivamente integran el disperso campo nacional y popular no lo sepan, la Resolución 125 apuntaba a gestar condiciones para una mejor salud, educación y trabajo, o lo que es lo mismo: se intentaba mejorar la calidad de vida de los sectores populares. Lamentablemente entre la realidad y la percepción de ella no hay un camino directo tal como suponen los simplificadores de la historia, y mucho menos en los tiempos de la comunicación posmoderna. Tiempos en los que unos pocos grupos oligopólicos disponen del capital más concentrado, la tecnología más avanzada y los profesionales más especializados (psicólogos, sociólogos, expertos en marketing, asesores de imagen, creativos publicitarios, etc.) para producir y difundir las ideas fuerza (ideología de las clases dominantes) que impidan o dificulten el encuentro entre la realidad del campo popular y la posibilidad de su adecuada percepción para una transformación consciente. De allí que la recién aprobada ley de medios audiovisuales, supone un cambio sustancial para democratizar la información, y la cultura en general, en busca del necesario reencuentro entre la realidad y su percepción no alienada.
Es evidente que el sector más afectado de los que objetivamente pertenecen al campo nacional-popular, integrado por todos aquellos que más allá de las ideas que defiendan sólo podrán realizar sus intereses concretos dentro del mismo, es el de las capas medias. En el terreno político (incluyendo a la izquierda nacional) ha sido frecuente referirse a ellas como la pequeña burguesía, sin embargo dicho concepto, si es aplicado con rigor intelectual, deja afuera muchos más integrantes de los que realmente incluye. Porque a la pequeña burguesía sólo pertenecen en realidad aquellos sujetos que siendo dueños de su medio de producción o intercambio (comercio) lo utilizan en forma directa para generar sus ingresos. Por ejemplo: un productor artesanal, un campesino propietario de pocas hectáreas, un pequeño comerciante o el propietario de un taxi que simultáneamente lo trabaja. Pero convengamos que esos grupos si bien no han desaparecido son cada vez más reducidos porque, aún cuando se puedan ampliar en ciertas coyunturas (como cuando los obreros despedidos por el cierre de fábricas eran indemnizados y ponían un kiosco en Argentina), en el mediano y largo plazo son fuertemente afectados ya que les resulta imposible competir con los grandes propietarios que genera el capitalismo actual, que es definitivamente oligopólico como producto de la creciente concentración del capital. Y mucho menos podrá subsistir esta pequeña burguesía en un mercado interno reducido, como habitualmente lo es en los países de capitalismo dependiente y subdesarrollado, aún en etapas en las que se intente la liberación.
Recuerdo que hace algunos años en mí barrio (de La Plata) llegaron a instalarse cuatro kioscos en dos cuadras; hoy queda uno, los tres restantes se fundieron, sus propietarios se comieron el pequeño capital (producto de indemnizaciones por reducción de personal en industrias y Estado) y por supuesto ya no pertenecen a la pequeña burguesía porque no son propietarios de ningún medio de producción o comercialización. Lo que suele ocurrir con pequeños burgueses de coyuntura es que al no poder competir con los grandes propietarios, y mucho menos en mercados que por su estrechez no admiten demasiadas alternativas, es que terminen trabajando para otros (a veces en condiciones precarias) o pasen a engrosar las filas de desocupados. Un taxista se convierte en peón de taxi o lo alquila, un vendedor callejero termia vendiendo productos en consignación con puestos que a veces son montados por el mismo que les abastece de mercaderías, y otros directamente resignan su intención de trabajar.
Por lo tanto, el concepto inclusivo para aquellos que sin estar excluidos del sistema sin embargo no pertenecen a ninguna de las clases fundamentales (oligarquía, “burguesía nacional” u obreros manuales y rurales) es capas medias. Por cuestiones demasiado complejas para desarrollar en un artículo no llegan a constituir una clase, por eso las llamamos capas o sectores medios. Allí sí tenemos un amplio abanico que va desde trabajadores de la superestructura (jurídica, política e ideológica), como maestros, profesores, políticos, abogados, periodistas, hasta empleados del sector comercial, financiero y administrativo. Las capas medias tienden a desarrollarse estructuralmente (no coyunturalmente) aún en economías de capitalismo periférico, ya que la terciarización y el desarrollo de la burocracia estatal son comunes a casi todas. Mientras que la pequeña burguesía no sólo es un sector mucho más acotado, sino que tiende estructuralmente a reducirse cada vez más ante la concentración del capital y el predominio de la especulación en mercados de dimensiones estrechas como ocurre en Argentina.
Las capas medias no desarrollan una visión de mundo (o ideología) propia sino que oscilan entre las visiones de las clases fundamentales de una sociedad. En principio tiende a orientarse por las ideas de las clases dominantes. De allí que en Argentina su grupo de referencia sea la oligarquía, clase dominante que como suele ocurrir en los países dependientes, está a su vez colonizada por aquellas ideas que son funcionales a la burguesía imperialista de las naciones de capitalismo desarrollado, con la que tiene una alianza estratégica e internacional. Mientras que la burguesía nacional, a diferencia de lo que ocurre en los países centrales, nunca llegó a constituirse como clase dominante. A una fracción importante de esas capas sin visión de mundo propia, y dominadas por la visión de la oligarquía, al igual que a la burguesía nacional capitulante, Arturo Jauretche las presentó como componentes del medio pelo, porque viven un falso status y tienen como grupo de referencia a la oligarquía (2).
La pequeña burguesía tiene características similares en el plano cultural o ideológico con las capas medias, sin embargo la distinción objetiva entre unos y otros es pertinente para un correcto abordaje de nuestra realidad, ya que en su defecto los planteos políticos pueden adolecer de una conceptualización ambigua que conduzca a fracasos en la práctica transformadora. Las capas medias, sobre todo la enorme fracción que se ha empobrecido durante los años de neoliberalismo, puede ser por su posición objetiva mucho más permeable a ciertas ideas gestadas y difundidas dentro del campo nacional y popular, que aquellos pequeños propietarios que aún integran la pequeña burguesía y como tales tienen expectativas para acceder al bloque dominante. Esto es así aunque luego a la mayoría dicho acceso le resulte imposible.
La alianza plebeya hoy
El análisis que venimos realizando se puede sintetizar de la siguiente manera:
Desde una corriente ideológico-política que mucho ha aportado a la producción teórica de Argentina y América Latina, la izquierda nacional, se formuló hace más de cuatro décadas un planteo político-ideológico central para resolver favorablemente para el campo nacional y popular la tan larga como necesaria batalla contra el bloque oligárquico-imperialista, me refiero concretamente al planteo que se sintetiza en un concepto clave: alianza plebeya (1).
Esa alianza, tal como fue formulada originalmente, expresa la necesidad del encuentro político y cultural entre los obreros urbano-rurales y la pequeña burguesía, ya que ninguno de los dos componentes por separado podrá realizar sus intereses concretos en el marco de nuestra Patria. Es más, para que la Patria realmente exista, dicha alianza se torna condición necesaria e impostergable. A lo largo del siglo XX, y hasta la fecha, Argentina vivió dos experiencias muy importantes en su intento por constituir un bloque nacional-popular para imponerse al bloque históricamente dominante: primero el yrigoyenismo, luego, y como instancia superadora de ésta, el peronismo. Sin embargo en ninguna de las dos oportunidades fue posible construir una sólida alianza plebeya. De allí las derrotas experimentadas.
Este planteo teórico cobra hoy toda su actualidad, ya que ante un nuevo embate de las fuerzas de la reacción, en este caso contra el gobierno popular de Cristina Fernández, una alianza de este tipo es la que nos permitirá prevalecer ante el impulso arrollador de un monstruo de varias cabezas que una vez más intenta devorar nuestros sueños. No sólo se trata de resistir sino de avanzar, ya que quien no avanza en algún momento se ve forzado a retroceder. Es esa alianza plebeya la que nos dará la oportunidad de transitar el camino hacia una Patria definitivamente libre, justa y soberana. La cambiante realidad nos conduce, sin embargo, a la necesidad de actualizar algunas cuestiones en torno a los componentes sociales que integran el concepto, para que el mismo resulte operativo en los tiempos que corren. Esto es así porque conceptos ambiguos sólo sirven para obstaculizar la correcta percepción de la realidad. En definitiva no sólo la realidad es dialéctica, sino que también debe serlo la relación entre dicha realidad y los conceptos que intentan expresarla, en su defecto no lograremos transformarla.
La clase obrera
La clase obrera, columna vertebral del peronismo, se desarrolló en forma sostenida a partir de la crisis de los años treinta y sobre todo con la segunda guerra entre los imperialismos de la época. Ambos fenómenos gestaron la necesidad de una industria nacional de bienes de consumo para cubrir necesidades del mercado interno antes abastecidas por las burguesías del mundo desarrollado. En realidad el peronismo no hubiese sido posible sin ella en 1945, porque no fue Perón el que creó al peronismo, tal como lo interpretan las reiteradas tesis de corte idealista (una historia construida a partir de personalidades descollantes) sino la clase obrera la que iba en busca del líder que sintetizase y expresase sus intereses concretos (historia construida a partir de las fuerzas sociales que operan sobre ella), en un período en el que el primer paso hacia ese objetivo pasaba por un desarrollo económico independiente con justicia social. Las demás son tareas que interactúan con esa necesidad principal, aunque la izquierda cosmopolita nunca lo haya comprendido.
La oligarquía nativa y las burguesías imperialistas del mundo central captaron con la lucidez propia de aquellas clases que han desarrollado plenamente su conciencia, que mientras la clase obrera argentina fuese fuerte, la amenaza de un peronismo combativo o el desarrollo de una perspectiva socialista de orientación nacional-latinoamericanista sería una constante. Por lo tanto en 1976, con la excusa de enfrentar la subversión, se instaló la peor dictadura cívico-militar de la que tengamos memoria. Con Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía las Fuerzas Armadas, alineadas con la doctrina de la seguridad nacional, se encargaron de instalar la paz de los cementerios para que las clases dominantes se deshicieran de su enemigo más temible. Años más tarde, en nombre de un “peronismo actualizado”, los sectores liberales que se venían enquistando ya desde los tiempos de Isabel, se encargaron de completar en democracia aquella tarea que se inició a sangre y fuego durante los setenta.
Como corolario de esos años (muchos) terribles para nuestra Patria, la clase obrera se ha visto sensiblemente reducida y/o precarizada. Hoy decir clase obrera argentina es decir muchas cosas a la vez: clase obrera en blanco y sindicalizada, además de una fracción muy importante sin sindicalizar, pero también es decir clase obrera precarizada, en negro, con trabajo transitorio y en determinados momentos sin trabajo. Todo eso es hoy la clase obrera. Un panorama muy distinto por cierto al de los dos primeros gobiernos peronistas, y también al tercero. Sin embargo, aún reducida, en muchos casos no sindicalizada y en otros viviendo su rol laboral en condiciones muy precarias, esa clase sigue siendo, por el lugar que ocupa en el sistema de producción de bienes y el tipo de conciencia que dicha situación objetiva favorece (aunque no determina mecánicamente), cualitativamente esencial para un proceso de transformación estructural. Esencial para un cambio económico, social, político y cultural que nos permita salir satisfactoriamente del callejón en el que pretende encerrarnos, una vez más, el bloque oligárquico-imperialista.
La pequeña burguesía y las capas medias
El avance que las fuerzas del bloque mencionado experimentaron durante el 2008 y 2009 es más que evidente, y ello ha ocurrido como producto de la reacción de dichas fuerzas (reiterada a lo largo de nuestra historia) cuando un gobierno popular intenta poner coto a sus mezquinos intereses de clase. Porque aunque todavía muchos integrantes de las clases, capas y grupos sociales que objetivamente integran el disperso campo nacional y popular no lo sepan, la Resolución 125 apuntaba a gestar condiciones para una mejor salud, educación y trabajo, o lo que es lo mismo: se intentaba mejorar la calidad de vida de los sectores populares. Lamentablemente entre la realidad y la percepción de ella no hay un camino directo tal como suponen los simplificadores de la historia, y mucho menos en los tiempos de la comunicación posmoderna. Tiempos en los que unos pocos grupos oligopólicos disponen del capital más concentrado, la tecnología más avanzada y los profesionales más especializados (psicólogos, sociólogos, expertos en marketing, asesores de imagen, creativos publicitarios, etc.) para producir y difundir las ideas fuerza (ideología de las clases dominantes) que impidan o dificulten el encuentro entre la realidad del campo popular y la posibilidad de su adecuada percepción para una transformación consciente. De allí que la recién aprobada ley de medios audiovisuales, supone un cambio sustancial para democratizar la información, y la cultura en general, en busca del necesario reencuentro entre la realidad y su percepción no alienada.
Es evidente que el sector más afectado de los que objetivamente pertenecen al campo nacional-popular, integrado por todos aquellos que más allá de las ideas que defiendan sólo podrán realizar sus intereses concretos dentro del mismo, es el de las capas medias. En el terreno político (incluyendo a la izquierda nacional) ha sido frecuente referirse a ellas como la pequeña burguesía, sin embargo dicho concepto, si es aplicado con rigor intelectual, deja afuera muchos más integrantes de los que realmente incluye. Porque a la pequeña burguesía sólo pertenecen en realidad aquellos sujetos que siendo dueños de su medio de producción o intercambio (comercio) lo utilizan en forma directa para generar sus ingresos. Por ejemplo: un productor artesanal, un campesino propietario de pocas hectáreas, un pequeño comerciante o el propietario de un taxi que simultáneamente lo trabaja. Pero convengamos que esos grupos si bien no han desaparecido son cada vez más reducidos porque, aún cuando se puedan ampliar en ciertas coyunturas (como cuando los obreros despedidos por el cierre de fábricas eran indemnizados y ponían un kiosco en Argentina), en el mediano y largo plazo son fuertemente afectados ya que les resulta imposible competir con los grandes propietarios que genera el capitalismo actual, que es definitivamente oligopólico como producto de la creciente concentración del capital. Y mucho menos podrá subsistir esta pequeña burguesía en un mercado interno reducido, como habitualmente lo es en los países de capitalismo dependiente y subdesarrollado, aún en etapas en las que se intente la liberación.
Recuerdo que hace algunos años en mí barrio (de La Plata) llegaron a instalarse cuatro kioscos en dos cuadras; hoy queda uno, los tres restantes se fundieron, sus propietarios se comieron el pequeño capital (producto de indemnizaciones por reducción de personal en industrias y Estado) y por supuesto ya no pertenecen a la pequeña burguesía porque no son propietarios de ningún medio de producción o comercialización. Lo que suele ocurrir con pequeños burgueses de coyuntura es que al no poder competir con los grandes propietarios, y mucho menos en mercados que por su estrechez no admiten demasiadas alternativas, es que terminen trabajando para otros (a veces en condiciones precarias) o pasen a engrosar las filas de desocupados. Un taxista se convierte en peón de taxi o lo alquila, un vendedor callejero termia vendiendo productos en consignación con puestos que a veces son montados por el mismo que les abastece de mercaderías, y otros directamente resignan su intención de trabajar.
Por lo tanto, el concepto inclusivo para aquellos que sin estar excluidos del sistema sin embargo no pertenecen a ninguna de las clases fundamentales (oligarquía, “burguesía nacional” u obreros manuales y rurales) es capas medias. Por cuestiones demasiado complejas para desarrollar en un artículo no llegan a constituir una clase, por eso las llamamos capas o sectores medios. Allí sí tenemos un amplio abanico que va desde trabajadores de la superestructura (jurídica, política e ideológica), como maestros, profesores, políticos, abogados, periodistas, hasta empleados del sector comercial, financiero y administrativo. Las capas medias tienden a desarrollarse estructuralmente (no coyunturalmente) aún en economías de capitalismo periférico, ya que la terciarización y el desarrollo de la burocracia estatal son comunes a casi todas. Mientras que la pequeña burguesía no sólo es un sector mucho más acotado, sino que tiende estructuralmente a reducirse cada vez más ante la concentración del capital y el predominio de la especulación en mercados de dimensiones estrechas como ocurre en Argentina.
Las capas medias no desarrollan una visión de mundo (o ideología) propia sino que oscilan entre las visiones de las clases fundamentales de una sociedad. En principio tiende a orientarse por las ideas de las clases dominantes. De allí que en Argentina su grupo de referencia sea la oligarquía, clase dominante que como suele ocurrir en los países dependientes, está a su vez colonizada por aquellas ideas que son funcionales a la burguesía imperialista de las naciones de capitalismo desarrollado, con la que tiene una alianza estratégica e internacional. Mientras que la burguesía nacional, a diferencia de lo que ocurre en los países centrales, nunca llegó a constituirse como clase dominante. A una fracción importante de esas capas sin visión de mundo propia, y dominadas por la visión de la oligarquía, al igual que a la burguesía nacional capitulante, Arturo Jauretche las presentó como componentes del medio pelo, porque viven un falso status y tienen como grupo de referencia a la oligarquía (2).
La pequeña burguesía tiene características similares en el plano cultural o ideológico con las capas medias, sin embargo la distinción objetiva entre unos y otros es pertinente para un correcto abordaje de nuestra realidad, ya que en su defecto los planteos políticos pueden adolecer de una conceptualización ambigua que conduzca a fracasos en la práctica transformadora. Las capas medias, sobre todo la enorme fracción que se ha empobrecido durante los años de neoliberalismo, puede ser por su posición objetiva mucho más permeable a ciertas ideas gestadas y difundidas dentro del campo nacional y popular, que aquellos pequeños propietarios que aún integran la pequeña burguesía y como tales tienen expectativas para acceder al bloque dominante. Esto es así aunque luego a la mayoría dicho acceso le resulte imposible.
La alianza plebeya hoy
El análisis que venimos realizando se puede sintetizar de la siguiente manera:
1- La clase obrera ha sido muy afectada por el proceso de desindustrialización vivido, y si bien es cierto que ha habido una recuperación de la producción durante los años 2003-2008, su peso cuantitativo no es el mismo que tenía hasta los setenta.
2- En la actualidad además decir clase obrera significa incluir diversas fracciones: obrero en blanco y sindicalizados; en blanco y sin sindicalizar, en negro, precarios y subocupados, y finalmente obreros actualmente desocupados. Todos ellos, sin embargo, tienen una gran importancia cualitativa (por su inserción objetiva en la economía y por el tipo de conciencia que dicha realidad favorece aunque no determina mecánicamente) para un proceso de transformación estructural.
3- Las heterogéneas capas medias no llegan a constituir una clase, tampoco son equiparables objetivamente con la pequeña burguesía más allá de ciertas coincidencias subjetivas, es decir aquellas que se dan en el plano de las ideas (por ejemplo su individualismo).
4- Estas capas medias, a diferencia de la pequeña burguesía, tienen una presencia creciente en la sociedad actual como consecuencia de la innegable terciarización de la economía experimentada durante décadas y también por el crecimiento del aparato administrativo del estado. Sin embargo como producto de las crisis que ha atravesado el capitalismo periférico, como en el caso argentino, una buena parte de sus integrantes han experimentado un empobrecimiento que en algunos casos los ha hecho ingresar en el sector de los nuevos pobres o pobres no estructurales como bien sostiene el investigador Alberto Minujin. Esa condición objetiva (que va más allá de lo que piensan de sí mismos) pude acercar ideológicamente a sus integrantes, en un plazo no muy extenso, a la clase obrera.
Son entonces la clase obrera, con la diversidad que presenta en este siglo XXI, junto con gran parte de las numerosas y complejas capas medias, sobre todo de aquellos que ya ingresaron en la pobreza, los componentes para construir la actual alianza plebeya que necesitamos para consolidar y profundizar los cambios iniciados a partir de 2003, incluyendo una justa distribución de la riqueza. La burguesía nacional (aquella de gran peso por la cantidad de capital disponible que posee), no es por el contrario una clase objetivamente disponible para incorporarse estructuralmente (más allá de alguna aparición coyuntural) al proceso, como intentó el peronismo de los gobiernos conducidos por Perón, o se pretende aún hoy. Dicha clase no sólo ha incorporado cada vez más las pautas de comportamiento y valores de la oligarquía (destacándose su lógica acumulativa del capital basada en la especulación más que en el desarrollo constante de la producción) sino que está satelizada a la burguesía imperialista del mundo desarrollado. Es más, hasta debería debatirse seriamente hasta qué punto tiene vigencia el concepto “burguesía nacional” para referirnos a sus integrantes. Ahora bien, más allá de le cercanía de intereses entre clase obrera y capas medias empobrecidas o ya pobres, la alianza plebeya no surgirá como respuesta espontánea a esas condiciones objetivas existentes, para su concreción se necesita un trabajo constante y de largo aliento en el terreno cultural (3).
La batalla de las ideas ha de jugar un papel fundamental en el proceso político que apunte a una construcción sólida de dicha alianza (que tampoco debe excluir, más allá de su reducido peso, a la pequeña burguesía en extinción). En ese sentido la nueva ley de medios audiovisuales puede ser fundamental si se la utiliza no sólo para quebrar la estructura oligopólica de la información y formación asistemática existente, sino si la diversidad incluye una fuerte presencia de la información y conocimientos gestados por las clases y sectores habitualmente oprimidos. De no ser así, aunque las condiciones objetivas resulten muy favorables, se corre el riesgo que la conciencia siga obstaculizada por la eficiente difusión de las ideas hasta ahora dominantes, o en el mejor de los casos, pude darse una confluencia coyuntural entre obreros y capas medias como en los sesenta y principios de los setenta, a la vuelta de la cual sobrevenga una catastrófica derrota. En cualquiera de las dos circunstancias la imposibilidad crónica de concretar una sólida alianza plebeya sólo puede significar, en el mediano o largo plazo, un brutal regreso del pasado, aunque desde ya adaptado a una nueva etapa. Por eso hemos dicho en reiteradas oportunidades, que la batalla cultural para instalar una forma distinta de ver el mundo (y transformarlo), es la madre de todas las batallas.
La Plata, Octubre de 2009
(1) Spilimbergo, Jorge Enea: Clase obrera y poder, Ediciones de Patria y Pueblo, 2006
(2) Jauretche, Arturo: El medio pelo en la sociedad argentina, Peña Lillo editor, 1983
(3) Franzoia, Alberto J.: Dar batalla contra la derrota cultural es una prioridad, El Ortiba http://www.elortiba.org/notapas577.html
Son entonces la clase obrera, con la diversidad que presenta en este siglo XXI, junto con gran parte de las numerosas y complejas capas medias, sobre todo de aquellos que ya ingresaron en la pobreza, los componentes para construir la actual alianza plebeya que necesitamos para consolidar y profundizar los cambios iniciados a partir de 2003, incluyendo una justa distribución de la riqueza. La burguesía nacional (aquella de gran peso por la cantidad de capital disponible que posee), no es por el contrario una clase objetivamente disponible para incorporarse estructuralmente (más allá de alguna aparición coyuntural) al proceso, como intentó el peronismo de los gobiernos conducidos por Perón, o se pretende aún hoy. Dicha clase no sólo ha incorporado cada vez más las pautas de comportamiento y valores de la oligarquía (destacándose su lógica acumulativa del capital basada en la especulación más que en el desarrollo constante de la producción) sino que está satelizada a la burguesía imperialista del mundo desarrollado. Es más, hasta debería debatirse seriamente hasta qué punto tiene vigencia el concepto “burguesía nacional” para referirnos a sus integrantes. Ahora bien, más allá de le cercanía de intereses entre clase obrera y capas medias empobrecidas o ya pobres, la alianza plebeya no surgirá como respuesta espontánea a esas condiciones objetivas existentes, para su concreción se necesita un trabajo constante y de largo aliento en el terreno cultural (3).
La batalla de las ideas ha de jugar un papel fundamental en el proceso político que apunte a una construcción sólida de dicha alianza (que tampoco debe excluir, más allá de su reducido peso, a la pequeña burguesía en extinción). En ese sentido la nueva ley de medios audiovisuales puede ser fundamental si se la utiliza no sólo para quebrar la estructura oligopólica de la información y formación asistemática existente, sino si la diversidad incluye una fuerte presencia de la información y conocimientos gestados por las clases y sectores habitualmente oprimidos. De no ser así, aunque las condiciones objetivas resulten muy favorables, se corre el riesgo que la conciencia siga obstaculizada por la eficiente difusión de las ideas hasta ahora dominantes, o en el mejor de los casos, pude darse una confluencia coyuntural entre obreros y capas medias como en los sesenta y principios de los setenta, a la vuelta de la cual sobrevenga una catastrófica derrota. En cualquiera de las dos circunstancias la imposibilidad crónica de concretar una sólida alianza plebeya sólo puede significar, en el mediano o largo plazo, un brutal regreso del pasado, aunque desde ya adaptado a una nueva etapa. Por eso hemos dicho en reiteradas oportunidades, que la batalla cultural para instalar una forma distinta de ver el mundo (y transformarlo), es la madre de todas las batallas.
La Plata, Octubre de 2009
(1) Spilimbergo, Jorge Enea: Clase obrera y poder, Ediciones de Patria y Pueblo, 2006
(2) Jauretche, Arturo: El medio pelo en la sociedad argentina, Peña Lillo editor, 1983
(3) Franzoia, Alberto J.: Dar batalla contra la derrota cultural es una prioridad, El Ortiba http://www.elortiba.org/notapas577.html
teniendo presente que somos un país subdesarrollado y periférico cuál sería la salida para lograr el desarrollo independiente y la liberación definitiva sin la participación de la inútil "burgesía nacionañl" (que no tiene intención de revolucionar las fuerzas productivas sino dedicada a la especulación y subordinandose a los interes de la burguesia imperial.¿Puede la alianza plebya cumplir esta tarea una vez conquistado el poder del Estado? ¿Y sino cómo salimos de esta contradicción?...
ResponderEliminarteniendo presente que somos un país subdesarrollado y periférico cuál sería la salida para lograr el desarrollo independiente y la liberación definitiva sin la participación de la inútil "burgesía nacionañl" (que no tiene intención de revolucionar las fuerzas productivas sino dedicada a la especulación y subordinandose a los interes de la burguesia imperial.¿Puede la alianza plebya cumplir esta tarea una vez conquistado el poder del Estado? ¿Y sino cómo salimos de esta contradicción?...
ResponderEliminar